Hace un año, cuando lanzamos Revista REA, decíamos que intentábamos pensar de manera afectiva el clima de época. Eso fue más o menos lo que hicimos.
Pensamos a REA como una revista en la que tan importante como escribir resultara editar, llamar a quienes quieran escribir a unirse a un tono, una voz. Las exigencias “profesionales” del periodismo, el modo en que su escritura se hizo académica y uniforme, borró la primera persona, la que asume lo que enuncia y exige al lector una lectura a la par, similar al de la formulación de Coleridge.
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También, un sitio para recuperar los hipervínculos que las redes nos robaron (más allá de la ineludible difusión en esas redes sociales). Intentamos hacer una revista “inteligente”, no por la tecnología en sí, sino por su uso, algo que difícilmente puede ofrecer una publicación en papel, ceñida a lo que ofrecen sus páginas.
Cuando pensamos en Rea nos imaginamos autores que no solo fueran capaces de elaborar y desarrollar los temas que los obsesionaran, sino el mapa de lecturas que los habían llevado a hacer una entrevista. También, la configuración de voces de la que venía a dar cuenta ese artículo. Un gesto soberbio de humildad: acá está lo que leí y acá, lo que pude escribir. Algo que una revista en internet puede exponer de un modo que desconocíamos cuando sólo teníamos “papel”.
Nuestra agenda se pensó también “en red”: no necesariamente la agenda periodística, sino esa que conforman las lecturas de lo periodístico, lo que podría llamarse “las obsesiones” de quienes participan de una comunidad de lecturas: desde las notas sobre el Brasil de Jair Bolsonaro tras su asunción, o la cobertura de la visita de Franco Berardi a Rosario, lo mismo que la de Irantzu Varela, las crónicas y los ensayos que piensan los orígenes y las proyecciones de la ciudad, la música y las interpelaciones entre músicos –la serie de testimonios y conversaciones sobre canciones rosarinas de “La canción robada”–, los testimonios zumbantes, prolijamente insidiosos y fascinantes de Los portentos, hasta las traducciones de textos publicados en diarios y revistas extranjeras que aportaron una visión formada y disruptiva sobre films, series o fenómenos culturales que pudimos confrontar con firmas cercanas.
En el sustantivo “rea” encontramos un pequeño paisaje del descarrío y lo tangencial, un modo de enunciar sin estridencias lo inaprensible de estos tiempos intrascendentes que suenan tan definitivos. Un modo de dibujar un mapa afectivo sobre las antípodas.
Y además, tuvimos lectores de los que podemos enorgullecernos tanto como de nuestras lecturas.