“Estamos mis hermanos, mis padres y yo en un campo aislado de la civilización. No hay nadie cerca. Hay rumores de que la guerra se está acercando a nosotros a pasos agigantados. Casos. «Está llegando, está llegando», pienso yo. Pero pareciera que soy la única convencida de ello. Mi familia, inmutada. No hablan no se mueven. Desesperación. Lo vemos a lo lejos. Tanques de guerra, sin soldados y completamente silenciosos se acercan cada vez más, mientras destrozan todo lo que está a su alrededor. Los cinco expuestos, indefensos, juntxs y sin escapatoria, vemos cómo la amenaza está, a cada latido, más y más cerca. Ellxs actúan como si no los vieran, es que no quieren verlos, pero están solo a unos pasos. No reaccionan. Lo único que se escucha en medio del silencio aterrador son mis gritos. «Si les pasa algo a uds me muero, me muero». Como si ellxs estuvieran menos a salvo que yo. «Mamá, hacé algo, por favor, hacé algo». Como si de ella dependiera mi vida, como si fuera un bebé, incapaz de defenderme. No responde. Ya están acá. Y un segundo antes de perder la esperanza, me despierto”. (Estudiante, 24 años. Soñado el 10 de marzo de 2020)
¿Cuáles son los relatos que hacen posible la supervivencia cuando algo está por suceder, o incluso ya está sucediendo? ¿Qué se inventa en sueños para subsistir a la incertidumbre propia o de todos? ¿Cuáles son las tramas que se anudan en el espacio onírico? Ese, que durante el día “no puede hacer trama con el drama”, como dice el psicólogo y docente rosarino Ivan Fina para nombrar al “trauma”.
Las narrativas colectivas tejidas en sueños durante 2020 y 2021 para hacer frente a la pandemia mundial cobran sobre esas preguntas una dimensión política y social. A través de un análisis que indaga en las recurrencias y continuidades de las tramas de esos sueños, siete docentes e investigadores del Centro de Estudios Periferia Epistemológica (Cepe) de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) dan cuenta de esas dimensiones. Un trabajo colectivo iniciado en 2020, en pleno Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (Aspo), que se puso a andar a patir de la recolección y archivo primero, y la clasificación y análisis después de 257 sueños soñados en tiempos de Covid-19.
Por fuera de la singularidad del análisis netamente psicoanalítico, aunque sin dejarlo de lado completamente, La pandemia de los sueños. Un archivo onírico del Covid-19 es un trabajo que (no sin rastros antropológicos) se fue tejiendo a lo largo de tres años y que se convirtió en libro en 2024.
A lo largo de casi 400 páginas los investigadores buscan los signos de ese tiempo. Hacer un lugar a los sueños que se soñaron en la pandemia para quienes quisieran oír (o leer) lo que estas imágenes, entre las premoniciones y las evasiones, tuvieron para decir.
Charlotte Beradt y las marcas del cisma
Herederos de la experiencia que la periodista judío alemana Charlotte Beradt llevó adelante entre 1933 y 1939 en su trabajo El Tercer Reich de los sueños, Lucía Brienza, Flavia Castro, Victoria Farrugia, Florencia Harraca, Soledad Nívoli, Soledad Secci y Julián Varela retoman esa estela “beradtiana” buscando “la dimensión social de la experencia” en los relatos de los sueños donados.
Las páginas se transforman en la contemporaneidad en la búsqueda de ese sismógrafo del que habló Beradt en su publicación, hecha recién en 1966 en Alemania y traducida prologada al castellano recién en 2019 por Leandro Levi y Soledad Nívoli, una de las integrantes del equipo de investigación.
“Sí, en momentos difíciles, tal como aprendimos junto a Charlotte Beradt, los sueños se comportan como un sismógrafo, esto es, como una máquina que se orienta hacia el mundo circundante, logrando percibir antes que nuestra conciencia despierta las alteraciones producidas en el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa”, señalan los investigadores en la introducción del libro.
“Entre la profusión de las palabras y el estupefacto silencio, emergieron los sueños. En el mundo del revés, ellos velaban”, escriben además los autores. Ahí donde lo inédito y lo extraordinario se vuelve cotidiano.
Tejer un presente dislocado
“Voy a abrir la canilla y sale fuego en vez de agua, mi mujer me dice que la deje abierta hasta que termine de salir el fuego, le hago caso y se incendia todo”. (Carpintero, 38 años. Abril 2020)
Siguiendo la tesis de Beradt, la investigadora Soledad Nívoli afirma desde el inicio del archivo que “lo que hace que aparezcan sueños estereotipados es lo que Berardt llamaba «sueños sacados de las fábricas del Tercer Reich»” y que el grupo local podría denominar «sueños de la fábrica de la pandemia», es decir, registros que se vuelven densos en el encierro, punitorios y aterrorizantes y que serían prototípicos de este tiempo.
Sin embargo, se trata de un polifonía de voces y registros: imágenes tan surrealistas como híper realistas, como había anticipado, a lo que siguen puras imágenes. Instituciones de encierro, hospitales que se vuelven laberintos, pasillos que se angostan hasta la claustrofobia, casas sombrías y oscuras, o que se diluyen hasta desaparecer; paredes que se desmoronan dejando a sus habitantes en la más absoluta de las intemperies, la naturaleza que habla: desde grandes inundaciones hasta selvas incontrolables, la circulación errática y angustiante por la ciudad, el incumplimiento del encierro y el castigo, las fuerzas de seguridad, los controles y los papeles, y las aglomeraciones prohibidas son parte del repertorio onírico.
La idea de un archivo coral propone hacer lugar a las disonancias, porque en el archivo “conviven diferentes registros de enunciación y diferentes voces titubeantes, muchas veces desarticuladas, a la manera del rizoma”. El lugar donde, en palabras de Gilles Deleuze, convive “lo mejor y lo peor: la patata y la grama, la mala hierba”.
La idea fue acompañar la experiencia en el tiempo que iba sucediendo –sin sofocarla– e ir a la búsqueda de las huellas en los cuerpos y más acá, en lecturas posteriores, para poder mirar en las relecturas y ya con alguna distancia, qué quedó más acá de ese tiempo donde se suspendió el tiempo.
“La pandemia contada por los sueños es aquella que vivimos realmente, pero que nos resultó muchas veces imposible de simbolizar”, señalan.
Anticipar primero y evadirse después
“Yo soñé que metías las patas en el mar. Lo único que sería eea el fresco del agua en las piernas…” (Docente, 32 años. Rosario, marzo 2020)
Los sueños anticipatorios son la marca del primer capítulo, donde el discurso bélico se cuela en los relatos entre guerras y amenazas, y donde como señala Flavia Casto, encargada de este primer escalón, esas amenazas aparecen personificadas en la denominaciones que van desde enemigo, a mutante y extraterrestre, pasando hasta por intrusos.
Escenarios apocalípticos y catastróficos dan forma a estos primeros relatos que cuentan “experiencias oníricas que tienen a las amenazas sobre el cuerpo como protagonistas”. El peligro inminente pone en riesgo los espacios seguros –como las casas y las habitaciones propias–, y se traman allí verdaderos guiones de películas de acción.
Los sueños que son una vía de escape de la opresión que significa el tiempo de pandemia siguen en un segundo capítulo bajo el análisis de Lucía Brienza, que los trae junto a una cita de Anne Dufourmantelle: “Tal vez soñamos con el solo fin de experimentar eso: ser un sobreviviente”. Un modo de explicar algo de la necesidad de soñar con “el fresco del agua en las piernas” en tiempos de encierro.
Viajes, habitaciones de hotel, naves espaciales, paseos en bicicleta, campos verdes, canchas de tenis en el mar son algunas de las claves de los relatos evasivos que muestran, dice Brienza, “cómo se van instalando los miedos, las restricciones , las normas, las indicaciones que podrán ritmo a la vida diaria de los habitantes de esta experiencia inédita: la pandemia global”. Sueños donde “evadirse es la tarea central”.
Cartografía onírica
“Estábamos en casa. Y una amiga me pedía que la acompañe al psiquiatra. Yo la buscaba caminando. Nos tomábamos el 146. A la altura de las tres vías la poli paraba el colectivo. Y yo no tenía justificación para ir en el cole. Entonces bajaba y salía corriendo. Mientras tanto la poli me seguía. Y sí, recuerdo que mientras corría, lloraba y les gritaba «Sólo necesité salir», y ahí me desperté. (Rosario, marzo 2020)
En el libro se propone a lo largo de 10 capítulos, una cartografía onírica donde los investigadores, que se autodefinen como tejedores, acompañan cada sueño con reflexiones, comentarios y análisis, lecturas posibles y asociaciones teóricas.
Florencia Harraca detalla en el tercer capítulo las marcas de las prohibiciones del aislamiento como parte de una “atmósfera densa y angustiante”.
En “Encierros”, Julián Varela persigue los relatos de la intimidad que parece perderse, se extravía, instalando nuevas modalidades de lo íntimo bajo el régimen del encierro, donde incluso la casa –ese ”nuestro rincón en el mundo”, como la llama Bachelard– se ve asediado e invadido.
Algo similar aparece en la desmesura de la naturaleza que pone bajo la lupa Soledad Secci, donde se instaura algo de lo monstruoso del virus. Asoman en escena enormes inundaciones canillas que escupen fuego, pero también pequeños animales e insectos, desde garrapatas y pájaros enloquecedores hasta carpinchos y elefantes; o simplemente “bichos”, esa denominación que para Secci “designa aquello innombrable de la pesadilla pandémica”.
En primera persona
“Tuve un sueño con un amigo del secundario que ya no está entre nosotros, hacíamos una broma en el colegio y nos reíamos. Me llamó muchísimo la atención, pero lo que me impresionó es que le vi la cara riéndose y ya no me la acordaba” (Jubilada, 72 años. Venado Tuerto, abril 2020)
Cara a cara con el tiempo pandémico, con la impotencia que provoca, con el descalabro del tiempo y el espacio, además del miedo al propio virus y, las aparición en sueño de los muertos –padres, madres, hermanos, abuelos, tíos y amigos– aparecen los soñantes y sus relatos reunidos en los últimos capítulos del archivo.
Tramas oníricas donde las muchedumbres prohibidas se despliegan; donde las acciones quedan inconclusas, los personajes persisten atrapados o durmiendo en la calle porque lo familiar se hace extraño. Hay enojo, bronca, impotencia y a veces no se sabe con quién.
“¿Qué sucede cuando se alteran los modos de vincularnos con nuestros seres queridos?”, pregunta Julián Varela sobre los “desamparos” de la pandemia. “Soñé que era mi cumpleaños y nadie me saludaba”, responde en sueños una estudiante universitaria de 21 años.
Y, claro, está el miedo. Lo que Castro llama las nuevas “coreografías del cuidado” para referirse a las ceremonias de higiene y desinfección, los protocolos sobre el cuerpo, pero también sobre las casas y las cosas, protocolos para enfrentar al virus, al miedo al contagio, a la enfermedad y a la muerte misma. Todo eso que sucede en modo de aislamiento y distanciamiento con los otros, por ende carga también con el miedo y la angustia por esos otros.
“Soñé que estaba hablando por teléfono con mi madre (de 76 años) que me contaba las novedades de la semana y ya en lo último de la conversación y antes de despedirnos, me dice que tiene coronavirus (siento que mi cara se desfigura lentamente en una mueca de sorpresa!)”. (Psicóloga, 46 años. Rosario, julio 2020)
En esas tramas casi siempre opresivas, se hace de igual modo lugar a otra cosa. “Los sueños nos devuelven a nuestros lugares de la infancia, a los ratitos de felicidad compartida donde la vida se desplegaba sin protocolos, ellos nos distraen (durante lo que dura un sueño) de las medidas protectoras”, afirma Castro. En esas otras dimensiones, quizá, radica la posibilidad de la subsistencia. Aunque nadie salga indemne.
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