“Elegir un tema musical para escuchar en un auto rojo, preparar la mesa del taller para una escuela lenta de dibujantes, enviar algunos mensajes de textos que serían publicados en un blog, asistir a una conferencia en una isla; durante los años que viví en Rosario eventos de este tipo colmaron mi agenda. Mi formación y la de mis congéneres estuvo determinada por el consumo de todas esas propuestas tan importantes o más que el tránsito por la universidad. Llegué a Rosario en el 2004 para estudiar Bellas Artes (…) Al poco tiempo de instalarme ahí, en noviembre de ese año, abrió el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (macro), lo que me permitió ver obras de autores reconocidos y poder aprender “en vivo”, sentía que me conectaba con ellas sin mediación. Muchos de mis profesores tenían expuestas sus obras allí, fue importante poder ponerle imagen / materialidad –a veces física– a su labor docente. También la ciudad recibió ilustres visitas y una agenda excelsa de charlas, muestras, fiestas y algunas controversias. En simultáneo una gran cantidad de experiencias realizadas en colaboración entre distintos agentes del mundo del arte superpoblaron la ciudad transformando la escena”
Así comienza mi Tesis de Maestría en Curaduría en Artes Visuales (UNTREF), motivo de la muestra Rosario congregacional*, y parte de la noción de trabajo en colaboración como la participación de dos o más autores comprometidos en los procesos de construcción de una obra. Estas prácticas colectivas operaron en el campo de las artes visuales de Rosario en los primeros años del 2000 e involucraron una serie de experiencias diversas que abarcan obras de arte, colectivos artísticos, editoriales, grupos musicales, espacios autogestionados. Se caracterizaron por un ejercicio flexible de roles y actividades, lo que favoreció la multiplicación de mediaciones y la interacción constante entre agentes, proyectos y entorno.
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Entre los catalizadores de este fenómeno se reconocen las transformaciones de la ciudad que redefinieron su relación con el río Paraná. La construcción de nuevas avenidas que convergen en una franja verde ribereña, con parques y espacios recreativos, se convirtieron de manera paulatina en lugares de reunión y establecieron renovadas interacciones entre ciudadanos, entorno y cultura. Esas interacciones impactaron en los modos de producción artística, signados por el encuentro con otros, un estar juntos para emprender distintas aventuras.
- Claudia del Río, Sin título, lápiz sobre papel, 2020.
- La conferencia de los pájaros, desfile de Manuel Brandazza, 2010
- Rosario congregacional
Otro de los factores que propiciaron el auge de las prácticas artísticas colaborativa fue la formación ofrecida en la Escuela de Bellas Artes de la UNR en la cual se promovía metodologías activas, talleres desjerarquizados, procesos de evaluación co-elaborados y una aproximación a la historia del arte desde el presente. Esa forma de enseñanza, animada por docentes comprometidos con la escena local, constituyó un laboratorio de sociabilidad y estableció un potente legado: transitar el arte en el camino de la colectividad.
También la apertura del macro en 2004, principal incitador de las discusiones propiciadas en el momento, problematizó la idea de museo, colección; considero que aquellos debates podrían hacerse extensivos a la noción tradicional de autor individual. Forman parte de la exposición un conjunto de obras significativas de su acervo, las cuales conviven con registros fotográficos y fílmicos, documentación, cédulas extendidas que contextualizan estos materiales.
Esta selección de imágenes y objetos se presenta en secciones. Al inicio se localizan las colaboraciones transhistóricas. Aunque las disputas en torno al arte contemporáneo parecían que habían monopolizado la agenda del campo de las artes visuales de la ciudad, estas colaboraciones implican la obra de autores del pasado –muchas de las cuales habían quedado excluidas de los circuitos oficiales del arte en su momento– a través de distintos procedimientos que establecieron nuevas relaciones de temporalidad. Con esa actitud, contribuyeron a la discusión en torno a la distinción tradicional entre producción y consumo, creación y copia, original y reproducción. Esas operaciones permitieron que aquellas imágenes adquirieran un nuevo significado al enlazar individuos, colectividades, palabras y tradiciones, suscitaron reflexiones en torno a la herencia cultural, el paisaje y la memoria de la ciudad. También, impidieron que esos relatos aparezcan como formas terminadas si no que surjan como huellas que logran mantener a la comunidad en movimiento ya sea descubriendo las pinturas de una coterránea relegada como sucede con el proyecto TRIPA de Maxi Masuelli, volviendo a ver los murales que acompañan diariamente a los visitantes del río como propone Domínguez dentrecasa de Lila Siegrist o escapándose a la isla para mostrarnos una enciclopedia de todos sus tesoros como Lejos de todo lejos de ti de Pauline Fondevila.
- Domínguez dentrecasa, Lila Siegrist, 2003
- T.R.I.P.A. Maximiliano Masuelli
- El beso del barro, Trulalala y Lejos de todo lejos de ti – conferencia para una isla, Pauline Fondevila
En el segundo núcleo se presentan las colaboraciones simbióticas. Los artistas comprometidos en estos proyectos tienen una obra separada, con una forma y un modo de circulación particular, inteligible en su propio universo. Al involucrarse en la producción con otros, se distinguen casos en los que dicha reunión se manifiesta con tal vehemencia que el encuentro propicia la aparición de un autor que trasciende sus partes constituyentes, a esa terceridad aristotélica la bautizaron con un nombre. Estas formas de construcción conjunta evidenciaron estructuras basadas en vínculos estrechos, de estimulación recíproca que facilitaron la concreción de diversas propuestas, incluso algunas de imposible realización en solitario. La confianza e intimidad predispuso la desaparición de sus integrantes, sin dejar huellas, en un imaginario industrial incógnito como sucede en Pinche empalme justo de los CatEaters o de manera opuesta, la expresión en una inclinación material artesanal como en El beso del barro de Trulalala. El encuentro condiciona el ejercicio de su práctica y su potencialidad que se exteriorizó en una firma común de un autor plural como La Herrmana Favorita o de una presunta anonimia, el modo fantasma o en un juego de alter ego y seudónimos como en Studio Brócoli.
Otra tipología que localicé fueron las denominadas “colaboraciones interactivas” que involucran la construcción de dispositivos y escenarios para incitar al público a desempeñar un rol activo e intervenir en la realización de esas obras, establecieron una relación recíproca con su audiencia a la vez que dispusieron una horizontalización de los vínculos entre el autor y el espectador como sucedió en Una constelación infinita de Virginia Negri o en los Compilados Situacionales de Ana Wandzik.
También se repone la Conferencia de los pájaros el desfile de Manuel Brandazza que convocó a más de cincuenta artistas figuras claves de la escena rosarina, desde pintores y fotógrafas hasta músicos, editoras y escritores, vestidos con atuendos que combinaban la audacia del diseño con la teatralidad de lo festivo. La acción transformó al Jardín Francés del Parque Independencia en una atmósfera onírica y efímera.
Tras más de dos décadas de ocurrido este fenómeno, muchas de estas experiencias no volvieron a ser repuestas o bien no se las reconoce como imágenes inscriptas en la dinámica colectiva. Se emprendió un trabajo arqueológico en los archivos. Además, demandó reconstruir acciones que utilizaban tecnología obsoleta, nos suscitaron preguntas: ¿cómo transmitir la ceremonia de grabar un cd a alguien y juntarse a escucharlo?
En sus prácticas artísticas, todos estos artistas combinaban su producción individual con la gestión cultural desde distintas perspectivas, priorizando lo colectivo sobre lo individual, adoptaron una visión crítica y activa, cuestionando la naturaleza y función de su rol. Estos autores establecieron fuertes vínculos con el circuito local del arte en el que estaban inmersos, generando dinámicas complementarias al sistema institucional oficial de la ciudad.
Algunas abrieron su espacio de trabajo para que otros artistas realizaran exposiciones, como Oficina 26 o Roberto Vanguardia. Otros como Ivan Rosado fueron adoptando diferentes formas, incorporando tanto el funcionamiento de una sala de arte, una librería y un sello editorial que paulatinamente conformó un catálogo especializado y hasta el día de hoy realiza publicaciones y exposiciones fundamentales para la escena artística nacional. También se ocuparon de saldar aquellas carencias que percibían en el medio, como es el caso de Anuario. Registro de acciones artísticas, la publicación anual autogestionada que durante cinco años, relevó y reflexionó sobre la escena artística de Rosario documentando y analizando el accionar de esta generosa escena. Su aporte permite comprender el fenómeno del trabajo en colaboración en su forma más expansiva: abierta a la comunidad.
Estos proyectos atravesaron el campo de las artes visuales de la ciudad, se vincularon con su historia y el patrimonio artístico local, trazando nuevas genealogías capaces de establecer una conciencia de localización y un sentido de pertenencia. Las obras que emergieron de estas reuniones llevan las marcas de la colaboración que condiciona su existencia. A través de una selección representativa de estos trabajos, esta muestra recupera sus múltiples derivas, valoriza un movimiento que transformó el territorio y su manera de habitarlo.
Es sabido que las exposiciones son dispositivos construidos colectivamente. En este sentido, quisiera destacar la labor de Georgina Ricci y Leandro Comba, curadores del macro, cuyas intervenciones asertivas, fidelidad al acervo y complicidad tejieron el entramado de este “Rosario congregacional”.
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