Leer Luna Plutón (Caleta Olivia) es, para alguien que decidió no maternar, un viaje interestelar a una experiencia tan ajena como vislumbrada apenas desde cerca/ lejos en personas queridas.

Mis amigas maternaron, se quejaron, se inundaron y encontraron la distancia, o no. Algunas se hamacaron al ritmo de la culpa de no entrar en los moldes imposibles de las publicidades donde ser madre es tan fácil y suave, y ellas estaban inmersas en un mundo filoso y difícil.

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Lo único que pudo salvarlas, a casi todas, de esa angustia de no entrar en el molde fue el feminismo, los feminismos que fueron construyendo mientras se hacían las preguntas cotidianas: ¿por qué no puedo con todo? ¿tengo que seguir dándole la teta? ¿cuándo encuentro el tiempo para depilarme?

Y así entré a Luna Plutón, temiendo un compendio de frases literales que pusieran en frases más o menos hechas, más o menos bellas, una experiencia con fisuras pero sin dientes.

Y sin embargo, Flor Monfort es una poeta y sabe esculpir cada verso como un acontecimiento irrepetible. Como diamantes perdidos en la bruma del día. Si todo el libro trajera ese verso, sería suficiente. “La maternidad es un lío”, te tira en el medio de un poema y te obliga a parar, para después seguir en el tobogán de sensaciones que va tejiendo.

No encontrarás proclamas sobre la maternidad, ni sobre nada. Más bien versos que juegan con las imágenes. Te amagan con completarlas, pero no, porque justamente de eso se trata: de dejar el espacio para que llenes de sentido. Sin la persona que lee, la poesía no existe.

Sentidos múltiples que acercan abismos. La maternidad como experiencia que irrumpe y viene a dejar al descubierto todas las costuras patriarcales de tu familia disfuncional. Un viaje a tu propia infancia donde cada año vivido puede condensarse en cuatro versos. La maternidad como una alucinación que sólo para cuando el niño habla. Pero no para nunca.

Estamos solas pero no, dice Flor Monfort, que estuvo sola durante su embarazo y su puerperio, pero no. Que hizo las cuentas afiebrada, haciendo malabares con un sueldo precarizado que no alcanzaba, ni siquiera, para empezar a planificar el mes. Y lo pone en versos, sin quejas ni panfletos.

Los años que vivimos sin llegar a pagar las cuentas, que son estos, ella los tuvo por anticipado en una maternidad elegida, aunque seguramente no la imaginó tan a la intemperie. Una intemperie llena de páginas del suplemento Las 12 por cerrar los martes y los miércoles, mientras llevaba a Gian al jardín en la otra punta de la ciudad, y acomodaba las piezas del Tetris para que su madre pudiera cuidarlo la noche del cierre. Y de años en los que la escritura era también la forma de salir de la calesita.

Y entretanto, las entrevistas a víctimas de violencia, las tapas sobre activismo gordo, los perfiles en la contratapa de Las 12, donde ponía en palabras las cuentas pendientes del feminismo. Y mientras tanto Ni Una menos, la marea verde, la necesidad de estar en la calle, y estar en la redacción para el cierre, y estar en la casa para que Gian durmiera, y estar multiplicada en muchas Flor, que a veces podía disfrutar de tirarse en el sillón de la vecina a mirar la tele.

Esta enumeración no es para romantizar las dificultades, porque sería cínico decir que bienvenida esa intemperie si permitió alumbrar estos versos. No será así, pero es cierto que no cualquiera hace belleza en medio del derrumbe.

La maternidad elegida fue todo un viaje que emprendió sin siquiera pensar en que podría ser también un naufragio personal. Casi literal, hasta se inundó su casa cuando estaba con el embarazo avanzadísimo. Y se calzó las botas para seguir remando ese proyecto: tener un hijo sin convertirse en madre.  En esa madre estandarizada.

Todo eso se lee en unos poemas que no te cuentan nada, para eso está la narrativa, pero te llenan de imágenes del desamparo, de la resiliencia, de esas palabras que cuando se enuncian pierden potencia poética. Y ella entonces, las convierte en imágenes como cuchilladas. Y te dice que no te dejará quedarte tranquila en la enunciación, porque eso no es poesía, al menos no la que ella quiere hacer.

Buscará que cada verso diga y no diga, que sus imágenes floten en la bruma como los diamantes de las risas compartidas con sus vecinas del edificio donde vivió con Gian. Jugará a que sus palabras hagan comunidad, como aprendió a hacerla en su maternaje con otras mujeres que estaban –como ella– solas pero no. Y encontró las metáforas que te traen olores y escenas como retazos. Nada terminado, nada digerido, nada contado para tranquilizar a las que quieren una fórmula.

La poesía es justamente romper esas fórmulas, y Flor lo hizo con tanta amorosidad como coraje. Porque es “una chica de carácter” y por eso, justamente, puede escribir: “las amigas redes pescadoras/ volver a dormir enredadas/ volver a ser carácter”.

Si algo quiero decir de las poesías de Flor es que no te dejan impávida. Te entran por ese camino lateral reservado para la belleza sin explicaciones. Lo mejor que se puede decir de una poesía, que se saca el sayo de lo literal y digerido para insinuar otros mundos posibles. O imposibles.

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Sobre el autor:

Acerca de Sonia Tessa

Es periodista. En el siglo pasado se recibió de licenciada en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario. Trabajó en El Ciudadano, La Capital y Rosario 12, su primer medio, adonde volvió y continúa. También anduvo por la tele y la radio, un medio que ama. Su mayor orgullo profesional es escribir en Las […]

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