3 septiembre de 2019
Qué objeto extraño es una teta, qué objetos extraños, las tetas. No recuerdo cómo las sentía mientras se iban hinchando en la pubertad. Mis tetas son como dos cuerpos ajenos, acoplados a la piel del pecho. Lo que imagino cuando las percibo desde adentro: mi pecho plano, como el de una niña, sobre el que se montan dos elementos más o menos laxos, más o menos firmes, una gelatina envuelta en piel.
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Hoy casi me desmayo en la ducha. Sentí mi corazón dar un vuelco. Qué precisa es esa expresión: literalmente fue como si se hubiera dado vuelta, como queriendo abarcar la posibilidad de otra perspectiva. ¡Ay!, me oí exclamar exhalando vida, mientras me arrodillaba y un calor frío recorría mi espalda. Enseguida me recuperé. El aire empezó a entrar y salir de mi nariz a un ritmo conocido.
Qué objeto extraño es una teta. Ahora, debajo de la derecha, siento una leve molestia, como si mi corazón quisiera romper esa epidermis imaginaria y tocar el aire más allá de la gelatina.
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5 de marzo 2020
Desde que dejé de fumar aumenté seis kilos. Podría decir que un kilo por mes. Pero no sé si la cuenta es tan prolija como la realidad que el orden del cuerpo establece. Desde que dejé de fumar junto con los kilos y los años subieron las incertidumbres. ¿Por qué la imagen que veo en el espejo-cámara-selfie no se condice con la idea que tengo sobre mi cuerpo? A ese cuerpo que era conocido y había logrado ser amable, el espejo lo regresa extraño. Acuso la extrañeza de sentirme bien quizás como hace mucho tiempo no me sentía en-este-cuerpo que no es su imagen interna ni su reflejo. Me canso menos, mucho menos. Sonrío más y veo las grietas en mi pecho como un posible camino a seguir: todas confluyen en su centro. Ahí, donde fui desatando los nudos que dolían. Ahí, donde se expande la apertura hacia lo extraño.
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11 de marzo 2020
Es un fuego que arremete. Es un estallido de miles de gotas instantáneas sobre la cara. Es un ardor sin pausa hasta que pasa. Me toma. Cuando viene no puedo hacer otra cosa que estar, sintiendo el calor en un gerundio difícil de habitar e imposible de eludir. Es como cuando algo duele, obligada a doler, pero sin que duela. Estoy aprendiendo a convivir conmigo en esos intervalos de suspenso. Cuando la quemazón arrecia no puedo hacer otra cosa que observarla y a veces me avergüenza reconocer que perdí el hilo de una conversación o la idea que estaba abordando en una clase. Justo cuando por fin empezaba a gustarme estar conmigo aparece otra yo misma que desconozco.
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14 de marzo 2020
En la casa de mi abuela en Carlos Paz hay un rosal añoso. Una noche, de recién cumplidos dieciocho años, me emborraché por primera vez. Era verano y eran vacaciones. Para entrar a la casa tenía que tocar la ventana de la pieza en la que ella dormía. Había un solo juego de llaves que mi abuela poseía sin discusión. El rosal está frente a esa ventana. Cuando llegué aquella noche que se hizo día me tropecé y caí estrepitosamente sobre él. No hizo falta golpear la ventana, en un santiamén la parentela estaba en el porche objetando con gestos desaprobatorios mi entrada abrupta a la casa. Entre carcajadas me levanté y enfilé derechito hacia la cama. Al día siguiente descubrí la magnitud del impacto: no había parte del cuerpo sin rasguño. En estos días, de regreso a esa casa, descubrí semillas en el rosal y decidí llevarme algunas. En el inicio de la cuarentena jugamos al Scrabel mientras me abanico cuando suben los calores y recuerdo que sobre esta mesa mi abuela ejercía su oficio de modista. El universo de los cuidados es polisémico y viene de lejos.
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15 de mayo 2020
Soñé que me dejaban un mensaje de voz debajo de la puerta de la casa de una amiga a la que había ido a visitar, en otra ciudad. El mensaje estaba grabado en una tira de papel con una especie de relieve interno por el que corría la voz que se consumía al presionar el botón de encendido de cartón. La simplicidad y la dificultad del mecanismo me dejaron atónita dentro y fuera del sueño, tanto como su modo de entrega. Un mensaje de voz que llega como si fuera una carta. Las viejas y las nuevas tecnologías creando un objeto inverosímil, coexistiendo. La cuarentena opera en mí de maneras inútiles.
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3 de junio 2020
Tengo cuarenta y dos años y en ninguno de cada uno de los meses que menstrué −y de los que no menstrué− la menstruación dejó de ser un enigma. Y no hablo de la fisiología del proceso ni del registro extenuante de la acción de las hormonas sobre mis cambios y vaivenes físicos y mentales. Es un enigma porque cada vez tengo que hacer un esfuerzo para desentrañar el estado de extrañamiento en el que me deja sentir que la sangre fluye o sale expulsada como un huevo desde adentro, haciéndome consciente de la apertura real de mi cuerpo. Alguna vez fantaseé con caminar desnuda por las calles de la ciudad en plena sangre, deteniéndome en cada esquina hasta que un charco fuera la excusa para avanzar hacia otro charco. Recién, mientras barría, vestida y con un paño en mi entrepierna, volvió la sensación. Cayó un fluido que me obligó a sentir el calor y me dejó expectante, las manos aferradas al palo, la mirada posada sobre los bordes de mis pies. Pude ver allá abajo, lejanísimo, el charco violeta, bordó y rojo que alguien había dejado. Barrerlo no fue posible.
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19 de julio 2020
Caminé por lugares extraños durante la noche. Me visitó un recuerdo. Su presencia fue fugaz pero su eco persiste mientras la siesta avanza. Me decía algo nítido desde su forma opaca. Con la lucidez del rayo percibí lo que no cabe en la gramática. Hace años: una amiga me mira con una ternura imposible de abarcar y me abraza. A veces necesitamos ese abrazo sin que nos digan nada. Las palabras son piedras en los bolsillos de la ahogada. A veces necesitamos que alguien nos diga lo que hay que hacer. A veces necesitamos que nos dejen en paz. A veces, todo junto. Porque nadie asegura que el despertar sea hacia un día bueno. A veces no es posible ventilar la casa. Lo que creí aprender vino, casi siempre, de la forma de una espera.
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21 de julio 2020
Me detengo en una foto de principios de este año, unos días antes de meternos en las casas, cuando todavía podíamos juntarnos y compartir fluidos sin pudor. Hacía calor y recuerdo vívidamente la sensación que me provocaban los sofocones internos y externos. Sudor compartido: uno de los modos del ocultamiento.
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10 de septiembre 2020
A la sangre me la anticipan los sueños. Este mes, como el anterior, supe que la sangre vendría. Soñé que tenía covid. Soñé que caminaba por una playa de arenas doradísimas, casi como si pisara una alfombra de hilos de oro y una alegría infinita me invadía al comprobar que el mar estaba vivo y latía sobre mi piel marrón. Soñé que tenía veinte años y nada me daba miedo. Pero la sangre se me está yendo. Va y viene, todavía. Como el mar. A veces trae, todavía, algunos buenos sueños. ¿Qué pasará mañana cuando ya no venga? ¿Soñaré? ¿Vendrá de visita algún mar?
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12 de septiembre 2020
El día que se me paralizó la mitad izquierda de mi cara no sentí nada. Como una roca, estática y sin emociones, el viento y el agua hicieron su trabajo antiguo y astillaron la pared inexpresiva en la que se había vuelto mi rostro. Curiosamente, cuando la piel se volvió lisa, la juventud comenzó a abandonarme. Aquella tarde supe que se puede ser insensible ante el abismo.
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borrador, septiembre 2020
/repetición
los objetos en la vida de una
van armando un círculo imperfecto
que parece cerrarse sobre sí mismo
con consecuencias fatales, es decir vitales.
si una supiera de su peso
su volumen
su densidad
no dejaría que orbitaran inocentes
el espacio cotidiano.
la pava
recién me quemó la mano derecha
fue un ardor apenas que me obligó a tomar
el mango con cuidado y fue, también, el repasador
raído, el mismo de hace tantos años
el que vino a asaltarme con la imagen.
la pava
me quemó los dedos, apenas un ardor
y pensé: ¿de dónde viene esta pava?
no, no pensé, me asaltó la imagen
tu presencia hace quince años en otra casa,
tantas casas nuestras,
el olor a salsa y a mañana amarilla en la cocina
una ternura flota en el aire en el crujir de cebollas.
tuve suerte, pienso:
siempre supe elegir la mejor compañía
siempre supieron cómo alimentarme
mientras apenas si podía
digerir algunas palabras
y un par de sueños arrastrados como el cuerpo
su peso
su volumen
su densidad.
la pava
un recordatorio del amor recién, reciente,
presente
un ardor
que arrastra, a veces,
a otras casas nuestras
cosas nuestras
el ardor
el único deseo que persiste:
perpetuar la sensación de amanecido canto de tacuarita
su frescura en la ventana en ese abismo
de lo que se inicia.
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2 de diciembre 2020
algo no concuerda
casi siempre
algo queda en la zona
de las pelusas
¿o acaso no existe
la cama tendida
y no son ciertas, acaso,
sus sábanas limpias
y, aún, esa tela de araña imposible
de alcanzar
allá lejos?
cuando apoyo mi cabeza
sobre la almohada
y la miro allá
lejos puedo oír
el runrún de sus patas
sobre cada hebra
tanto tanto ruido
hace lo invisible
no concuerda
casi nada
en esta vida
habito el territorio
casi siempre
del extrañamiento
por eso
ya casi no hablo
y es muy común
que mi boca se abra
mis ojos se cierren
y quede suspendida
como muerta o asombrada.
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19 de diciembre 2020
Hablando con una amiga me di cuenta de que los calores me acompañan de maneras diversas e intermitentes a lo largo de mi vida. Hasta bien pasados los veinticinco años y desde la preadolescencia una mirada singular puesta sobre mí o un modo del acercamiento en donde la pregunta o la duda aparecían me disponían al sofoco. La cara roja. La vergüenza. Me pregunto ante estos nuevos bochornos: ¿de qué me avergonzaba entonces? ¿De qué, ahora? ¿O es que acaso no habíamos saldado esa deuda histórica?
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4 de enero 2021
7:40
Deberé aprender a obedecer ese llanto que acontece y esos ríos de agua que saltan desde mi pecho y mi cabeza. Las llamas en mí se liberan. No hay dónde dirigirlas, no es posible ordenar el fuego.
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5 de enero 2021
Los abanicos ejercen una fascinación inexplicable sobre mí. En Ámsterdam compré uno compacto y con un estampado de rosas rojas que me enamoró en el acto en una casa llena de chucherías de oriente. Era el año 2017 y no sabía de la insistencia de los sofocos. Su uso extendido en este tiempo excede la contemplación y me advierte del ardor que se avecina.
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7 de enero 2021
13:25
Desde hace unos días arándanos, coles y alfalfa me acompañan. Tinturas madre, infusiones y abanicos, toallas y servilletas, también. Todavía no puedo acostumbrarme al asalto del fuego.
Soy “un fuego prendido fuego en un volcán lleno de fuego” , como dijo una amiga que dijo su hermano parado frente a Las meninas de Velázquez.
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10 de enero 2021
2:25
Me maquillo aún cuando la sudoración profusa hace del rímel un charquito negro alrededor de los ojos. Sin base, sin rubor porque un enrojecimiento repentino me acompaña cada hora. Sin filtro.
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13 de enero 2021
Manifestaciones del amor. Mi madre me regaló un abanico.
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26 de enero 2021
La última semana volví a Rosario, aquí vivo desde hace cinco años. Regresé de Rafaela donde viven mi madre, mi padre, mi hermano, mis sobrinos. Estuve un mes allí luego de siete meses de no verlxs. Fue un mes muy raro, como siempre que paso tiempo con mi familia. Pero esta vez la presencia de la muerte, su fantasma y su realidad, en la mirada de todxs me asustó y me entristeció. La tristeza fue el sentimiento predominante el año pasado. Desconozco si fue la responsable de aumentar la frecuencia y la intensidad de los sofocos, pero vinieron en el peor momento y como siempre no quedó otra que afrontarlos. Apenas llegué armé la pelopincho. Un pequeño respiro para mi infierno personal.
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29 de enero 2021
Lo que creía que iba a resultar tedioso y aburrido me revela un mundo, me obliga a ir mucho más fuera de mí. Observo. Escucho. Huelo. Me vuelvo más animal. Estoy al acecho y en posición de caza. Y cuando me canso me echo a dormir la siesta. Como mi gata.
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3 de febrero 2021
Este mes me viene, volví a decir ayer. Es más, me debe estar por venir, aseveré. Lo sé porque hace unos días mis sueños se volvieron espesos y la presencia humana, compleja y novedosa en sus demandas y sentidos. Lo sé porque durante cada ovulación desde los trece años los sueños me revelaron cosas de mí antes de que pudiera pronunciarlas. Hoy apareció una mancha rosada tenue en el papel higiénico, después de cuatro meses de ausencia. Mientras me limpiaba sentada en el inodoro pensé en la literatura y en que nada de lo que escribo será considerado universal. Pensé, mientras sentía la aspereza del papel en mi vulva: hay sangres y sangres. Lo universal de la sangre está en las guerras porque allí hay, detrás del narrador, un sujeto que tiñe el color de su propia cobardía o heroicidad. Hay sangres otras. Esas que de tan comunes no logran volverse universales pero que a fuerza de narrarlas serán escuchadas. Las escucharemos las sangrantes.
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10 de febrero 2021
La mudanza de una casa es una tarea física y emocional desgastante. Nunca se sabe muy bien qué dejar y qué mudar. Opté por hacerlo a mi modo. En cuotas, lentamente. Habrá que ver cómo quedo. Qué quedo. Qué queda.
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18 de febrero 2021
Hoy terminé de vaciar la biblioteca que más uso −regalo de una amiga− la que más me gusta porque allí están mis autoras preferidas, mis maestras y mis amigas. A su lado dejé todavía el velador que era de mi abuela. No lo quise llevar para tener hasta último momento sensación de abrazo. Hay, también, un cuadro del que nace un jacarandá enorme pintado por un amigo. Estos tres objetos hicieron la casa, la hacen. Serán los últimos en irse. El domingo, finalmente, ya no habrá bajo este techo una razón para quedarse.
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16 de marzo 2021
Hoy fue un día difícil. Los sofocos me agobiaron y me siento en permanente estado de inquietud. Ayer lloré en medio del calor, tirada sobre la cama, mientras aullaba no querer más esta sensación. Cuando pasó el bochorno me di risa. Pero hasta ahí no más, porque vuelve.
Caminar al lado del río, enorme, me apaciguó momentáneamente los latidos. Estoy deseando que se termine la transición, estoy deseando la paz de la posmenopausia.
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8 de abril 2021
Plantas compañeras.
Cimicifuga Racemosa
Salvia Officinalis
Una cocción de raíz y una infusión de parte área.
Cada día.
Un litro.
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22 de abril 2021
Un horno se me abre en el centro del pecho, en medio del esternón. La piel no alcanza a contener el ardor y se manifiesta en su extensión de agua, sales y aromas que soy incapaz de comprender, como una extranjera. Me gustaría ser otra. Una vez más. La que era antes, un segundo apenas. La que seré después, suponiendo una incomodidad menor. Mientras acontece permanezco en un estado de escucha, me contuve de escribir observación porque no soy capaz de observar. Hay otros sentidos más afines, más urgentes. Es que la mirada se posa sobre la materia de este mundo cuando se está en calma. Escucho el corazón desbocado que late en las sienes y el fuelle de mi respiración desvencijada. Se parece al miedo, pero es como una huida sin esa inminencia. Huir del calor que sólo yo siento para volver a otro lugar más amable, aunque todavía no es.
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13 de mayo de 2021
Estoy recuperando mis sueños. Poco a poco regresa ese otro tiempo vital en el que puedo ser otra, otro. Donde las reglas se trastocan, donde las pesadillas no matan. Desde que dejé de menstruar lo que más extraño es ese universo onírico íntimo tan singular e intransferible que me permitía descifrar entuertos, que me entretenía. ¿Se puede contar la vida en cantidad de menstruaciones? ¿Cómo inaugurar un modo de contar que se aleje de un ciclo conocido e inventar otro registro que me permita la ilusión de un reconocerme?
La luz del otoño es la que más se asemeja a la que puebla mis sueños. Quizás por eso me gusta tanto. Quizás por eso en otoño vuelvo a soñar.