En un cuarto oscuro y sucio, la veo a ella revolviendo el mate como si fuera polenta. Ella es La Maga. Fue la primera maternidad que me movió al llanto. Esa uruguaya, desolada y alucinada en su voracidad por ser mujer y madre a la vez.

Como si las dos cosas fueran no complementarias sino opuestas, yo escuché una vez decir “yo dejé de ser mujer para ser madre”.  Esas frases que a una la dejaban sin aliento, imaginando que para enfrentar el futuro había que tomar una decisión desde los absolutos. Una es por mucho tiempo esa madre que lleva adentro, desde los gestos que se pegan en la piel de la infancia, hasta el discurso que se va construyendo en las tardes de invierno, frente a un chocolate caliente o una tostada con miel.

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De-construir esa maternidad es una tarea que una lleva a cabo a lo largo de la vida del propio hijo, al mismo tiempo que el hijo nos va reconstruyendo a nosotras. Desde esta vereda desde donde escribo, los días son amarillos y verdes. El autismo arma una cápsula de identidad y sostén que solamente se puede ir abriendo con el esfuerzo del trabajo consciente. La tendencia natural es cerrarse, aislarse. Quedarse en esa zona de confort.

Es el día de la madre y yo lo festejo escribiendo. Desde hace un tiempo, me festejo escribiendo. Mi hijo lo sabe porque me acompaña en la tarea. Con sus pasos silencios, compartiendo el aire, con alguna frase que repite quizás cada cinco minutos, como un mantra: “We go for a walk” (“vamos a caminar”).

Sus frases no siempre expresan sus deseos. Sus frases son parte de ese conglomerado de palabras que una persona con autismo expresa para comunicarse aunque no sea eso lo que realmente quiere comunicar.

Desde ese lugar, que no siempre es lo que parece, yo he ido armando mi maternidad. Una maternidad diferente a la de cualquier madre que cronológicamente se va ajustando a la edad social y aceptada por esta cultura.

Mi hijo tiene veintiún años. Pasa sus días escuchando videos infantiles, espera que yo lo bañe y lo afeite. Me da la mano para cruzar la calle. Esta es la maternidad que me ha conformado como persona, como alguien que mira al mundo desde otra ventana.

Festejar más allá de las convenciones es casi una obligación que uno toma con la vida. Una ceremonia de agradecimiento por el calor del hijo, por su compañía, por su sonrisa cuando mira, por sus manos que no saben escribir pero saben descifrar los signos de nuestros abrazos.

Cuando parí a Dante, decidí hacerlo sin anestesia. Quería sentir la intensidad del parir, saber y no esconder ese acto trascendente de dar vida.  Tuve miedo.  En un momento sentí que el cuerpo se rompía. Sentí que la vida y la muerte eran una sola cosa. Sin esa unidad alucinante, que en esos minutos sacudió mi vida, la intensidad de mi relación con mi hijo quizás no hubiera sido la misma.

En mi léxico emocional, la palabra intensidad ocupa un lugar preponderante. No podría imaginar el origen del deseo desde otro lado. Así fui adentrándome al autismo y a la vida particular de mi hijo. Intensidad de emociones, de ruidos, de sensaciones. Intensidad de algo que no esconde para gustar o aparentar.  Desde el autismo, el simular o quedar bien no existe. Es una categoría de vida presente desde la ausencia.

Desde ese lugar, pienso en la maternidad, en esa palabra que significa “mater”, origen, procedencia.

Cuando dejé mi país de origen, la última imagen que llevé en mi retina fue la de las Madres en su ronda por la dignidad.  Como un símbolo de que algo era todavía posible, guardé esa fotografía del alma en mi recuerdo, para poder construir mi vida en esa nueva tierra que me esperaba.

Tardé muchos años en sentirme parte de esta California donde vivo. Fue el autismo de mi hijo, esa necesidad desesperada de buscar ayuda para él, la que me sumergió en el idioma inglés, en sus terminologías, en sus expresiones y la que también me conformó para ejercer el trabajo que ejerzo desde hace ya quince años. Ayudante de maestra de educación especial.

La maternidad “especial” conformó mi vida. No dejé de ser mujer para ser madre. Fui madre y mi mujer se expandió a una dimensión diferente. Desde la particularidad de mi vida, pienso este día.

Hay una militancia desde el amor y desde ese lenguaje singular que una va construyendo para acompañar la discapacidad.

Es un constante ejercicio de cotejar lo impuesto para darle otra mirada.

Un vocabulario bélico se levanta sobre las madres de personas con discapacidad. Se habla de “madres guerreras”. Se dice que “hay que ganar la pelea”. Alguien incluso una vez elogiando mi sonrisa la describió como “escudo de mil batallas”.

 

Yo no quise vivir la maternidad como si estuviera en guerra con el diagnóstico de mi hijo. No quise coartar mi mundo y su mundo a eso. No quiero ser una guerrera ni ganar ninguna batalla, porque no hay ninguna batalla que ganar. Porque la idea de triunfo es la idea que nos impone el capital.

Pienso en la maternidad, como ese lugar elegido desde el deseo. Pienso en la violencia social impuesta a las mujeres a ser madres para perpetuar la especie y el sistema económico que nos explota. Pienso en ese mandato del patriarcado, como otra forma de violencia y explotación. Por eso siento y entiendo que la maternidad debe ser una elección o no debe ser.

Por eso siento que en esta revolución de sentidos que estamos viviendo, es necesario e imprescindible, re- significar el día de la madre. El día del origen, de la procedencia, el día del encuentro con ese deseo que nos lleva a estar desde nuestro propio deseo.

Ser madre es una tarea para siempre, es un amor que no prescribe, que no sabe de egoísmos, que no basa su elección en el espejo narcisista de vernos reflejados en el otro. Es amar lo que  muchas veces no entendemos, lo que muchas veces nos cuesta, lo que nos desarma y nos construye para ser personas dignas de nuestra humanidad.

Ser madres desde la discapacidad del hijo, es ser un agente social de cambio para denunciar y marcar la discapacidad de la sociedad para aceptar al diferente.

La discapacidad, la pobreza, los problemas emocionales, son algunas de las tantas marcas que hacen que una mujer deba luchar por la inclusión de los hijos.

Hoy las mujeres nos estamos pensando desde ese lugar de agente de cambio social que esta sociedad no se anima o no puede generar.

Salimos a las calles, no estamos solas, decimos no al maltrato, no a la violencia a la que estuvimos acostumbradas por muchos años. Nos animamos a vivir como mujeres, sin ser la mujer de, la pareja de, la mina de. El “de” ha desaparecido. La pertenencia está en nuestro sexo, en nuestro origen, en esta energía cósmica que nos envuelve en una hermandad que imagina y va haciendo un mundo diferente.

En el día de la madre, yo recuerdo mi parto como un ritual, una apertura a una dimensión distinta. Algo en el cosmos despertó un portal por el que voy transitando.

Las mujeres llevamos en nuestros cuerpos la fuerza de procrear, pero solamente nuestra decisión es la que nos deberá hacer madres.  Hay muchas formas de parir, de dar luz en este mundo.

Desde otras mujeres como Suely Rolnik vamos aprendiendo que es posible “descolonizar nuestro inconsciente”. Hoy sabemos que la revolución no pasará por la decisión patriarcal de tomar en manos del Estado los medios de producción. Hay otra revolución, real, ancestral, luminosamente energética. Las mujeres la estamos protagonizando y todo ser humano que quiera nacer a la nueva vida, deberá dejar su vieja piel, mirarse sin piedad para transformarnos.

 

En el día de la madre, por la urgencia del planeta, por nuestra imperante necesidad que genera otra impronta, sentimos en las entrañas esa pulsión de vida.  Seamos madres o no, seamos mujeres, hombres, este día es el festejo a un nuevo orden, a un nuevo nacimiento.

El orden de las estrellas ha cambiado. Algunos hemos leído pequeños signos desde el ejercicio de la maternidad, convencional y corpórea. Otros desde sus propios misterios.

El libro está abierto y sus páginas en blanco para ser escritas.

El día de la madre, el día del origen, de lo que realmente importa, es el día en que nuestra dignidad besa su presente para honrarse.

 

“La maternidad será deseada o no será”, esa frase que nos representa, abarca todo el amor que cabe en una madre. Nadie puede ni debe engendrar desde el dolor, la tristeza, la frustración o la anulación del propio deseo. Porque todos merecemos un mundo donde honrar el deseo sea honrar la vida.

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Sobre el autor:

Acerca de Adriana Briff

Nació en la ciudad de Rosario.  Egresada de la Facultad de Comunicación Social de Rosario. Trabajó  en el diario Democracia a fines de los años 80. Emigró a San Mateo, California en 1989.   Colectora de palabras, publicó sus escritos en la Revista Brando del diario La Nación, en Urbanave, revista de contracultura de la ciudad de Boedo. En […]

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