La primera vez que Lady Diana Spencer apareció con el suéter de la oveja negra (o “jérsey”, como lo llamarían los británicos) fue en junio de 1981. Tenía diecinueve años y estaba a un mes de la boda que la transformaría de asistente de guardería en Pimlico en la Princesa de Gales. Antes de mudarse al Palacio de Buckingham, Diana vivía con tres amigas en un espacioso piso en Knightsbridge que sus padres le habían comprado. Dicen que había colgado un letrero sobre la puerta de su cuarto que decía «Mina jefe” (Chief Chick). Sin embargo, esta autonomía desfachatada terminó casi de la noche a la mañana, una vez que Diana y el príncipe Carlos se comprometieron. Desde el momento en que la sacaron de su departamento y la metieron en un automóvil real, Diana fue monitoreada, arreglada, aconsejada sobre qué decir y, lo más importante, qué no decir ante los flashes y los diarios de chimentos. No estaba completamente amordazada, pero tampoco era del todo libre para decir lo que pensaba. (Según Meghan Markle, no lo es ningún miembro de la realeza). Así que su ropa transmitía mensajes por ella. El suéter de la oveja negra, que Diana usó públicamente por primera vez para animar uno de los partidos de polo de verano de Charles, presenta a docenas de criaturas de lana blanca brincando sobre un fondo rojo cereza, con una sola oveja negra que sobresale del rebaño. Claro que no llevaba en ese entonces el pesado simbolismo casi predestinado que asumiría más tarde, cuando Diana se vio en desacuerdo con todo el clan real. Pero parecía transmitir con cierto sentido del humor la extrañeza de su recién descubierta posición: la pollito a cargo renace como una princesa en ciernes. Las dos diseñadoras del suéter de la oveja negra, Sally Muir y Joanna Osborne, de la marca de prendas de lana Warm and Wonderful (ahora conocida como Muir and Osborne), todavía no saben exactamente cómo llegó Diana a poseer la prenda; la teoría en curso, según me dijeron hace poco por teléfono, es que la madre de uno de sus pajes de boda se lo dio. Las diseñadoras descubrieron que Diana tenía uno recién cuando vieron su foto en el diario del domingo. El suéter, que a Diana le gustó tanto que se lo puso una segunda vez en otro partido de polo, dos años después de su boda, se volvió casi tan viral como podía serlo una prenda de vestir en la era anterior a las redes sociales, y Muir y Osborne recibieron “bolsas de cartas llenas de pedidos” después de que apareciera en la prensa. Segunda vida El suéter vuelve a aparecer en la cuarta temporada de The Crown, el drama de Netflix que narra la vida de la aristocracia británica a lo largo del siglo XX y se estrenó el fin de semana pasado. Hace su cameo en tres episodios, cuando Diana (interpretada por Emma Corrin, una actriz sacada de una relativa oscuridad para el papel, no muy diferente a la propia Diana) está enclaustrada en el palacio. La toma es parte de un montaje que muestra a Diana durante los extraños y vertiginosos meses entre su compromiso y su boda, que se televisaría a todo el mundo. La vemos en un raro momento de alegría adolescente, patinando por los pasillos del Palacio de Buckingham mientras escucha a Duran Duran con su Walkman; también la vemos entrada la noche y devorando budines de la despensa del palacio, antes de vomitar en el baño de su habitación. Somos testigos del vértigo que siente al responder a su primer correo de admiradores reales, y también de la rigidez de sus lecciones de ballet. Ella usa el suéter de ovejas (una de las únicas versiones originales que quedan, que Muir y Osborne prestaron a la producción) mientras se deja caer frente a la televisión para ver un recorte de noticias en el que alumnos ingleses hacen tarjetas de boda para la feliz pareja real. El suéter está ahí y en un instante desaparece, no es tanto un guiño público en el que leemos la vida real, sino una afirmación sombría y privada de la soledad dorada de Diana. El suéter no era típico del look de Diana en ese entonces. Como una prometida pudorosa, Diana usaba mucho las mangas abullonadas, blusas con escote festoneado, delicados motivos florales de Liberty, el estilo doméstico y en tono pastel de Laura Ashley, moños y lazos de cinta y cuellos a lo Peter Pan. El modelo estaba en algún lugar entre una bibliotecaria y alguien de un club sororo de chicas de los ochenta, y cimentó su imagen como la actriz de reparto que apoyaba a su futuro esposo, el sofisticado hombre de mundo y estirado, trece años mayor que ella. Sin embargo, después del divorcio, el estilo de Diana se transformó y su guardarropa parecía transmitir una especie de abandono despreocupado, una audacia ganada con tanto esfuerzo que nació de alejarse de la residencia real de Highgrove. Llevaba elegantes blazers de estilo masculino y pulcros vestidos de lentejuelas y, en sus horas menos formales, salía con jeans delgados de cintura alta, remeras holgadas y gorras de béisbol, looks que hoy no inspiran menos admiración que cuando Diana los usó por primera vez. Nueva generación Eloise Moran, una escritora de moda de Londres que ahora vive en Los Ángeles, dirige @ladydirevengelooks, una de las cientos de cuentas de agradecimiento a Diana en Instagram, donde publica fotos de los atuendos de Diana, en su mayoría de los noventa. Moran, que tiene veintiocho años, es demasiado joven para recordar de primera mano el período al que rinde homenaje su relato. Me dijo que, antes de comenzar con el canal, “no estaba, digamos, súper obsesionada con Diana”. Comenzó a apreciar el estilo de Diana hace solo unos años, mientras veía un documental de la realeza. “Era completamente anti-sistema y en contra de esa forma femenina de vestirse como princesa”, dijo. La cuenta, con su desfile de modelos glamorosos e irreverentes (más una imagen, hecha por un artista británico de caricaturas, de alguien que luce como Diana y apaga la cámara), atrae a una nueva generación que quisiera celebrar la narrativa del empoderamiento en las elecciones que hizo Diana sobre la moda, una especie de dedo medio portable para agitar frente a la monarquía y la prensa. Ésta es la generación más joven de “dianófilos” que atiende el diseñador de treinta y tres años Jack Carlson con su reciente reedición de dos de los suéteres más icónicos de Diana (incluido, naturalmente, el de la oveja negra), para su muy pituca marca Rowing Blazers, que se lanzó en 2017 y se ha ganado una base de admiradores de culto entre las celebridades (incluido Timothée Chalamet), fabrica prendas como blazers ostentosos con rayas de arcoiris, camisas de polo de gran tamaño y sombreros de pana y nailon atrevidos, bordados con frases como “¿Sos un pituco?” y “Todo es vanidad”, que se encuentran en la delgada línea que separa la adoración por los códigos de vestimenta de las instituciones de élite y su burla. “Si hay algo que odio es, digamos, la estrechez de miras”, me dijo Carlson, quien se educó en Georgetown y Oxford, y fue timonel del equipo nacional de remo de Estados Unidos. El suéter de la oveja negra de Diana es la primera incursión de la marca en la moda femenina. Carlson trabajó con Muir y Osborne para recrear fielmente el original. (“Bueno, está ligeramente mejorado”, me dijo Osborne. “El original tenía hebras largas en las que podías enganchar las joyas”). Los suéteres, que están hechos a mano en Portugal y cuestan doscientos noventa y cinco dólares, se vendieron en vivo en el sitio de Rowing Blazers el 8 de octubre. Se agotaron en veinticuatro horas. “The Crown ayuda, por cierto, y muchas personas me han preguntado si planeamos que estos suéteres salgan con la nueva temporada”, dijo Carlson. “¡Y la respuesta es no! He estado trabajando en esto durante casi dos años. Si hubiéramos tenido alguna idea al comienzo de este proceso de cuánta emoción iba a haber, habríamos hecho mucho más”. Para aquellos menos inclinados por el rebelde del rebaño, Carlson también ha reeditado un suéter de Diana de color melocotón, originalmente de la marca Gyles & George, que dice “I’m a Luxury” en letras azules en la parte delantera y, en la parte posterior, “Pocos pueden pagar”. Gyles Brandreth, uno de los cofundadores de la marca, me dijo por Zoom, desde su casa en Londres, que Diana compró el suéter en algún momento a fines de los años ochenta, en la tienda Gyles & George en Kensington. “Ella haría sus propias compras”, dijo. “No era normal para alguien de la realeza, pero ella no era alguien normal entre la realeza”. Brandreth, un enérgico ex-P.M. y presentador de programas de juegos, se ha vuelto ligeramente viral el último tiempo por publicar selfies mostrando su propia colección de suéteres, incluido un original “I’m a Luxury”. Le gusta contar la historia de cómo conoció a la Princesa de Gales en persona, algunos años después de su compra. “Ella dijo: ‘¡Oh, me pongo tus jérseis!’“, me dijo. “Y le respondí: ‘No, no, yo uso los tuyos’“.

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En la próxima temporada de The Crown, cuando Elizabeth Debicki asuma el papel de Diana, acaso los espectadores podrán ver el homenaje de la serie al estilo más liberado de Diana después del divorcio. Mientras tanto, el episodio de la boda recrea la infame entrevista de compromiso de Diana y Charles, durante la cual un periodista le preguntó a la pareja si estaban enamorados y Charles respondió con brusquedad: “Lo que sea que signifique ‘enamorado’“. La verdadera Diana dijo más tarde que este comentario la “traumatizó” y la hizo cuestionar sus nupcias, eso y descubrir que Charles nunca tuvo la intención de dejar de ver a su ex novia Camilla Parker Bowles. Es extraño ver el desgarrador relato de la serie sobre la ruinosa unión de Diana y Charles, y saber que años más tarde su angustia se convertiría en una especie de taquigrafía del poder femenino que los compradores podrían consumir. Antes de ser un lujo que pocos pueden permitirse, Diana pagó un precio, claro.

Nota bene: se respetaron todos los hipervínculos de la edición original publicada en The New Yorker. Traducción de Pablo Makovsky.

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Sobre el autor:

Acerca de Rachel Syme

Redactora de The New Yorker, ha cubierto moda, estilo y otros temas culturales para The New Yorker desde 2012. Su trabajo reciente incluye una inmersión profunda en la popularidad de los jeans de tiro alto, una exploración de los «bathfluencers» y el auge de la cultura del baño en Instagram, una mirada a la historia […]

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