Y un día los deseos de quedarse en casa y leer durante horas se hacen realidad. El deseo se hace realidad, sí, pero la concentración está en otra parte. Aislamiento y cuarentena obligatoria, pero más dispersos que el bar.
Leer implica entregarse a un estado. Disponerse a leer implica un acto consciente que necesita de concentración y, por momentos, de cierta relajación para que suceda. Difícil en los tiempos que corren.
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En un fragmento del libro No leer, el escritor chileno Alejandro Zambra señala esto de sentirnos un poco “obligados” a leer en momentos en los que hay más tiempo para hacerlo. En una parte del texto dice: “Aún recuerdo la tarde en que la profesora de Castellano se volvió a la pizarra y escribió las palabras prueba, próximo, viernes, madame, Bovary, Gustave, Flaubert, francés. Con cada palabra crecía el silencio y al final solamente se oía el triste chirrido de la tiza. Por entonces ya habíamos leído novelas largas, casi tan largas como Madame Bovary, pero esta vez el plazo era imposible: teníamos apenas una semana para enfrentar una novela de cuatrocientas páginas. Comenzábamos a acostumbrarnos, sin embargo, a esas sorpresas: acabábamos de entrar al Instituto Nacional, teníamos doce o trece años, y ya sabíamos que en adelante todos los libros serían largos. Así nos enseñaron a leer: a palos. Todavía pienso que los profesores no querían entusiasmarnos sino disuadirnos, alejarnos para siempre de los libros. No gastaban saliva hablando sobre el placer de la lectura, tal vez porque ellos habían perdido ese placer o nunca lo habían experimentado realmente: se supone que eran buenos profesores, pero en ese tiempo ser bueno era poco más que saberse los manuales”. El fragmento se titula “Lecturas obligatorias”, ¿en qué momento pasamos del disfrute de leer a la obligación del tener que hacerlo?
¿Cómo leer ficción si aún estamos intentando entender la que estamos viviendo? ¿Cómo concentrarnos y leer cuando sentimos que vivimos en una novela distópica? Porque, hasta ahora, para muchos, poder salir solo para comprar comida y medicamentos formaba parte de un mundo del cual habíamos leído pero no vivido.
“Soy un lector frágil, soy un lector vulnerable”, describe Carlos Skliar en La inútil lectura. Y agrega en ese maravilloso libro: “Que el lector decida si justamente lo que espera de la lectura es la lectura. Leer para seguir estando en este mundo y esta vida. O bien, leer más allá del mundo y de la vida que nos ha tocado en –buena o mala– suerte, leer para otro mundo y para otra vida. Aunque no sirva para nada. Y sin embargo. Y aún así. Todavía. Por ello mismo”. En definitiva, leeremos de la manera en la que se pueda y cuando se pueda.
“Los libros son esas habitaciones en las que elegimos vivir”, dice el periodista Cristian Vázquez. ¿Pero qué pasa con esa habitación elegida dentro de la habitación donde nos encontramos sin poder salir?