El escritor Leo Oyola escribe la contratapa de Cómo sacar a un murciélago, el libro que Luciano Redigonda publicó en editorial Casagrande en enero de este año. Sí, sí, reseñar un libro y mentar su contratapa es de comentaristas que no leyeron el libro. Oyola, cuyo texto me interesó poco y nada, cierra: “Lucho Redigonda da flor de recital encarando con mucho humor y rocanrol el terror y la locura”. En fin, hay una breve información allí. Pero Oyola es importante por lo que me comenta Redigonda cuando le digo que el primer cuento del libro (son ocho en total), “Un circo en casa”, tiene el don de resumir temáticamente todas las ficciones de alguna manera fantásticas de Cómo sacar a un murciélago. Me escribe Redigonda por whatsapp: “Cuando revisaba los cuentos con Oyola me sugirió arrancar con el del circo, que antes cerraba el libro, y creo que hice bien en tomarlo”. A favor de Oyola hay que decir que sí leyó el libro y, mejor, que leyó al autor.

El autor de estos cuentos es un narrador excepcional, digámoslo de entrada. Hay un trabajo y una estrategia en cada relato que se mide no sólo en un fraseo calculado, también en la virtud con la que cada personaje es capturado en un momento que nos cuenta su pasado en el instante preciso en que ese pasado deviene algo así como un augurio, una temporalidad ligada a eso que la ficción está a punto de materializar.

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La figura de artefactos culturales degradados que guían a loas personajes como sucede en “El Palacio” con una cumbia de Los Palmeras. O en “La cara blanca”, donde unos vagos saberes rituales en torno a un instrumento típico del Brasil envuelven a la protagonista en una historia terrorífica. O una especie de Aleph de la dark web, que hipnotiza a un personaje en una decadente galería rosarina. “La cara blanca” es uno de los grandes cuentos del libro, aunque extiende peligrosamente su final con un listado de desgracias.

La ciudad transfigurada, como en las ficciones enrarecidas de Adolfo Bioy Casares –cuyos personajes descubrieron algo que a duras penas pertenece a este mundo– o los focos “góticos” de la nueva narrativa de horror argentina –ésa de los cuentos de Mariana Enríquez o Diego Muzzio, en la que el futuro es una fantasmagoría de un presente maldito–, son las figuras que despliega Redigonda en sus ocho cuentos.

Pero hay una figura que es completamente suya, la del “don”. Algo es donado en la mayoría de estos relatos. Alguien recibe un “don” no esperado ni deseado que se convierte de algún modo en objeto de deseo.

Celia, el personaje más entrañable y complejo de los ocho cuentos, deja de ser “la Celia que no molestaba” y adquiere los dones de ese mundo circense que ha convocado sin saberlo del todo. A Julia, en “El palacio”, se le revela la ciudad originaria de todas las chucherías que le ofrece un bazar laberíntico y súper vigilado del centro de Rosario. El personaje de “Salita roja” desea que su novia moribunda se salve y le es dado conocer una red capaz de operar milagros; el niño de “Kringer” entierra su gato y, bueno, sucede algo que el autor escribe en el primer cuento: “Como el hilo de un deseo oculto, una telepatía arcaica, de cuando la brecha entre la humanidad y el resto de las especies no existía porque el mundo entero era animal”.

La fantasía de Redigonda funciona allí donde aún opera ese subconsciente teológico que despierta los interrogantes originales y tiene un ojo puesto en el Paraíso prehistórico y otro en el infierno.

Pero este cosmos de “dones”, desde luego, tampoco es tranquilizador ni ofrece una fantasía redentora. Por el contrario, produce fantasmagorías y fragmenta de modo definitivo el presente, lo descompone, lo vuelve, más allá del final de cada cuento, inhabitable: lo que sucede en estos relatos disuelve la totalidad social que un narrador nos presenta en cada relato. La victoria de Celia creó un abismo en el orden del pueblo donde vive, lo mismo que los jóvenes encerrados en el departamento donde se metió el murciélago del título del libro, o la revelación trascendental de Julia en el laberinto de baratijas. 

Los personajes de los cuentos de Luciano Redigonda son presas de una ansiedad, de algo que no termina de concretarse, les acerca un objeto de deseo cuyo desenlace es la fragmentación del mundo.

Cómo sacar a un murciélago, Luciano Redigonda
119 páginas.
Editorial Casagrande, Rosario, enero de 2022.
la ciudad está en obra
Sobre el autor:

Acerca de Pablo Makovsky

Periodista, escritor, crítico

"Nada que valga la pena aprender puede ser enseñado."

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