Transcurridos 30 minutos del show de Roger Waters en La Plata llegué a pensar que en cualquier momento aparecía en escena un reclamo por la escrituración de terrenos en Tierra de Sueños, por más pavimentación en Funes o por los penales que le vienen negando a Central.
La lista de causas humanitarias que aborda Mr. Waters es interminable: refugiados, calentamiento global, maltrato animal, identidad de género, abusos policíacos, genocidios, guerras, basura plástica, migración, concentración de la riqueza, explotación infantil, separación de Iglesia y Estado, Palestina, terrorismo, espionaje en Facebook, neofascismos, hambre en el Tercer Mundo, opresión del Estado, tráfico de personas, y varias más. Sobre castellano inclusivo no dijo nada.
Una enumeración compatible en extensión y variedad con la que hace León Gieco en “La Memoria”, que fue justamente y con absoluta pertinencia la canción que subió a cantar como invitado de Waters.
Más que una gira por Latinoamérica, el Tour Us + Them es una cruzada militante en formato de show artístico de calidad inolvidable.
Todavía le estamos haciendo análisis de sangre al título de la gira: Us + Them. ¿Nosotros más ellos?
La canción que lo inspira es “Us and Them” (Nosotros y Ellos), una de las tantas letras antibélicas de Pink Floyd. La concepción de un Ellos, el enemigo global, y un Nosotros, las grandes mayorías oprimidas, es absolutamente gráfica del espíritu del show.
El signo + puede leerse como “and” en inglés, pero no deja de ser, también, un signo “más”.
¿Nosotros Y (versus) Ellos, como en el Truco, y al mismo tiempo Nosotros Más Ellos, como en las fantasías inclusivas?
Una ambigüedad impropia de Roger, que tira trompadas directas a la nariz a cuanto enemigo se monta en uno de sus grandes huevos.
Debe haber algo más en ese nombre de la gira. Continuaremos indagando.
Fotografías, gentileza de Silvina Palumbo (Perfil). Salvo donde se indica.
No te crucés con Roger
Disgresionada la pavada del título, el blanco principal de Waters es Donald Trump, fustigado y ridiculizado con saña, representado en imágenes como cerdo, como niño caprichoso, como travestido, como hitleriano, como perro rabioso. La pura corporización del abyecto. Con lo que el discurso que propone Waters es de palmaria actualidad. Algunas de las temáticas políticas que aborda son más atemporales, como el calentamiento global, pero la puesta en escena reivindicativa pone nombres, apellidos y rostros a los acusados del Mal global: además de Trump, y más o menos en orden de hostilidad, Israel, Theresa May, Mark Zuckerberg, Xi Jinping, Netanyahu, Erdogan, Berlusconi, el fascista filipino Duterte, Bush, y muchos otros.
Macri no fue mencionado por el artista pero sí insultado por un 70% del público a través de la canción que sabemos todos.
Igualmente, hubo intervención de Roger en el panorama argentino: enarboló un pañuelo verde y dijo que a ver si nuestras autoridades terminan con la ridícula prohibición de interrumpir un embarazo, y que los derechos de las mujeres deben respetarse, y después se lo ató, con alguna dificultad, alrededor de su castigada garganta. Y también dio poderosísimo respaldo a la causa mapuche con la invitación como teloneros a la banda indie neuquina Puel Kona. (No sé bien qué es indie pero queda bastante bien ahí).
Luego, un coro de escolares de Florencio Varela personificó –cantando de verdad– a los alumnos que caen en la picadora de carne en “Another brick in the wall”. Los uniformes esta vez fueron particularmente estremecedores: el overol naranja y la capucha negra de los prisioneros que ISIS decapitaba para exhibir en YouTube.
Y por último, la mencionada invitación a León Gieco. Waters recorre el mundo y evidentemente su equipo se ocupa e interioriza de las realidades locales, pues no hay aliados elegidos al revoleo ni para quedar bien ni para la foto. Un Waters mal asesorado podría haber terminado con, en vez de Gieco, la co-actuación de Los Sultanes cantando “Agente agente arrésteme pronto”. Pero no, la elección de nuestro querido León y su tan simbólica canción “La Memoria” fue un moño ideal, sentido, conmovedor.
A diferencia de tantos otros artistas extranjeros en gira, Roger Waters no tuvo el gesto jugado y magnánimo de ponerse la camiseta de la selección argentina. Sólo se limitó a averiguar qué está pasando en nuestro país, conmemorar a madres de desaparecidos y de soldados muertos en Malvinas (es inglés y las nombró como “Malvinas”), ayudar a hacer visible algunas de las tantas Argentinas postergadas.
Elevada fidelidad
No es por presuntuoso pero desde que se dice “alta fiesta” o “nos comimos alto asado” me suena feo “alta fidelidad”.
Y disculpas también por no poder dar una referencia profesional sobre la calidad musical de Us + Them.
Percepciones: a sus 75 años Roger llega con unas cuerdas vocales menos cuidadas que las de Jagger, Sinatra o Estela Raval con la misma edad.
Posiblemente por eso reservó su vocalización solo para los temas nuevos y algunos muy emblemáticos, aquellos que adicionalmente imprimían más significado político. Por lo que el matiz pedregoso de la voz de Waters termina quedando bien. De protesta, de grito indignado. Audio en inglés se dice Odio.
Gran parte del repertorio lo canta el guitarrista Jonathan Wilson, a quien Waters presenta como hippie californiano.
Cuenta además con dos chicas vocalistas que interpretan los coros celestiales tan característicos de los temas de El lado oscuro de la luna, en especial “The Great Gig in the Sky”. Dos chicas blancas con peluca blanca que contrastan pero probablemente referencian a aquellas mulatonas impetuosas que modelaron esos coros hace décadas.
La banda se compone, además, de los instrumentos consabidos: teclados, batería, saxo, otro guitarrista que logra inconfundiblemente los dulces acordes de David Gilmour. Todo lo conocido de Pink Floyd nos sonó igual o mejor que las grabaciones más majestuosas que conocíamos, por lo que supongo que son instrumentistas de elite, con mucho ensayo a cuestas y todos los papeles en regla.
La puesta en escena es inmaculada, sincronizada, y cada canción se encadena con la siguiente sin interrupciones ni explicaciones, homogeneizadas por el montaje visual y por el sentido que va llevando el hilván discursivo.
La pantalla refleja cientos de creaciones de fino arte visual y conceptual junto con cientos de consignas, crudas y ásperas, en inglés. Gran parte del público argentino, aunque entendedor de las intenciones y posturas, se quedó con las ganas de comprender las consignas. “Qué le costaba traducirlas” fue el tenue reclamo de muchos.
Se puede suponer que es una decisión artística, o que no quiere sobreactuar la empatía con cada público local y así ser acusado, aún más, de demagogo.
La calidad del sonido la sabrán evaluar los oídos exigentes. Para nosotros, el público plebeyo, fue un disfrute musical impecable. Algunos con pretensión de conocedores lo aprobaron con la frase estandarizada en círculos musiqueros: “Sonó como la conchadesumadre”.
Cine, teatro, sermón y tribuna
Si bien todos los megashows musicales tienen un componente visual obligado, que por lo general supera la imaginación de cualquiera, en ningún otro debe ser tan indispensable como en los de Roger Waters.
A los que conocimos a Pink Floyd por su película The Wall nos resulta bastante natural. El entendimiento cabal de que esta gente produce arte visual con mensajes profundos y angustiantes y música por momentos celestial.
En Us + Them domina el escenario una pantalla descomunal, de todo el ancho de la cancha de fútbol en que se lo emplaza.
La proyección, efectos y recursos físicos combinan un repaso iconográfico histórico de discos de Pink Floyd con docenas de consignas políticas de resistencia, desprovistas de metáfora, panfleto liso y llano con una movilizadora carga de ira.
El mayor impacto es cuando desde el suelo (la base de la pantalla) surge y crece como una maleza indetenible la mítica usina Battersea. Con un ruido atronador de sirenas y destrucción, primero brotan unas columnas de capitolio que luego terminarán siendo las chimeneas y todo sigue emergiendo hasta conformar una inmensa mole de ladrillos (la pantalla completa) y cuatro chimeneas (reales) gigantescas y humeantes. Unos pocos minutos que logran empequeñecer tu alma ante la conceptualización monstruosa del Estado opresor y policíaco, de la cara implacable del poder capitalista.
Imagen tomada por Guille Booth
Battersea fue una usina abandonada por décadas a orillas del Támesis en una zona muy central y premium de Londres. Su imagen contra un cielo de nubarrones negros fue la tapa del disco Animals de Pink Floyd, de 1977. Período de una Gran Bretaña de industrias y minería en quiebra, desocupación y recesión, preludio de la Thatcher. En Animals le cantan a tres animales: cerdos, perros y ovejas. Principalmente a los cerdos, en un rol orwelliano de Rebelión en la Granja, o en el de esa caricatura del cerdo capitalista con smoking y habano. Esta vez el gran cerdo es Donald Trump. Sin muchas vueltas: una de las tantas consignas proyectadas en escena es, directamente, “Trump es un cerdo”. Otra: “Los cerdos gobiernan el mundo”. Y otra: “Fuck the pigs” (traducción libre: A la mierda los cerdos).
La usina Battersea fue adquirida hace unos años por un consorcio inmobiliario asiático para un proyecto de 9 mil millones de libras que desde entonces están construyendo. Es el nuevo símbolo de este nuevo mundo que tampoco –aparentemente– le gusta un carajo a Roger Waters: un complejo de departamentos de lujo con jardines colgantes y paseos comerciales. Las características chimeneas se demolieron completamente y luego las volvieron a erigir, calcadas, en un acto de extrema norteamericanidad.
Por supuesto que Mr. Waters pertenece, por patrimonio, no a la clase social que puede adquirir departamentos en Battersea sino a la que puede directamente comprar una usina, demolerla y construir 20 edificios. O sea, al famoso 0,1% del tope de la escala social. Y eso es, obviamente, el principal argumento que utilizan para desacreditar sus campañas. ¿Quiénes lo utilizan? Principalmente los que se sienten ofendidos por ellas, y luego sus voceros en la sociedad, que pueden ser formadores de opinión profesionales o cualquier oficinista o verdulero con ganas de argumentar a favor de lo establecido.
Nada novedoso. Es la descalificación que a escala cotidiana oímos todos los días contra cualquiera que se pronuncie contra alguna injusticia. “Posteás por la educación pública y te vas de vacaciones a Florianápoli”, “Usás remera de Santiago Maldonado y tenés un reloj Paddlewatch”, “Defendés el aborto pero bien que usás zapatillas Reebok y comés hamburguesas”.
Que se yo, la ciénaga moral que plantean esas críticas es playa pero puede ser inmovilizadora y salpicar mucho barro. Para algo Bertolt Brecht estableció, en su elogio a los hombres que luchan, el ránking de personas valiosas entregadas a una causa. Algunas seremos sólo buenas y no imprescindibles, ya sea por dedicación, look o patrimonio. Pero si Roger Waters con todo lo que está haciendo no llega al máximo puntaje en esa clasificación, del 1 al 10 saca un 9.
“Todo está guardado en la memoria”, como cantó León.
Y Pink Floyd, ni te cuento. Guardamos en la memoria esos cassettes copiados con fanatismo y reproducidos al desgaste, esas noches en casa del amigo que tenía videocasetera viendo por sexta vez The Wall, ese fetichismo por las tapas de sus discos.
Pink Floyd está guardado en la memoria. En particular, en una memoria de 8 gigas en el pendrive.
Hemos podido ver en persona a un prócer.