Soy un enamorado de nuestro Paraná. Nuestro río oculta un misterio. Dediqué unos cuántos años a investigar el tema. Vine a Rosario a estudiar a la facultad, y cuando descubrí esto no me fui más. Dejé Medicina, después me metí en Historia, pero dejé, y por mi cuenta, sin tener un título, por vocación, me dediqué a investigar este gran misterio.
Siempre me gustó la investigación, las civilizaciones antiguas, esas cosas, pero nunca me recibí de nada. Me acuerdo de un profe de la facultad que decía que para dedicarse a la investigación hay que tener mucha plata o ser muy pelotudo. Así decía, pero la cuestión es que el misterio que está acá nomás me apasionó.
Algo se insinúa en el libro La historia de Rosario, de Juan Álvarez. Pero sólo al pasar. Ahí se dice algo de la teoría de Gabriel Carrasco sobre la relación entre manchas solares y las crecientes del Paraná. Marcelo Conti también dice algo de eso en el libro El agua en la agricultura. Pero muy poco. Te la hago corta, la cosa está debajo del lecho del río. Allí floreció una civilización muy importante que se las ingenió para rechazar a los invasores europeos. Pedro Tuella escribió la verdad, ese sí dijo la verdad, él afirmó que Rosario fue fundada por calchaquíes, con la ayuda de esa civilización subfluvial. Sí, esos pueblos subfluviales tenían bien desarrollado los anticuerpos, las defensas para sobrevivir a las pestes europeas que en otras latitudes de América, en todo el continente, mataron a millones.
Pero ellos no, ellos no sólo tenían anticuerpos sino que, además, eran los europeos los que no resistían ni un minuto los virus y las bacterias que vivían allá abajo. El ambiente, al aire de allá abajo, donde floreció y se desarrolló esta civilización, los liquidaba.
Los españoles los invadieron en el 1500, llegaron a través de un túnel, una mina que habían hecho, buscando oro. Así, de casualidad, dieron con esta civilización subfluvial, pero no lograron hacer pie, para nada, no lograron avanzar, ni colonizar, ni arrasar con todo, como sí pudieron en la superficie. No pudieron allá abajo. Caían muertos como moscas, todo los infectaba y mataba.
Los habitantes subfluviales no tenían más que escupirlos para liquidarlos. Así pudieron zafar de la invasión, el saqueo y el genocidio. Y también tenían anticuerpos para el cristianismo. Ellos tenían sus propias creencias, y prácticas. Era como un gran juego más que una religión lo que ellos practicaban. El cristianismo les parecía una degeneración imperdonable, nunca prendió, los escandalizaba, los ofendía. Yo creo que tener por encima de sus cabezas, como cielo, esa gran masa de agua que fluye, que se mueve, de algún modo influyó sobre sus ideas, sus costumbres, sus creencias.
Sí, en realidad el cielo de ellos era marrón, de barro, y por encima del cielo estaba el río. Les llegaba siempre un sonido, un rumor permanente, como un trueno continuo. La agricultura era para ellos doble, una actividad aérea y también terrestre. Tenían plantas y árboles por arriba y por abajo, había bosques que colgaban, gigantescos árboles con las copas para abajo, colgantes. Llegaban corrientes de aire frío y caliente, había fuertes vientos. Lo que yo estudié y escribí es cómo ese cielo de barro les cambió toda la visión de las cosas. Dediqué varios años al tema y logré publicar un librito. Lo pagué yo mismo, con ayuda de algunos amigos y de otra gente. Resulta que dos años después de publicado el librito, uno de los amigos que me había ayudado, Jorge, amigo del barrio, hijo de japoneses, me cuenta que viajó a conocer Japón, por primera vez, con sus padres, y que llevó el libro para leer durante el viaje. No te imaginás cómo termina esta historia. Todos somos famosos en Japón.