La precuela de Game of Thrones ya está entre nosotros. House of the Dragon nos sitúa nuevamente en El Poniente, el continente medieval imaginado por George R. R. Martin. La tónica de los dos primeros capítulos es similar a las últimas temporadas de la serie original donde la lucha por el trono de hierro subordinó los aspectos “fantásticos” de la trama al elemento más “racional” y humano de la consecución del poder. El mundo donde reinan los Targaryen es heredero del género conocido como Espada y Hechicería, pero la serie de HBO se aleja de este, y de la Fantasía Épica, porque lo sobrenatural e irracional es aquí marginal y no constitutivo del relato. En otras palabras, La Casa del Dragón nos muestra un universo encantado en que, por paradójico que suene, lo que prima es el desencanto.
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Max Weber esbozó la noción de “desencanto del mundo” para referirse a unas de las particularidades de la sociedad moderna capitalista; la imposibilidad del hombre para vincularse con el mundo físico desde un horizonte irracional. Por el contrario, los grandes relatos de la modernidad no serán ya epopeyas y narraciones míticas sino explicaciones racionales de fenómenos naturales. El racionalismo capitalista desencanta el mundo al obstruir toda comprensión del entorno material que sea irracional. Marx se había aproximado a una tesis similar en su Introducción a la crítica de la economía política. En un pequeño estudio sobre el arte griego y la sociedad moderna, que quedó inconcluso, afirma que el advenimiento del capitalismo acabó con el fundamento de la mitología griega del que se nutría el arte griego. Por tanto, si “toda mitología esclaviza, domina las fuerzas de la naturaleza en el dominio de la imaginación y por la imaginación, y les da forma; desaparece, pues, cuando esas fuerzas son dominadas realmente”. Ya no son necesarios ni dioses ni héroes para dominar el mundo físico. La razón humana puede hacerlo.
La magia y el capital
“Qué es Vulcano en comparación con Robert and Co.”, se preguntaba Marx, “Júpiter comparado con el pararrayos y Hermes frente al Credit Mobilier”. ¿Qué es la magia comparada con el poder transformador del capital? El mundo capitalista se erige sobre el cadáver de dioses y druidas. No hay en él espacio para lo irracional. Pero como aquel “fantasma que recorre Europa”, la mitología se niega a morir. Con el retorno a primera plana de las grandes religiones, la cristiana en su forma evangelística y la islámica, el éxito de los juegos de rol, la literatura fantástica, o los videojuegos, el sociólogo francés Michel Maffesoli ha visto un paulatino “reencantamiento del mundo”. No como crítica a Weber o a Marx, sino como límite del racionalismo capitalista y su desencanto.
El primer capítulo de Game of Thrones nos mostró un mundo desencantado donde dragones, hechiceros y hasta caminantes blancos estaban extintos. Su presencia, en forma de relatos míticos, es percibida como ficción por los protagonistas. Todo eso cambia al final de esa primera temporada con Daenarys convertida en la madre de los dragones. Poco a poco El Poniente se reencanta, Thoros de Myr y Melisandre, que sirven al dios rojo, tienen capacidades mágicas sorprendentes, capaces de revivir a un ser humano. El muro resulta no haber sido construido para contener a los salvajes sino a los mismísimos caminantes blancos que ya no son una leyenda. Brandon Stark es un cambiapieles que puede ocupar otros cuerpos de animales y hombres. Como si la obra de Martin fuera un espejo del mundo contemporáneo a ella, vemos a El Poniente reencantarse conforme avanza la historia.
House of the Dragon, cuya trama se desenvuelve ciento setenta y dos años antes de Games of Thrones, pone en escena nuevamente esa imagen de un universo fantástico desencantado. No hay nada que nos recuerde que allí hay fantasía, nada, excepto los dragones. Decía Borges en El libro de los Seres Imaginarios, que escribió conjuntamente con Margarita Guerrero, que en la mitología el dragón es capaz de asumir muchas formas, pero estas son inescrutables. Podía a voluntad hacerse visible o invisible a los hombres. Subir a los cielos en primavera, bajar a las profundidades del mar en otoño. Cambiaba sus formas y también su hábitat, los había celestiales, terrestres, subterráneos y marítimos. Era inmortal y podía comunicarse con otros dragones, a pesar de la distancia, sin mediar palabra.
Instrumentalización
Sin embargo, en la pantalla de HBO la más paradigmática de las criaturas fantásticas que ha dado la literatura, el arte y la mitología, queda reducida al papel de un “arma aterradora” según la definición que ofrece Corlys Velaryon, el personaje interpretado por Steve Toussaint. Toda la rica tradición mítica asociada al dragón se deja de lado en favor de su instrumentalización como arma de guerra. Un arma letal, que le da a los Targaryen un poder equivalente a nuestras armas nucleares, y, como sucede con estas, el Rey Viserys I advierte que es un error creer que el ser humano puede en verdad controlarlos. Despojado de los atributos mágicos de antaño, cuando sus dientes, huesos y salivas eran tenidos como portadores de virtudes curativas, el dragón que surca los cielos de El Poniente espera paciente que los seres humanos decidan el momento oportuno de utilizarlo en su lucha por el poder y las riquezas. Algo por el estilo vemos en el segundo capítulo cuando los hombres del Rey, al mando de Otto Hightower, buscan en Rocadragón que el Príncipe Daemon devuelva el huevo de dragón hurtado. En un momento los hombres de La Mano de Rey desenvainan sus espadas con intención de trabar combate, pero la irrupción de Caraxes, el dragón de Daemon, los disuade a guardar el hierro. Finalmente, la princesa Rhaenyra, al mando del dragón Syrax, equilibra las fuerzas y logra disuadir a su tío de devolver el huevo. Un preludio de lo que vendrá; batallas de dragones, que sin duda serán imponentes en términos estéticos.
Estamos, no obstante, muy lejos del Smaug de El Hobbit, con el que Tolkien procuró reinsertar la mitología asociada al dragón en la cultura contemporánea. El de House of the Dragon es un dragón tamizado, pasado por el filtro del racionalismo capitalista, es un cazabombardero prehistórico con una capacidad de destrucción enorme. La última frontera ganada a la irracionalidad, la conversión del mágico ser, otrora puente entre el mundo natural y las fuerzas del más allá, en un simple instrumento de guerra al servicio de los caprichos humanos. Cabría preguntarnos, junto con Marx, ¿qué es un dragón comparado con un F-22 Raptor o un misil balístico?
Puede que Maffesoli este en lo cierto cuando identifica un reencantamiento del mundo para el primer cuarto del siglo XXI, pero sería ingenuo creer que el mismo tendrá lugar sin que el racionalismo capitalista ofrezca resistencia. Las grandes narraciones míticas aun tienen mucho camino por recorrer para volver a reencantar el mundo.