Un saco cruzado sin abrochar, los mocasines Guido y un corte en la frente. Esa fue la primera imagen que tuve concreta de Néstor Kirchner y es del día de su asunción. La postal escandalizó a la burguesía pero para mí fue un contrato de confianza. La contraseña que me permitió entrar a esos años que se venían. ¿Cómo no simpatizar con un tipo así, tan fuera de protocolo? Enérgico, desgarbado, besando manos, dejándose besar, mezclándose entre la gente y despeinado después de atravesar ese pogo nacional.

Era el año 2003. Se venían las elecciones presidenciales. Hija de los 90: Carlos Menem no podía volver a ganar.

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Viajaba todas las semanas a Buenos Aires para hacer un taller de texto breve con la periodista Sandra Russo. Sandra no era panelista de 6, 7, 8, un programa que aún no existía, ni la “periodista militante” que años después escrachaban con virulencia cada vez que tomaba un café en el shopping o paseaba con su hija. Hasta ahí, me animaría a decir que a Sandra no la conocía nadie que no leyera Página 12. Y así también la empecé a leer yo. A través de sus arquetipos y arquetipas (unas columnas hilarantes sobre feminismos y masculinidades en “Las 12”) y sobre todo por esas contratapas que fueron la radiografía del derrumbe del país y que más tarde se reunieron bajo el nombre Crónicas del naufragio.

De lunes a viernes trabajaba en la producción de un programa de cable, una especie de magazine mañanero, donde me pagaban una parte en dinero (muy poco) y la otra en canjes para comer en El Rich (que aún no había quebrado, tampoco era cooperativa, sino bien tradicional y de centro adonde yo iba con un poco vergüenza y como no sabía si me alcanzaría el voucher para sentarme a comer, la mayoría de las veces me llevaba la comida a mi casa).

Cada sábado a la madrugada me tomaba un micro hasta Capital Federal. Bajaba en Retiro, me lavaba la cara y me subía a un colectivo que me dejaba a pocas cuadras del departamento de Sandra.

Recuerdo que estuve ahí el día anterior a la elección. La energía de esa Sandra que casi se pasó la clase hablando de Néstor captó mi atención. Ella hablaba y con cada palabra desplegaba la idea de que la emoción es política y la política, emoción. Algo tan íntimo y capilar como el amor, quizás lo que a partir de ese año Néstor vino a reafirmar.

No veo que haya habido ninguna información dura de este hombre del sur que quiso recibirse de abogado para ser gobernador de Santa Cruz y que estaba a un paso de ser presidente. Ella hablaba desde otro lugar.

¿Cómo nos mueve la memoria? ¿Qué recordamos de alguien que ya no está? ¿Las capas tectónicas se corren siempre para mostrar lo bueno que hizo o aquello que nos dejó? ¿Recordamos a la luz de los años y luego de 10 de su muerte, acaso, todo lo que Néstor Kirchner hizo bien?

La vez que descolgó los cuadros de los presidentes militares de la dictadura, la reapertura de los juicios de derechos humanos, el No al Alca. Néstor reconstruyó un país devastado económicamente después de la crisis del 2001. Pero, sobre todo, devolvió la posibilidad de pensar más allá del que se vayan todos.

Quizás fue el primero que nos mostró que las palabras valían, que a los discursos no se los llevaba el viento. Por eso se lo llora, tal vez, como vimos en fotos que se la lloró a Evita. Como a alguien querido, familiar, cercano. Se llora su cercanía, aunque la mayoría lo vimos en el tumulto de esas fotos arrebatadas, en su total espontaneidad y siempre rodeado de personas.

Murió un día feriado. Quizás cuando unxs prendían el fuego del asado, cuando otrxs dormían porque no era jornada laboral, cuando muchxs censaban. Me enteré de la noticia por la radio, primero corrió como un rumor, hasta que se confirmó entrado el día, antes de que terminara el Censo. Estaba embarazada, me había levantado temprano, tomaba mate con mi compañero de entonces mientras esperábamos la visita del censista. Y trabajaba haciendo una guardia periodística en forma remota (algo que hoy es cotidiano y en esos años era una rareza). Eso sí, ya en 2010 tenía recibo de sueldo y un trabajo en blanco. Con Néstor en la presidencia ya nadie volvió a pagarme con tickets de canje para un comedor.

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Sobre el autor:

Acerca de Virginia Giacosa

Periodista y Comunicadora Social

Nació en Rosario. Es Comunicadora Social por la Universidad Nacional de Rosario. Trabajó en el diario El Ciudadano, en el semanario Notiexpress y en el diario digital Rosario3.com. Colaboró en Cruz del Sur, Crítica de Santa Fe y el suplemento de cultura del diario La Capital. Los viernes co-conduce Juana en el Arco (de 20 a 21 en Radio Universidad 103.3). Como productora audiovisual trabajó en cine, televisión y en el ciclo Color Natal de Señal Santa Fe. Cree que todos deberíamos ser feministas. De lo que hace, dice que lo que mejor le sale es conectar a unas personas con otras.

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