Aunque no lo cita, este artículo publicado esta semana en el medio de izquierda estadounidense Jacobin –que apoyó la candidatura del socialista democrático Bernie Sanders–, reproduce un concepto que difundió hace casi un mes el historiador y sociólogo argentino –radicado ahora en Noruega– Ernesto Semán y citamos ya en Rea. Trata sobre política estadounidense, aunque esta traducción apunta a una agenda que nació con la campaña de Donald Trump y la del Brexit en 2016, la de una ultraderecha que tiene sus epígonos en Argentina donde también, antes que una polarización, hay una radicalización de la derecha. “Este ciclo empieza por la radicalización de la derecha ante esfuerzos moderados de expansión de derechos”, respondió entonces el mismo Semán al subrayar la esencia de su concepto. PM.

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Los recientes ataques de Joe Biden contra Donald Trump y los “republicanos del MAGA*” enfurecieron a la derecha estadounidense. Lo que debería sorprendernos no es el poder del ataque –contra lo que son, después de todo, fuerzas abiertamente antidemocráticas– sino el desvío que representa el enfoque que los actores políticos mayoritarios adoptaron en general: es decir, se tiende a eufemizar la amenaza de la extrema derecha y a dibujar una falsa equivalencia con las fuerzas que la resisten.

El concepto de “polarización” se usa cada vez más en los círculos dominantes para lamentar el estado actual de la política. Hay un paralelo progresista hacia los pánicos morales de la derecha sobre la cultura de la cancelación, el woke** –o lo que solía llamarse “corrección política desquiciada“. Tales pánicos morales generalmente se basan en hechos ridículos que, sin embargo, se filtran en el discurso público, a menudo con la ayuda de los principales medios de comunicación. Como ha documentado Nathan Oseroff-Spicer, el pánico del woke se ha extendido a los clubes de striptease, el ejército, las corporaciones, la educación médica y la monarquía británica, entre otros. Si bien el centro liberal puede considerar exagerada la “guerra contra el woke” de la derecha, insisten en presentarla como un lado de un duopolio de extremismo tanto de izquierda como de derecha. La derecha puede haberse permitido tendencias extremistas y autoritarias, se argumenta, pero también lo ha hecho la izquierda. Los trumpistas y partidarios del Brexit son la otra cara de los antifascistas y los estudiantes woke demasiado entusiastas.

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La solución, se nos dice con condescendencia, se encuentra en un término medio más razonable basado en la tolerancia hacia los puntos de vista divergentes. Pensemos, por ejemplo, en la proliferación de comentarios sobre personas de izquierda que se niegan a besar a los reaccionarios o la necesidad de “construir puentes” o “encontrarse más allá de la grieta”. ¿No es esto lo que ha permitido a nuestras sociedades avanzar hacia este estado avanzado de democracia? ¿Quién fue el gran filósofo que una vez dijo “hay gente muy buena en ambos lados”?

Esto no es nada nuevo, por supuesto. Durante mucho tiempo ha sido fundamental para el progresismo abstracto y ha servido para proteger contra un cambio democrático demasiado radical que habría desafiado los intereses ligados al statu quo. Por lo tanto, no es del todo sorprendente ver su reciente resurgimiento bajo frases tan trilladas como “el mercado de las ideas». Se nos dice que no debemos asustarnos de las ideas con las que no estamos de acuerdo: si son malas pero las confrontamos en público, serán derrotadas y la razón prevalecerá. Parece sensato si no se prestara atención a los acontecimientos políticos de las últimas décadas y a lo que está en juego realmente en la política moderna.

¿Madurez?

Es fácil ver cómo este posicionamiento es atractivo y reconfortante para quienes se encuentran en la comodidad de su posición. Según esta postura, nuestra libertad está actualmente amenazada por aquellos que argumentan que ciertas ideas están fuera de los límites, ya sea en la izquierda o en la derecha. Este enfoque suave, maduro y sensato de la política no podría parecer más razonable. Si este statu quo beneficia a quienes defienden esta posición, bueno, será solo una ventaja adicional.

Sin embargo, esto es razonable sólo si hacemos abstracción de lo que es la política. Esto significa ignorar cuán profundamente desiguales e injustas son nuestras sociedades y cómo la situación, de hecho, está empeorando. Significa ignorar las crisis que ahora nos acechan, la urgencia de soluciones radicales y cuán intransigentes son realmente las fuerzas de la reacción. Parece cada vez más claro que el fascismo está surgiendo como respuesta a la incapacidad del sistema actual para resolver las crisis que él mismo creó. En tal contexto, es simplemente criminal que la corriente principal progresista complazca a los reaccionarios y normalice sus puntos de conversación.

La polarización ha sido utilizada por académicos y comentaristas para hablar sobre el vaciamiento del centro político con miras a Europa continental, donde se ha derrumbado el apoyo a los partidos socialdemócratas y de centro-derecha. Pero en el mundo anglosajón, el término también se ha utilizado para describir una radicalización tanto de la izquierda como de la derecha.

Sin embargo, esto a menudo significa retratar una radicalización paralela en ambos lados, equiparando las peligrosas tendencias autoritarias de la derecha con el supuesto “despertar” radical de la izquierda. El resultado es crear una falsa equivalencia entre una posición de extrema derecha y el rechazo en su contra, sin importar cuán leve sea su forma (por ejemplo, no querer salir con republicanos del MAGA).

Como tales, los polarizadores incluyen a los abierta y violentamente racistas, sexistas, homofóbicos, transfóbicos, clasistas, escépticos del cambio climático, pero también a aquellos que se posicionan directamente del lado del antirracismo, el antisexismo, los derechos LGBTQ y contra la pobreza y la desigualdad, así como por un cambio radical para hacer frente a la crisis climática.

Esta falsa equivalencia tiene dos consecuencias igualmente perturbadoras. En primer lugar, si bien pinta a ambos lados de manera negativa, equiparar la política reaccionaria con su oposición normaliza automáticamente la política reaccionaria como si fuera una parte legítima de la discusión: ¡debemos escuchar a ambos lados! Pensemos, por ejemplo, en la forma en que la BBC en el Reino Unido cubrió el cambio climático durante años, dando casi el mismo espacio a los negacionistas y a los científicos, o en la cobertura desproporcionada que reciben los políticos de la extrema derecha, a los actores y sus problemas con las mascotas.

No solo es ética y políticamente incorrecto dar tanto espacio público a ideas tan peligrosas, sino también ingenuo: presupone que estos actores están realmente interesados ​​​​en la discusión en lugar de impulsar simplemente sus ideas a la corriente principal. Como escribió Nesrine Malik sobre programas como Newsnight de la BBC:

Las opiniones que previamente estaban relegadas a los márgenes políticos se abrieron paso a la corriente principal a través de las organizaciones de medios sociales y tradicionales que antes nunca habrían contemplado su emisión. La apertura de los medios de comunicación significó que no solo las voces marginadas se aseguraron el acceso al público, sino también aquellas con puntos de vista más extremos.

En segundo lugar, refuerza la hegemonía actual al presentarla como la única alternativa a la política reaccionaria, al mismo tiempo que se opone a cualquier resistencia real a estas últimas, y aísla las demandas de un cambio radical a favor de la igualdad y la emancipación.

¿Curar y crecer?

El camino a seguir, se nos dice, es a través de la discusión, la compasión y la reconciliación. Sin embargo, parece que tales gestos siempre deben provenir de la izquierda o de las víctimas de la política reaccionaria e ir a la derecha y los perpetradores de dicha política, que no dan nada a cambio. Fue revelador que la “reconciliación» fuera central en el primer discurso de Joe Biden como presidente electo: “No somos enemigos. Somos estadounidenses… Este es el momento de sanar a Estados Unidos”.

Imaginemos ser una de las muchas personas en el extremo intenso de la política de Trump (y de los republicanos en general, históricamente) a la que se les dice que, aunque haya ganado el bando que se supone que es el suyo, tendrá que esforzarse por reconciliarse con personas que se han envalentonado cada vez más al negar su propia humanidad. Imaginemos que le pidan que dedique tiempo, energía y empatía a los perpetradores de un daño increíble y a los que apoyan todo lo que resulta horrible en nuestras sociedades, mientras ve que se hace muy poco para abordar las muchas crisis que nos afectan a todos (aunque de manera desigual). . A aquellos que se han vuelto más vulnerables se les dice, una vez más, que sean pacientes.

Aunque podemos rastrear tales estrategias desde hace décadas, la incorporación de posiciones radicales se ha acelerado en los últimos tiempos. Solo pasaron unos años después de la campaña Unite the Right (Unamos la Derecha) y el asesinato de la activista antifascista Heather Heyer*** para que Trump afirmara que “había gente muy buena en ambos lados” para que su oposición liberal lo apañara. Esto no debería sorprendernos, ya que el ascenso de Trump y la extrema derecha a nivel mundial a menudo fue malinterpretado por los medios principales. Recordemos cómo se culpó de la elección de Trump (pero también del Brexit) a la “clase trabajadora blanca”. Esto ha jugado muy bien con la arrogancia de la clase media y la fantasía progresista, incluso cuando no se sopesó el escrutinio básico, que desnudó claramente su base en los sectores más ricos de la sociedad. En cambio, se legitimaron políticas que tenían un atractivo limitado, aunque extremadamente preocupante, haciéndolas parecer no solo mucho más “populares” de lo que realmente son, sino también como la voz de los «dejados atrás” a pesar de su inclinación profundamente elitista.

¿Dónde nos deja eso? Las élites liberales todavía se aferran a la fantasía de que el liberalismo es innatamente un baluarte contra la extrema derecha y el fascismo. Sin embargo, esta creencia seguramente se basa en un escaso conocimiento de la historia del liberalismo. De hecho, en muchas ocasiones, la élite liberal ha encontrado posible e incluso preferible ponerse del lado de la opresión en defensa de sus propios intereses, y muchos de los derechos que la élite liberal utiliza para convencer a la izquierda de que los apoye fueron ganados a pesar y no gracias a esta tradición. Los derechos de voto, por ejemplo, siempre fueron limitados y precarios y recientemente se han reducido aún más, tanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido.

La hegemonía que ha alcanzado el liberalismo ha alimentado la creencia de que sólo es posible avanzar lentamente, y que cualquier cosa más allá nos llevaría por un camino autoritario. De ahí deriva la fuerza actual del discurso de la “polarización”. Sin embargo, las muchas crisis que nos acechan exigen mucho más que ampliar derechos. Con nuestra propia supervivencia bajo amenaza en el corto y mediano plazo, se está volviendo claro que el cambio radical está sobre nosotros, nos guste o no. La derecha está lista para ello y tiene ideas claras de cómo podría llevarlo a cabo: ya sea el gobierno tecnocrático de las corporaciones o el fascismo en toda regla. En este contexto, sentarse en la valla entre la opresión y la resistencia no es razonable sino una complicidad con la opresión.

Nota bene: se respetaron los hipervínculos de la edición original en inglés en Jacobin. Se tradujo en algunas ocasiones liberal por “progresista”. Traducción y edición de Pablo Makovsky.

* MAGA: siglas de “Make America Great Again”, slogan de la elección que ganó Donald Trump en 2016: «Hagamos a Estados Unidos grande otra vez”.
** Woke: literalmente «despierto”, podría traducirse como “concientización”. Utilizado en un sentido despectivo –como lo pusimos en una nota al pie en este artículo– es algo así como “un iluminado”, es decir, una persona que cree que sabe algo que los demás no saben y se cree superior por ello. Este mismo exceso lleva de lo políticamente correcto, ya obsoleto, a una especie de etapa superior, la ideología woke. El término, tomado del argot afroamericano, significa “despierto”, es decir, consciente de todas las iniquidades. Evidentemente, la lista es larga. Ser woke requiere estar particularmente atento a todas las minorías, pero esta lógica, llevada al extremo, multiplica la noción de minoría; ¿no es cada individuo una minoría en sí mismo? Ser woke exige enfrentarse a cualquier opresión, objetiva y subjetiva, incluso si está sancionada por la democracia. #MeToo es el aspecto más conocido de esta revolución woke
*** Heather Heyer fue una activista atropellada y asesinada por un joven neonazi en la ciudad estadounidense de Charlottesville, Virginia en agosto de 2017. La mujer, de 35 años, asistía a una manifestación antirracista. Su homicida, que además hirió a una treintena de personas, fue condenado a cadena perpetua en 2019.
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Sobre el autor:

Acerca de Aurelien Mondon y Evan Smith

Aurelien Mondon es profesor titular de política en la Universidad de Bath. Su investigación se centra en el racismo, el populismo y la incorporación de la política de extrema derecha. Su último libro, Reactionary Democracy: How Racism and the Populist Far Right Became Mainstream, coescrito con Aaron Winter, ya está disponible en Verso Books. Evan […]

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