Para Julián López en la escritura como en la vida los géneros son una imposición. Si en las librerías sirven para ubicar a cada obra en un estante, en la sociedad funcionan para etiquetar a cada quien y a cada cual. López le escapa a ese encasillamiento y entonces cuando escribe le gusta mezclar. Su última novela, La ilusión de los mamíferos (Random House) está narrada entre el género epistolar, el ritmo de la lírica y cierta oralidad que permite contar una historia de amor y desamor intensa entre dos varones.

López nació en Buenos Aires en 1965. En 2004 publicó el libro de poemas Bienamado. Integra diversas antologías de poesía, entre ellas Lo humanamente posible, editada por El fin de la noche. Desde 2006 co-dirige el ciclo de lecturas Carne Argentina junto con Selva Almada y Alejandra Zina en el bar de la FM La Tribu. Y aunque al comienzo leía alguno de los tres luego abrieron las puertas para que se escucharan las voces de otros escritores y escritoras y asume que ese espacio de escucha silenciosa también sumó a formarlos en la escritura. «es hermosa esa idea del ritual de que te lean, a mí me encanta que me lean, lo disfruto mucho y por eso me encantan los ciclos.»Es hermosa esa idea del ritual de que te lean, a mí me encanta que me lean, lo disfruto mucho y por eso me encantan los ciclos», dice.

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Una muchacha muy bella, editada por Eterna Cadencia, es su primera novela. Y La ilusión de los mamíferos (Random House) la última. La historia avanza con un lenguaje poético por una ciudad de Buenos Aires que muta todo el tiempo mientras una pareja de varones que se aman y se desean la ve desde el pequeño balcón del departamento en que se encuentran solo los días domingo. Los hombres son moldeados por las transformaciones de esa ciudad que deja todo lo viejo atrás y a la vez esa urbanidad es testigo silencioso del recuerdo de esa pasión.

Tu literatura está cercana a los vínculos, en Una muchacha muy bella en la relación de esa madre/hijo y en La ilusión de los mamíferos en la relación amorosa entre dos varones. ¿Qué te interesa de esas relaciones amorosas?

Sí, es acerca de los vínculos. Porque me parece que la escena aterradora de esta contemporaneidad es la intimidad. Eso es lo que preocupa o me conmueve. Entonces mi intención, más allá de hablar del amor, es transitar el terror más enorme que es el de la intimidad. Y de alguna manera, en mis  novelas traté de contar eso. En las dos hay una idea de un afuera bastante amenazador. Sobre todo en la primera, en la segunda no se trata de una amenaza de vida. Ahora las sociedades y el Estado te exigen identidad, que seas algo y, de alguna manera, esas son todas tretas para que uno salga de su interioridad y le de esa interioridad al vínculo con otro.

En Una muchacha muy bella, recreas el mundo de la infancia en los años 70. ¿Te atraviesa de una manera especial esa época?

No soy una víctima directa de la dictadura –directa en el sentido que no soy hijo de desaparecidos– si bien alrededor de mi hubo situaciones. Crecí durante la dictadura, soy argentino, por tanto soy víctima de ese gobierno genocida. Y te podría decir que el tema de la dictadura se me impuso como monotema en mi adolescencia y juventud cuando volvió la democracia, incluso antes cuando empecé a ir a las marchas. Entonces miro retrospectivamente, y no es raro que haya escrito mi primera novela con esa temática, que es bastante definitoria.

Hay en tu escritura cierta prosa poética. ¿Empezaste escribiendo poesía o qué es lo que te permite alcanzar esas imágenes más detalladas en relación a la narrativa?

Hay algo muy raro que pasa con la cuestión de los géneros, hablando de diversidad sexual también los géneros son una imposición del mercado y en la lectura es donde los géneros desaparecen. No es lo mismo la narrativa que la poesía, pero no lo sé, tampoco estoy tan seguro. En un sentido la poesía es el destino final de toda escritura. Es cierto que a mi me acusan amablemente de tener una escritura lírica y poética, a veces esa lectura encasilla, y además se instala la idea que la lírica es de la poesía. Toda organización de palabras, toda escritura es una organización de una lírica, tal vez podría pensar que en mi escritura está más ligada a esas escrituras que no dependen tanto de la trama. Entonces en ese sentido puedo pensar que hay una tensión de la lírica, pero como escribo así, también leo de esa manera. No me interesa entrar a un libro que no propone nada en relación con el lenguaje. Me cuesta entender que alguien aborde la idea de una escritura, de una novela que es un trabajo arduo, sin desafiar la idea del lenguaje.

Entonces: ¿Empezaste escribiendo poesía o cómo fue que llegaste a la escritura?

Escribo poesía desde muy pibe, pero también escribo cuentos de pibe y de hecho en un momento dejé la poesía cuando era adolescente porque me interesó el cuento corto, que ya no me interesa tanto. Cuando era pibe había una revista de Mempo Giardinelli que se llamaba Puro Cuento, que estaba buenísima. Ahora no me interesa tanto ese formato.

Escritoras argentinas están teniendo un importante reconocimiento, incluso internacional, como Selva Almada, Mariana Enríquez, Gabriela Cabezón Cámara, Samanta Schweblin, por nombrar algunas. ¿Cómo ves este escenario? ¿Crees que va de la mano del feminismo?

Es indudable que la escritura contemporánea argentina es de las mujeres. También hay varones que escriben excelente, pero de verdad hay una calidad de escritoras muy impactante. Y también lo digo en relación a los talleres que doy. Este año tuve una comisión en la UNA, y hay unas alumnas que ojalá yo escribiera así (risas). De verdad, es muy impactante, y claramente son más mujeres que varones. No sé si viene de la mano del feminismo. Ojalá que sí. Espero que el feminismo sea la ley con la que vivamos de acá en más todos y no solo unas pocas. Me parece genial que a estas escritoras les esté yendo tan bien acá como afuera.

¿Qué estás leyendo y qué lecturas te han atravesado o modificado?

Ahora estoy leyendo a Giuseppe Caputo y su libro Un mundo huérfano, que es realmente muy bueno. También El beso un poemario de Jackie Seaton, siempre estoy leyendo muchas cosas. Soy muy desorganizado con la lectura. Soy muy mal lector (risas). Entro y salgo del libro y de varios libros a la vez. Hay libros que me toman un montón, hay otros que no se si voy a terminar pero que me acompañan a través de los años. Para mí hay un libro que es muy importante y es Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar y después Néstor Sánchez, Di Benedetto, lecturas que me marcaron mucho, o Sara Gallardo, por nombrar algunas. Hay un libro que me gusta mucho que se llama Las cosas que se arreglan solas, de Valeria Groisman, de la editorial Mulita. Otro que me encanta es Mi madre favorita tiene bíceps, de Lilian Laura Ivachow, de la editorial La mariposa y la iguana. Bueno, otras mujeres que la rompen y que están circulando. En general no doy abasto con la lectura.

¿De chico leías o te leían?

Leo desde casi siempre. Empecé a leer desde muy chico, y en relación a mis amigos, leía cosas para adultos. En un momento dejé de leer porque me enojé con la idea de la intelectualidad, hasta que me resigné pensando que no hay mucho más para hacer. Creo que uno tiene que pelear por un vínculo propio con la lectura, sino es un campo muy condicionado, sujeto a manipulación del deber ser, de lo que corresponde. Me costó mucho separarme de eso, hasta que me di cuenta que yo podía leer lo que quería, a mi ritmo, poder entrar y salir de la lectura, empezar la lectura donde quería, no lo recomiendo (risas) pero encontré mi propia relación con los libros de esta forma desprolija.

Usas bastante las redes sociales para tomar posturas sobre temas de actualidad, por ejemplo la legalización del aborto, el apoyo a los trabajadores y trabajadoras que despidieron de Télam, entre otras cosas. ¿Pensás que en general se cree que hay un concepto de que los escritores o las escritoras deben quedarse al margen de ciertos debates?

Más que un concepto creo que es una costumbre, tal vez, que los escritores no somos trabajadores. Después hablas con el resto de los escritores y están todos viendo cómo ganarse la vida. Somos trabajadores muy precarizados y de maneras muy ridículas. Y cuando te encontrás con eso, no hay manera de no involucrarse. Está habiendo muchos grupos, yo pertenezco a la “Unión de Escritoras y Escritores” que está muy activa y también están “Los trabajadores de la palabra”. Hay movimientos para juntarse y empezar a demandar políticas públicas. Claro que en el peor contexto posible, pero en ese sentido, es el mejor momento para hacer este tipo de juntadas y reclamos.

Gabriela Cabezón Cámara publicó el año pasado Las aventuras de la China Iron y vos este año con la misma editorial La ilusión de los mamíferos. Hay cierta interpelación al amor heteronormativo en ambas novelas.  ¿Qué se está diciendo desde la ficción sobre el amor, el deseo, lo heteroflexible o tal vez la crisis de la masculinidad propiamente dicha?

Me costaría saber que se está diciendo desde la ficción porque me parece que eso es algo que hay que leer, que tal vez sea pronto para saber qué se está diciendo ahora. En este sentido, fuera de los discursos hegemónicos hay una cantidad de personas que están vivas y que es urgente que sean nombradas en el pensamiento de cada uno y en la comunidad. Hay mucha tradición de homoerotismo y creo que lo que está pasando es que hoy son temáticas completas. Antes era un libro que quedaba como literatura gay y ya está y eso mismo lo inactivaba. Pero es evidente que algo está sucediendo.

 

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Sobre el autor:

Acerca de Paula Turina

Es Comunicadora Social, egresada de la Universidad Nacional de Rosario. Adscripta en la cátedra de Periodismo Digital. Asiste al taller literario “Alma Maritano” coordinado por el escritor Pablo Colacrai. Algunos de sus cuentos trabajados en ese taller se publicaron en la contratapa del suplemento Rosario 12 de Página 12. Participó en la antología “Yo quería ser manzana”coordinado por la escritora Maia Morosano. […]

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