El tema siempre es “darse cuenta”, y para “darse cuenta” hay que moverse.
De las clases de Feldenkrais de María Cristina Garavaglia

¿Cuántos cuerpos pueden habitar un mismo cuerpo? No hay respuestas posibles sin experimentar diferenciaciones. O sí las hay, pero son siempre las mismas. ¿Sobre qué escribís?

Sobre la escuela, la educación física, las cosas que pasan, la formación docente, la actividad, el reflejo, el deseo. También sobre el entrenamiento de alto rendimiento. Escribir sobre el entrenamiento tiene un influjo que me transporta, me reubica, liberándome de algo. ¿Una pesada carga? Una pesada herencia.

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Lo que piensa un cuerpo

Una pieza cerámica de Nöelle Lieber da lugar a una pintura de Daniel García y ésta a una intervención de danza de Natalia Pérez. No importa el orden, ahora todo es parte de la muestra “Confluencias”.

Hace muchos, demasiados años que en el deporte de alto rendimiento las cosas se hacen de una misma manera. Porque, si las cosas se hacen de una misma manera –y permítanme expresar una obviedad, sin subestimar– las cosas no se hacen de otra. No sé si soy clara, se hacen así porque no se hacen asá. Y nunca se hacen asá, porque siempre se hacen así. Así, de esta misma manera.

Mi nombre es Lucrecia, tengo algo más de 17 años, soy gimnasta artística y hace muy poco tiempo decidí dejar la competencia. Por miedo a abandonar todo de golpe, seguí entrenando junto a un grupo de compañeras, solo por despuntar el vicio de seguir parada sobre la misma piedra, aunque el resquebrajamiento ya había comenzado.

El miedo a dejar el entrenamiento es común en los deportistas de élite. Tememos engordar, no saber qué hacer con nuestro tiempo libre, ser devorados por el monstruo de la libertad. No sabemos estar solos, no sabemos estar sin hacer nada, no sabemos no hacer nada, no sabemos no hacer, no sabemos. No sabemos sentir.

Desde que empecé a desandar aquel camino, hace ya muchos años, hacia prácticas de movimiento que cultivan la conciencia abierta, englobadas en lo que se conoce como Educación Somática, empecé a pensar que el deporte de alto rendimiento así como el entrenamiento, a esos niveles, destruye neuronas. No sólo porque el sujeto que entrena está fuera de su cuerpo no pudiendo alojar muchas veces el dolor, el cansancio, el estrés que le generan semejantes niveles de sobrecarga, sino también, y por estos mismos motivos, porque se pierden conexiones fundamentales.

Recordé este principio que se escucha a menudo: La función hace al órgano. Bueno, creo que estas prácticas anulan constantemente las vías sensitivas del sistema nervioso y privilegian las motoras. Niegan las funciones sensitivas que conectan al sujeto con el entorno, con las sensaciones que provienen del entorno. Lo desconectan del sentir.  Y se me presenta una idea muy clara: Son respuestas sin corazón.

Y otra cosa que recordé, a raíz de la peli Inside Job, es que estas prácticas también generan un tipo de adicción. Parecido a lo que siente un consumidor cuando compra, satisface esa necesidad ficticia creada por el mercado. Lo mismo con la persona que consume alguna sustancia.

Cuando el deportista deja de entrenar siente esa abstinencia, y es un vacío difícil de alojar. Hay algo del orden de la adrenalina, del cortisol, de las adicciones, que se ve también en las palpitaciones del corazón, la respiración corta, jadeante. Cualquier persona que haya transitado por el alto rendimiento puede dar cuenta de ello. Lo he hablado con infinidad de deportistas, de mi misma disciplina y de muchísimas otras. Todos, sin distinción, tuvieron dificultades cuando dejaron de entrenar.

El vacío se torna inconmensurable, y lo vamos llenando, porque no podemos vivir con él. En mi caso, además de convivir con trastornos alimentarios, empecé con una increíble lista de actividades físicas y deportes que nunca había practicado. Paso a enumerarlos debajo porque ni yo puedo creer que hayan sido tantos en tan poco tiempo o, a veces, simultáneamente:

—Natación

—Natación de aguas abiertas

—Atletismo: Maratón de 5, 10, 12 y 21 km

—Remo de alta competencia. Primer bote femenino en correr la regata Vuelta al mundo para el R.R.C.

—Tenis

—Voley

—Ciclismo

Después de semejante apretujamiento y disciplinamiento corporal me sumergí en las aguas profundas del Paraná y empecé a hallar en la natación de aguas abiertas una libertad desconocida. El agua me rodeaba, me sostenía, me incluía. Nadé y crucé el río infinidad de veces con un único propósito: no detenerme.

La máquina, si se para, es muy difícil volver a arrancarla. No detener el proceso productivo. No hay tiempo. ¿El tiempo que aprieta, premia? Avanzar. Desplazarse siempre hacia adelante, pecho al frente, contra corriente y pronósticos.

Me creía libre pero solo había cambiado el lenguaje deportivo. Sin embargo, en el fondo, el gesto era el mismo. Cuando un sentido tiene un espacio reducido para moverse, es un sentido impuesto. ¿Quién es el que siente ahí? Siento, sentidos, imposiciones. La columna vertebral del deber ser. La voluntad inasible. Lo misterioso de lo riguroso. Rigor científico. Formalidades. Resultados. Grandes temas tan anhelados por la naturaleza humana. Poder controlarlo todo, devenir dueños del tiempo, apropiarnos de los sentidos, para que otros sean súbditos.

Genuflexión, no para acercarse a mirar algo en detalle. No. Genuflexión, para cerrar los ojos frente a ese otro y entregarnos al sometimiento.

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Sobre el autor:

Acerca de Lucrecia Sabadotto

Es ex gimnasta artística y profesora de Educación Física. Se formó en Fundamentos del movimiento humano, Psicomotricidad, Escuela de movimiento, Yoga, Ludopedagogía. Es Co-fundadora de: “Travesía en movimiento”, donde dicta clases de movimiento para adultos y talleres de juego corporal para primeras infancias. En el ámbito público, es docente de la EEMPA 1330. Formó parte […]

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