Recuerdo la Asamblea encabezada por Alberto Piccinini, si no me equivoco en el año 73, en la cual adquiría ya su dimensión de importante dirigente del sindicalismo combativo.
La asamblea se iba a realizar en un inmenso galpón, de uno 80 metros de ancho por 200 de largo y 20 de altura (años después tuve que trabajar allí y conozco las medidas).
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Parecía una escena de película, Los Compañeros, u otra por el estilo.
Centenares de obreros arracimados y quienes la encabezaban, para dirigir la Asamblea, encaramados sobre el techo de una oficina interna del sector.
La enorme planta de Acindar en Villa Constitución estaba tomada por los obreros en huelga.
Habíamos ido desde Rosario, en mi pequeño Citroen 2CV, con tres compañeros metalúrgicos, uno de Sipar, ubicada en Pérez, otro de la empresa Daneri, de Rosario, y el cura Néstor García, sacerdote del Tercer Mundo y delegado en Laminfer, también de Rosario, quien años después, durante la dictadura, fue detenido y obligado al exilio.
Para franquearnos la entrada nos recibió el Cabezón Sobrero, en el momento empleado de Acindar y viejo conocido de las luchas estudiantiles de la década del 60.
Antes de que empezara la asamblea estuvimos charlando con varios compañeros.
Hay una escena que me quedó grabada en la mente y en la retina.
Un joven obrero, orgulloso de su trabajo, de su condición de productor, nos explicó el proceso del sector en que estábamos, destacando que era de producción continua, las 24 horas, “que no paraba nunca”, quizá sin darse cuenta de que en el momento que eso decía toda la planta estaba parada y en silencio, que eran ellos, él y sus compañeros, los que hacen “que no pare nunca”, salvo cuando deciden lo contrario para defenderse.
El clima era tal que Néstor García no se pudo contener y pidió la palabra para expresar la solidaridad de los compañeros rosarinos, lo que le costó, poco después, la represalia de la empresa Laminfer, echándolo, seguramente con la complicidad de la UOM nacional (y sus secuaces rosarinos) dirigida por Lorenzo Miguel, sucesor de Augusto Vandor.
Para ellos Piccinini era el peor enemigo, porque era el defensor de los intereses de la clase obrera.