Rosario es la ciudad que vio nacer, brillar y morir al último romántico de las barras del fútbol: el Pimpi Camino. La que en su entrada aloja a uno de los casinos más grandes de Sudamérica. La que tuvo un cabaret, raro y de cierto renombre, que hasta la Municipalidad llegó a nombrarlo como atracción en sus folletos para turistas. La que luce un mural del Pájaro Cantero en el sur profundo. La que esconde, en la parte más pobre del más pobre de sus dos cementerios, tumbas de pibes muertos a tiros en ajustes de cuentas. Pibes que formaban parte de las bandas que trafican y pibes que estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado.

En serie, a los apurones, con mil errores que pasarían desapercibidos y no serían nada importantes, podrían hacerse novelas, cómic, series y hasta biografías de nuestros personajes. Incluso podrían filmarse películas de la talla de El Padrino. Pero el mundo es más lo que no fue, lo que no se hizo, lo que no se pudo, que lo que efectivamente está.  Por eso cuando en el 2017 leí City Center, la primera novela de Marco Mizzi, editada por Pesada Herencia, pensé: al fin algo que cuenta mi ciudad, sus calles, sus posibles personajes; sus destinos trágicos y sus imaginarios de pólvora, plata negra y cielo lacerado. Se trataba de un policial de mirada romántica, que proponía como protagonista a Carlos Bustamante, un detective amigo de lo imposible, un pendejo que veía con simpatía cómo un grupo de alucinados querían robarle al casino de la ciudad.

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Marco Mizzi nació en Rosario en 1991. Es escritor y trabajador de prensa y comunicación. Además de City Center publicó varios folletines de poemas y cuentos en Rosario y Buenos Aires. Es miembro de la redacción de la revista Apología, y colaboró en los diarios El Ciudadano y La Capital, las radios Red TL, Universidad y Planeta Cabezón, el semanario El Eslabón de la cooperativa La Masa y la revista El Corán y el Termotanque.

No hay nada de malo en usar la primera persona, el giro autobiográfico y el monólogo autorreferencial, algo que abunda en la literatura actual. El problema es que eso sea un embole. Que se divague sobre los colores de un mantel o sobre tomarse o no un helado en la heladería de la esquina. El problema es que no haya nada que decir. La literatura no puede ser algo light. Nada de lo que nos conmueve lo es. Los libros no tienen por qué ser universales. Pero los nervios de quienes los escriben tienen que sudar sangre, encontrar belleza en el silencio, escupir sobre las paredes del mundo y no intentar decorarlo. Para que nosotros al leerlos nos sintamos, fugazmente, ingenuamente, en un más allá, algo tiene que haber. Un misterio existencial. Una luz legendaria que atraviesa el corazón de todas las historias. Una épica. Una sutileza que nos anime en este destino de andar al filo de lo errado.

Si con City Center me sentí contento y reivindicado (¿por qué mierda no se escriben más cosas así por  estos días?), con Perversidad, que edita Eloísa Cartonera, me quedé en silencio. En su segunda novela Mizzi despliega una prosa  mucho más lograda y articula, capítulo a capítulo, una trama polenta, una historia posta. Carlos Bustamente vuelve a las andanzas con la idea de encontrar a un  grupo de narcos que se filmaron violando y matando a una menor de edad y luego hicieron circular el video por whatsapp.

Seguí apasionadamente los recorridos de Bustamante: el que hace por las calles de Rosario día a día en su oficio; y el que traza en sus elucubraciones trasnochadas, hilando ideas en silencio para preguntarse qué es una ciudad y de qué sustancia se compone su piedra basal; cuál es el origen legendario de Rosario y cómo va construyendo su identidad, su propio espejo, empañado por el vapor viscoso de los días.

En Perversidad se abre el hígado de la ciudad a partir de un acto brutal, gratuito y burdo. Una ciudad, además de cemento, es carne, hueso y sangre. La manifestación literal del mal, de la maldad, le permite a Mizzi –según dice– investigar ontológicamente su naturaleza, su condición, más allá de los determinismos de época. Perversidad es una novela policial y estas ideas vienen con el vibrar de los acontecimientos, como parte del aire que se respira en el ir y venir de la historia.

Callejones y avenidas. Mafiosos y dementes. Baldosas sueltas que dejan ver las telarañas del poder, extendidas sobre las calles que caminamos y hasta bailando en el humo del cigarro que fumamos. Bares, esquinas y recovecos. Drogas y cultos paganos. Familias tajeadas por la violencia y el sin sentido de las cosas como un sol que alumbra nuestro cielo ciudadano. De eso se compone esta novela alucinante. Ojalá vengan muchas más.

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Sobre el autor:

Acerca de Santiago Beretta

Nació en Rosario en 1989. Es periodista y escritor. Desde 2010 dirige y edita la revista Apología, con veintidós números editados y cuya propuesta es contar la vida cotidiana de Rosario a partir de crónicas, aguafuertes, relatos y entrevistas. Participó con notas de actualidad, crónicas, relatos y entrevistas en La Capital, El Ciudadano, Rosario Express, De […]

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