Tras el asesinato de George Floyd a mano de la policía de Minneapolis, Minnesota, el 25 de mayo pasado, en las calles de las ciudades estadounidenses se incrementaron las protestas contra el racismo y la violencia policial que no cesa, lo que llevó a muchos manifestantes, celebridades del deporte y líderes políticos a pedir que se desfinancie a la policía. En ese marco, el presidente Donald Trump no sólo no apaciguó las aguas, sino que incitó a grupos extremistas de ultraderecha –que instituciones como el FBI califica de terrorismo interno– a intensificar sus manifestaciones. El último de estos incidentes sucedió en Kenosha, Wisconsin, el 23 de agoto último, cuando un agente de policía abrió fuego contra Jacob Blake, un joven negro de 29 años a quien ya habían disparado con pistolas taser en un intento de arresto. Si bien Blake no murió, se estima que quedará inválido. El episodio despertó nuevas protestas que se extendieron hasta el 26 de agosto, cuando intervinieron civiles armados que dispararon contra la multitud, entre ellos, Kyle Rittenhouse, de 17 años, quien asesinó con su rifle a dos manifestantes e hirió a un tercero. Este texto, publicado en el periódico que sostuvo la candidatura de Bernie Sanders, Jocobin, indaga en los discursos que promueven a esos grupos paranoicos de ultraderecha, como QAnon, que ya vimos en Rea.

Una característica permanente del capitalismo es la inestabilidad, pero la pandemia de coronavirus introdujo un nivel completamente nuevo de volatilidad. En medio de la confusión, la derecha estadounidense sueña más febrilmente que nunca con el apocalipsis y el heroísmo.

El 19 de agosto, el presidente Donald Trump tuvo un gesto de aprobación con los creyentes en la teoría conspirativa de QAnon –quienes sostienen que el presidente da una batalla en secreto para salvar al mundo de una red de pedófilos satánicos conformados por la élite– llamándolos “gente que ama a nuestro país”.

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Una semana después, el 26 de agosto, el presentador de Fox News, Tucker Carlson, simpatizó con Kyle Rittenhouse, un adolescente que mató a dos manifestantes de Black Lives Matter en Wisconsin y dejó lisiado a otro. Carlson sugirió que Rittenhouse sentía que “tenía que mantener el orden cuando nadie más lo hacía”.

A primera vista, estas provocaciones pueden parecer desconectadas. Pero están profundamente entrelazadas. En el lapso de una semana, Trump y Carlson dieron luz verde a los elementos extremistas de la derecha, a los teóricos conspirativos de QAnon por un lado y a los aventureros armados a favor de la policía por el otro. En el proceso, cada uno se basó en la misma narrativa de base: que en las calles de Estados Unidos –en especial en las ciudades dirigidas por demócratas, aunque ningún lugar es seguro–, pululan agentes del caos que actúan fuera de la ley y se burlan de la autoridad, aterrorizan a los inocentes y amenazan a la civilización misma. En este asedio, el extremismo de derecha de una variante u otra no es realmente extremo en absoluto. Es racional, incluso heroico y patriótico.

Trump se hizo el tonto con QAnon, aunque, por supuesto que tiene familiaridad con él. La mayoría de los estadounidenses alfabetizados en los noticieros ahora conocen las líneas generales, y Trump consume más noticias que nadie, para no decir que está fascinado con cualquier cosa protagonizada por él mismo, que es lo que hace QAnon. Pero incluso cuando intentó restar importancia tanto a su conocimiento sobre QAnon como a su chifladura fundamental, también jugó con la idea de que él y su administración están defendiendo al mundo de la destrucción total a manos de la sombría élite malvada, que es la idea central de QAnon.

Trump: No sé mucho sobre este movimiento, aunque entiendo que les agrado mucho, cosa que aprecio. No sé mucho sobre el movimiento, pero escuché que está ganando popularidad…

Esta es gente a la que no le gusta ver lo que sucede en lugares como Portland y Chicago, o Nueva York y otras ciudades y estados. Y escuché que es gente que ama a nuestro país y simplemente no les gusta lo que ven.

No sé nada al respecto, excepto que supuestamente les agrado, y también que les gustaría ver que los problemas, especialmente en las áreas de las que estamos hablando, desaparezcan, porque no hay razón por la que los demócratas no puedan gobernar una ciudad, y si no pueden, enviaremos a todos los federales, ya sean tropas o fuerzas del orden, lo que quieran, los enviaremos y solucionaremos sus problemas en veinticuatro horas o menos.

Periodista: El meollo de esta teoría es que creen que usted secretamente está salvando al mundo de este culto satánico de pedófilos y caníbales. ¿Le suena eso a algo en lo que usted está detrás?

Trump: Bueno, no escuché eso. Pero, ¿se supone que eso es algo malo o bueno? Si puedo ayudar a salvar al mundo de ciertos problemas, estoy dispuesto a hacerlo. Estoy dispuesto a salir allá afuera. Y de hecho lo estamos haciendo. Estamos salvando al mundo de una izquierda radical que destruirá este país. Y cuando este país haya terminado, lo seguirá el resto del mundo.

Naturalmente, los partidarios de QAnon no interpretaron estos comentarios como un repudio de su visión del mundo, sino que lo tomaron como un aliento de que están en el camino correcto. Envalentonados, llevaron a cabo campañas, calificados como protestas inofensivas contra la “trata de niños”, sus participantes vistieron remeras de “Child Lives Matter” (“La vida de los niños importa”, paráfrasis del lema: “La vida de los negros importa”), en docenas de ciudades de todo el país el sábado pasado, pocos días después de los comentarios de Trump.

El presentador de Fox News, Tucker Carlson, ha evitado estudiadamente a QAnon. No es su estilo. Pero promovió agresivamente la narrativa base del caos inasible y creciente diseñado por quienes buscan a conciencia desmantelar la sociedad y lo llevan a cabo a través de su irreflexiva infantería liberal. Cuando comenzó la segunda ola de protestas de Black Lives Matter, Carlson habló sobre esto en términos ominosos, caracterizándolas como indiscriminadas y violentas, y acusándolas de que constituían “una forma de tiranía” y representaban “una amenaza para todos los estadounidenses”. Esos comentarios encajan en la oratoria habitual de Carlson, que ofrece una impresión general según la cual hordas de invasores enemigos, desde inmigrantes centroamericanos hasta estudiantes universitarios políticamente correctos, están constantemente asaltando los muros del castillo.

Los comentarios de Carlson sobre las acciones de Rittenhouse, quien cruzó las fronteras estatales con un arma de asalto para asistir a la policía en el control de las multitudes y, como dijo, “protegerlos de los ciudadanos“, son perfectamente indicativos de la retórica de Carlson durante el curso de las protestas. Al igual que Trump, Carlson dio a entender que la policía debería haber sido más agresiva con las personas que protestaban por la balacera de la policía de Kenosha, Wisconsin, contra Jacob Blake:

Kenosha se ha vuelto una anarquía porque las autoridades a cargo de la ciudad la abandonaron. La gente a cargo, desde el gobernador para abajo, se negó a hacer cumplir la ley. Retrocedieron y vieron arder Kenosha. Entonces, ¿estamos realmente sorprendidos de que el saqueo y los incendios provocados se convirtieran en asesinato? ¿Cuán sorprendidos estamos de que unos jóvenes de diecisiete años con rifles decidieran que tenían que mantener el orden cuando nadie más lo haría?

La policía ya estaba siendo agresiva: utilizaron grandes cantidades de gas lacrimógeno contra los manifestantes e incluso agradecieron la ayuda de civiles armados que percibían que estaban de su lado. El hecho de que el jefe de policía de Kenosha culpe a los manifestantes por las acciones de Rittenhouse, y los comentarios recientemente rescatados del alguacil de Kenosha de 2018 en los que recomienda encerrar a los rapiñeros negros de las tiendas y otra “gente basura” en “depósitos” hasta que “mueran” y “desaparezcan por completo”, no sugieren que los altos mandos de las fuerzas de la ley se adapten a los manifestantes de Black Lives Matter. Pero la imagen que Carlson quiere retratar es la de un gobierno maliciosamente negligente que no hace nada para proteger a las personas inocentes mientras el mundo explota en pedazos.

Millones de personas han estado escuchando a Carlson y compañía maldecir y exagerar amenazas como éstas durante años. Muchos de ellos fueron impelidos por comentarios como los suyos y la mitología que construyen a recorrer Internet con miedo e indignación. Más de un puñado se abrió camino hacia el mundo de las teorías conspirativas y el extremismo reaccionario que fomentan el vigilantismo.

Después de un tiempo hirviéndose en su propio odio y horror, con el sentido de la realidad deformado y deshilachado, varias personas finalmente deciden tomar el asunto en sus propias manos. Algunos persiguen en sus autos a civiles al azar que confunden con secuestradores pedófilos o idean tramas para asaltar hogares de padres sustitutos. Otros patrullan las protestas contra la injusticia racial con rifles AR-15, no solo en señal de apoyo sino convencidos de que son personalmente la “delgada línea azul” entre la civilización y el caos.

Lo que se derrite en el aire

Estas ideas son peligrosas. En el caso de Rittenhouse, han resultado en dos muertes. Para combatirlas debemos comprender por qué están ganando apoyo.

La verdad es que el mundo se está desmoronando. Durante décadas, la estabilidad en la vida de muchos estadounidenses se ha visto socavada por políticas y procesos que aumentan las ganancias de un puñado de ricos y los protegen del pago de impuestos. La transformación social constante es endémica del capitalismo. Pero este proceso es acelerado e intensificado por el neoliberalismo, que se encuentra con una débil oposición ya que promueve la austeridad y la privatización, eliminando así las fuentes de estabilidad sin mucha presión para reemplazarlas por nada.

El resultado, durante el último medio siglo, fue una creciente volatilidad y alienación, un sentimiento casi universal de dislocación. La gente de la clase trabajadora soporta la peor parte de los procesos materiales que ponen en marcha este tipo de desintegración. Pero todos habitamos este mundo juntos y todos, no importa cuán ricos o pobres seamos, somos susceptibles en estas condiciones de sentirnos paranoicos y sin ataduras. Ayudados por la rápida expansión de los revolucionarios modos de comunicación digital y de acceso a la información, este sentido mutuo de confusión y sospecha –del uno al otro, del futuro–, se manifiesta de formas cada vez más extrañas.

Hasta ahora, el epítome de esta era son la pandemia del coronavirus y el colapso económico. Hay millones de desempleados, casi doscientos mil muertos y la vida normal, que para empezar no parecía muy normal, se ha detenido. Todo se siente especialmente surreal y siniestro, y en ningún momento de la memoria viva la realidad misma ha sido más cuestionada. Así que no es de extrañar que la teoría conspirativa de QAnon haya comenzado a radicalizar rápidamente a la gente (y a conseguir victorias políticas) durante este momento peculiar. Consideremos el caso de Alpalus Slyman, quien se encontró por primera vez con QAnon este verano y en unas pocas semanas estaba transmitiendo en vivo una persecución policial a alta velocidad con su esposa e hijos en su auto. Le rogaba a Trump y Q que tomaran parte e intervinieran.

Asimismo, no sorprende que esta ola de protestas de Black Lives Matter haya convocado a muchos más vigilantes llamados por Internet que la anterior, incluida la presencia de Boogaloo Boys (como lo reseña la nota enlazada de USA Today: jóvenes libertarios de ultraderecha que atacan a policías y sostienen que una segunda guerra civil pondrá de nuevo al país de pie luego de que se eliminen los bandos que hoy lo gobiernan), que se encuentran a medio camino entre QAnon y Rittenhouse, en parte conspiradores apocalípticos de ojos salvajes y también, en gran medida, supervivientes armados de derecha. Mientras tanto, los neonazis digitales celebran abiertamente a Rittenhouse como un héroe, algunos muy serios, otros interesados principalmente en “provocar libtards“ (“liberales retardados”, como también posteaba Rittenhouse) y muchos dormidos en el medio, cuyas filas aumentan en esta era de entropía.

La especial inestabilidad y surrealidad de la pandemia está acelerando una especie de psicosis colectiva en un segmento de la derecha estadounidense. Los principales líderes de la derecha fomentan activamente este desenlace que, al igual que los instigadores con síndrome de Munchausen, están contagiando a sus secuaces para mantenerlos a mano.

Como resultado, un pequeño pero creciente contingente de personas cree que Trump está luchando contra una camarilla satanista-pedófila-judía-caníbal-con-profundos-lazos-con-los-Illuminati. Mientras tanto, un número mucho mayor de personas cree en una versión saneada de esta historia en la que las fuerzas de la ley y el orden mantienen a raya a las de la oscuridad la_vida_de_los_negros_importa-antifascista-demócrata-inmigrante-transgénero-marxista. O, más bien, intentan mantenerla a raya, pero necesitan una ayuda que los patriotas y valientes proporcionarán de buena gana.

Nada de esto es inevitable. Estos delirios masivos son contingentes y están arraigados en procesos económicos, políticos y culturales. Y debido a que son contingentes, pueden mitigarse si ponemos en marcha nuevos procesos, ésos que desde su formulación propenden hacia la estabilidad y la solidaridad en lugar de la volatilidad y la violencia.

Pero es más fácil decirlo que hacerlo. Porque la derecha, en la actualidad, no enfrenta una oposición seria de la izquierda, solo un centro desencajado que no tiene una visión política alternativa real sobre la que busca construir hegemonía, y cuya estrategia de dominio electoral es absorber pasivamente a los refugiados de una derecha cada vez más desquiciada.

Hasta que surja una verdadera oposición de izquierda para enfrentar a la derecha, a Carlson y a Trump y a quienes surjan a su paso, los estadounidenses seguirán soñando con el apocalipsis y se asesinarán por detenerlo mientras sueñan con la gloria y matan para conseguirla.

 

Nota bene: Se respetaron todos los hipervínculos de la publicación original en Jacobin. También se agregaron entre paréntesis aclaraciones para una mayor comprensión del contexto. Traducción y edición: Pablo Makovsky.
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Acerca de Meagan Day

Redactora de Jacobin. Es coautora de Bigger than Bernie: How We Go from the Sanders Campaign to Democratic Socialism. Está en Twitter y es miembro de los Demócratas socialistas.

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