Los Anillos de Poder, la serie de Amazon Prime que pretende ser una precuela de los films basados en la saga El Señor de los Anillos, de Peter Jackson, se estrenó con cierta polémica. Los haters en las redes sociales cuestionaron la agenda inclusiva que maneja la serie, y los fans de J.R.R. Tolkien, la fidelidad a la obra del gran escritor británico. Unos y otros, sin embargo, coinciden en su crítica al personaje de Galadriel interpretado por Morfydd Clark. Lo que llama la atención de la actuación de Clark es la actitud de Galadriel que raya a veces en la altanería. Para los amantes de El Señor de los Anillos dicha actitud no es coherente con la Galadriel que vimos antes, interpretada por Cate Blanchett, menos con la que describe Tolkien en sus libros. A mi juicio, la diferencia estriba en el carácter mesiánico que se le asigna al personaje en Los Anillos de Poder. Galadriel, y los elfos en general, tienen aquí un sentido de misión respecto de su lugar en la Tierra Media un tanto diferente del que podrían llegar a tener en las versiones anteriores.

La muerte de su hermano Finrod a mano de Sauron es el desencadenante de una obsesión que lleva a Galadriel a buscar al asesino hasta los confines de la Tierra Media. Sus soldados se amotinan cuando creen que la búsqueda ha ido demasiado lejos y carece de sentido. Mientras que Gil Galad, el Alto Rey de los Elfos, la despacha hacia Valinor como modo de poner fin a la cacería. Galadriel, empero, se lanza al mar en los instantes previos a que el barco llegue al reino imperecedero. Halbrand, el humano que la recoge en alta mar, le preguntará más tarde, ya en la isla de Númenor, “¿Por qué sigues peleando?” Galadriel responde: “Porque no puedo parar”. La suya no es una guerra cualquiera, es una guerra sin límites temporales o espaciales. En la teoría política contemporánea existe un nombre para ella: la guerra permanente.
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En cualquier tiempo y lugar
No es casual que la guerra permanente sea la doctrina dominante en la política exterior de los Estados Unidos desde comienzos del presente siglo. Sus preceptos básicos se pueden sintetizar en el conocido discurso de George Bush pronunciado el 18 de Septiembre de 2001 en que advierte: “No solamente combatiremos contra aquellos que se atrevan a atacar a Estados Unidos, combatiremos también contra aquellos que les den asilo”. Eso significaba que la guerra contra el terrorismo no se libraría en un espacio geográfico determinado, sino en cualquier lugar del planeta donde Estados Unidos se percibiera amenazado. Eso que en la jerga se conoce como “guerra preventiva”. Tampoco había una meta temporal, pues las operaciones acabarían cuando el enemigo fuese aniquilado y no quedase terrorista en pie. La guerra contra el Terror era, como la guerra contra Sauron, una guerra para exterminar el mal. Así, en una escena del capítulo seis Galadriel le dice a Adar, el líder de los Orcos, que nunca verá realizado su plan de darle a sus “hijos” un hogar, porque ella no se detendrá hasta exterminarlos.

En el libro El imperio del capital Ellen Meiksins Wood afirma que el imperialismo del siglo XXI “requiere una acción militar sin fin, en sus propósitos o en el tiempo”. Es decir, la guerra se vuelve permanente por una necesidad estructural del capitalismo y no por una elección conciente de los líderes estadounidenses. De hecho, la administración demócrata de Barak Obama, como observa el politólogo y diplomático brasileño Luís Alberto Moniz Bandeira, mantuvo la agenda neoconservadora del gobierno de Bush en política exterior. Dicha agenda se funda en la misión política y militar de evitar que emerja una nueva superpotencia capaz de rivalizar con Estados Unidos. Eso implica, una vez más, la voluntad y capacidad de combatir en todo tiempo y lugar cualquier amenaza al status quo.
El eje del mal
La amenaza hoy día, el nuevo mal que se cierne sobre esta, nuestra Tierra Media, es la autocracia encarnada en el eje Moscú-Beijing. La misma encontró a Occidente dividido. En Europa los intereses franco-germanos son opuestos a los británicos; en Oceanía, Australia se encuentra bastante aislada como para hacer frente al avance chino, y Japón es incapaz de irle a la zaga, en términos económicos y militares, a su vecino. La influencia sino-rusa llega incluso a contaminar el “patio trasero”, donde gobiernos como el de Venezuela y Nicaragua son abiertamente sus aliados. La precondición necesaria para hacer frente al mal es la unidad. Lo sabe el gobierno de Joe Biden que busca encolumnar detrás de su liderazgo a Occidente y sus aliados. Lo sabe Galadriel que procura unir a Hombres y Elfos para luchar contra Sauron, mientras Elrond teje la alianza entre Elfos y Enanos. Tan central es el asunto en la trama de Los Anillos de Poder que, como respuesta a las críticas por la inclusión de actores de color en la serie, la productora ejecutiva Lindsey Weber afirmó: “Tolkien es para todos. Sus historias tratan sobre razas ficticias que hacen su mejor trabajo cuando dejan el aislamiento de sus propias culturas y se unen”. La defensa de la civilización occidental comienza por la unión de las naciones.
La misión

La doctrina de la guerra permanente en Estados Unidos entronca con una visión providencialista de su lugar en el mundo. La idea de un país indispensable, portador de una misión histórica delegada por Dios. Las palabras de George Bush, aquel mes de Septiembre de 2001, otra vez resultan ilustrativas: “América fue blanco de un ataque porque somos el faro más brillante de libertad y oportunidad en el mundo. Y nada impedirá que esa luz brille”. Ese “nada impedirá” lleva implícito una imposibilidad de renunciar a la tarea encomendada. Sin los Estados Unidos como garante el mal triunfaría. Esa es una certeza que el país comparte con los Elfos de Los Anillos del Poder. Le dice Gil-Galad a Elrond en el capítulo cinco: “Si los Elfos abandonan la Tierra Media ahora, el ejército enemigo marchará sobre la faz de la tierra y ese será el fin, no solo de nuestro pueblo, sino el de todos los pueblos”. El tono mesiánico de esas palabras de Gil-Galad justifica la obsesión de Galadriel por cazar al enemigo. Los Elfos no pueden abandonar la guerra contra Sauron porque hacerlo aseguraría la victoria del mal.Estados Unidos cometió excesos en su guerra contra Al-Qaeda, torturas en Guantánamo e Irak, mentiras respecto del arsenal de armas químicas de Sadam, o violaciones de los derechos civiles de la comunidad islámica, son solo algunos ejemplos. Esas actitudes afectaron la credibilidad del país ante sus propios aliados. En otras palabras, en la convicción de estar combatiendo el mal Estados Unidos actuó igual a su enemigo. En parte, los problemas que tiene la administración Biden para coaligar a Occidente bajo su liderazgo responden a dichos excesos del pasado. Por tanto, la retórica actual insiste en presentar a Estados Unidos como un país no injerencista ni belicista. En Los Anillos del Poder vemos que Galadriel también ha cometido excesos. Le dice a Halbrand, en el diálogo antes mencionado, que Elrond y Gil-Galad conspiraron para enviarla a Valinor porque: “Creo que ya no podían distinguirme de la maldad que combatía”. Adar, el Elfo Oscuro, le dice, estando solo con ella en una habitación, que al parecer él no es el único Elfo que ha abrazado la oscuridad. En clara referencia a la sed de venganza que anida en el pecho de Galadriel. La guerra permanente, por tanto, es necesaria para vencer al mal pero lleva en su interior el riesgo de borrar las fronteras entre éste y el bien.

En la perspectiva mística, así como existe el pecado existe la posibilidad de su expiación. La sed de venganza va cediendo lugar a la necesidad de redención en el corazón de Galadriel. Eso, y no otra cosa, es lo que ofrece la nueva guerra que se avecina. La posibilidad de que sus amigos puedan distinguir bien a Galadriel del mal que combate. Ese es, en el fondo, el anhelo de una Nación, Estados Unidos, que desea que sus antiguos aliados sean capaces de distinguir su liderazgo benévolo de la maldad contra la que intenta luchar.