Hay lugares de Rosario en los que la primavera parece más convencida de sí y hace gala de una especie de porfía en la que el canto de los pájaros y la fiaca soleada de los perros callejeros se expande tanto como para acallar el bochinche ciudadano. En uno de ellos, justo donde comienza el perfume de los jazmines del Paraguay de Barrio Tablada, tiene lugar una experiencia que hace de la salud un jardín amplio, comprensivo, necesario. Desde el año 2022, el Dispositivo de Intercambio y Producción “El Periscopio” hace del patio trasero del Centro de Salud N° 6 “Eva Perón” (Berutti 2732) un territorio de alivio y conexión con la vida.
Octubre, además de primavera, es el mes de la salud mental y de la sensibilización sobre el cáncer de mama, dos temas que atraviesan mi historia a través mi madre, sacudida por esos dos océanos. Por eso, tal vez, cuando Alejandrina Bravo me habló de su trabajo en ese espacio quise conocerlo. Ella es artesana y capacitadora del taller de huerta del dispositivo.
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Es viernes a media mañana. Me recibe un patio espacioso, con senderos, almácigos y nenas que ayudan a sus madres a regar plantines de orégano y ciboulette recién trasplantados.
Nota mental número 1: La palabra “dispositivo” me parece artificial, burocrática: esto es otra cosa.
El acceso a la salud como a la belleza
El espacio depende de la Dirección Provincial de Salud Mental y empezó a funcionar en el año 2017. Cuenta Mariel Vallasciani, psicóloga y coordinadora del espacio, que los comienzos no fueron en este Centro de Salud, porque antes estuvieron en otros espacios de la ciudad.
También orienta sobre la perspectiva: “Nosotros lo que venimos a hacer es romper en la cuestión cultural y simbólica de aquello de la enfermedad de salud mental. Para pasar a un paradigma de salud mental como derecho humano. Lo hacemos porque la mayoría de las enfermedades de salud mental empieza con la privación o el “no acceso” a algún otro derecho. Eso se vio y se está viendo todavía en los efectos que produjo la pandemia”.
El aire está cargado del aliento de las flores y de las hierbas: caléndulas, lavandas, romero, ruda. Alejandrina se mueve de aquí para allá. Hace rato tenía una pala, ahora lleva un balde. Una de las nenas pide un poco de chocolatada. En la mesa conviven amorosamente el cuaderno de notas de Mariel con el mate y una bolsa de bizcochos.
Nota mental número 2: ¿Esto es una huerta comunitaria?
Mariel cuenta que el trabajo es comunitario y también intersectorial con otras organizaciones, con los vecinos, con la población de cada barrio. “Por eso el dispositivo está dentro de la Atención Primaria de Salud. Porque cada barrio tiene su centro de salud donde acuden todos”, cuenta. En este de Barrio Tablada coincide que hay un espacio apto para las labores de huerta y jardín, que son muy útiles.
“Tener el contacto con la tierra, esperar para la siembra, el cuidado y luego la cosecha. Ese tiempo que nos marca la naturaleza ayuda a bajar. Todas las que vienen dicen que acá empiezan a estar más tranquilas. Cuando llegamos, este lugar no era tan apto. Sacamos muchísima cantidad de maleza, basura, bichos. Creo que uno de los insumos fundamentales para el ser humano es tener el acceso a la naturaleza, a la belleza”, piensa.
Tacho la nota mental número 2 y le pido que amplíe: ¿cómo es esto del acceso a la belleza?
Ella aclara: “Eso ordena y te da otra perspectiva de tu vida. No es lo mismo vivir al lado de un charco podrido todo el tiempo y con contaminación y con smog que tener algo bello donde estén las flores, donde estén las mariposas. O sea, te da otra salud, otra perspectiva de salud.”
Un cable a la huerta
Alejandrina recomienda a las chicas cubrir con pasto seco el almácigo de rúcula para protegerlo del sol. Para este ciclo, han apostado por sembrar alimentos y plantas aromáticas y medicinales. Alejandrina no solamente les enseña a sembrar y a disponer recursos orgánicos para que las plantas prosperen, sino que también las capacita para producir oleatos, sahumos y otros derivados. Mariel rescata esta experiencia: “Es todo un aprendizaje. La cuestión de empezar a ver qué se come, cómo, qué podemos incorporar. Sabemos de la necesidad que hay, del hambre que se viene pasando con esta cuestión de tener más del 60% de los niños en situación de extrema pobreza. Sabemos también que las comidas no son cuatro en ninguna casa, ni en las de trabajadores empleados ni en las de trabajadoras desocupadas.”
Luego de terminar de apuntalar la tierra alrededor de un plantín de menta, Vanina Otero cede la pala a una de sus compañeras y se sienta a conversar conmigo. Le pregunto cómo se acercó a este espacio y la pandemia vuelve a ocupar la escena: “Nosotros teníamos el Plan Social Complementario, que después fue el Potenciar Trabajo. Entonces, estábamos buscando un lugar para hacer una contraprestación, porque al tener un plan social nosotros tenemos que contraprestar. Queríamos que fuera algo que nos sirviera a nosotros, y también un espacio donde pudiéramos ser útiles dentro de nuestro propio barrio. Yo me atendía en este Centro de Salud y a Aleja ya la conocía. Al principio fue medio verde el tema, porque obviamente que cuesta muchísimo arrancar así, y más con todo el proceso que veníamos teniendo de la pandemia, la falta de laburo y todo eso… El plan social ayudaba, pero también las chicas necesitábamos otra entrada.”
Cuando Vanina dice “todo eso” no se refiere solamente a una situación económica precaria. También cuenta: “Tuve tres intentos de suicidio a principios de año, la situación económica que no daba más. Un montón de problemas que se te van de las manos, te desbordás. Soy una mujer que sufrió veinte años de violencia con su pareja; tengo cinco hijos y uno fallecido. Allí empecé a perder: estaba de seis meses de embarazo y cuando me fui a hacer un control normal, me salió que mi bebé estaba fallecido adentro mío”. Los ojos de Vanina parecen mirar el tablón frente al que está sentada, pero yo sé que no. “Me viene el recuerdo de que a mi vieja la perdí por un aborto clandestino cuando tenía dos años. En eso, recibo un mensaje del padre de mis hijos de que no lo moleste. Se había ido a México por una propuesta de trabajo. Supuestamente era para que estemos mejor, para poder agrandar la casa y estar mejor. Mi nena que hoy tiene diez años, en ese momento era recién nacida. Mi hija más grande que está allá, Brenda, ella me la crió al principio. Perdí la memoria, perdí el trabajo, perdí todo. Dependía de mis hijos.” Vanina pide disculpas por quebrarse, como si no quisiera concederle a su historia la capacidad de doblegarla ni por veinte segundos. “Acá podemos encontrar nuestro cable a tierra; –retoma– el Centro de Salud no cuenta con psicólogos y psiquiatras y con todo lo que nos viene pasando… Yo terminé en la guardia psiquiátrica, tuve un acompañamiento, y volví a arrancar acá. Los miércoles y los viernes este es mi espacio. Cuando no puedo venir, por alguna reunión o algo que tengo que hacer, es como que me falta algo. Además, es buenísimo que podamos venir con nuestros hijos o nuestros nietos. Ellos llegan y agarran el balde, la palita chiquita, y saben que tenemos que sacar tierra, que, bueno… Los caracoles, los bichitos. Te vas renovada.”
Nota mental 3: a veces los diagnósticos no alcanzan y las palabras tampoco.
Aliviar la tarea médica
Elisabet Beltramino es médica generalista y trabaja en atención primaria desde 1998. Desde septiembre de 2023 atiende a pacientes en el Centro de Salud “Eva Perón” y es una testigo valiosa. Mientras termina de atender el cuadro febril de una bebé, cuenta su experiencia.
Entre 2020 y 2021 le presentaron el dispositivo “El Periscopio” como un proyecto orientado a crear espacios de encuentro en centros de salud: “O sea, trabajar en territorio, en la atención primaria, pero específicamente con una actividad que es extramuros y que permite el abordaje de las diferentes vivencias de las personas que concurren a ese espacio con un objetivo en común.” Suena entusiasmada y, a la vez, deseosa de profundizar: “A veces, se acercan espontáneamente algunas personas a las que les interesa el proyecto en común, que es el aprender y trabajar la tierra como sustento o como conocimiento, o como una cuestión de esparcimiento o de encuentro con otros. Y hay otras personas a las que se les propone participar de este dispositivo como parte de su atención terapéutica, porque atraviesan diferentes circunstancias personales, algunas de consumo, otros problemas de vinculación por alguna patología mental o por algún trastorno que lo ubica como paciente de salud mental.”
Con una sonrisa en la cara, que destila alegría y sapiencia, aclara: “Esto va mucho más allá de la producción de una planta. Ese es el objetivo general, pero también es la excusa. En el medio hay un montón de interacciones que nos permiten a los médicos, a los equipos de salud, los médicos, los enfermeros, el administrativo, los doctores, o quien pueda detectarlo, saber que una persona necesita un espacio donde reunirse y poder ser contenido de otra manera.”
Elisabet interrumpe la charla para volver a controlar la fiebre de la bebé y aprovecho el rato para conversar con Ramón Núñez, uno de los enfermeros del Centro de Salud. Particularmente, se detiene sobre un caso: “Hay una paciente que tiene lupus. Había empezado con síntomas como algo respiratorio y, a través de análisis, se determinó que es lupus. Tuvo que dejar de trabajar porque, al tener ese diagnóstico, no puede cumplir con una jornada laboral como cualquiera de nosotros. Es muy joven, tiene dos chiquitos, y desde el momento que le dijeron que podía venir se puso muy contenta. Esto es como un alivio para ella, un escape. Yo la veo mejor por el lado de que no está encerrada en su casa pensando que tiene que criar sola a dos hijitos. Es mamá soltera y viene con los chiquitos. Mientras ellos dibujan, ella hace las actividades que le proponen en la huerta y charla con la psicóloga. Eso es muy bueno”
Cuando Elisabet vuelve, le pregunto qué siente ella respecto de “El Periscopio”. No lo piensa mucho y dice: “Lo primero que me viene a la cabeza es alivio. Es poder decir: mirá, tengo este espacio para ofrecer, tengo estos profesionales para apuntalar la terapéutica de esta persona que está necesitando esto. Cuando hay una actividad que pasa por lo que es médico hegemónico del consultorio, a veces se nos acaban las posibilidades. Por más que uno tenga una buena transferencia con el paciente, muchas veces en el consultorio no se puede llegar a abordar todas las necesidades o no se puede abordar el trayecto terapéutico, no para curarse, sino para que esté mejor esa persona, para que mejore esa persona. Por más que uno ponga todo el esfuerzo y toda la sabiduría en la medicina y todo el empeño en ese paciente y busque las causas, siempre a veces es necesario algo que nos reúna, algo que esté afuera. Por eso es tan interesante contar con este taller, con este espacio. Mientras uno trabaja la tierra puede charlar sobre comida, sobre la vida, sobre experiencias. Uno puede dar su opinión y eso le puede servir al otro y se va replicando. Además, siempre está la mirada presta y experta: en este caso de una psicóloga y de una tallerista. No es lo mismo tener ese espacio que no tenerlo.”
Nota mental 4: alivio.
Una posibilidad de vida
Luego de tomar fotografías y un par de mates con hojas frescas de burrito de la huerta, vuelvo a casa para escribir. Una de mis notas mentales me proporciona una pista para encontrar aquello que defina mejor esta experiencia que agradezco haber conocido. Busco en Google la etimología de la palabra “alivio”. Contrasto varios sitios y todos coinciden en que ese término deriva de un verbo del latín tardío: alleviāre., que a su vez se genera en adlevare y significa aligerar, quitar peso a algo.
Parece simple: facilitar el acceso a la belleza y a otra noción de temporalidad a través del trabajo de la tierra, aligerar la carga propia y la de otros, reconocer el límite de una praxis e incorporar saberes, entender que los consultorios y las historias clínicas son fundamentales, pero no suficientes.
Todo ello en un contexto en el que, sobre las deudas de la pandemia, aún no saldadas, el ajuste tensa la cuerda de la incertidumbre y empuja a la desesperación. Sí, parece simple, pero no lo es. Tengo razón, entonces, al pensar que la palabra dispositivo no alcanza para definir lo que ocurre en y con “El Periscopio”. Porque no se trata de un número de profesionales, de legajos, de leyes ni de cantidad de verdura, frascos de dulce, o metros cuadrados. Se trata de una comunidad que brinda una posibilidad de vida. En una ciudad cada vez más pobre (el 46,8% de sus habitantes lo es y la indigencia se multiplicó por tres en un año) en Barrio Tablada existe un espacio que planta salud. Un jardín que desborda.