Los escritores de ciencia ficción podrían clasificarse según un índice profético. Causan ternura muchos intentos de anticipo que se equivocaron de una manera infantil y asombran o asustan en algunos aciertos. Los autos voladores, la colonización de la Luna, Marte y los hombres moviéndose por todo el Universo, los robots antropoides, las curas de todas las enfermedades, la energía resuelta, el confort generalizado, fueron ilusos pifies surgidos de la utopía del progreso científico. Sin optimismo, Arthur C. Clarke de algún modo adelantó la tableta electrónica y los juegos de realidad virtual, H.G. Wells previó la bomba atómica, Ray Bradbury anticipó el mundo de los auriculares y Hugo Gernsback, el videochat y el radar. El género también predijo la comunicación satelital, los submarinos, los psicotrópicos, las extremidades biónicas, los sistemas de circuito cerrado de televisión, los autos eléctricos y las ciudades inteligentes.

En Stand on Zanzibar, John Brunner presagia en los años 1960 un 2010 de autos eléctricos, música electrónica, un Estados Unidos plagado de tiroteos en las escuelas, y jóvenes comunicándose de manera virtual. Los medios emiten breves noticias y reciben comentarios en tiempo real en una vasta red social, la Unión Soviética ha perdido el poder y China se erige como el rival más importante de Estados Unidos. ¡Y el líder mundial es el presidente Obomi!

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En el juego de fantasear probabilidades, naturalmente ha habido tantos aciertos como errores. La dimensión mayor de las profecías rebalsó la lúdica científica e imaginó grandes escenarios de la humanidad. La contracara de la confianza en el progreso de la ciencia han sido las diversas distopías, desplegadas en catástrofes ecológicas, tecnológicas y sociales.

Revisamos el caso de Payasadas, libro de Kurt Vonnegut publicado en 1976 en Estados Unidos como Slapstick y al año siguiente en España por Pomaire. Observamos en particular sus profecías sobre los chinos. Vonnegut no establece claramente fechas, pero en el futuro de Payasadas están los chinos de la realidad de la pandemia de covid-19.

Los protagonistas de la novela son los hermanos Wilbur y Eliza Rockefeller Swain, considerados retrasados mentales pero que se convertían en un genio cuando aproximaban sus cabezas. Wilbur Rockefeller Swain se convierte en presidente de un Estados Unidos posapocalíptico, devastado por las fluctuaciones en la fuerza de gravedad y por pandemias que redujeron su población a un mínimo.

Desacoplados

En el futuro de Payasadas, los chinos se desacoplan de los Estados Unidos porque ya no encuentran en la realidad de ese país algo que les interese. Mientras Estados Unidos se desliza hacia la nada, los chinos han ganado una eficacia insospechada en sus avances propios.

En la primera referencia a ellos, están experimentando con la miniaturización de sus cuerpos para reducir la cantidad de comida y de ropas que necesitan. La madre de los hermanos comenta: “Los chinos pueden conseguir cualquier cosa en la que se enfoquen”.

De lo poco que se sabe de ellos, los chinos han enviado doscientos exploradores a Marte, “sin usar un vehículo espacial de ningún tipo”. Ningún científico occidental puede adivinar cómo hicieron y “los chinos, por su parte no ofrecieron detalles”.

Con el tiempo, los chinos vuelven a interesarse en Estados Unidos, aunque sólo en temas puntuales. Uno de ellos es la fluctuación de la fuerza de gravedad, que hace colapsar Estados Unidos desde el día de un aumento tremendo: “Los cables de los ascensores se rompían, los aviones se caían, los barcos se hundían, se quebraban los ejes de los motores, los puentes colapsaban”.

“Aquel primer golpe de sobrecarga del peso de la gravedad duró menos de un minuto, pero el mundo nunca sería el mismo de nuevo”. Wilbur Rockefeller Swain aclara que nunca supo si “se debió la Naturaleza o si era un experimento de los chinos.”

El genio que formó con su hermana había escrito un ensayo que proponía que en el pasado la fuerza de gravedad del planeta era tan variable como el clima, y anticipaba que eso volvería a ocurrir. Ese trabajo era uno de los focos de interés que provocó el regreso de los chinos. Se llevarían lo que escribió el genio de dos cabezas y con los años, Wilbur Rockefeller Swain diría: “Si los chinos eran realmente quienes estaban manejado la gravedad, habían aprendido a incrementarla o disminuirla gradualmente, buscando minimizar pérdidas y daños a las propiedades. Las oscilaciones gravitatorias terminarían siendo tan majestuosamente elegantes como las mareas”.

Dos cabezas

El otro tema de interés de los chinos es el enorme adelanto que significaba juntar cabezas. Veinticinco años después del cierre de la embajada china en Washington, Wilbur Rockefeller Swain se encuentra a un chino del tamaño de un pulgar sentado en su cama, que llegó para averiguar sobre la técnica. Con el tiempo China acaba creando millones de tales genios, “enseñándole a pequeños grupos de personas afines, telepáticamente compatibles, a pensar como una mente única. Y esas mentes equivalían a las de Newton o de Shakespeare.”

Combinan “mentes sintéticas como intelecto de una manera tan asombrosa que el Universo mismo parece decirles: ‘espero sus instrucciones. Ustedes pueden ser cualquier cosa que decidan. Yo seré lo que ustedes quieran’”.

Finalmente, la técnica de combinar mentes armoniosas acabaría con los chinos como “exitosos manipuladores del Universo”.

En cambio, no les interesa en absoluto otro de los ensayos geniales de los hermanos: el de la creación de familias artificiales. Se les ocurrió como corrección de la Constitución de los Estados Unidos, que no ofrecía a los individuos mecanismos de defensa frente al Estado. Wilbur Rockefeller Swain habría de materializar la idea cuando fuera presidente de la Nación con los asombrosos resultados que había previsto con su hermana –básicamente, acabar con la soledad.

Al protagonista le resultan maravillosos los beneficios de las familias artificiales: “Regar las plantas cuando los dueños de casa están lejos, cuidar a sus bebés así podían salir de su casa en una hora o dos, recomendar un dentista que realmente no hacía doler, mandarles una carta, hacerles compañía en una visita al doctor que causaba mucho miedo, visitarlos en la cárcel o en el hospital, ver juntos una película de terror”.

Sin embargo, así como encontraron el tema de la gravedad y de juntar mentes de sumo interés, los chinos hallan que la propuesta es ridícula. “Realmente es cosa de niños”, es su veredicto.

Claramente, los chinos de Vonnegut están dentro de una realidad social que trabaja las posibilidades infinitas de hacer juntos y completamente afuera de la catástrofe de la soledad, en tanto producto del cultivo desquiciado del individualismo. Uno de los artículos sobre las consecuencias de la pandemia de covid-19 en los Estados Unidos fue el del antropólogo canadiense Wade Davis, publicado en agosto por la revista Rolling Stone. Davis sostiene que “el culto estadounidense al individuo niega no solo la comunidad, sino la idea misma de sociedad. Nadie le debe nada a nadie. Todos deben estar preparados para luchar por todo: educación, refugio, comida, atención médica. Lo que toda democracia próspera y exitosa considera derechos fundamentales: atención médica universal, acceso equitativo a una educación pública de calidad, una red de seguridad social para los débiles, los ancianos y los enfermos, Estados Unidos lo descarta como indulgencias socialistas, como si fueran signos de debilidad.”

En Payasadas, la hermana Eliza coincide con los chinos preguntándose: “¿Qué país civilizado podría estar interesado en un agujero infernal como América, donde todo el mundo trata a sus parientes de un modo tan piojoso?”

La sensación general ante los chinos es expresada por Wilbur Rockefeller Swain al confesar qué sintió cuando estuvo con el chino del tamaño de un pulgar: “Me sentí muy inferior a él. Estaba seguro de que él tenía el poder de la vida y la muerte sobre mí, tan pequeño como era. Sí, y sabía tanto más que yo –incluso sobre medicina, incluso sobre mí mismo, quizás. Me hizo sentir inmoral, también. Mi cena de aquella noche pudo haber alimentado miles de hombres de su tamaño”.

Para completar la imagen de reminiscencia profética, en las páginas finales de Payasadas se revela que la Muerte Verde, pandemia que diezmó la población de los Estados Unidos, provocando un estrago tan irreversible como el primer golpe de fuerza de gravedad, “fue causada por chinos microscópicos, que eran amantes de la paz y no querían hacer ningún daño”, pero que fueron “fatales para los humanos de tamaño normal que los inhalaban o ingerían”.

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Sobre el autor:

Acerca de Gustavo Ng

Periodista

Argentino, descendiente de chinos. Periodista dedicado a la cultura china, editor de la revista DangDai, autor de Todo lo que necesitás saber sobre China (Paidós, 2015), Mariposa de Otoño, (Bien del Sauce, 2017),  El Año del Gallo de Fuego  y El Año del Perro de Tierra (Ed. Atlántida, 206 y 2017).  

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