Para la escritora Margarita García Robayo, el amor es como un agujero negro. Cada vez que se detiene en una situación de enamoramiento siente vértigo, como si transitara una línea muy delgada. Cree que caer ahí permite pensar en otras posibilidades del amor. No se queda eternamente en ese chispazo inicial, en las palpitaciones, sino que el rasgo ambivalente que hay en enamorarse, abre para ella un mundo de posibilidades. Con esa idea y la imagen, justamente, de un agujero negro, Margarita participó de la mesa Amores en el festival de Pensamiento Contemporáneo que convocó a cientos de rosarinos y rosarinas, para escuchar y debatir sobre ese y otros temas universales.

Margarita García Robayo nació en Cartagena en 1980 pero desde hace años vive en Buenos Aires. Sus libros han sido publicados en distintos países de Latinoamérica y Europa, y fueron traducidos al inglés y al italiano. Escribe narrativa, sus libros de relatos y novelas son íntimos, cercanos, crudos. Y en primera persona, como la vida misma.

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Entre sus últimas publicaciones se encuentran Cosas peores, ganadora del premio Casa de las Américas 2014, que reúne siete relatos que dejan al lector igual de desamparado que los personajes que los protagonizan. La novela Tiempo muerto cuenta la historia de Lucía y Pablo, que están casados y su relación se desmorona, la historia descarnada de ese tiempo muerto, de ese amplio y doloroso espacio que se abre, muchas veces de manera inexplicable, entre dos seres que se aman. Usted está aquí son cinco relatos que hablan de un punto de encuentro imposible entre personajes que se desplazan –por el mundo y al interior de ellos mismos– buscando una puerta de salida para sus vidas opacas. Primera persona, su último libro publicado por Marea editorial, son relatos de autoficción. Según el periodista Cristian Alarcón: “En este libro de crónicas y relatos inclasificables el lector es arrastrado como por una ola violenta, por algo así como lo que la misma autora describe en su crónica sobre el mar, una fuerza más fuerte que la gravedad”.

—¿Qué es lo que encontrás de fascinante en la escritura sobre las relaciones humanas, sobre los vínculos humanos? Mariana Enríquez dijo que cree que sos la escritora que mejor escribe sobre la intimidad.

—No voy a ser nada original, pero creo que lo íntimo, lo doméstico, lo personal, es un síntoma de lo más grande, del mundo. En esas cosas pequeñitas se puede explicar cosas grandilocuentes sin proponérselo. Explicar cómo es una familia contemporánea, con todos sus vicios y cosas retorcidas que a simple vista no se ven pero están presentes, uno puede explicar por qué nos comportamos así en la sociedad contemporánea, cuál es el origen de esas conductas que hemos naturalizado pero que son dañinas. Creo que si se pone la lupa en lo chiquito, se puede ver el mundo, explicarse muchas cosas. Y tal vez la literatura sea una prueba de eso mismo, con un montón de autores que se han dedicado a lo doméstico, a lo intrascendente si se quiere, y a partir de eso trazar un montón de líneas profundas que nos implican la época en la que vivimos y el tiempo que transitamos. A mí me interesa ese abordaje desde la escritura.

—En tu novela Tiempo muerto contás la historia de un matrimonio en crisis. ¿Crees que en la actualidad se reflexiona en mayor medida sobre los vínculos amorosos? ¿Tiene eso que ver con el dejar de pensar las uniones para toda la vida?

—No sé si exactamente antes no se pensaba. Creo que antes no se hacía público ese pensamiento. No creo que nuestros padres, o nuestros abuelos, hayan carecido de esas reflexiones, pero lo hacían desde otro lugar. Casi de un lugar que daba por sentado que eso era así y nada podía cambiarse. Yo puedo tener charlas con madres o abuelas que pueden pensar de una manera similar a mí pero sin pensar que eso podía ser puesto en la esfera de lo público. Antes todo era puertas adentro, era una generación en la que los trapitos sucios se lavaban en casa. En cambio, creo que ahora tenemos una tendencia quizás excesiva a mostrar nuestras fisuras, lo mal que estamos hechos, al autoflagelo en algún punto. Me parece bastante saludable que no es con resignación. Entonces la diferencia está puesta en eso, el dispositivo de reflexionar y de pensar lo que somos, cómo nos compartamos, qué buscamos en la vida, que no está dado, qué hacemos con eso quizás es lo diferencial en la actualidad.

—La escritora Samanta Schweblin en una charla en la Feria del Libro en Buenos Aires decía que «antes que un argumento, el comienzo de un cuento se le dispara a partir de un sentimiento». ¿Cómo te surgen las historias?

—A mí me pasa algo de una manera extraña, porque los inputs son distintos, pero sí puedo reconocer que por épocas tengo fijaciones muy claras. Me está pasando ahora, en realidad desde hace un par de años que salió la primera publicación de Primera Persona (que ahora se editó en Argentina). Es un libro que es una complicación de ensayos en primera persona o de crónicas, autoficción, en donde veo que a través de los años –porque son textos escritos entre el año 2010 y 2018–  hablo un poco de lo mismo. Reconozco que las obsesiones son similares. Las fijaciones. Y cada cosa que veo, que me llama la atención, imágenes, escenas o cosas sueltas, que voy escuchando y tratando de armar situaciones con eso, obedecen a un recorte del mundo que hace mi mirada. Por eso lo diferencial de un autor u otro, es dónde está puesta la mirada, en dónde pones el foco. Estoy segura que si mañana nos preguntan quién estaba al lado de nuestra mesa y qué te llamó la atención de eso, tu versión va a ser distinta a la mía. Creo que con el tiempo supe distinguir qué cosas me interesan narrativamente y qué cosas no.

—¿Hay algo de tu escritura que tiene que ver con la extranjería?

—No se si de vivir en mi lugar de origen sería escritora. Tampoco se, en el caso que lo fuera, qué tipo de cosas haría. Creo que el impulso primordial de dedicarme a la escritura, a este oficio, estuvo dado por la distancia. Haberme ido y haber decidido afincarme en otro lugar. Tampoco vengo de una familia que me pudiera proveer de una maestría en otro lugar. Tuve que encontrar las vías para transformarme en escritora. Es cierto que casi siempre sobre lo que escribo tiene que ver con mi lugar de origen y mi entorno más cercano. Y creo que eso lo pude madurar gracias a la distancia. Porque estoy convencida que la distancia, si algo te da, a pesar de las cosas que no están buenas como extrañar y cierta melancolía, es la perspectiva. Cuando uno se aleja de las cosas, las puede mirar con mayor claridad, podés definir los contornos, establecer casi un mapa emocional de aquello sobre lo cual se escribe. En cambio, la cercanía distorsiona. Se te borronean los bordes, en ese sentido, la cercanía es conflictiva. Para mí es esencial esa distancia, esa casi frialdad quirúrgica en el momento de escribir sobre los afectos. O sea si quisiera hacer un retrato de mi madre, no me serviría tenerla al lado.

—En una entrevista comentabas que casi toda la escritura, tanto poesía como narrativa que estás leyendo, está escrita por mujeres. ¿Te interesa lo que escriben tus colegas contemporáneas? 

—Para mí no es una sorpresa. Crecí leyendo muchas cosas que no eran necesariamente las canónicas y tampoco tuve una guía de lectura. Fue inmediata la afinidad hacia autoras. Leí a muchas mujeres a lo largo de mi vida. Y mi biblioteca no es una clandestina y tal vez me faltó un poco de curiosidad para descubrir autoras que no estaban en los catálogos. Pero me interesé, las leí y crecí con esas lecturas. Entonces cuando me dicen que no hay suficientes escritoras, veo mi biblioteca y lo contradigo. Hay muchas escritoras y muy buenas y no solamente en el centro sino en los márgenes. Para mí, tal vez parezca muy tajante, pero es el lugar desde donde mejor se expresa la subjetividad femenina. Me gusta pero me gusta desde siempre. No me parece una moda, no me parece una ola nueva. Estoy acostumbrada a que estén ahí, acompañándome en el camino que hago.

—¿Y cuáles son esas lecturas que te atravesaron?

—Hay varias poetas que me interesan mucho. Una de mis preferidas se llama Sharon Olds, que acá la editaron pero en una época solo se conseguían sus libros por internet. Blanca Varela, que es peruana, me parece increíble. Hay una escritora chilena que se llama Elvira Hernández que también me parece una gran poeta. También Piedad Bonett en Colombia. Después hay novelistas de mi generación o un poco mayores, que son mujeres que me han interpelado como Rachel Cusk, una inglesa que me fascina, o como Louise Clark y Anne Carson. Son mujeres que han estado desde siempre. Entonces niego que sea una ola, están trabajando desde hace años. Casi me parece ofensivo decir que se pusieron de moda de repente, de repente no, llevan muchos años trabajando con el lenguaje y buscando. Hay que tener un poco de curiosidad, y ahí las encontrás. Y de mis contemporáneas también, leo a todas mis amigas. Lo que hace Samanta Schweblin me parece súper valioso, el género fantástico no es lo mío, pero en ella hay una búsqueda muy particular, encontró una voz muy particular. Mariana Enríquez es la mejor escritora de su generación. Vera Giaconi me parece brillante, además las conozco y admiro muchísimo. Es una suerte. Pero más allá de eso, no están debajo de las piedras, quien quiera leerlas, ahí están.

—¿De chica leías? ¿O cómo fue tu acercamiento a la lectura? ¿Recordás cuál fue el primer libro que leíste?

—En mi casa tenía una gran gran biblioteca porque mi papá era muy lector. Era abogado, tenía muchos libros de su profesión y también era medio místico, así que también tenía libros de esoterismo. Y tenía mucha ficción. Crecí en una época que se usaba mucho eso de leer por suscripción. Como el Círculo de lectores, que te traían colecciones, como Julio Verne, de aventuras. Entonces leí mucho pero muy eclécticamente, sin una guía clara, sin que me dijeran qué era lo que debía leer o sin decirme qué era lo bueno o qué lo malo. En un punto lo agradezco, porque creo que todo lo malo que una leyó también te hace en el bagaje que traes. Probablemente sin ciertas lecturas, no tendría la misma visión. No se si es bueno o malo, pero es la mía. Los consumos que tuviste te singularizan. Lo que siempre tuve fue mucha curiosidad, esa es la diferencia entre los lectores. La curiosidad, no conformarte con que te dieran un libro para leer en el colegio o solo con los libros que encontraste en la biblioteca de tu casa. Ese tipo de curiosidad siempre la tuve.

En tu escritura también se pueden encontrar personajes de mujeres más empoderadas, más rebeldes, menos dóciles, ¿lo ves así?

—Creo que es según el libro. Pero es cierto que en general, lo que escribo y lo que elijo para escribir tiene que ver con lo que me pasa, con mi experiencia y con mi entorno más cercano. No reniego para nada de ese método, porque es el que me ha servido y es el que uso. Por supuesto nada es un calco de mi vida, ni yo soy los personajes, ni mucho menos. Pero me nutro mucho de la experiencia personal. Y tal vez tenga que ver con lo que anda pasando, hay un rasgo muy claro en la contemporaneidad, que es que las mujeres somos super power, que es una falacia, pero un poco la actitud es esa. En mi novela Tiempo muerto, está este personaje femenino fuerte, Lucía, que es alguien que es formada, que se preocupó para acceder a ciertas instancias del conocimiento y que al mismo tiempo tiene una gran confusión con su vida. Y eso creo que es algo que nos pasa a las mujeres, estamos sobre exigidas y al final no sabemos muy bien qué es lo que nos importa. Intentamos hacer todo bien y eso te conflictúa demasiado. Ese es el momento de elegir y priorizar, en dónde pones tu energía y tu fuerza. Porque una siente que poner la energía en una cosa es abandonar el resto. Y bueno, es medio desolador sentir que una no está siendo buena en lo que hace. Por ejemplo no soy buena mamá porque dejé a mis hijos para ir a un Congreso.

—Acabas de publicar Primera persona, un libro de que recoge textos autobiográficos, donde contás tus recuerdos y los mostrás sin miedo, al igual que al dolor o a la nostalgia. ¿Cómo surgió este libro? ¿Como una necesidad?

—En realidad cuando no estoy escribiendo ficción estoy trabajando. Y trabajar en los últimos años es escribir por encargo. Estos son textos encargados por revistas de distintas partes del mundo. Me encargan textos con este corte, testimoniales, o también yo les propongo temas generalmente que son abstractos y ambiguos. Al final, termino escribiendo sobre lo que me interesa a partir de una consigna que me dan. Una editora de Colombia, con la que trabajo me dijo que los textos estaban buenísimos y que los compilara. Me parecía que eran distintos, de distintas épocas. Pero encontré cómo compilarlos con un sentido. Es un libro sobre la búsqueda de la identidad, para descubrir quién es una, hacia dónde va, por qué hace lo que hace. Es un libro muy personal pero muy colectivo, suelo decir que es un libro que está escrito desde el más riguroso yo pero con la misión de ser un nosotros, en realidad más un nosotras, porque está escrito desde una subjetividad profundamente femenina, y es mucho más fácil que las lectoras mujeres conecten con esa subjetividad.

—Claro, incluso hablás de la maternidad que es una experiencia singular pero compartida con otras mujeres.

—Ese es uno de los pocos textos que nadie me encargó, que escribí cuando tuve a mi primer hijo y tuve muchos problemas a la hora de amamantarlo. Con mi segunda hija fue más fácil pero con el primero no. No encontraba refugio alguno. Pensaba que nadie me había dicho que eso era tan difícil. Una ve que lo hacen todas las mujeres, y no se pregunta por qué una no puede hacerlo. Parece algo grandilocuente pero fue un gesto de solidaridad para decir, ojo, que esto en realidad es difícil. Y creo que puede ser extrapolado con un montón de temas que tienen que ver con la “productividad” de la vida de la mujer. Un tema completamente perverso. Fue un grito desesperado.

—Alguna vez citaste a Joan Didion: “Escribo para saber lo que siento y lo que pienso”. ¿Escribís por este motivo?

—Totalmente. Cuando se lo escuché decir pensé que eso era lo que estaba pensando sin haber podido expresarlo de un modo tan claro como ella. Es exactamente lo que hago. Por supuesto que con mucha menos elegancia que ella. Creo en la literatura como conversación. Para mí la función de la literatura es que sea una especie de gran territorio de conversación en la que muchas personas intervienen: algunas la producen, otras las consumen y otras las retrucan. Lo que pasa por el cuerpo, saber decir qué es lo que me afecta del mundo. Al principio las palabras y los pensamientos son una especie de maraña inentendible que cuando las pongo en formato, en lenguaje, adquieren toda la claridad que necesitaba. Lógicamente es un proceso largo, entre lo que una piensa, lo que se escribe y lo que se corrige. Los sentidos de los textos no son unívocos, una no puede pretender que todo el mundo lo lea igual. Pero hay ciertas cosas que están plantadas, y que me importa que se entiendan. Por eso invierto mucho para darle claridad.

 

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Sobre el autor:

Acerca de Paula Turina

Es Comunicadora Social, egresada de la Universidad Nacional de Rosario. Adscripta en la cátedra de Periodismo Digital. Asiste al taller literario “Alma Maritano” coordinado por el escritor Pablo Colacrai. Algunos de sus cuentos trabajados en ese taller se publicaron en la contratapa del suplemento Rosario 12 de Página 12. Participó en la antología “Yo quería ser manzana”coordinado por la escritora Maia Morosano. […]

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