En el principio fue una revista femenina: el semanario Idilio, de Editorial Abril, entre 1948 y 1951 tuvo una sección dedicada a los sueños de sus lectoras con una ilustradora de lujo, la fotógrafa Grete Stern. En la segunda posguerra, la cultura de masas asumía subliminalmente la domesticación de las mujeres emancipadas, seduciéndolas de regreso al interior del hogar. Stern, separada de su marido el fotógrafo Horacio Coppola, venía de alojar y ejercer cuanta vanguardia de comienzos del siglo veinte se cruzara en su camino, en un periplo que comenzó en Alemania y abarcó dos exilios: Londres y Buenos Aires. “El psicoanálisis le ayudará”, era una sección de cartas de lectoras en la revista Idilio donde un analista inventado, el profesor Richard Rest, interpretaba una selección de los sueños enviados por las lectoras; detrás de esa máscara, leían, escribían y editaban la sección el sociólogo Gino Germani y el psicólogo Enrique Butelman. Grete Stern compuso y entregó a la revista 140 fotomontajes, a razón de uno por semana, entre el 26 de octubre de 1948 y el 24 de julio de 1951. Trabajaba con negativos fotográficos a partir de un archivo de imágenes de su propia autoría: autorretratos, objetos, retratos de familiares. Se conservaron solo los 46 negativos que su autora tuvo la precaución de copiar. Son obras de arte en la tradición del surrealismo, donde la yuxtaposición de imágenes dispares o la alteración de la escala relativa entre ellas logra crear el efecto de una escena onírica. Pero hay más: además de su calidad artística innegable, estas obras expresan un mensaje revulsivo en una retórica visual que es política.
Es en esta retórica política de la ficción de imagen onírica donde se basa Virginia Tuttolomondo para idear y dirigir esta creación colectiva en danza contemporánea del grupo Los Sueños que es Los sueños. Fotomontajes escénicos. Ponen el cuerpo: Abigail Gueler, Florencia Rocco, Estefanía Salvucci, Lucía Quiroga, Wendy Gilt y Julia Carey. Es una puesta experimental donde no se oculta nada. A partir de una hipnótica música compuesta por Martín Salvador Greco y Alejandro Joaquín Coria, las seis mujeres protagonistas entran en un movimiento continuo que las conecta entre sí y con un vestuario genuinamente vintage de mediados del siglo veinte, decisión estética de Guillermina Elinbaum y Ramiro Sorrequieta: vestidos y zapatos dispuestos y expuestos a modo de guardarropas en el escenario, que permiten cambios en escena, casi como mudas de piel.
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Ese movimiento continuo genera un cuerpo colectivo viviente que late, pulsa y nos captura en su trance. Las luces a cargo de Carla Tealdi y Niche Almeida contribuyen a crear un clima de ensueño. Una vez transformadas en mujeres de otra generación, las performers interactúan con objetos dispuestos en la escena, que recrean algunos de los que aparecen en los fotomontajes de Stern. Un sueño presenta la paradoja de ser algo absurdo y a la vez profundamente significativo: cada imagen onírica adquiere un valor de metáfora a la luz de la interpretación. Estas metáforas soñadas suelen expresar contenidos psíquicos reprimidos que llegan a la luz de la conciencia con una poderosa contundencia, producto de la tremenda condensación de sentido que la imagen reúne. Grete Stern no ilustraba textualmente los sueños de las lectoras de Idilio, ya que los tiempos de la prensa sólo dejaban espacio para una breve indicación por parte de los editores. A partir de ahí ella debía inventar un sueño, una ficción de sueño. El collage ya había demostrado, en artistas dadaístas como Hannah Hoech o surrealistas como Max Ernst, ser el recurso artístico ideal para dar forma a esa zona crepuscular o nocturna de la experiencia de la modernidad donde los afectos guardados bajo llave en el inconsciente logran expresarse echando mano de un tesoro abundante de imágenes que provienen de la industria cultural para consumo de las masas.
Entonces lo que pone a trabajar Stern en sus fotomontajes oníricos es una retórica general del soñar, más que el sentido posible o la imaginería literal de algún sueño en particular. Y ese soñar ficticio es político, porque por esa hendija la artista logra pasar un mensaje emancipador a través de las rejas doradas del amor romántico y del rol obligado de ama de casa. Con humor negro, muestra la frustración de los anhelos personales, el deseo de evasión, las reprimidas ansias de vengarse del marido, el horror del matrimonio sin deseo: una de las soñantes en sus fotomontajes tañe una escoba como si fuera un violín, otra intenta escapar trepando por una tabla de lavar, unas manos femeninas pasivo-agresivas planchan prolijamente a un señor en un crimen perfecto y una elegante joven mira con horror a un monstruoso partenaire de traje con cabeza de tortuga, que la tiene atrapada en un abrazo posesivo. De modo similar, en “Los sueños” una humilde sartén se transmuta en raqueta para la tenista frustrada.
A lo largo de una hora continua que se experimenta como un viaje fuera del tiempo, la obra “Los sueños” lleva al público a un espacio liminal entre sueño y vigilia, entre pasado y presente, donde van cobrando forma unas mujeres ancestrales que habitaron una vida dividida entre la apariencia externa de la belleza y la realidad íntima de la opresión. En esta danza se nos muestra la violencia inconfesada, el tabú del que esas mujeres no podían hablar. Las vemos quebrarse y doblegarse, humilladas una y otra vez bajo los golpes y las cachetadas de una mano invisible, y levantarse acomodando sus prendas planchadas y elegantes para seguir con la farsa de una vida perfecta. Las vemos estremecerse de deseos, también inconfesados, en el espacio íntimo del sueño. El sueño es el lugar donde se hacen realidad los deseos más prohibidos, pero también es un laboratorio de elaboración de traumas, y en esa alquimia de la pesadilla se nos revelan las bisagras que articulan la alienación personal y la colectiva. Los objetos se convierten en personajes de esta danza que fluye mostrando instantáneas que conciernen tanto a la opresión vivida como a las fantasías de disfrute y libertad que sólo pudieron experimentar en sueños.
Objetos que simbolizan lo doméstico se convierten en una carga pesada de llevar, que la soñante arrastra por el escenario como las cadenas de un alma en pena. O la escalera, el objeto onírico por excelencia para conectar espacios, deviene en una prótesis que empodera al cuerpo. Hay momentos de la obra en los que se tiene la sensación de estar ante una experiencia de mediumnidad de incorporación, como si la energía en que sobreviven nuestras abuelas después de su muerte pudiera todavía venir a contarnos, a través de su encarnación temporal en estos seis cuerpos vivos de mujeres performers, lo que murieron sin llegar a denunciar. Y en este punto el arte se hace memoria y la memoria, compromiso sociopolítico.
En suma, estos 60 minutos constituyen una experiencia transformadora para las actrices y el público. Completan el equipo Antonela Albertosi y Clara Abad como creadoras junto a quienes actualmenteponen el cuerpoen escena, Martín Salvador Greco en operación técnica de sonido, Diego Stocco en asistencia de dirección y diseño gráfico y Francisco Castillo en fotografía y video.
También el grupo Lo Sueños ideó y creó un videodanza basado en la obra escénica, dirigido por María Fernanda Vallejos, ha participado en diferentes festivales nacionales e internacionales hoy forma parte de la competencia oficial de cortometrajes rosarinos del Festival de Cine Latinoamericano de Rosario. La proyección es este miércoles 2 de Octubre a las 17.00 en el Centro Cultural Cine Lumière (Vélez Sarfield 1027).