—¿Y si vive de noche y duerme de día?—se preguntaba Mariana Loterszpil, junto a Patricia Redondo, durante el proceso de creación de la serie Medialuna y las noches mágicas, hace unos años en Pakapaka.

—Ah, está bueno, los chicos le tienen miedo a la noche. ¡Es un modo de desacralizarlo!

—Y además vamos a contrapelo, aunque tengamos hechizos, brujas y princesas, tal como ocurre en los cuentos tradicionales.

—Quizás puede ser una princesa indígena, no sé, que viene de México.

—¿Y si cuando sale de noche la acompañan sus mascotas?

—Sí, pero en lugar de un perro y un gato, hagamos un sapo, una lagartija o un carpincho. No sé, es una forma de romper con los lugares comunes y los estereotipos.

Desde octubre en Santa Fe niñas y niños que cuentan con un abono básico de Cablevisión pueden ver las señales: 22-Disney Channel, 23-Nickelodeon, 24-Cartoon Network, 25-Disney XD, 26-Discovery Kids, 27-Boomerang y 28-Playhouse Disney. Pakapaka brilla por su ausencia.

Cuando se habla de la señal infantil y educativa que creció en la última década se menciona, siempre, y casi como un mantra, una palabra: adoctrinamiento. A ver: ¿Disney Channel no adoctrina? ¿No está lleno de princesas que esperan despertar cuando un príncipe las besa? ¿No hay siempre alguien que muere? ¿Las mujeres no son todas rubias, esbeltas y flacas? ¿De qué estereotipos hablamos? ¿De Atahualpa Yupanqui, Julio Cortázar, Osvaldo Bayer o Ramón Carrillo? ¿Gravity Falls no es blanco, vive en Oregón y su abuelo (en lugar de pelear por que le aumenten la jubilación) duerme en una cabaña?

¿Soy Luna acaso no viene de las playas de Cancún? ¿La princesa de Arandell no era feminista? ¿Son, acaso, modelos excluyentes? O, como dijo una mamá: En una misma torta de cumpleaños de una niña, hoy, pueden convivir, muy armoniosamente y sin grieta, Peppa Pig y Juana Azurduy. ¿No saben que en Pakapaka además de Zamba (que estaba buenísimo) hay / había programas como Listo el Pollo, Los Cazurros, Minimalitos, La Lleva Latinoamérica, La vuelta en cuento, Derechos torcidos, Batu, El hombre más chiquito del mundo, Horacio y los plasticines, Los mundos de Uli? ¿Qué pasa con los contenidos nacionales? ¿O acaso no hay producciones en Francia, Colombia, Chile o Sudáfrica que valgan la pena? ¿Solamente tenemos que mirar –o dejar que nuestros hijos o hijas miren— lo que se produce en Estados Unidos?

Hace unos años, una gran amiga me contaba qué veía cuando era chica: Mirko y Slavko. Eran dos amigos que siempre trataban de arreglar algo. “Eran creativos, sin agresión”, pensaba. Las animaciones hablaban de pequeños que eran traviesos, que ayudaban a otros, que buscaban ingeniárselas para resolver algún problema. Si bien en la ex Yugoslavia, donde creció mi amiga y cuando aún estaba Tito, se podía ver Tom & Jerry, cuando los comparaba con los dibujos animados de origen norteamericano, le parecía que estaban cargados de un manto que en su entorno no proliferaba: la violencia. El mejor, me contaba, era –por lejos– el de la famosa escuela de animación de Zagreb: Profesor Baltazar, que inventaba cosas para resolver los problemas de la gente. Por todo eso, del mismo modo que nosotros jugábamos a los cowboys y los indios–, ellos peleaban (o cantaban canciones) ¡de los partisanos contra los alemanes!

¿No se puede buscar de qué modo mejorar ciertas políticas públicas, en este caso las audiovisuales, en lugar de desaparecerlas, vaciarlas o destruirlas? Parece ser que no. El abandono y el desguace por parte del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos (SFMyCP), a cargo de Hernán Lombardi, parece embriagarse con saña. El presupuesto de la primera señal infantil pública de la región sufrió una baja tan devastadora que hasta hace peligrar la misma continuidad del canal: Pakapaka pasó de 101.626.748 pesos en 2016 a 36.499.652 en 2017 (casi dos tercios menos) y, en lo que va de 2018, alcanzó su mínimo histórico: solo 6.583.231 pesos.

La producción de la señal infantil, en solo tres años, bajó hasta un 75 por ciento: de 87,60 horas de producción propias (19 series y 7 microprogramas, muchos realizados durante la gestión anterior) en 2016, se pasó a menos de la mitad: 37,55 (8 series, 5 micros y una app) en 2017. La cifra de 2018, hasta ahora, es de seis producciones propias (seis series y 2 microprogramas), con un total de 22,75 horas.

La semana pasada, el ex ministro de Educación, Alberto Sileoni, descubrió que en los aviones de Aerolíneas Argentinas, cuando apretaba el botón en “Educativos”, en la pequeña pantalla frente a su asiento, se desplegaba Mickey: Aventuras sobre ruedas con la historia de “La carrera Wiki Wiki” y una “pandilla que interrumpe las vacaciones de Donald en Hawai”. Ahora, de Pakapaka, nada.

“Es un escándalo. Lo usaban para la propaganda partidaria más burda. Fue Zamba de los fanáticos, al niñito que había nacido bien lo transformaron en un fanático. Es una locura porque con los chicos no te podés meter”, opinó Hernán Lombardi, en 2016, sentado en la mesa de Mirtha Legrand.

Después, cuando todas las señales del Ministerio de Educación de la Nación saltearon la legislación actual sin pasar por el Congreso y se pusieron bajo su órbita, directamente, recordó: “Zamba va a seguir pero sin ideología”.

Me acuerdo de la época en que estudiábamos un clásico de los años 70: Para leer al Pato Donald. Hay varios que deberían volver a pegarle un vistazo. ¿O eso tampoco era ideología? Hablemos de doctrinas pero también de que vuelvan las princesas morochas, que salen de noche y duermen de día porque están hechizadas.

la ciudad está en obra
Sobre el autor:

Acerca de Tamara Smerling

Tamara Smerling nació en Rosario en 1977. Trabaja como periodista desde 1995. Fue redactora en el diario El Ciudadano, trabajó en Radio Dos y TL105, de Rosario. En 2003 ganó la beca de perfeccionamiento Nuevos Periodistas Diario Clarín que organiza la Fundación Noble y llegó a Buenos Aires donde trabajó en las secciones de noticias […]

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