Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, en 1972. Es escritora y también psicoanalista. Vive desde 1990 en Buenos Aires, donde coordina talleres de escritura y es docente de Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires. Publicó ocho libros de poesía y dos antologías de su obra. Sus textos han sido traducidos al francés, inglés, portugués, italiano y sueco. Además, participó de múltiples antologías de poesía y ensayo, en el país y en el exterior.

En La desobediencia, su poesía reunida, escribió: “No sabría cómo renunciar a la esperanza de que la poesía sea capaz de despertar e iluminar a otros, de salvarlos como a mí me ha salvado”. Es que para ella la escritura de poesía es un acto ligado a la empatía. Algo así como que las palabras perforen y atraviesen el otro lado para acercarlo. “Es la posibilidad de cultivar la imaginación, esa facultad que nos permite ponernos en el lugar de otrx e imaginar qué se sentiría ser esx otrx. Es un acto que nos saca del egocentrismo y la vanidad para ponernos en contacto con las vidas ajenas, sin las cuales la escritura, a mi juicio, no tiene ningún sentido. Si no es para otrx y por otrx, no veo para qué escribir”, dice.

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La poeta visitó la ciudad invitada en el marco del segundo encuentro de «Gritos desgarraduras rapaces. Poéticas feministas» que se realizó en la Facultad Humanidades y Artes el mes pasado y que reunió a poetas mujeres y no binaries. Lo que para ella significó una experiencia potente y relacionada profundamente con la manera en que concibe la creación artística. «Para mí no existe lo ético por un lado y lo estético por el otro. Ni en mi vida ni en mi relación con lo que leo: me es imposible admirar la obra de un autor o autora cuyas posiciones políticas me parecen nefastas. No puedo hacer esa distinción», dice.

En El secreto, escribió: “Las voces de las mujeres que se fueron/ dicen cosas todavía. Pequeñas cosas acerca/ del funcionamiento del hogar, secretos/ para que todo siga andando sin ellas/ como si ellas todavía anduvieran/ silenciosas y diligentes, caminando por la casa/ De la casa sólo quedan ruinas, campo ralo/ donde uno, o unos pocos, sobreviven/ se miran a sí mismos o entre sí/ sin entender qué cosa es la que falta”.

—Tu poesía posee muchas y variadas imágenes de la infancia en Resistencia. ¿Cómo fue tu infancia? ¿Y en relación a los libros? ¿Leías?

—Mi infancia en Resistencia tuvo muchas aristas. Lo efectivamente sucedido es que tuve una infancia difícil, dentro de una familia compleja. Pero también sucedieron los libros. Desde muy temprano tuve una relación apasionada con la lectura. Leía mucho, leía todo el tiempo, leía lo que caía en mis manos. En mi casa natal había una gigantesca biblioteca y me pasaba horas ahí. Aunque lo que más me gustaba era salir al jardín de la casa, a la siesta, y quedarme leyendo cuando todos dormían. Esa sensación de libertad, de soledad propiciatoria y benéfica, viene de esas horas de lectura, a la siesta. Yo diría que la lectura, y más tarde la escritura, me dieron un horizonte que fue sanador y liberador, que me sacó del encierro y la parálisis en que las miserias familiares muchas veces dejan atrapadxs a lxs niñxs. Buena parte de mi obra (en particular libros como Geología o La siesta) tienen como lógica la reinvención de la infancia, de hecho Geología tiene un epígrafe de Bachelard que nos invita a imaginar de nuevo nuestra infancia. Es decir, crearla, inventarla partiendo de detalles reales pero convirtiéndola en un mito de origen, en una ficción, en aquello que hubiéramos deseado que fuera.

—Tus dos profesiones tienen como eje a las palabras. Tanto en la escritura, como en el psicoanálisis, lo “no dicho” tiene un lugar fundamental. ¿Es así?

—En ambos oficios se trabaja con la misma materia prima, las palabras. Pero también con el propio deseo, en lo que tiene de inconsciente, de indomable, de incontrolable. La poesía se acerca, ronda esos contenidos pulsionales que no podrían ser cercados, nombrados por la palabra y hace de eso su eje. El psicoanálisis también. Aunque con finalidades bien diferentes. La poesía no tiene un objetivo terapéutico. Pero si seguimos a Freud, el análisis tampoco. Siempre  recuerdo una frase de él que me encanta: “la cura se produce por añadidura”. Es decir que cuanto más la busquemos, cuanta más voluntad pongamos en esa búsqueda, más se nos escapará. Se podría pensar que la poesía también se produce por añadidura. Demasiado Yo alerta, atento, controlador, solo producen su huida. La poesía se escribe ahí donde el Yo queda depuesto, al menos por un rato, donde cede su primacía y su reinado, donde nos ausentamos y dejamos que algo nos atraviese, que algo que no conocemos ni dominamos nos atraviese. De eso está hecho el lenguaje poético: de lo que siempre huye, de lo que –si adviene– advendrá porque sí, no porque lo llamemos, y advendrá cuando menos lo esperamos.

—El año pasado la editorial Contexto publicó el libro La desobediencia, con tu poesía reunida. ¿Cómo fue el ejercicio de releer tu obra? ¿Qué es lo que pudiste ver de la Claudia que recién empezaba a publicar con la actual?

—Pude ver las recurrencias, los elementos que aparecían ya en los primeros libros: la presencia de la infancia, del silencio y del lenguaje, la reflexión sobre el amor; diría que es a partir de Geología que empiezan a trazarse estas recurrencias sobre la base de un discurso que podríamos llamar “un discurso de la empatía”. Mi primer libro era el libro de alguien muy joven y con mucha rabia encima. Mi segundo libro es ya el libro de alguien no tan joven y que empezó a encontrar un curso para esa rabia, un destino, un modo de convertirla en otra cosa sin reprimirla ni cercenar su fantástica fuerza. Creo que –sobre todo a las mujeres– la rabia nos permite no victimizarnos ni melancolizarnos, el enojo juega un papel importante en el hecho de que podamos resistirnos a convertirnos en meros objetos, que podamos evitar ser desubjetivizadas. Pero muchas veces esa rabia termina volcándose sobre nosotras mismas, y es allí cuando la victimización y la melancolía nos alcanzan. Creo que mi poesía es una poesía llena de tristeza y de rabia, pero que ambos sentimientos fueron –a lo largo de los libros, a lo largo de los años– encontrando un cauce, una posibilidad de transmutación, sin apagarse, porque convengamos que este mundo nos da sobrados motivos para enfurecernos y entristecernos. Pero también nos da la chance magnífica de reparar en nosotras mismas y en las otras el daño padecido. Creo que algo de ese saber hacer en relación a la tristeza y la rabia aparece a partir de Geología y se transforma en un horizonte en mi poesía. Digo horizonte porque quién podría arrogarse un saber al respecto. Es un lugar hacia donde ir: la empatía, la conciencia de que el daño que se nos ha causado puede ser reparado en lxs demás. Que así como está la posibilidad de hacer a otrx lo que se nos ha hecho, también es posible reparar en otrx lo que se ha hecho en nosotrxs.

—Estamos viviendo un contexto histórico con los movimientos de mujeres y de disidencias sexuales, con el feminismo atravesando las lógicas de la vida cotidiana y del hacer cotidiano. ¿Cómo lo vivís?

—Lo vivo con esperanza, con una tremenda esperanza. Creo que si las condiciones de subalternidad que padecemos las mujeres y las disidencias van menguando, se le arrebata a este capitalismo salvaje gran parte del oxígeno que le permite mantenerse vivo. De todos modos, pienso que las mujeres tenemos que aprender a ser amables y empáticas entre nosotras, que se nos ha transmitido desde muy pequeñas un recelo y un cierto odio a lo femenino, una misoginia de la que solo el contacto con las otras, la convivencia, el comenzar a conocernos y a reconocernos puede curarnos. Se ha manifestado esto con mucha crudeza en los últimos tiempos en relación a algunas denuncias que han surgido sobre abusos en el campo de la literatura. Muchas mujeres han saltado en defensa del abusador con una virulencia solo equiparable al esfuerzo que han puesto en defenestrar a la víctima. Y se entiende: nadie quiere quedar del lado de la víctima, todxs pensamos que nos salvaremos, que estaremos protegidxs bajo el ala del poderoso. Pero ha sido particularmente doloroso cómo se han puesto en dudas los testimonios de algunas de las chicas que se animaron –con un costo enorme– a contar lo padecido. Cómo se trivializaron las denuncias, cómo se las minimizó, cómo se justificó a lxs abusadores. Pero paralelamente hubo muchas, muchísimas chicas apoyando, poniendo el cuerpo literalmente, negándose  –por ejemplo– a editar un libro en una editorial cuestionada por su relación con uno de los abusadores. Esto genera una gran esperanza en nuestras posibilidades como colectivo, como sujetxs políticxs.

—Pienso en Claudia Piñeiro y su discurso en la apertura de la Feria del Libro del año pasado, pienso en Rita Segato abriendo la de este año. ¿Crees que se está modificando esta idea de que el escritor o la escritora debe estar alejado o alejada de las temáticas de actualidad, de las temáticas sociales y políticas?

—Creo que esa es una idea triste y pobre, que parte de una comprensión triste y pobre de la política, de su identificación con lo político partidario, y de no advertir hasta qué punto el lenguaje y el uso que hacemos de él es político, de qué modos afecta nuestra manera de estar en el mundo y de posicionarnos en él. Cómo podría no ser político el arte si trata de la condición humana, y nuestra condición humana implica lo gregario, implica un ser con otrxs, por ende implica el modo –más o menos injusto, más o menos cruel, más o menos empático– de organización social en que vivamos.

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Acerca de Paula Turina

Es Comunicadora Social, egresada de la Universidad Nacional de Rosario. Adscripta en la cátedra de Periodismo Digital. Asiste al taller literario “Alma Maritano” coordinado por el escritor Pablo Colacrai. Algunos de sus cuentos trabajados en ese taller se publicaron en la contratapa del suplemento Rosario 12 de Página 12. Participó en la antología “Yo quería ser manzana”coordinado por la escritora Maia Morosano. […]

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