Una muestra fotográfica sobre un lago desaparecido, el Poopó en Bolivia, me llevó una tarde de invierno a visitar el Museo de Ciencias Naturales Ángel Gallardo, en donde, previo a ver dicha muestra y presentar mis respetos al dromedario sobreviviente del incendio del 2003, recorrí la exposición permanente de la planta baja sobre megafauna santafesina.

La imagen de un megaterio, enorme animal del cuaternario, despertó en mí algo similar a un recuerdo o algo que podría haber sabido, que Florencia Caterina me había contado y que había olvidado: que los cuatro dibujos suyos que yo tenía en casa los había hecho mirando una enciclopedia de Historia Natural, en donde muy probablemente (esta fue la idea que ocurrió en mí) había visto el megaterio, y por añadidura, el homo sapiens vestido con pieles, el oso polar, las sequoias, la comadreja, las lagos, las montañas, es decir, todos los elementos que forman esa serie de dibujos.

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En el living del departamento 10 “A” de la Torre Gricón, en pleno centro de la ciudad de Rosario, sobre el empapelado floreado de las paredes, están colgados estos cuatro dibujos de Florencia Caterina, la artista más curiosa, más brillante, poderosa y prolífica de nuestro tiempo. Son cuatro dibujos sobre papel, de aproximadamente 80 x 70 centímetros de tamaño.

Fueron exhibidos al público tres veces. Por primera vez en 2008 en la venta de garage de una subasta de arte en el C.E.C., donde los vi desplegados en el suelo, quedé cautivado y los compré (así nos conocimos con Florencia). La segunda fue en diciembre del 2009, en la oficina 13 del pasaje Pan en Rosario, que era mi consultorio y lugar donde daba clases y talleres (entre otras cosas daba clases de francés y Florencia era alumna). La muestra se llamó La primera mentira histérica, haciendo referencia a un texto de Freud. Era nuestra primera presentación pública: una especie de inauguración de espacio propio para mí y la primera muestra individual de Florencia. La tercera vez fue en el 2015, dos años después de la muerte de Florencia, los dibujos fueron mostrados en la Galería Embrujo, de Virginia Negri, con el título Muchas gracias.

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El primer cuadro muestra dos personajes, uno junto al otro, que se ignoran entre sí: un megaterio de perfil esbozado en lápiz va hacia la derecha mientras un homo sapiens de frente y sin rasgos faciales, vestido con pieles, inclina levemente la cabeza hacia la izquierda. Ambas figuras están dentro de un círculo o anillo celeste. El megaterio está tocando el anillo celeste, en actitud de escape. La quietud que podría generar esta división entre interior y exterior del anillo está puesta en tensión en esta intersección entre megaterio y anillo celeste, que pasa a la altura de su mano y su cara y sus pies.

El megaterio fue un enorme perezoso que habitó la región santafesina hace 8.000 años. Forma parte de los seres vivos desaparecidos durante la extinción del cuaternario tardío, que consistió justamente en la desaparición masiva de la megafauna existente, siendo la última extinción registrada hace 250 años. Es decir que se trata de un evento de inicio antiguo (50.000 años) pero que continúa en la actualidad, y es además la primera extinción en presencia del ser humano, al punto que una hipótesis de dicha extinción pone al homo sapiens como causa primera de dicha extinción.

El homo sapiens está vestido con las pieles de otro animal. “Vestirse con las pieles de un animal, vestirse como un animal, vestirse como otro animal”. Se trata incluso de ideas recurrentes en otros dibujos de Florencia. Entre los dibujos que Flor hizo junto con Maxi Rossini hay muchos nenes usando máscaras de animales, y uno en particular que hizo para un texto mío, una nena tomando el té arriba de un ñandú.

Pero vuelvo a los cuatro dibujos. En principio, parecen dibujos a medio terminar, inacabados. Tienen pocos elementos y hay muchos trazos que son bocetados, trazos débiles junto a trazos violentos, abstracciones geométricas e informes junto con figuraciones. Pero lo que predomina es el espacio vacío de la hoja, que es amarillenta y tiene manchas del tiempo (¿humedad? ¿hongos? nunca supe). Esto le gustaba particularmente a Flor y elegía esas hojas a propósito, porque hacían imposible la conservación de la obra.

El boceto es lo que está hecho de manera provisoria, es decir que es de modo temporal, es al mismo tiempo la posibilidad de ser y no ser todavía. Puede resultar una frase cliché pero la vida es provisoria. No hay nada más provisorio quizás que la vida, nada más incipiente y evanescente que nuestro frágil modo de existencia. Por eso pienso que el tema de este primer cuadro (y de toda la serie) es la extinción, quizás, la extinción humana.

Así como el megaterio está hecho de trazos bocetados, el homo sapiens carece de rasgos faciales. Por su traje de pieles puede inferirse que el anillo celeste representa una época de hielo: una especie en formación y otra desapareciendo. La forma abstracta que es el anillo celeste sintetiza este paisaje.

El segundo cuadro muestra un nuevo círculo celeste, esta vez como una luna llena, rodeada por trazos violentos, centrífugos y centrípetos, que dan la impresión de un túnel. La luna llena está eclipsada por la imagen de dos árboles antiguos, dos sequoias de tronco altísimo y copa aparasolada.

Las sequoias son árboles inmemoriales. Son seres cuya existencia puede durar 3.000 años. Aún hoy hay sequoias que estaban de pie mil años antes del nacimiento de Jesús, por decir una fecha recóndita.

Mi intento por desandar los pensamientos de Flor a medida que rayaba y trazaba sobre el papel estos dibujos me lleva a preguntarme qué es ese círculo celeste que hay detrás de las sequoias: ¿es una luna llena? ¿Un ojo? ¿Es un túnel? Lo que hace que podamos preguntarnos, que a simple vista no sepamos decir de qué se trata, se debe a una abstracción inherente. Abstracción y figuración fueron una pregunta constante en la obra de Florencia. Y la abstracción es el tema de este dibujo y contrasta con la figura de un oso polar (que es actualmente un animal en vías de extinción): un oso polar blanco, plenamente pintado de blanco y a la manera de un ícono.

El ícono está entre la figuración y la abstracción, es un compromiso entre ambas fuerzas expresivas. Pero hay que agregar que, pese a este compromiso, el oso polar no se ve a primera vista, es un elemento oculto, o a descubrir. Esto sucede en estos cuatro cuadros. Algo nos va a llamar la atención primero, y algo será descubierto después de un tiempo. Esto es debido a una lógica de punctum sumamente denso sumado a un elemento que deliberadamente se oculta.

El tercer cuadro –mi preferido– muestra un roedor gigante, especie de nutria, rata o comadreja atacando. ¿Atacando qué? El anillo de hielo celeste del primer dibujo y la luna celeste del segundo se transforman en aire y agua informe. La figura ataca la abstracción. El celeste ya no es más geometría, por acción de la comadreja. Lo denso va hacia lo sutil. El tema de este cuadro es la ruptura violenta y sus variantes: la violencia, la destrucción, la desaparición violenta.

Esta comadreja, el animal más pequeño de los cuatro (megaterio, oso polar, homo sapiens) es paradójicamente representado con mayor centralidad y tamaño. Tiene la misma pose y ocupa el mismo lugar que el megaterio. Pensamiento posible: “el megaterio es una comadreja grande como un oso”.

A diferencia del megaterio bocetado, del humano sin rasgos, del oso polar casi imperceptible, la enorme y violenta comadreja es centro de la imagen y está dibujada con detalles. El elemento oculto en este tercer cuadro es una planta incipiente, dibujada con los trazos débiles de la técnica del boceto, de lo provisorio al pie de la comadreja.

Es predominante en este cuadro el color marrón y los trazos violentos en la piel de la comadreja. Es la misma piel que encontramos en el primer cuadro, en el traje de piel del homo sapiens. A su vez, los trazos fuertes o violentos son los mismos que rodean centrípeta y centrífugamente el círculo celeste del segundo cuadro. Entonces puedo pensar que esa luna eclipsada por árboles antiguos en el segundo dibujo es un ojo animal que está mirándonos al acecho, mirándonos sin ser vistos. Tanto el megaterio como la comadreja tienen los ojos atravesados por el celeste (tanto anillo como mancha). El ojo del animal se vuelve celeste, y al mismo tiempo anticipa el tema y motivo del siguiente cuadro: la transposición.

El cuarto cuadro incorpora un nuevo color, el amarillo. La presencia humana se infiere por la imagen de una casa, más precisamente, una cabaña de madera con techo a dos aguas. Detrás, un paisaje de montañas, cuyas laderas están coloreadas por una nieve celeste. Pero cabaña y montaña están superpuestas. La posibilidad de ser y de no ser está planteada de esta manera. La cabaña, que a simple vista es una interioridad, deja ver el paisaje exterior a través suyo. Reforzando esta idea, la puerta está abierta (o fue removida de sus bisagras) y podemos ver el interior oscuro. El hueco de la puerta, el umbral en el cual interioridad y exterioridad no terminan de definirse. Interior y exterior ya no existen. O lo más probable, nunca existieron.

La cabaña en la montaña, que en principio podría ser la imagen de la calma (totalmente opuesta a la violencia anterior) suscita inquietud debido a la superposición con el paisaje. Las montañas se ven a través de la cabaña. ¿La cabaña está materialmente ahí? ¿O es un deseo? La cabaña está y no está ahí. La imagen de lo provisorio.

El animal extinto, el animal extinguiéndose, nuestra especie que algún día se extinguirá, la cabaña que está y no está, señalan la existencia provisoria de las cosas: lo que puede desaparecer de un momento a otro; lo que pudo no haber existido y sin embargo existió; lo que nunca existió; lo que nunca existirá.

En estos cuatro dibujos el tiempo está medido en eras geológicas: se trata no de la muerte individual sino a gran escala, la extinción de una especie. Las montañas, incluso, no están exentas de esa existencia provisoria. Por más sólidas que las creamos, las montañas también desaparecerán.

Y por otro lado, el horizonte, entre las montañas, no irradia luz sino oscuridad. Son los mismos trazos violentos que rodean el ojo del animal, que recubren la piel de la comadreja y el traje del homo sapiens. Se trata evidentemente de un horizonte de pelos. Si, como queda demostrado, la composición de estos dibujos consiente en ocultar ciertos elementos, ¿qué oculta este cuarto cuadro? La cabaña, de existir, estaría construida sobre el lomo de un animal. No es improbable que ese pensamiento, “vivir en el lomo de un animal”, haya pasado por la mente de Florencia. No a la manera de un marsupial, ni de un parásito –o quizás sí como una pulga–, pero también “construir una cabaña sobre el lomo de un gran animal” como puede ser, por ejemplo, un megaterio.

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Los cuatro cuadros están colgados en el living del departamento sobre dos paredes empapeladas. Por el momento no hay nadie en el departamento, o sí, hay dos gatas, una blanca y negra, otra tricolor, cada una sobre un sillón floreado. Fuera, el centro de la ciudad con autos y colectivos. Antes, los megaterios vagando por el pastizal. Después, la extinción humana.

Sé que Florencia, con el tiempo, renegó de estos dibujos, que yo considero los primeros, o unos de los primeros de su vasta y voraz producción artística. La entiendo, yo mismo reniego de ciertos cuentos de esa época. Y además Florencia pasó por muchísimos lenguajes: el video, la foto, la escultura, el textil, la perfo, el texto. Pero para mí, estos cuatro dibujos lo son todo. Son los primeros dibujos que compré, que dieron origen a mi pequeña y modesta colección de arte rosarina. Fueron también el inicio de nuestra amistad y admiración mutua.

Por último, ya que me permití asociar tantas imágenes, quiero agregar una postal que compré en el Museo de Alta Montaña de Grenoble, ciudad en los Alpes en la que viví hace mucho tiempo. Es una imagen que tengo asociada a esa época de mi vida porque fue cuando volví de esa estadía en Francia que compré los dibujos, conocí a Flor y comenzó nuestra amistad. La postal es un dibujo de Gustav Doré, se llama La glace rompue, el hielo roto, y muestra a una persona, probablemente un homo sapiens de la época glaciar, vestida de pieles, llevando un bebé colgando del pecho en un saco tejido; en las espaldas lleva un fajo de leña. Atraviesa un lago congelado, tiene puestos esquíes rudimentarios en los pies y sostiene una lanza o palo con punta para conducirse en el hielo. Pero el hielo bajo sus pies se rompe y el dibujo no muestra si el homo sapiens, que hace un gesto de querer salvarse, logrará efectivamente salvarse o caerá al agua helada y morirá.

Desde el momento en que la conocí, supe que Florencia era la artista más feroz de todas. De nosotros, siempre pensé, iba a llegar donde quisiera llegar. Evidentemente nadie contemplaba lo imposible, lo que de hecho sucedió. De nosotros, fue la primera en pasar el umbral que separa a los vivos de los muertos. Tenía que ser ella, vanguardia. Nadie mejor, ni más valiente, ni más brillante para abrirnos camino en la oscuridad.

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Sobre el autor:

Acerca de Agustín González

Agustín González nació en Rosario en 1983. Es psicólogo, jardinero y escritor.  Este año presentó La película de Corazón (Danke), una novela que completa la saga de la gata escritora que –ya consagrada por la publicación de libros anteriores: El libro de cuentos de Corazón (Danke, 2014) y la Novela histórica de Corazón (Danke, 2016)– ahora protagoniza su propia […]

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