Hace tiempo que no se asumen riesgos a la hora de regalar. En general, se afianza un modo de obsequiar que disuelve cualquier posibilidad de sorpresa. No se recibe lo inesperado sino que se espera lo sugerido. El deseo hecho realidad de las velitas fogosas al alcance la mano. Basta con revelar qué se quiere, sobre todo qué se necesita y contemplar un presupuesto determinado. Se trata de un regalo acordado por ambas partes. Será el pantalón aquel, la bicicleta tal, la cartera imposible de comprar por cuenta propia o algún otro impostergable. De esta manera, pierde dinamismo el regalo propiamente dicho, el presente por el presente mismo, ése que objetiva y corporiza el latido espontáneo y concreta el impulso de encerrar en una cosa, sentimientos y sensaciones. Ese obsequio que surge del corazón, que puede ser muy o poco pensado, más o menos elaborado pero que surge inevitable.

El gran culpable de la muerte lenta del regalo espontáneo es, sin dudas, el mercado. Como se ha escrito y dicho sin cansancio, el consumismo crea necesidades que el dinero satisface. De esta manera el universo productivo y comercial existe y se expande gracias a la fuerza de esta costumbre de hacer regalos. Hay un calendario paralelo al del año en curso regido por fechas especiales ya sea cumpleaños, aniversarios, “día de” y fiestas de guardar. En este punto, el regalo se convierte en un compromiso aunque haya ganas e interés sincero de por medio. Las relaciones humanas basadas en las tradiciones generan obligaciones. ¿Quién se anima a pisar un salón de fiestas sin un paquetito, por más chico que sea? Algunos valientes quedan. Optan por dejarse llevar y sólo responder a los propios instintos para obsequiar sin mapas ni brújulas. Se niegan, categóricamente, a sucumbir a las normas no escritas que sostienen la vida social.

Los cumpleaños de la infancia, los casamientos de los padres, así como tantos otros festejos personales o sociales de antaño, solían congregar regalos disímiles que hablaban tanto del destinatario cómo de quién regalaba. Solía tenderse una mesa para exhibir lo que llegaba envuelto y coronado por un moño colorido, aquello que bajo el papel, podía ser totalmente inapropiado. O mejor, acertado, encantador y, hasta soñado. La sonrisa del otro daba la señal de aprobación. Aunque es cierto que se educaba para ser agradecido y disimular cualquier perturbación ante la caja forrada, la infancia tal como es ahora, tiene poco filtro y era fácil advertir el gusto o el disgusto del  cumpleañero. Esas jornadas terminaban con muchas medias y ropa interior en el haber y sólo algunos juguetes preciados en mano. Es que como sucede en todos los tiempos, los padres hacían lo que podían con su economía doméstica y ensayaban alternativas acordes a sus bolsillos pero que favorecieran, en simultáneo, la de los papás del agasajado. Una especie de complicidad entre adultos en detrimento de la insondable imaginación de los más chicos.

Los grupos de mamis de WhatsApp vinieron a darle otra impronta a los regalos de curso. La practicidad, el tiempo cada vez más escaso y el dinero a disponer pudieron resolverse con las ya tradicionales “vaquitas”. Todos ponen un poco en función de un regalo que «valga la pena». Suele consultarse a la mamá del festejado qué es lo que desea recibir y se lo compra. Así, más de 20 veces al año sin que los niños participen demasiado. Si se quiere, es un fraude a la tradición del regalo clásico que se traspasa de generación en generación, teniendo en cuenta que dar y recibir también se enseña y se aprende.

La misma metodología se utiliza con amigos o compañeros de trabajo. Todos aportan una suma menor para alcanzar una cifra mayor que conduzca a un presente más significativo en valor económico. Participar y formar parte, regalar para luego recibir y a esperar el propio cumpleaños. De eso se trata. Hay que destacar que la tecnología en la comunicación facilitó estos menesteres. Eso sí, en cada grupo hay un alma generosa que organiza la transacción en base a una constancia admirable, arenga al resto, reúne el dinero –muchas veces perderá plata por cubrir a uno o a otra en la vaquita– y si es casi un ángel, se encargará de ir de compras y entregar el presente. Es muy común que repita este accionar en cada cumpleaños.

Los regalos de casamiento no escapan a estas tendencias. La pareja que convoca a su fiesta suele elegir un negocio en la que deja una lista de posibles presentes y sus costos. Allá tendrá que buscar el invitado su obsequio y quedará constancia de lo que ha gastado. Otras veces, se junta una cantidad de dinero –por pareja o por persona– cuya cifra debe estar a la altura del valor de la tarjeta de invitación. Una manera de sopesar el cuantioso gasto que debieron afrontar los enamorados para llevar adelante la celebración.

El dinero es un factor altamente influyente en el arte de regalar. El precio de lo que se obsequia puede atarse a su valor afectivo o al menos generar una reacción positiva. Recibir un objeto costoso puede ser seductor en el sentido de que traduce un esfuerzo económico. Tanto como el hecho de que el presente revele un interés especial, un haber tomado nota del destinatario teniendo en cuenta sus particularidades. El regalo le pone precio al sentimiento a través de ofertas y promociones de tarjetas de créditos que permiten financiar la adquisicion y en consecuencia, se ve alterado por la crisis económica. Es común, por estos días, que se reduzcan las cantidades a gastar o se opte por algo más sencillo. Por el contrario, y aunque suene poco generoso, la falta de plata puede que conforme una buena oportunidad para agudizar las ideas y lograr un regalo original y más a medida.

Sortear la costumbre, desligarse o independizarse del grupo es una posibilidad que cuesta demasiado, más aún cuando el afecto se traduce en un objeto y se mide el cariño en cantidades. La vida social tiene sus bemoles y la romántica también. El deseo sexual y amoroso sucumbe a la lógica plantada del regalo, enciende o apaga, motiva y desencanta mágicamente. El mercado depara productos especiales para estos asuntos amatorios y los lanza en ofertas imperdibles en torno a los días 14 de Febrero o 20 de Septiembre. Para los más osados, está disponible el día de los amantes.

Un regalo que llega a tiempo puede ser más convincente que las palabras o las caricias porque, hay que decirlo, detrás suyo hay un gesto, una acción positiva hacia un otro, la certeza de que quien extiende ese sobre, envase o bolsa más o menos grande, pensó y diseñó un momento de gratificación plena. Los regalos deberían ser recibidos. Simplemente. Abrazados con el corazón, acumulados a pesar de que no sirvan o no conformen, apilados en un rincón a donde ir a buscar calor en el invierno. Podrían limitarse al gesto, quedarse en la actitud para ser sólo anécdota. Podría ser tan sencillo como eso pero no. Se miran los dientes al caballo regalado. Se los cuenta y se los registra, a la espera de que sean los más blancos, limpios y fuertes del mundo.

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Acerca de Sabrina Ferrarese

Nació en Rosario. Trabajadora de prensa. Actualmente es redactora del diario digital Rosario3.com. La palabra mejor escrita o cantada. Duda, luego existe. Le cotó mucho encontrar una foto donde esté sola.

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