Qué cosa, ¿no? Desde que leí Los trenes ya no vuelven más. El primer disco de Punto G y el final de los 80 en Rosario, de Diego Giordano (editorial Vademécum), me topé al menos con dos “finales de los 80”: el que describe Mariana Moyano en su podcast sobre Pamela Anderson y el escándalo que arrebató su carrera a principios de los 90, y el que narra la inesperada miniserie sobre Carlos Salvador Bilardo en HBO. Para Moyano los 80 terminan a principios de los 90, con el rostro sin cuerpo de Alanis Morrisette, sin brillantina, sin ese plus de hombreras y “raros peinados nuevos” que proliferaron la década anterior. Para el documental sobre Bilardo, los 80 terminan en el balcón de la Casa Rosada, un 9 de julio, cuando la Selección festeja el subcampeonato del Mundial Italia 1990.

Para Diego Giordano ese final empieza a cobrar forma una noche de febrero de 1988 en el anfiteatro municipal Humberto de Nito, cuando se eligió a la banda finalista de Rosario para el Chateau Rock de ese año. Pero esa banda no era de Rosario aunque, como la mayoría de las veces en la ciudad, no podía ser de otro lado. Los integrantes de Punto G (Coki Debernardi, Juan Albertengo, Carlos Verdichio, José Tato Fernández y Rubén Carrera) provenían de Cañada de Gómez, aunque muchos vivían ese tránsito entre la ciudad y el pueblo, como gran parte de los rosarinos.

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Giordano hace una radiografía de ese momento, que reunió a unas ocho mil personas en el anfiteatro para vivar a sus bandas locales favoritas: putas, putos, pop. Putas eran las mujeres que se subían a un escenario; putos eran los que no se ajustaban a “la heteronorma” y pop era toda la música “comercial”. Con esos valores como estandarte el recital terminó en batahola, la policía aprovechó para reprimir y la idea de una escena rosarina que pudiera superar el canon solidificado por el éxito de la Trova vernácula comenzó a disolverse como se disolvía la gobernabilidad del primer gobierno democrático después de la dictadura que impuso en Argentina el neoliberalismo, es decir, la separación de la política del poder.

Escribe Giordano: “Punto G apareció en la escena nacional entre el fin del Dark, la consagración continental de Soda Stereo, Los Enanitos Verdes y Miguel Mateos, la explosión festiva del reggae y el ska y el surgimiento de un rock más áspero, que incluía propuestas muy diferentes entre sí, como el punk ramonero de Attaque 77, etcétera”. Y enseguida agrega: “Algunos de los motivos por los que el jurado eligió a Punto G en aquel concurso de febrero del 88 en Rosario se encuentran en las propuestas de Poxi Beat y Clishé, los otros finalistas. Cada uno con sus perfiles distintivos, estos dos grupos seguían anclado al pop bailable que había monopolizado la programación de la FM entre 1985 y 1986. Los cañadenses, en cambio, curtían un rock intenso y descarnado”.

El autor es preciso: antes que una escena, una ciudad que prolifera en lugares para encontrarse con su sonido, con sus músicos, hay un espacio radial, un éter, el mismo en el que la democracia –ese artificio alfonsinista con el que se comería, se educaría y se sanaría al pueblo– comenzaba a evaporarse mientras las leyes financieras y económicas de la dictadura ataban el futuro del país al pago de una deuda ilegítima y fantasmagórica.

Diego Giordano –con largos años en el periodismo musical y la edición de discos en Rosario– no romantiza la ciudad –porque es la escena rosarina la que explora–, pero inevitable y afortunadamente la noveliza. En los recortes testimoniales con los que narra los 80 hay una breve novela de esos años demasiado lejanos para el registro tecnológico actual; demasiado cercanos para la memoria de sus protagonistas. Hay una trama en la ebullición musical que tenía lugar en distintos rincones urbanos y hay una intriga en torno a su anunciado final. Hay incluso una progresión de los relatos sobre la ciudad y hasta una simetría. En uno de los primeros testimonios, Coki Debernardi recuerda que Andrés Castellan –el miembro de Punto G que falleció a poco de instalarse en Rosario– tuvo un letal ataque de asma y la emergencia médica se demoró porque se equivocó de edificio. Sobre el final, relata que la noche anterior a la presentación del disco de Punto G, toda la banda cayó “en cana” porque intentaron calmar a la madrugada a un tipo que gritaba desde la vereda a un mujer en un balcón. Décadas más tarde, convocado para una película, descubriría que aquél hombre –quien se había metido en su edificio antes de que llegara la policía– era el actor Carlos Resta.

Punto G en 1988.

Una ristra de bares, fondas y boliches en la zona del bajo medían también la época a medida que se sostenían en la noche. La democracia era nueva y la ciudad no había sido aún gentrificada.

Los 80

Lo que sigue, tras la introducción arqueológica de Giordano, es un relato “coral” de los 80 en el que los integrantes de Punto G unen su voces a actores y testigos talentosos de esa década, desde Coki Debernardi y Fito Páez a Beatriz Vignoli, Patricia Dibert, Raúl D’Amelio o Aurelio García, entre otros, bajo los subtítulos: “Cañada de Gómez”, “Rosario”, “Chateau Rock 88” y “Todo lo que acaba se vuelve insoportable”, título del primer disco de Punto G que cierra los 80 en la ciudad al modo que los inauguraron la novela de Milan Kundera en 1984: La insoportable levedad del ser, donde se narra, justamente, una historia europea del año 68, cuando se vislumbraba que todas las décadas siguientes estarían perdidas.

En su resumen de la época, en los testimonios recogidos, nuestro autor opera con la mayéutica, aquél método socrático que consistía en arrancarle al discípulo su propio saber. Y así ubica al lector en los 80, en su fin, ese último escalón se nos revela en su propia invisibilidad: la surtida mezcla en los pasillos de Humanidades y Artes y la explosión de las FM que estaban en unas escasas cuadras del centro rosarino, la peregrinación por boliches y espacios que ya no existen o fueron resignificados más tarde.

En Inédito (2014) Giordano rescata una escena íntima del rock de los 80: un músico de una banda de Rosario viaja a Buenos Aires a dar un concierto en un bar junto con otro grupo y, mientras se acomodaban los sobretodos, se maquillaban y arreglaban sus peinados altos hasta el techo, descubrían con sorpresa y espanto que los de la otra banda subían al escenario con unas remeras coloridas que rezaban, sencillamente, “Hering”, la marca brasileña de remeras populares. En Los trenes ya no vuelven más, Ricardo Vilaseca –de la banda Identikit– recuerda en la página 64 un recital que compartieron con Punto G y recuerda: “Con Identikit nos maquillábamos y peinábamos para salir a tocar. Y esa noche Carlitos, el bajista de Punto G, salió a tocar en cueros”. Y agrega luego: “Cuando vi a Punto G por primera vez sentí (…) que la música que hacían nos convertía en el pasado”.

La escena reveladora se parece también a la que narra Mariana Moyano en el episodio citado al principio: el rostro “limpio” de Alanis Morrisette viene a disolver la brillantina de los 80.

La contemporaneidad, acaso, es ese momento que se identifica a través de una anacronía.

Y está también ese título que es en sí una novela. Si Punto G no hubiera existido, si Coki Debernardi no tuviese una obra: “Todo lo que acaba se vuelve insoportable” es ya un relato de los 80. Alguien escogió “acaba” en lugar de “termina”. Terminar no es lo mismo que acabar. El terminar supone un fin que hasta puede ser determinado: algo que llega a su término. Lo que se acaba, en cambio, halla un final abrupto, un final que en su repentina disolución no termina de acabarse. Un final que deja fantasmas.

Esos fantasmas son también los que persiguió Diego Giordano en sus dos libros anteriores, el magistral Inédito (2014) y Uniendo fisuras. “Signos” y la consagración continental de Soda Stereo (2019), en los que el autor se mete en los sonidos y la música que interpelaron esa misma época en la ciudad. Como si reformulara aquella célebre frase atribuida a un presidente mexicano, Diego parece recitar en sus textos: “Pobre Rosario, tan lejos de Dios y tan cerca de Buenos Aires”.

En Los trenes ya no vuelven más, la experiencia de Punto G –que había firmado un contrato por tres discos con CBS en 1988, de los que la crisis llevaría a materializar sólo el primero–, Giordano vuelve a esos momentos liminares en los que las cosas acaban, pero no terminan.

Carolina Taffoni, Lucas Mendoza Canalda y Diego Giordano presentan Los trenes ya no vuelven más este miércoles 9 de marzo a las 20 en Casa Brava (Pichincha 120). Se anuncia “DJs Montes Miranda”.

Punto G en vivo. Fotografía de Luis Vignoli.
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Acerca de Pablo Makovsky

Periodista, escritor, crítico

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