La novicia rebelde fue una de las primeras películas que vi en mi vida. La debo haber visto cien veces durante mi infancia. Doscientas, si sumamos mi adolescencia. En algún momento, dejé de llevar la cuenta. Hace unos días, el cine El Cairo me designó “amiga del mes” y me permitió elegir un film. No lo dudé. Jamás había visto mi musical preferido en pantalla grande.

Fue así como, una fría noche de viernes, junto a un grupo de fans más numeroso del que anticipaba, nos embarcamos en un viaje en el tiempo que duró casi tres horas. Un viaje alucinante que me llevó, sin embargo, a un lugar inesperado.

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Hacía más de una década que no me asomaba a The Sound of Music, pero como si fuera una nena me emocioné una vez más con la historia que me sabía de memoria, recité a la perfección diálogos entre María y el Capitán, canté las canciones con los niños Von Trapp, me angustié con la persecución de los nazis. Como espectadora adulta, entendí guiños políticos sobre lo que estaba viviendo Austria en aquella época, analicé la belleza de algunas tomas hechas desde helicóptero en tiempos en que ni los nerds soñaban con tener un dron y me permití reírme de escenas poco verosímiles, elementos que en mi niñez habían pasado desapercibidos. Pero hubo un cambio impactante que jamás anticipé y del que aún no me recupero: adoré a la Baronesa.

Mi recuerdo de niñez sobre la Baronesa: un personaje siniestro y superficial, que con sus acciones embarraba la cancha, quien claramente odiaba a los niños y quería quitarles a su padre. La gran enemiga de María, bah. Lo que pude ver en la gran pantalla: una mujer sofisticada y segura, que sabía lo que quería, quien intentaba encajar en un mundo al que no pertenecía y tenía tanta dignidad como sentido de la moda.

¿Con qué frase nos introducen a la Baronesa en el film? “Me devolviste las ganas de vivir”. Esa es la confesión del Capitán a la rubia de vestido ajustado con la que acaba de llegar de Viena, personaje interpretado por Eleanor Parker (rol que en algún momento se pensó para Grace Kelly). Pronto nos damos cuenta de que ella no lo quiere por su plata, ni por ese divino castillo que tiene como hogar. Ella es rica y tiene su lugar en la alta sociedad. Ella quiere un compañero. No odia a los chicos, pero le cuesta saber qué hacer con ellos. Es fácil entenderla: son siete, SI-E-TE. Si no se asustara no sería humana.

Por supuesto, este reconocimiento a la Baronesa me llegó con una cuota de conflicto. Si quería tanto a María, el personaje de Julie Andrews, ¿cómo era posible que su enemiga no fuera mi enemiga? No hubo caso. Madurez y sororidad mediante, no pude. Me encantó su humor irónico, a veces ácido. Me gustó su elegancia (claramente no se pondría ropa hecha con tela de cortinas) y hasta su intento de jugar con los chicos (nadie le puede ganar a Mary Poppins, esa batalla siempre estuvo perdida).

La gran revelación llegó en la escena clave: cuando Parker encara a Andrews y hace que se vaya de la casa. Si bien están claros los motivos de la Baronesa (se da cuenta de que algo pasa entre el Capitán y la niñera) y es fuerte su influencia para que María vuelva al convento, no pude ver maldad. En todo caso, vi una frontalidad de esas que asustan. Vi a una mujer bien parada que actuaba con un objetivo claro, frente a una joven (adorable, sí, totalmente adorable pero) que no sabía bien qué quería ni qué hacía ahí.

Cómo no alabar la dignidad y la gracia que muestra la Baronesa en su última escena cuando, a poco de confirmar su compromiso de casamiento, el Capitán da marcha atrás. Ella no lo deja terminar la frase con la que él le está por anunciar el final de su relación. Lo interrumpe, sonríe con evidente tristeza, incluso hace un chiste sobre María, le da un beso y se va antes de que caigan las lágrimas. No tiene nada que hacer ahí, entendió todo. Sí, ya sé que la Baronesa tiene que irse, porque la historia de amor es de María y el Capitán, lo sabemos todos. Pero me descubrí queriendo irme con la Baronesa a tomar unas copas y levantarle el ánimo: vamos, mujer, no te pongas mal que hay más capitanes en el mar, se lo pierde él que no pudo ver todo lo que valías.

Pasaron ya demasiados años, pero le quiero pedir disculpas a la Baronesa. Creo que todos deberíamos pedirle disculpas. Por haber recibido tanto odio innecesario de tantas generaciones que crecimos viendo una película que, en realidad, era otra. O, en todo caso, es muchas películas en una. No, no prefiero a la Baronesa antes que a María. Bueno, mejor no pregunten.

En todo caso, que María se sume también a la barra, le invitamos un trago y que nos cuente (si quiere, cantando) por qué quiso ser monja, si cualquiera a los dos minutos de conocerla se da cuenta de que no está hecha para el convento. Y hasta podemos hacer un brindis por el bendito Capitán, que cambia de amores cada vez que sube o baja la marea.

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Acerca de Fernanda Blasco

Periodista

Periodista (TEA) y Profesora en Letras (UNR). Participó con gran adrenalina del nacimiento de tres importantes proyectos periodísticos: el diario El Ciudadano (1998) donde fue redactora, el diario digital Rosario3 (2006) donde fue subeditora, y el portal Rosarioplus (2015) donde armó el proyecto y fue editora. En la actualidad, es consultora en comunicación digital. Además, […]

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