Mi padre estaba mal. El cáncer le había invadido todos los huesos e iba por la cabeza. Disponía de una silla de ruedas para trasladase, para no poner en riesgo ningún hueso y que no le resultara doloroso el desplazamiento. La morfina le permitía estar en un estado casi de relajamiento físico y sobre todo mental, ya que era muy temperamental y, sin eso, todo se habría transformado en una locura.

Teníamos una noción del tiempo de sobrevida que le quedaba. Según los médicos ya había entrado en la etapa del desenlace. Le propuse que fuéramos al cine una vez por semana para que tuviéramos un tiempo juntos, fuera de los horarios en que me quedaba a cuidarlo.

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Pensaba que un espacio distinto y tan lindo como el cine podía dar lugar a un encuentro íntimo de padre e hijo. La primera película que fuimos a ver fue Apocalypse Now Redux, justo en la semana en que la habían reestrenado. Así que lo pasé a buscar, puse el auto paralelo al garaje para que él se pusiera de pie, se tomara del techo del auto e ingresara sin problemas. Del mismo modo bajaba en el estacionamiento del Village Cines, que estaba cerca de casa.

Hacía poco tiempo que lo habían inaugurado y las películas se veían estupendamente bien. Cuando volvíamos se lo veía muy contento, con la misma cara que tenía yo, de niño, cuando me llevaba los sábados al centro a comprar vinilos de Los Beatles.

La idea le encantaba. La segunda película que vimos fue La Roca, con Sean Connery y Nicholas Cage. No era buena pero tenía mucha acción y se disfrutaba mucho de los efectos y el sonido. Cada mañana me levantaba a las 5 para ir al trabajo, e íbamos al cine a las 17, así que llegaba rendido y de a ratos cabeceaba durante la película. En un momento me quedé dormido. Cuando me desperté, miré enseguida a mi padre y me estaba mirando. Fueron dos minutos pero pude terminar la película. Cuando volvíamos en el auto me dijo: “Te dormiste”. “Sí –le contesté–, pegué unos cabezazos”.

A la semana siguiente, la salud de él empeoró. Necesitaba un adicional de morfina inyectable para los dolores, pero cuando le hacía efecto se recuperaba notablemente. Fuimos a ver otra película, pero no recuerdo el nombre. Siempre buscábamos que fuera de acción, quizás para que con los tiros evitase quedarme dormido. Pero no fue así. Me quedé mosca. Cuando me desperté lo miré y me estaba mirando, riéndose.

La propuesta nos encantaba. Disfrutábamos mucho el subir al auto, bajar, entrar al cine por ese alfombrado espeso que dificultaba un poco el desplazamiento de la silla de ruedas. Pero el cine tenía un aroma hermoso, ese olor a todo nuevo.

Una semana después, cuando lo pasé a buscar se desató un tormentón. Lluvia torrencial. Le dije a mi padre que lo dejábamos para la otra. Me dijo un no rotundo. Fuimos igual.

Nos hicimos sopa al subir, bajar, entrar, volver, pero no nos importó. Complicidad de por medio. Vimos una película que se llamaba Detrás de las líneas enemigas, con Clive Owen. En el medio de la película, otra vez me quedé dormido pero llegué a darme cuenta y me espabilé inmediatamente. Miré a mi padre para verle la cara que ponía, y vi que se había quedado dormido. Nos quedamos dormidos los dos casi en simultáneo.

La semana siguiente mi padre entró en terapia intensiva y a los tres días murió. Esos encuentros, con el cine de por medio, fueron un rito de despedida en el que cristalizó el tipo de relación que tuvimos a lo largo de la vida, compartíamos espacios comunes sin mucho diálogo.

Hoy, y de vez en cuando, me pongo a ver Detrás de las líneas enemigas con el anhelo de quedarme dormido en medio de la película, con la esperanza de poder reencontrarnos, soñando, los dos juntos, otra vez.

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Sobre el autor:

Acerca de Guillermo Peirano

Nació en Rosario. Tiene 54 años. Es director de cámaras de Somos Rosario. Estudió realización audiovisual en la Escuela Provincial de Cine y Televisión. Trabajó como operador de video en Galavisión. Fue Jefe de Producción y Programación de VCC Rosario. Dirigió programas en Televisión por Cable, programas de Canal 5 como Fútbol sin trampas, Bótelos, […]

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