“el mundo está demacrado
y hay candado pero no llaves
y hay pavor pero no lágrimas”
Cenizas”, Alejandra Pizarnik

¿Qué son las cenizas? La memoria que circula en la vía muerta de lo que alguna vez fue fuego pero ya no quema.

El Centro Cultural de Abajo cuenta con una arquitectura extraña. Tiene una atmósfera distinta a otras salas de teatro de la ciudad. Primero bajás unas escaleras, después subís a las gradas. El espectador queda frente al escenario como si estuviera dentro de una caverna. Esto, a la obra Cenizas en las manos*, dirigida por Francisco Alonso con la asistencia de Valentina Oviedo, le juega a su favor. Parece ser su lugar. O al menos, un buen lugar para su estreno.

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El pequeño anfiteatro a oscuras juega sutilmente con la disposición escénica y sus luces. Hacia la derecha, Valentina Solé, violera de algunas bandas rosarinas, aparenta ser un zombie, símil andrógino. Por su pelo enrulado, parecía una actriz del videoclip “Thriller” de Michael Jackson. El personaje está sentado en una carretilla. La guitarra apoyada sobre la falda. Los arpegios del comienzo y su cuerpo ahí, dan a entender que la musicalización del espectáculo será por dentro. El fantasma sonoro como parte del repertorio. La música, ese sonido que proviene del más allá, amplificado por los parlantes, estará más acá, en una esquina del paisaje.

En el costado izquierdo, un cajón, un balde con agua, algunas herramientas de trabajo. Hacia el fondo, una carpa de campiña, y más allá, una estructura que denota una rampa y de ahí, un hoyo, eso que no se ve. Las escenas transcurren dentro de estos tres escenarios, y una puerta, que rompe con la idea del tiempo y el espacio tal y como lo concebimos cotidianamente. El tiempo no será lineal, el espacio no será profundo. Tendrán otra dimensión. Aquella que se vuelve insoportable, que se escapa del tiempo como tiempo mismo, del espacio cartesiano tal como lo concebimos y vivenciamos.

La readaptación de Cendres sur les mains (2002) del escritor y dramaturgo francés Laurent Gaudé es una crítica a la guerra y sus consencuencias. Esta parece transcurrir en algún país de Europa, puede ser Francia o cualquier otro. Su tiempo parece ser la primera guerra mundial. Pero su crítica es transversal. Como la puerta por la que abre otra dimensión por la que vuelve aquel personaje que nunca muere pero que tampoco parece vivir. 

Pero la obra no trata sólo de la guerra y sus consecuencias, porque más allá está lo que la guerra oculta, lo que la guerra calla y silencia. El trabajo sucio que esta requiere. Su burocracia fría y gris. Los cuerpos que no son aptos para esta. Lo femenino y las infancias. Y sobre todo, la muerte misma, esa que se vuelve norma, pero que es irrepresentablemente la única ley, la última verdad.

Los sepultureros, interpretados por Patricio Pietri y Nicolás Terzaghi. Parecen los “Obreros comiendo” (1960) del grabado de Ricardo Zamorano. Cuerpos cansados, miradas perdidas, espaldas encorvadas. Flacos, desgarbados, sucios, harapientos. Hacen con su actuación la parte no épica de la guerra. Aquello que jamás será filmado. Eso no puede ser espectacularizado porque es impresentable. Dos hombres que debaten sus límites morales. La obediencia debida. Los límites de la consciencia. La culpa. Eso que Hannah Arendt representa como la banalidad del mal. No era estupidez, sino una curiosa, y verdaderamente auténtica, incapacidad para pensar. Ser un eslabón más en la máquina. Luchar por los derechos laborales dentro de una prisión. Pedir cal para que no sea nafta lo que prenda fuego los cuerpos enemigos. Esas cenizas que pican en sus pieles son un símbolo. Antes de ellas hubo un fuego. El retorno de lo reprimido será lo que quede de la guerra. En los sueños las caras de los muertos volverán y provocarán insomnio, hasta la locura.

“Obreros comiendo” (1960) (https://mnav.gub.uy/cms.php?o=1816)

Los dos personajes sufren, ríen, y luchan pero la máquina los corrompe. Su destino será siniestro, cínico. Su ternura se volverá oscura en un segundo. Pero su ingenuidad le dará al espectador el manto de perdón. La contemplación que se le da a las víctimas. Mientras ellos interpretan, la cabeza se aparta. 

Primero una nota, la pregunta por el oficio moderno de trabajar día a día al lado de la descomposición mortuoria. Tanatopraxia: un cuerpo dormido no es un cuerpo muerto. Nicolás Baintrub escribió una crónica sobre aquellos seres que pueden decir estas cosas: “Soy de hablarle a la persona. Eso ayuda. La calmo, le digo: Don Enrique, quédese tranquilo, que este tratamiento no le va a doler, es algo que me encargaron sus familiares para poder despedirse”.

Segundo la tapa de un libro, Quién cavó estas tumbas. El libro del periodista rosarino Martín Stoianovich. La pregunta por los nuevos jóvenes desechables y sus fosas comunes, anónimas. Donde se depositan los nuevos enemigos internos de una ciudad donde morir por una bala parece ser más una costumbre que una catástrofe. La guerra no pierde vigencia sino que cambia de medios. El mundo se reinventa pero ella sigue ahí. Todo lo novedoso se cae tras el telón. La economía sigue siendo arcaica, porque la violencia sigue estando guiada por los principios del capitalismo: mientras más violencia, más poder. La muerte se supera matando. Y se mata al más débil. Los pobres, los niños, las mujeres.

Y eso es lo que la personaje de Claudia Simón interpreta. Una mujer que parece sacada del cuadro “Las espigadoras” de Jean Francois Millet. Pero a su vez, una falla, alguien que tendría que estar muerto pero está vivo. Un error en el discurso único e inequívoco de la muerte. Lo femenino como un corte. Eso con lo que esas guerras no podían conversar o mejor dicho, eso con lo que la guerra conversa de otra manera. Una sobreviviente que no se deja ser objeto de la humillación. Una sombra, el reverso. La esperanza y el dolor en una misma voz, en una misma historia. Desde el principio hasta el final, su historia recuerda y marca un límite. Ella es quien habla por las ausencias, por los rostros que jamás son recordados, por aquellas muertes de las que nunca se habla. Lo que representa. La historia principal dentro de la Historia oficial. Una mujer que dice: la paz nunca ha sido el final de las cosas.

 

*Domingo 13/11 – Puerta Naranja (San Luis 744)
Sinopsis

Dos sepultureros viven y trabajan al borde de una fosa común de donde sale una mujer que llegó viva a su propio entierro.

Lo trágico se entremezcla con lo cotidiano generando un clima donde solo lo absurdamente caricaturesco puede hacer frente a la crudeza del dolor, el abandono, lo irracional, lo injusto. A veces es mejor dejar la conciencia de lado y reír, para tratar de adaptarse a la oscuridad y de a poco salir a la luz.

Cenizas en las manos es una comedia oscura que explora el difuso límite entre la vida y la muerte. La propuesta teatral, que se presentó los sábados de octubre, cuenta con música en escena a cargo de Valentina Sole.

Ficha técnica
Duración: 60minutos
Actúan: Claudia Simón, Nicolás Terzaghi, Patricio Pietri
Música: Valentina Sole
Vestuario: Liza Tanoni
Escenografía: Agustín Pagliuca
Dramaturgia: Laurent Gaudé (Francia)
Asistencia de dirección: Valentina Oviedo
Dirección: Fran Alonso
Cámara de Diputados de Santa Fe
Sobre el autor:

Acerca de Andrés Mainardi

Nací en Rosario en 1996. A veces estudio Comunicación Social. Escribo para cazar fantasmas. A la vida no se viene a ser feliz o infeliz: se viene a aprender lo que te enseñan los amigos.

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