Cómo no se me ocurrió a mí / Andrea Calamari
El año es 1970. Joe Brainard es más artista visual que escritor; a veces escribe diarios, algunos relatos cortos, ciertos poemas. Quiere hablar de un momento histórico de la sociedad en la que se crió y lo hace a partir de sus recuerdos personales, entonces se usa a sí mismo como materia prima y enumera lo que le viene a la cabeza desde el pasado. Publica un librito con algunos recuerdos: I remember, pero se sigue acordando de cosas y personas y momentos y lugares y dos años después sale uno más grande que se llama More I remember. A los tres años los unificará en un solo libro. El Me acuerdo de Brainard es un poema narrativo, íntimo, público y lleno de humor. Es un poema con información, con detalles y escenas y banalidades de la vida cotidiana.
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La idea era simple: un solo elemento y su repetición.
“Uno de los pocos libros completamente originales que he leído», dijo Paul Auster cuando lo leyó, y es que la idea, por elemental, no dejaba de ser asombrosa: la enumeración de recuerdos que, con la repetición, genera un efecto hipnótico en el lector. Además, sin proponérselo, Brainard ha encontrado un principio organizador que, como dice Auster, hace que la escritura despegue elevándose hacia otro registro.
Me acuerdo… Parece tan obvio, ahora, tan que cae por su propio peso, tan elemental e incluso antiguo: como si la fórmula mágica hubiera sido conocida desde la invención del lenguaje escrito. Escriba las palabras “me acuerdo”, deténgase uno o dos instantes, dele una oportunidad a su mente para que se abra, e inevitablemente recordará, y recordará con una claridad y una especificidad que no dejarán de sorprenderlo.
Tiene razón Auster, parece tan obvio ahora, pero no lo era. Cuando el amigo de Brainard, el también poeta Ron Padgett, lo leyó, sintió una mezcla de envidia y admiración: qué idea genial, dijo, ¿cómo no se me ocurrió a mí? Habían sido amigos desde aquellos días en la secundaria cuando compartían vida y cigarrillos. El primero que fumaron juntos es uno de los recuerdos del libro.
Me acuerdo de mi primer cigarrillo. Era de la marca Kent. En una colina. En Tulsa, Oklahoma. Con Ron Padgett.
El año ahora es 1978 y el francés Georges Perec, ya publicado, leído y reconocido, lee el texto de Brainard y lo convierte en experimento porque descubre muy rápido la potencia productiva que hay en esa lectura y esa forma de la escritura. “Es un libro digno de ser copiado”, dice. Y lo copia.
El Je me souviens de Perec tiene cuatrocientos ochenta recuerdos breves, muy breves: están la calle, la guerra, el cine, los juegos, la casa, la política, las estaciones de metro, los deportistas. Ahí donde Brainard volvía la mirada sobre sí mismo para hablar del mundo, Perec hace un inventario del mundo desde su mirada.
Brainard trae al texto a sus padres, una novia, los bares gays y la mirada de los otros. Se acuerda de haber llorado, de sentir miedo, de experimentar el placer, de sentirse avergonzado y, mientras lo leemos, podemos ver los años cincuenta y sesenta norteamericanos a través de sus ojos y sus recuerdos. Perec no muestra a sus padres ni sus miedos ni nada de eso: espiamos desde afuera lo poco que nos deja ver de esos días y lugares de la Francia de los cincuenta y sesenta. Es que Brainard había encontrado una llave para abrir esa zona incierta que se llama pasado y, a la vez, había creado el mecanismo para hacerla funcionar en la escritura y se entusiasma con eso:
Estoy realmente en las nubes, por estos días, con un texto que todavía estoy escribiendo, Me acuerdo. Me siento propiamente como Dios escribiendo la Biblia. Quiero decir, siento que en realidad no lo estoy escribiendo yo, sino que está siendo escrito por causa mía. También siento que habla tanto de todos los demás como de mí mismo. Y eso me gusta. Quiero decir, siento que soy todos, todo el mundo. Y es un sentimiento bonito. No va a durar. Pero lo disfruto mientras puedo.
El sentimiento de Brainard no sabemos si duró. Sí, el mecanismo que inventó. Perec lo tomó y lo hizo célebre, los demás integrantes del OULIPO escribieron el suyo; imaginamos que cada lector hace el ejercicio, como siguiendo la invitación de Perec al dejar páginas en blanco al final de su libro e instar a la escritura.
El año es 2008. Ha pasado mucho tiempo desde la muerte de su amigo y Ron Padgett le rinde un homenaje al librito de Brainard jugando con sus propios recuerdos. La fórmula es la misma, la escritura es propia: pequeñas historias desplegadas a partir de una moneda, un juguete, un perro o su amigo Joe de la secundaria.
Llegamos a 2014. Margo Glantz, escritora mejicana, se entusiasmó con la lectura y siguió el ejercicio hasta armar un libro: Yo también me acuerdo. Dice que está explorando, desde hace años, distintas formas del relato autobiográfico y este será un modo de exploración. Sigue a Brainard y a Perec y les dedica el libro, como hizo Perec con Brainard.
El año ahora es 2020 y el que pone en juego la fórmula es Martín Kohan. También los leyó y quiso probar algo distinto a lo que siempre hace, que es contar historias. Su libro se llama Me acuerdo.
El ejercicio de escritura no ha hecho más que circular por el mundo en estos cincuenta años por talleres de escritura, revistas, performances y grupos literarios.
¿Por qué funciona el Me acuerdo?
Porque se puede copiar y convertir en otra cosa.
Porque es capaz de mutar en fórmula.
Porque permite un ejercicio doble: de memoria y de escritura. En ese ejercicio, recordar y escribir, escribir y recordar se vuelven una gimnasia o una coreografía con el lenguaje.
El Me acuerdo nos ayuda a hacernos preguntas sobre el modo en que funciona la memoria, porque es un buen experimento para darle vueltas a las formas de la escritura autobiográfica y las narrativas del yo, porque es una muestra cabal de dialogismo e intertextualidad, porque recupera toda la potencialidad de las formas breves y fragmentarias. En el Me acuerdo están presentes todas las voces que lo hicieron antes, poniendo en marcha un mecanismo que se vuelve a actualizar en cada escritura y en cada lectura.
Todos recordamos, al leerlo, y esbozamos nuestra propia enunciación de recuerdos.
¿Cómo es esa enunciación? Ahí opera la fórmula pero no lo hace de la misma manera en cada caso porque hay, por lo menos, dos variantes en juego: la economía del recuerdo y las formas de la escritura.
La memoria y los recuerdos no son lo mismo. Una es así, en singular, con pretensión de cierre y totalidad, su naturaleza es narrativa porque busca el cierre del sentido. La memoria es una retórica que transforma vida en relato mediante un encadenamiento temporal basado en la lógica de la causalidad. Los recuerdos, en cambio, tienen la forma de la ocurrencia, siempre puntual, siempre bajo la forma del detalle, la imagen y el nombre preciso. Los recuerdos irrumpen en la vida cotidiana, sí, sin orden ni jerarquías, pero ¿qué pasa cuando pasamos de la simple afección al objeto de una búsqueda?, ¿qué pasa cuando hacemos el ejercicio de rememorar para escribir los recuerdos?, ¿cuánto influye en los recuerdos la tarea de recolección intencionada?, ¿cómo accedemos a los recuerdos?
El Me acuerdo es un ejercicio de memoria.
La fórmula, que después de Brainard se revelaba simple y elemental, deja ver la multiplicidad de ocurrencias en cada instancia de enunciación, entre otras cosas por la naturaleza misma del recuerdo que, aunque se pretenda traer como puro registro, está hecho de lenguaje. En la puesta en discurso de los recuerdos aparecen decisiones que son decisiones de escritura: ¿repito la fórmula Me acuerdo al inicio de cada frase?, ¿me acuerdo de que o me acuerdo que?, ¿retomo la forma de la oralidad o me atengo al intransitivo pronominal?, ¿uso la primera persona explícita que el idioma español no necesita?, ¿cuánto explico el recuerdo que me llegó como imagen puntual?, ¿tengo en cuenta al lector y le brindo información?, ¿cómo uso los nombres propios que son propios y significativos para mí pero no para el lector?, ¿ordeno temáticamente los recuerdos?, ¿reescribo y corrijo?, ¿hay, puede haber, algo como el fluir de la conciencia en el registro escrito?, ¿qué pasa si convoco a otros con los que recordar?
El Me acuerdo es un ejercicio de escritura.
Las respuestas aparecerán sólo en la aplicación de la fórmula inventada por Brainard, en una práctica gimnástica con los recuerdos y la escritura en la instancia de enunciación. Y ahí radica la fuerza de este ejercicio que, aunque parezca paradójico, no se trata de quien escribe sino de la escritura. Ante la pregunta ¿quién habla? la respuesta es: no importa. Porque la escritura es un lugar más allá de nosotros, un lugar al que va a parar el sujeto y donde acaba de perderse toda identidad, sobre todo la del cuerpo que escribe. Una escritura sin ninguna finalidad sobre lo real, “sin más función que el propio ejercicio del símbolo”, como quería Barthes.
El Me acuerdo, entonces, se convierte en texto. Puro texto.
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Yo me acuerdo / Tomás Viú
Yo me acuerdo cuando me hacían tomar Ensure para crecer.
Yo me acuerdo cuando mi abuelo me enseñó a jugar al truco en el patio del medio.
Yo me acuerdo de la Fiesta del Lecop en Archie. Con la entrada te daban papeles que cambiabas por un beso.
Yo me acuerdo del día en que mis viejos nos dijeron que se iban a separar.
Yo me acuerdo que mi abuelo me agarraba del cuello cuando íbamos caminando. Era un gesto cariñoso.
Yo me acuerdo cuando gritaban ¡sentarse! si alguien se paraba en la platea alta de Cordiviola.
Yo me acuerdo cuando le pedimos a mi abuelo ir a la platea baja para estar más cerca de los jugadores.
Yo me acuerdo que en la platea baja era todo el partido parado.
Yo me acuerdo que Chavela, la maestra de cuarto grado, decía que la gente que iba al psicólogo era porque tenía problemas.
Yo me acuerdo que la primera vez que fui a una psicóloga me hizo dibujar a mi familia y a mí no me gustaba dibujar.
Yo me acuerdo de el juego de la oca ya empezó, ia ia oh
Yo me acuerdo de toco blanco suerte para cuándo.
Yo me acuerdo cuando bailábamos las canciones de las Spice con mis primas.
Yo me acuerdo que de grande quería ser bombero o colectivero.
Yo me acuerdo de los cinco Yimmy negros que me compraba en el recreo con los cincuenta centavos que tenía para gastar.
Yo me acuerdo que jugábamos partidos en el patio de la escuela con la cajita del Baggio aplastada.
Yo me acuerdo cuando jugaba al sonidista. Conectaba el discman y hacía un circuito de cables en el piso. Los cables no estaban conectados entre sí. Algunos cables capaz eran sogas.
Yo me acuerdo de las obritas de teatro que hacíamos con mis primas después de comer.
Yo me acuerdo que había que esperar tres horas después del almuerzo para meterse a la pile. Decían que era por la digestión.
Yo me acuerdo cuando Papá Noel pasaba en una chata por las calles del pueblo repartiendo juguetes. Mi tío Coqui, que era el intendente, manejaba la camioneta. Con mi primo Agus esperábamos el regalo en la esquina.
Yo me acuerdo cuando mi primo Agus era el nuevo Papá Noel.
Yo me acuerdo que a mi abuela le escondíamos la peluca.
Yo me acuerdo cuando murió mi abuela de Pellegrini y estábamos en el velatorio. Estaba lleno de gente y todos rezaban en voz alta. Ese día aprendí el canto: Santa María-madre de Dios- ruega por nosotros pecadores-ahora y en la hora de nuestra muerte amén.
Yo me acuerdo cuando se juntaba toda la familia para pintar la pileta.
Yo me acuerdo de las chicharras a la hora de la siesta.
Yo me acuerdo cuando jugábamos al cuartito oscuro.
Yo me acuerdo de saltar y pasar por la terraza de la Vieja para ir a la casa del Equi.
Yo me acuerdo de escribir las cartitas de cumpleaños en una cartulina de color.
Yo me acuerdo de pedir los cuentos inventados antes de dormir.
Yo me acuerdo cuando empecé a comer los DRF de menta que mi abuelo llevaba a la cancha.
Yo me acuerdo de los caramelos Media Hora.
Yo me acuerdo de jugar a las bolitas en el patio de la escuela.
Yo me acuerdo de las mojarritas y palometas que pescamos con el Equi.
Yo me acuerdo del Renault 12 gris claro: RXY 031.
Yo me acuerdo del Renault 11 verde manzana: TRY 868.
Yo me acuerdo del Renault 19 gris oscuro.
Yo me acuerdo del Renault Sandero negro.
Yo me acuerdo del Renault Megane color champan de mi abuelo.
Yo me acuerdo que él pronunciaba la e final de Megane y Garage.
Yo me acuerdo cuando manejaba el Suzuki 92 azul de mi abuela.
Yo me acuerdo de mi abuelo acelerando en punto muerto para que mi abuela se apurara.
Yo me acuerdo cuando desperté en el HECA sin poder hablar por la boca hinchada.
Yo me acuerdo los segundos antes de volcar en la autopista.
Yo me acuerdo cuando usaba el parche en el ojo.
Yo me acuerdo cuando me confundían con una nena.
Yo me acuerdo de un-dos-trés y probá Trechel.
Yo me acuerdo de Titanic en el cine.
Yo me acuerdo del vitel toné, la garrapiñada y la Fresita.
Yo me acuerdo cuando mi primo Agus se hizo bombero. La noche del 24 estaba todo el tiempo con el walkie-talkie en la mano.
Yo me acuerdo del lechón del 31.
Yo me acuerdo de jugar con las maquetas en el estudio de mi viejo.
Yo me acuerdo del Paco como regalo de cumpleaños. Los que recibía quedaban sin abrir en el botiquín del baño.
Yo me acuerdo de las revistas del cable.
Yo me acuerdo de Naranja y media, Cebollitas y Supermatch.
Yo me acuerdo del sonido metálico, agudo y fuera de tiempo de las cacerolas en el balcón.
Yo me acuerdo del cabezazo de Zidane al pecho del italiano en la final de Alemania 2006.
Yo me acuerdo del ring raje.
Yo me acuerdo de Spinetta en El Círculo.
Yo me acuerdo cómo aprendí los tresillos y las semicorcheas: Mé ji co – Ar gen ti na – Mé ji co – Ar-gen-ti-na.
Yo me acuerdo cuando Presidente Roca pasó a ser Pocho Lepratti.
Yo me acuerdo de la casa temblando con el tren.
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Me acuerdo de mis abuelos / Rocío Blati
Me acuerdo de mis abuelos.
Me acuerdo del olor a alcanfor del átomo desinflamante en la pieza de mi abuelo, venía en un frasco plástico naranja con tapa blanca.
Me acuerdo del olor grasiento de las cartas españolas de mi abuelo. Como no tenían caja, las ataba con una bandita elástica.
Me acuerdo que el asiento de la bicicleta de mi abuelo tenía algunos arreglos hechos con alambre, gomaespuma, bolsas de plástico y una masilla color verde agua.
Me acuerdo que mi abuelo me daba pedacitos de caña de azúcar pelada para masticar. Se sentaba en un sillón de hierro blanco con arabescos y un almohadón forrado de cuerina del mismo color que la tierra colorada (supongo que era para que no se note si se manchaba).
Me acuerdo que mi abuelo me llamaba desde su pieza haciendo un gesto de “vení” y me daba un caramelo de dulce de leche con envoltorio dorado.
Me acuerdo de mi abuelo friendo mandioca en una garrafa con hornalla en el patio porque mi abuela decía que si lo hacía adentro se llenaba de olor la cocina.
Me acuerdo de mi abuela durmiendo la siesta sobre tres almohadones alineados en el piso de la cocina, porque ahí “es más fresco”.
Me acuerdo que cuando no podía dormir la siesta miraba cómo se mecían las dos tiritas de metal del ventilador de techo con aspas de madera y detalles en mimbre.
Me acuerdo que mi abuela me regalaba sábanas que traía de Brasil, tenían los dibujitos que a mí me gustaban. También me traía los fideitos que venían con un sobrecito para saborizar. Hoy los compro en cualquier supermercado como fideos instantáneos para ramen.
Me acuerdo de la lata que mi abuelo apoyaba sobre el carbón prendido para hacer una chimenea.
Me acuerdo del camión tres cincuenta de mi abuelo, tenía un asiento de cuero negro y esas palancas de cambio grandes y largas. Me acuerdo de él usando una boina cuando lo manejaba y del olor a aceite quemado que vendía.
Me acuerdo de viajar parada en la caja del camión mirando hacia la ruta y dejando que mi mano se moviera hacia arriba o hacia abajo según el viento.
Me acuerdo que mi abuelo cebaba tereré de agua en un vaso metálico, sentado en una reposera en la vereda de la galería. Siempre se salteaba la ronda y tomaba algunos de más.
Me acuerdo de resbalar en la galería enjabonada de una punta a la otra acostada panza abajo y en bikini.
Me acuerdo de ir a pescar con mi abuelo: tiraba la línea con el anzuelo y ponía las latas entre las piedras para que sonaran si había picado algo.
Me acuerdo que un día dejamos las mojarritas que habíamos pescado en un balde con agua en la galería y al otro día ya no estaban. Mi abuelo me dijo que los camellos de los reyes magos se los habían comido sin querer cuando tomaron agua.
Me acuerdo que al otro día comimos una mojarreada.
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La mudanza (me acuerdo, se acuerdan) / Clara López Verrilli
Me acuerdo de la primera casa donde viví. Tenía el frente pintado de verde y la numeración era 210.
Me acuerdo que en una esquina estaba la verdulería de Giorgini y que en la otra estaba la despensa de Margarita.
Me acuerdo que me mandaban a comprar el pan a la esquina y que una vez me comí la mitad en el camino.
Me acuerdo que no me dejaban cruzar la calle.
Me acuerdo de la casa abandonada que estaba a la vuelta. Un día con los chicos del barrio trepamos la reja y nos metimos. Eran todos más grandes que yo, de la edad de mis hermanos. Escribieron sus nombres con tizas en una cubierta de auto que estaba en el patio y dijeron que era un club.
Me acuerdo que a mitad de cuadra había una compraventa de muebles y que yo no entendía qué era una compraventa de muebles. La atendía un hombre de apellido López que no era pariente mío, me acuerdo que no entendía eso tampoco.
Me acuerdo que el ingreso de la casa era un pasillo ancho y largo. Hace unos años volví a entrar y me pareció más chico.
Me acuerdo que una vez se me cayó una botella de jugo Mocoretá de naranja y la mancha nunca salió de los mosaicos de la entrada.
Me acuerdo de la estufa a kerosene y de la estufa de cuarzo. Me acuerdo de cuando se me cayó la de kerosene y se prendió fuego la alfombra. Me dio miedo y no dije nada, por suerte mis papás sintieron el olor.
Me acuerdo que la casa tenía una cocina, un baño, una pieza grande donde dormían mis papás, otra más chica donde dormíamos con mi hermana en una cucheta y un living donde dormía mi hermano en un catre.
Me acuerdo de la cocina con la mesa redonda blanca y de la heladera cuadrada.
Me acuerdo del jeep blanco y del auto de carreras rojo que tenía mi hermano pero no me acuerdo de los juguetes de mi hermana.
Me acuerdo que en el patio de la casa había una pileta de lavar ropa donde me podía meter en verano.
Me acuerdo que el televisor Telefunken estaba en una mesita con ruedas y que lo pasaban de la cocina a la pieza de mis papás.
Me acuerdo que en la primera habitación de la casa estaba la sala de espera del laboratorio de análisis clínicos de mis papás. Ahí festejé mis primeros cinco cumpleaños, los siguientes los festejé en el garage de la casa nueva.
No me acuerdo mucho de la mudanza.
Mi hermano se acuerda que fue un sábado. Mi papá se acuerda que fue el lunes 30 de agosto de 1993, mi mamá se acuerda que la casa que dejábamos estaba fea y desordenada. Los tres se acuerdan que ese día llovía.
Mi hermano se acuerda que, unos días antes, los de la mudanza trajeron unos canastos gigantes. Mi mamá también se acuerda de los canastos porque se clavó una astilla.
Mi hermano se acuerda que el camión de mudanzas era verde. Mi papá se acuerda que la caja del camión decía Aimar. Mi hermana no se acuerda del camión porque estaba conmigo en la casa de mis abuelos.
Mi mamá se acuerda que el conductor del camión le dijo que era diabético y que prometió ir al laboratorio para hacerse análisis. También se acuerda que nunca fue.
Mi papá se acuerda que el apellido del conductor era Ferrari.
Mi mamá se acuerda de las puertas abiertas y del ir y venir del señor del camión. Mi hermano se acuerda que también iban y venían cargando cosas en el Renault 12 de mis papás.
Mi papá se acuerda que terminaron tarde. Mi mamá no se acuerda del cansancio. Mi hermano se acuerda de la ansiedad que tenía por poner los cubrecamas que le habían regalado para el día del niño.
Mi mamá también se acuerda de los cubrecamas: rosas para las nenas, verdes para el nene.
Mi hermano se acuerda del olor a pintura y barniz que había en la casa.
Mi papá se acuerda que durante la mudanza estaban los carpinteros armando muebles y terminando algo de la obra. Mi mamá se acuerda que los carpinteros se quedaron a comer una picada.
Me acuerdo que cuando entré en la casa por primera vez estaba la mesa puesta y había cáscaras de maní.
Me acuerdo que la casa nueva tenía portero eléctrico y que cuando tocamos timbre la primera vez atendió mi hermano y preguntó la contraseña. Como no la sabíamos nos las dijo y la tuvimos que repetir: todos los patitos se fueron a bañar, el más chiquitito se quiso quedar, la mamá enojada le quiso pegar y el pobre patito se puso a llorar.
Me acuerdo que en los canteros de la vereda habían puesto dos plantas iguales, una de cada lado de la puerta y que al poco tiempo se las robaron.
Me acuerdo que el teléfono fijo era el mismo que el de la otra casa y que era capicúa: 25952
Me acuerdo que el número de la casa nueva también era capicúa: 303
Me acuerdo que la cucheta pasó a ser la cama de mi hermano, en una pieza propia.
Me acuerdo de la primera vez que vi mi pieza. Tenía dos camas, una era marinera. Mi mamá me dejó elegir cuál quería y elegí la que abajo no tenía cama porque pensé que ahí podía esconder mis juguetes.
Me acuerdo que pregunté si íbamos a dormir ahí esa noche. Mi mamá me dijo que sí.
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