El genial Walter Benjamin, interesado por temas aparentemente marginales, nos dejó hermosas líneas sobre el estudio histórico del juguete.

Nos dijo que el juguete enseña lo que una sociedad situada históricamente piensa acerca de los niños. El juguete es el producto del diálogo de esos adultos y esos niños.

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Un estado de infancia

“Pobres lxs niñxs”, se repite desde el inicio de la pandemia. "Se alzan las voces. Es enunciar en un acto performativo: que el decirlo concrete la salvación", escribe la autora de este texto

En sus textos, Benjamin describe el pasaje del juguete confeccionado en los talleres de artesanos –de proporciones minúsculas, hecho con el excedente de la actividad productiva adulta–: muñequitos de masa de los panaderos, soldaditos con el sobrante del trabajo con metales, y así hasta llegar a las jugueterías industriales, que exhiben el muestrario de juguetes cada vez más predeterminados en su uso, de tamaño cada vez más grande y con un carácter imaginativo también sobrecargado: dan miedo, se ríen ostentosamente, en ellos está ausente todo rastro de quién los hizo. En la modernidad, donde se detiene temporalmente el estudio, el filósofo atisba un velo de desconfianza de los adultos en las posibilidades genuinas del niño cuando juega, en sus posibilidades transformadoras.

Experimento social

¿No le pedimos demasiado a los niños?

Me sorprendí mucho viendo este video.

Si queremos sustituir la risa espontánea de un niño que celebra que el azar le regaló una bandeja que contenía el premio que a otro le fue negado por la suerte, como sucede en el video, le estamos pidiendo que no juegue.

Uno de los territorios del juego, señalan todos los estudiosos de la actividad lúdica, es el azar.

Sin darnos cuenta, claro, ¿no le pedimos al niño que se responsabilice de algo que no resolvió la sociedad adulta? Que en un mundo con hambre no juegue, que se haga cargo del problema que nos angustia. Que sea bueno.

¿Qué nos muestra la proliferación de estos dispositivos como el del video de Hugo para saber qué piensan los niños, para espiarlos? ¿Qué pasa que no podemos en todo caso hablar de estas cosas con ellos? Y rápidamente queremos que sean permeables a la moralidad del buen niño con la que los atiborramos. Esta infancia monitoreada confirma aquella desconfianza adulta que señaló Benjamin acerca de qué es un niño. 

Ya la maestra de las infancias Graciela Montes nos dijo hace mucho que cada vez son más los corrales que les ponemos a la infancia.

Lo genial del libro Pinocho, dice Montes, era que fascinaba a los niños cuando Pinocho se portaba mal: quería comer la fruta sólo si estaba pelada, faltaba a la escuela, mentía. Carlo Collodi, que escribió la historia en un diario italiano entre 1882 y 1883, posiblemente se desvió del plan original, mucho más moralizante: la historia de cómo un niño se convierte en grande y termina trabajando sacrificadamente para mantener a su padre. Así, en su tarea diaria de llenar la página, aparecen todas las peripecias que nos recuerdan demasiado las vivencias reales de un niño o de nuestra propia infancia. 

Museo Evita

—¿Para cuándo un Pami de los niños? –dejó caer un periodista joven en su programa de radio cuando se conocieron los últimos índices de pobreza y lo que eso representaba particularmente para los niños.

Conocí el Museo Evita

Sin forzar un paralelismo, el museo nos puede brindar una experiencia que recomiendo, similar a la del filósofo Walter Benjamin repasando las colecciones de juguetes del Museo Germánico de Munich, el Museo de juguetes de Moscú o el Museo de Artes Decorativas de París; de la que el autor recoge impresiones acerca de qué concepción de infancia configuran esos objetos en apariencia inocentes, residuales.

El museo Evita nos muestra la obra de la Fundación Eva Perón a través de objetos dispuestos en escenas que recrean algunos espacios emblemáticos de las instituciones creadas por Evita: Hogar de tránsito, Hogar y Ciudad Infantil, Hogar de la empleada; y también los juguetes y los libros que formaron parte de enormes campañas de distribución.

La creación de innumerables instituciones de salud, de educación para los migrantes, para los niños y las mujeres. Un micromundo de necesidades básicas satisfechas y un marco para que los niños no envidiaran los juguetes de otros. Niños jugando.

Después de recorrer las salas me quedaba un poco desdibujada la imagen de las golosinas tiradas a la rebatiña desde el tren como el gesto más representativo de esa obra. 

Sidra y pan dulce y millones de libros, juguetes, máquinas de coser, bicicletas y prendas de ropa eran distribuidas cada año por la Fundación.

La existencia de un plan integral de acción con la infancia; un criterio y un abordaje concreto de esa población en un plan que empezó como la iniciativa de una mujer cuando aún no existía un ministerio para la acción o el desarrollo social, que tenía una cierta autonomía del Estado y se institucionalizó como política pública durante unos pocos años. Pero dejó una marca en lo que respecta a “nuestro diálogo” con la infancia.

Mucho de lo que hacía la Fundación Evita, me entero allí, estaba bancado por un descuento compulsivo que se le hacía a los trabajadores sindicalizados, además de otras fuentes de financiamiento. El excedente del presupuesto de cada ministerio, un presupuesto propio por ley. 

De todos los wines me dicen que ese era otro momento. Claro. Era la época del 50 y el 50. La mitad para los trabajadores y la otra mitad para los dueños de los medios de producción. 

Las condiciones externas favorables internacionales que eran las del peronismo inicial, el fin de la Segunda Guerra, el boom agroexportador y la herencia de las luchas sindicales anarco sindicalistas previas a la emergencia del peronismo.

¿De qué trabajadores y de qué condiciones del mundo del trabajo estamos hablando para que sea viable ese aporte por recibo de los trabajadores?

Todo eso se daba en el marco de grandes conquistas de derechos de los adultos, de derechos vinculados fundamentalmente al trabajo: jornadas de ocho horas, vacaciones pagas, sindicalización, acceso a la vivienda, el ocio, el ahorro.

Hoy el escenario es bien distinto. Hoy el uno por ciento se queda con más del noventa por ciento. El empleo formal es una quimera. Como mucho, perseguimos el sueño del monotributismo.

Pero aun así y como grandes, vamos a dejar de preguntarnos ¿qué hacer para que los niños no dejen de serlo?

Postales de la infancia

Un chico me pide que le regale la máscara de plástico y silicona para evitar el Covid que llevo al trabajo además del barbijo. 

Le digo que es la única que tengo, que cuando termine la pandemia se la doy. Pero que puedo darle un barbijo de los que cosieron las docentes del roperito.

Me dice que no, que es para construirse una máscara de un personaje de historieta que le gusta.

Los niños son especialistas en construir otras circunstancias dentro de las que están dadas. Eso es jugar.

Una señora compra un helado para una niña. Pero cuando la niña recibe el helado no se alegra, se queja: era distinto, que así no era como lo quería. ¿Qué quiere? ¡Una cuchara roja! La señora dice: ¡qué caprichosa!

A veces leemos como un capricho lo que es algo propio de la mirada de los niños, que no dejaron de ver la paleta de colores en las cucharitas a las que, como adultos, solo vemos como una herramienta para tomar helado.

Los niños ven lo que dejamos de ver.

En un taller, tres niños conocidos como especialistas en construir pequeños quilombos, son invitados a una actividad como las que nos permite la pandemia. En ronda. Cada uno en su mesita. Y una mesa grande llena de colores, hojas, todo tipo de lápices, fibras, ceritas, hasta papelitos brillantes, también palitos, cintas y colas para pegar. Estamos al sol. Es un día precioso.

Todos con sus barbijitos. Los tres se sientan juntos. Empiezan a construir sus maquetas del lugar donde estamos.

Uno se para a mirar el espacio real, cierra un ojo para estudiar las proporciones, va y vuelve a su mesa.

Las producciones explotan. Los tres amigos son los primeros del grupo que empiezan a incorporar otras dimensiones. Inventan árboles, texturas para simular el pasto, explotan los colores, casi que se meten dentro de sus maquetas. Nos pareció estar viendo un estudio de arquitectos en pleno proceso creativo.

Serios, concentrados, tranquilos, felices. Con un asunto importante entre manos.

Ahora les decimos “los arquitectos”.

Es fundamental la creación de espacios y tiempos para que los niños vivan su infancia. Los que tenemos no alcanzan.

En el mes de las infancias hablemos de los grandes. Toda la gratitud a los que desde sus tareas profesionales, oficios, maternidades, paternidades y militancias los escuchan, acompañan e invitan a jugar.

Para los chicos: que alguien les ayude a construir una casita, un lugar donde puedan estar al amparo de las determinaciones, las contingencias, las incertidumbres para poner distancia de todo eso, ocuparse de otras cosas. Eso hacen en definitiva cuando juegan.

logros
Sobre el autor:

Acerca de Mariela Mangiaterra

Ludotecaria, psicóloga

Se licenció en Psicología en la UNR a mediados de los 90. Desarrolló estudios y elaboró teorías sobre juego infantil que aplicó en cursos dictados en profesorados y en la Universidad de Rosario. Creó espacios de juego para niños en el ámbito de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario. Dirige […]

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