Es finales de los años 80. Pini (Anabel González) y Aguja (Rodrigo Rivera) viven su infancia cada uno en la vereda de su barrio. No existe una geolocalización precisa del territorio que habitan pero hay ciertas pistas que dejan armar una especie de rompecabezas de su procedencia y parte de su historia.

El acento de él nos traslada a Chile, más precisamente a la comuna de Peñalolén donde se crió. Y algunas referencias mínimas de ella remiten al barrio donde nació: Tablada, ciudad de Rosario, Argentina.

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Con un impulso del estado, Espacio Bravo, Teatro de La Manzana y La Comedia, con obras independientes, reabren sus salas con los debidos protocolos y horarios que garantizan la vuelta a casa.

Sin embargo, esa ubicación espacio-temporal en la que se plantan los personajes de La fragilidad de la memoria* compone una tierra común que no parece ni siquiera del todo dividida por la cordillera que las separa. Hecha de la calle, de les amigues, de los amores, pero también de las batallas perdidas a la hora de la siesta, de las primeras borracheras, del sangrado menstrual que irrumpe y de los besos robados a escondidas, la geografía se dibuja en los ritos de pasaje de la infancia a la adolescencia que en definitiva puede ser la de cualquier barrio, la de cualquier piba, la de cualquier pibe de cualquier país de Sudamérica.

Y Rodrigo Rivera lo resume así: “El Aguja es un homenaje a los miles de Agujas que hay en mi barrio y en muchísimos barrios de todo el mundo y sobre todo de Latinoamérica”.

La obra cuenta con la dirección de Severo Callaci y asistencia de Daniel Calistro y se completa con las actuaciones de González y Rivera, dupla que hace más de 15 años conforman la compañía Tallarín con Banana en la que son pareja profesional y a la vez familia.

La fragilidad de la memoria fue para los artistas todo un desafío y un aprendizaje nuevo. Primero, porque los empujó a una creación teatral completamente distinta a lo que venían realizando y después, porque les supuso tener que bucear en sus propias biografías, en sus historias de vida, en sus trayectorias personales para poder narrarla.

El proceso de trabajo de los dos fue por separado durante todo el año 2020, en pleno confinamiento. Cada uno por su lado y bajo la mirada del director representó escenas a partir de disparadores, recuerdos y elementos de sus propias vidas. A tres meses de iniciado el trabajo de laboratorio se juntaron para ver qué territorio común se podía armar a partir de esos recuerdos y de esa memoria reconstruida.

“Casi todos los trabajos que hago tienen que ver con la memoria, con el hilo eterno de la memoria y con la idea de recuperarlo. Desde el circo faltaba poder contar una historia así”, resume Severo Callaci.

El director explica que trabajaron a partir del lenguaje del circo y del teatro, pero como herramientas puestas al servicio de la agudeza de la narración antes que como una propuesta estética en sí. Es que si bien la puesta no escatima recursos en el despliegue aéreo de trapecio y la acrobacia en altura, que ambos intérpretes manejan con eficacia, muy a la par resaltan los textos que interpelan al espectador mientras construyen el relato.

“Fue todo un proceso de búsqueda, algo así como que la memoria bajaba como información y me servía para agarrarme de ella”, cuenta Anabel González del proceso de trabajo.

Acá el teatro y el circo se funden para contar una historia que va entre lo íntimo y lo universal, de lo singular a lo colectivo. De los encuentros y las pérdidas de Pini y Aguja en su viaje de crecer, de la búsqueda de sus sueños y de las raíces que llevan siempre a otra parte a la materia política que hace a la historia y la memoria de un país, de dos y de varios más también.

¿Qué pasa cuando los años empujan y los días en el barrio pierden su inocencia? ¿Qué sucede cuando se imponen olvidos y fronteras? ¿A partir de ahí es qué se encienden las resistencias?

La obra abre interrogantes y aunque no da respuestas cerradas es una apuesta a girar la mirada. A observar las singularidades en un mundo que cada vez más busca borrar la individualidad. A retomar la importancia de la voz propia reconociendo la particularidad de las historias. Pero en un juego permanente que hace un paralelo entre esa memoria personal, que es a la vez social, barrial, comunitaria y colectiva.

“La hermana de Yiyo, la María Soledad no aparecía, no aparecía no aparecía”, dice Pini. “Ayer una señora vio un auto blanco y se escondió en la casa de enfrente. Para mí que están jugando a las escondidas y no me invitan porque soy el más chico”, dice Aguja que cuenta que en la escuela lo retaron por decir Pinocho. Claro, es el Chile de la década del 80, el Chile de Pinochet.

El tiempo pasa sin detenerse y así los relatos de los dos hablan de cómo cambian las cosas en el barrio, en las familias, en sus vidas. Derriban la casa más vieja del barrio, las canchitas de fútbol desaparecen para dar paso a los grandes shoppings, Pini debe mudarse de país, Aguja sale a robar con sus primos y termina preso.

La banda sonora también permite un viaje en el tiempo. Antes de la función la sala se llena de canciones y clásicos de los 80: suenan Dr. Alban con “It’s My Life” y “Girls Just Want To Have Fun” de Cyndi Lauper, entre varias otras. Y el bonus track son dos canciones que los artistas entonan en vivo y casi a capela sobre el escenario: un bolero cebollero (Aguja) y un rap (Pini) donde hay un guiño a las pibas de los años 80 que tienen cuarenta hoy: “Estoy cansada ya no me exijan con sus miradas… quiero ser libre en esta era rara … No te sometas serás juzgada, tu lucha es sana y si reclamas no es por nada. Arriba las mamas, me salieron canas, esta es la trama, estamos juntas hermana”.

“Trabajar con la memoria como una forma de resistir a los avances de todo esto tan doloroso que vivimos”, dice Callaci acerca del sentido de contar esta historia. Y si la memoria es esa delicada danza entre el eco del recuerdo y la sombra de lo ocurrido, tal vez la ficción sirve más que nunca para modificar la realidad. Y ese parece ser el cierre de la obra. En un recupero del pasado, mirar hacia el futuro.

*Teatro La Comedia / Viernes 01 de octubre a las 21.00
Entrada general: $500
Anticipadas a la venta en la boletería del teatro y en 1000tickets.com.ar
Ficha técnica
Dirección: Severo Callaci
Actuaciones: Anabel González y Rodrigo Rivera
Asistencia de dirección y técnica: Daniel Calistro
Dramaturgia: Creación colectiva
Diseño y realización de vestuarios: Cristian Ayala Rivera y M. Carolina Leali
Objeto escénico: Cristian Arsanto
Audiovisual: Nicolás Tomé y Tephy Piedrahita
Comunicación y producción: Laura Andrés
Fotografía: Guillermo Turín Bootello
Ilustración: Marcos Sepúlveda
Arte gráfico: Emiliano Caisso
Anabel González y Rodrigo Rivera
Forman, desde 2005, la compañía Tallarín con Banana, que fusiona circo, teatro y danza. Desde entonces giran por escenarios de todo el mundo, recorriendo festivales, teatro de calle y proyectos de intercambio y formación artística en países de Latinoamérica, Europa y Sudáfrica.
Cámara de Diputados de Santa Fe
Sobre el autor:

Acerca de Virginia Giacosa

Periodista y Comunicadora Social

Nació en Rosario. Es Comunicadora Social por la Universidad Nacional de Rosario. Trabajó en el diario El Ciudadano, en el semanario Notiexpress y en el diario digital Rosario3.com. Colaboró en Cruz del Sur, Crítica de Santa Fe y el suplemento de cultura del diario La Capital. Los viernes co-conduce Juana en el Arco (de 20 a 21 en Radio Universidad 103.3). Como productora audiovisual trabajó en cine, televisión y en el ciclo Color Natal de Señal Santa Fe. Cree que todos deberíamos ser feministas. De lo que hace, dice que lo que mejor le sale es conectar a unas personas con otras.

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