Un amigo de la secundaria me envió el link en un mensaje. Al abrirlo, era el relato de una egresada del politécnico que contaba la historia del poema* que ella misma escribió hace 30 años en la pared del baño de mujeres, donde ahora van a hacer una reforma: las autoridades quisieron homenajear esos versos y contactaron a la autora.

“Ustedes no lo superan más”, me dice mi amiga Savina, quien terminó la secundaria en San Lorenzo y ahora estudia conmigo Historia, mientras le leo el escrito del baño haciendo un evidente esfuerzo por no llorar.

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Después de 30 años se develó que Paula Marull fue la autora de un poema escrito en el baño del Politécnico que guió a varias generaciones de estudiantes en su duelo al dejar la escuela.

Ese baño tiene una ventana enorme, siempre abierta de par en par, por donde desborda el sol, y da a los patios de taller. Invita a apoyar los codos, mientras miramos hacia afuera y nos contamos cosas que reservamos para esos momentos. Al volver la mirada hacia el interior del baño, en la pared, está el poema “al poli”. Lo leíamos mucho, varias veces por año, era un abrazo a lo que sentíamos y a lo que pasaría; sabíamos que eventualmente íbamos a terminar la escuela y ese espacio tan íntimo se volvería ajeno. Con mi amiga Paulina nos referíamos a la gente más grande –para nosotras “vieja”– como los universitarios, despectivamente claro. No queríamos ser jamás unas viejas universitarias.

El politécnico ofrece algo que, para mí, es fundamental: habitar un espacio por largas horas que no es la casa de uno, y uno se apropia de sus grietas y pasillos como si lo fuera. El refugio es estar en grupo, hacerse de un sentido del humor compartido, charlar mucho y reír como pocas veces se vuelve a reír después de la adolescencia. Nosotros y ese espacio público del poli, los poli pibes y el poli, todo el día. Mi mamá me dijo una vez en las vacaciones; “Debés extrañar tu segunda casa”. Y le dije: “No es mi segunda casa, es la primera”.

Para apropiarse de un espacio con tal fervor supongo que es necesario acumular una enorme cantidad de momentos ahí. Esos recuerdos que año tras año, en la vorágine adolescente, parecen cada vez más lejanos. Pero se unen como rompecabezas para volverse nuestra historia. En la adolescencia, cada año dista mucho del año que sigue, y esa historia de la identidad propia pero también de la identidad grupal, de la comunidad, adquiere un tinte mítico. Pocas cosas son tan importantes para la construcción de una identidad como el mito y los rituales. “El carácter del mito es la consagración de los lugares únicos”, como escribió Cesare Pavese. El poli es ese lugar único.

Cuando mi abuelo cumplió medio siglo de egresado como técnico constructor, lo acompañé a colgar una placa en el hall de entrada junto con sus ex compañeros. Yo tendría 10 años. Una vez colgada la placa paseamos por el poli, caminamos sobre sus mismos pasos 50 años atrás, llegamos a los talleres. Edificios enormes de 1906, que se conectan por un patio con tarimas y escaleras que suben y bajan, máquinas enormes, chicos y chicas vestidos de operarios de fábrica manipulando aluminio derretido, maderas y tornos. Escaleras casi verticales subían acompañadas de escritos “La primera es la mejor. 1998”, “José te amo para siempre. 2003”.

Al salir dije “Yo quiero venir a esta escuela, es como Hogwarts”.

Antes de entrar, la mayoría conocemos muchos de estos mitos y rituales politécnicos. En el año 2006, cuatro años antes de mi ingreso en la escuela, un grupo de alumnos en su último año de cursado hicieron una despedida en la escuela. Consiguieron un cerdo, lo entraron a escondidas y lo mantuvieron en alguna de las tantas habitaciones en desuso que hay en la escuela. A la hora pico del recreo más concurrido de la mañana lo soltaron en el patio principal, creando caos y discordia para las autoridades, y admiración y respeto para las generaciones menores que aplaudían y gritaban con euforia. Así, “la generación del chancho” quedó plantada a la manera de los próceres en la memoria de la escuela, con el ritual del cerdo indomable, imagen infalible de la rebelde juventud. ¿Quién se animaría a repetir este osado ritual en nombre de la identidad politécnica?

Años después, 2011, otro grupo de casi egresados, tuvo la valentía de deleitar a los adolescentes deseosos del buen caos, con una liberación de gallinas en el pleno patio principal durante el recreo. Se repetía el rito, y esta vez lo vi con mis propios ojos. Preceptores y altas autoridades de la escuela se vieron en la degradante situación de tener que perseguir a estas aves a la manera de una escena de los Tres Chiflados. La euforia generada por esa situación decantó en la continua pregunta que se repite a lo largo del tiempo: “¿Te acordás cuando…?”. Cada tanto había que chequear si esa experiencia había sucedido o no. Aunque con el tiempo entendí que en su calidad de rito que recrea el mito, la anécdota no precisa de demasiados detalles, sino permanecer en la memoria de la comunidad.

El tiempo que se camina dentro de la escuela se expresa en la experiencia del taburetazo, donde alumnos y ex alumnos festejamos el cumpleaños del poli, los 25 de septiembre de cada año, quizás el más importante ritual con el que contamos. Entre muchos brebajes, se canta, se baila y se afirma la unión comunitaria una y otra vez. En Wikipedia se comenta sobre este evento en el subtítulo “mística”.

El poema del baño de mujeres venía a confirmar, a ponerle palabras a esa sensación que nos recorría el cuerpo. La sensación de pertenecer, de que se iba formando una incipiente identidad propia, de que el poli y los vínculos que ahí dentro hacíamos venían a ayudarnos a construirnos. Es difícil despedirse de un lugar tan querido, de la convivencia con los amigos de la secundaria; es difícil pasar “a otra cosa” cuando se disfrutó tanto la cosa anterior. Pero el poema, leído año tras año, entre recreos y escapadas, nos confirmaba que sí, que éramos parte y también, en algún momento, seríamos parte del grupo que le tocaría despedirse. Pero el cariño por todo aquello quedará impregnado en las paredes, retumbando en los pasillos y asentado en los bancos.

Cuando supe quién había escrito este poema, me emocioné muchísimo. Lo había incluido en el escrito que leí en mi graduación porque no solo eran sus palabras sino también su mística: un anónimo poema, representativo de una identidad comunitaria, que está hace años en el baño de mujeres. Siempre pensábamos con mis amigas en qué situación se pudo haber dado la escritura de este poema sobre esa pared. Imaginábamos una actuación heroica, muchas mujeres juntas, durante días escribiendo y escribiendo, hasta llegar a este poema, para dejarlo pintado entre lágrimas sobre la pared, haciéndose “piecito” las unas a las otras para llegar a treparse. Tal vez no estaba tan errada, es que Paula Marull fue muchas mujeres juntas. Generaciones después, el poema se mantuvo, gracias a muchas chicas que lo retocaron y lo cuidaron cada vez que se le borraba una parte o que se desgastaba por los años. Al poema lo cuidamos entre todas, durante 30 años, porque fue la voz que nos dio un lugar y nos permitió transitar ese camino hacia afuera con el tesoro con que ingresamos y desconocíamos.

 

* “Por llenar mi vida de tantos amigos
de toda esa gente que creció conmigo
porque este espejo empañado del baño
nos vio hacernos grandes año tras año
 
porque en cada mesa y en estos asientos
quedaron sentados los mas lindos momentos
porque en estas paredes bajo los colores
escribimos los nombres de aquellos amores
 
por aquellas tardes frías de taller
compartiendo cosas q no van a volver
porque desde estas tarimas me hicieron sufrir,
me vieron copiar, me oyeron reír
 
porque seis años te entregué enteros
 y si los tuviera te los daría de nuevo
por eso no quería irme sin primero hacerte saber
poli, cuanto te quiero
 
si al menos creyera que vas a escucharme
gritaría fuerte que quiero quedarme
si al menos supieras que siento al mirarte
te darías cuenta que no voy a olvidarte»
la ciudad está en obra
Sobre el autor:

Acerca de Elena Makovsky

Rosario, Argentina (1996). Estudio Historia y trabajo en el Hospital Provincial de Rosario como extraccionista de sangre. En 2018 viaje a México por un intercambio universitario para dar clases en la institución secundaria IEBO de Oaxaca. La conversación con mis personas mas queridas me parece lo más cercano a la felicidad. 

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