Cuando la precaución se vuelve norma y signo de época, ponerse en riesgo resulta un desafío, una temeridad, pero también una experiencia. Acontece* se llama la obra de danza contemporánea que se plantea una locación poco usual y, por eso mismo, arriesgada: el Hell Track, el galpón de BMX ubicado a la orilla de la costanera central (en Presidente Roca y el río Paraná).
En marzo de 2019 –poco antes de la pandemia global de covid-19– las bailarinas Virginia Brauchli, Carolina Iglesias, María Eugenia Porcel de Peralta y Rut Pellerano convocaron a Violeta Rueda para que las coordine y ponga una mirada externa a lo que ellas venían trabajando. La primera visión que tuvo Violeta al ver el ensayo fue que todo el movimiento sucedía en un plano inclinado. “Creo que cuando se los propuse se arrepintieron un poco de haberme llamado”, dice Violeta Rueda, actualmente directora de Acontece.
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Como construir rampas no era una tarea sencilla, al comienzo el grupo empezó a improvisar en los desniveles que le ofrecían algunos parques de la ciudad. Pero fue después de varios ensayos que una de las bailarinas del grupo (Virginia) recordó la existencia del galpón de BMX, el Hell Track, y fueron a verlo. Sin dudarlo, a la semana siguiente empezaron a trabajar en el lugar.
La última vez que estuve ahí fue hace cuatro o cinco años atrás cuando fui a ver una exhibición de chicos y adolescentes deslizándose en dos ruedas sobre las panzas de madera que forman las rampas.
Aunque no practican un deporte extremo, intuyo que quienes bailan contemporáneo desarrollan alguna manera de bordear el riesgo. Al menos si pensamos –como escribe la filósofa y psicóloga Anne Dufourmantelle– que el riesgo está a favor de la posibilidad, que es “la irrupción de lo inédito”, aquello que se “abre un espacio desconocido”. Entonces, en tanto desplazamiento el riesgo, permite que acontezca lo incierto, algo que la danza contemporánea o el contact improvisación conocen bien: “el tiempo no es una linealidad, ni el espacio una suma de planos”.
Acontece se llama la obra y me intriga el origen del nombre. “Como entendemos que no existe una experiencia del tiempo que no sea también una experiencia espacial, quisimos poner el foco en ese presente donde algo está sucediendo, y eso que sucede es significativo; donde el sujeto es conciencia encarnada, donde algo acontece”, cuenta Rueda.
Si un acontecimiento es algo que sucede cuando se implican los sujetos, ¿qué pasa con los cuerpos? ¿Qué ocurre con las percepciones, las emociones y hasta los afectos? ¿Y qué hay de la relación tiempo y espacio en ese momento?
“La idea de la obra es jugar con las rupturas de los conceptos de espacio y tiempo. Pero llevar estos conceptos a la escena no resulta tan sencillo como pensarlos desde lo conceptual”, cuenta la directora.
La mayor ruptura de la puesta es sin dudas el espacio en el que eligieron construir la escena y lo interesante es que el lugar siempre estuvo entrelazado con el proceso creativo. Tanto las improvisaciones de movimiento como las relaciones entre los cuerpos de las bailarinas siempre se vieron marcadas por la relación con la gravedad que generan las rampas del galpón.
“Durante todo el proceso de investigación apareció, como una constante, la necesidad de llegar a lo más alto de las rampas, la dificultad de caer en un piso que no sólo está inclinado, sino que es hostil, tiene astillas, tornillos, grietas… Fue entonces que llegó el momento de poetizar el movimiento”, dice.
A partir de textos que las mismas intérpretes escribieron acerca de las cosas que para cada una de ellas eran inalcanzables, en el más amplio sentido, se fueron construyendo “solos” que, en su alternancia con momentos de vínculos entre los cuerpos, dan cierto sentido y cohesión a la obra.
Todo lo que se ve en escena es el resultado de las improvisaciones individuales y grupales: “No hay una coreografía impuesta desde afuera. No hay un intento de narración en el sentido tradicional; por el contrario, queremos dar prioridad a lo múltiple: multiplicar las miradas, las lecturas”.
Es así que las escenas juegan a la simultaneidad, cada cual juega su juego o elige su propia aventura al momento de verla. Se abre así la posibilidad de que quien sea espectador o espectadora lo haga según la perspectiva, el lugar, el recorte, la posición que elija. “Nuestra intención es que la obra permanezca abierta, que sea una experiencia sensorial para el público, así como lo es para las intérpretes”, dice.
Como en una exhibición sobre ruedas –de ahí el gran acierto de elegir el Hell Track– las bailarinas se desplazan de un lado al otro, unas van otras vienen, todas al mismo tiempo. Los cuerpos rolan, ruedan, se cuelgan, trepan, se deslizan, caen. A veces se levantan solas, otras con ayuda de las demás que son sostén y compañía. ¿Son cuerpos en combate? ¿Son cuerpos en deseo? Son cuerpos que acontecen en estado puro.
*La puesta se puede ver este domingo en el Hell Track de Presidente Roca y el río en dos horarios: 19.30 y 21.00