En 1958 se publicó Edad sin tegua de Susana Thénon y ese libro comienza con un poema, “Fundación”, que pide en uno de sus versos inventemos palabras. Este 14 de junio de 2025, 67 años después, nos encontramos en El Patio de Mitre para compartir y celebrar el nuevo libro de Gabby, que le hizo caso –con creces– a la Thénon y nos regala Un alfabeto insurrecto, editado por Baltasara.

En estos tiempos en los que la velocidad del sistema es cada vez más voraz, la poesía puede ser –es– un espacio para encontrarnos con ritmos más amenos y sobre todo más humanos. Y en tiempos donde el lenguaje quiere ser –es– utilizado como instrumento de odio, qué mejor momento para crear nuevas palabras, nuevos alfabetos, alfabetos insurrectos que se subleven contra toda forma de espanto.

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El poemario nos invita a refugiarnos del frío, en plural. Digo en plural porque sólo en el encuentro con el lenguaje –astillado, roto, musical– sólo allí es posible mencionar la herida, y con trabajo y paciencia, releer la cicatriz en el tiempo. Y ese trabajo paciente comparte la temporalidad con la naturaleza: “¿te detuviste a respirar hoy?”

No existe un tiempo preestablecido para que la herida cicatrice, ni un tiempo estipulado para que el cuerpo hable. La herida no cicatriza y el cuerpo no habla al ritmo de ninguna imposición. Cada herida, cada cuerpo, cada une puede decirse en primera persona cuando se permite –y otres permiten– hacer nacer la palabra: del mismo modo que un brote rompe el cemento con la fuerza de su raíz, un cuerpo rompe el silencio cuando logra respirar.

El comienzo del poemario de Gabby nos presenta una herida, la historia en fragmentos de una herida que aparece en forma de ecos, en el encuentro con el lenguaje de los lapachos. Una herida que se nombra con la boca en el grito y con los dientes en el susurro. Una herida que es territorio en el cuerpo y en la memoria, en la carne y en el lenguaje. Dicen unos versos “La historia personal como relámpago ilumina / el territorio de la herida. / No necesito nada más que eso / para ser materia de transformaciones” y sumo a este verso, en clave De Cicco, lo personal-poético es político.

Volver a la herida, las veces que sea necesario, para cicatrizar y poder nombrar junto a otres y contra otres. Sobrevivir a las marcas y a los recuerdos, identificar al abusador, buscar justicia poética. Transformar y recuperar la historia personal, la historia que por personal es política y hacerlo desde la lengua. Nombrarse por fuera del binarismo, romper la gramática, hacerle un tajo al sistema y habitar la propia identidad. Hacer justicia por lengua propia: “en la noche de la rabia / la rabia puede ser un poema”

Un alfabeto insurrecto es un libro, es un poema inmenso que asfixia y libera, que duele y sana, que grita y susurra y dice. Es un libro que dice porque logra encontrar, sin dejar de buscar, la palabra que hace cuerpo en la carne y lo hace de manera plural junto a otras voces y otros cuerpos que trascienden el tiempo. La voz poética de la niña es escuchada y Gabby demuestra, sin optimismo, pero con rabia y paciencia, que una voz infantil herida puede encontrar la palabra que rompa el silencio, pero sólo puede aventurarse a nombrar porque existe el recuerdo de Lili, la escritura de Juanfer, las ranitas de Diana, las fotos de Virginia, la danza de Macky, la música de Andi.

Decir, una y otra vez, para significar y resignificar hasta que el espacio del cuerpo y del mundo sean geografías posibles de ser habitadas sólo se logra con otres. Un alfabeto sin hablantes es lengua muerta y acá tenemos un alfabeto insurrecto que responde con fuerza vital a las violencias políticas de un mundo que necesita mucho menos ruido y mucha más poesía.

 

Poemas de Un alfabeto insurrecto de Gabby De Cicco 

 

Nos exponemos y somos la frágil

pieza exhibida en un museo.

La delicadeza es poca

/cuando existe/ y no solemos

llevar el cartelito: Tratar con cuidado.

La experiencia a veces cae

como porcelana antigua, pesada

haciéndose añicos.

 

Cómo recomponer lo roto,

la fisura en la boca

que grita y en primera persona

susurra

 

“Cada día tengo

que lidiar con cosas frágiles”.

 

***

 

 

No se trata solo de aprender

el nombre de las cosas,

hay que nombrarlas de nuevo:

cada palabra un territorio liberado;

lo que se levantó

desde un alfabeto insurrecto.

 

 

***

 

Volver al tema, dice Maillard.

Volver y romper, digo; hacer añicos

el muro de los lamentos y los engaños.

Salir por la puerta del lenguaje como se pueda.

 

Volver al tema. Darle nombre

al abuso; pensar en la lengua devoradora

de Kali cuando asfixia al culpable.

 

Volver al tema, dice Maillard.

Volver y destruir; convertir

en polvo cristalino

el muro de las excusas.

El lenguaje es un cuchillo

que afilo cada noche.

Volver al tema: nombrar

el abuso hasta que la palabra

sea colmillo, sea veneno.

Como Kali, mi lengua

es un látigo preciso

que busca la garganta

del culpable.

 

Volver al tema, dice Maillard.

No para perdonar

sino para que cada sílaba

sea una navaja exacta.

Volver al tema:

el abuso tiene nombre propio

y mi lengua, como Kali,

conoce el sabor

de la justicia.

 

***

 

 

Con el verbo afilado

contra el borde del lenguaje

grabamos nombres en piedra viva

y la arrojamos donde convergen

todas las memorias.

Su caída traza

círculos temblorosos que deletrean,

por primera vez, nuestro alfabeto.

 

Respiramos sin saber que el aire

es a veces la raíz del dolor,

ese que se arranca del cuerpo

como guijarros con rastros de sangre.

 

Lo llamábamos asfixia

antes de encontrar la palabra exacta.

 

Hay veces que tu lengua

parece cortada por astillas de vidrio

al intentar decir

lo que se fuga del binarismo.

 

Lo no binarie se te atora

como un coágulo al fondo de la garganta

y tartamudeás que es imposible nombrarme,

nombrarnos, porque cuesta tragar

ese sorbo afilado.

 

¿Pensaste por un segundo, apenas,

por un instante, que somos personas

a quienes les negás la existencia

en esta lengua?

 

No somos lo abstracto

de una retórica, ni un concepto.

Somos carne, somos huesos,

las voces que ya no se callan.

Somos lo que corta, lo que te hace dudar,

acaso aprender a amar de otra manera.

 

Quizá sigas mordiendo vidrios por un rato.

Somos el vidrio.

Por eso, no nos disculpamos.

 

 

Sobre el autor:

Acerca de Julieta Mazza

Nació en 1989 en Rosario, Santa Fe. Vivió su infancia y adolescencia entre Los Quirquinchos y Venado Tuerto. Retornó a Rosario en 2007, donde reside actualmente. Es profesora de Educación Especial y profesora de Lengua y Literatura, trabaja en escuelas técnicas públicas. Publicó el poemario “Devenir cuerpo” (1era. ed 2023; 2da ed. 2024) editorial Carpe […]

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