Hay un término inglés que los españoles suelen traducir con el soso localismo “bucle”: loop. Por la aplicación que tuvo a partir de finales de los 40 en computación, en loop también leemos “circuito”, “lazo”. Según informa el diccionario etimológico online, el origen de la palabra es incierto. Ahí leemos que alrededor de 1880 se usó para describir las características de una huella dactilar y que en 1931 apareció referido a una grabación magnética en una cinta. Pero en 1900 se usó también referido a las vueltas en lo que acá conocemos como Montaña Rusa –esa escalofriante atracción de feria– y en inglés se dice roller-coaster: “loop the loop”, era la expresión para subir y sacudirse.

Bien, eso que se llama loop es, desde hace tiempo y cada vez más, una experiencia de la contemporaneidad. En Retromanía Simon Reynolds se pregunta por qué el “evento”, lo que acontecía de modo inesperado para marcar un momento liminar entre el pasado y el futuro, de modo que las cosas ya no serían como habían sido, se convierte en algo “que ha ocurrido antes”, del que retornan las canciones, las películas, la estética o las formas de ese evento que quedó detrás. Eso es un loop. Lo cuentan también las series contemporáneas –Westworld, Tales from the Loop, Dark, Stranger Things, entre otras–, las películas –hay una, incluso, muy buena, que se llama Looper.

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En eso, en el loop pensé cuando leí en Crisis el fragmento de ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no? Breve manual de las ideas de izquierda para pensar el futuro, el libro de Alejandro Galliano que publica Siglo XXI junto con la misma revista. 

Ahí dice, entre otras cosas: “Hoy, ante el doloroso surgimiento del capitalismo 4.0, las imágenes apocalípticas se agolpan en los productos culturales más diversos, desde series y películas hasta análisis de coyuntura poco inspirados. Sería mejor empezar a entender que el capitalismo como experiencia consiste en vivir el fin del mundo todos los días. La fusión de los dos sentidos de ‘crisis’, la confusión de Marx al leer cada crisis cíclica como apocalíptica, es la dimensión existencial del capitalismo: si los campesinos de la Edad Media vivían una vida monótona en espera del Juicio Final, nosotros nos acostumbramos a un Apocalipsis cotidiano que no termina en ningún lado: cambios sociales, aceleración y diagnósticos fatales que pasan de largo. Y el capitalismo 4.0, ante su patología, sus límites objetivos y su crisis civilizatoria, solo puede transformar el fin del mundo en sistema: decisiones dramáticas, descontentos masivos, todo el mundo a la espera de una Tercera Guerra Mundial, una toma de la Bastilla o una peste negra que le pongan fin a esto… pero esas catástrofes no llegan o llegan y se instalan a vivir a nuestro lado. Pensar el futuro hoy requiere pensar después del fin del mundo, porque el apocalipsis ya llegó y nosotros seguimos aquí.”

Ese “pensar después del fin del mundo” lo leí como pensar fuera del loop. Pero “el capitalismo como experiencia consiste en vivir el fin del mundo todos los días”, es decir –según el argumento del autor en ese fragmento–, la inminencia permanente de una crisis que podría destruirlo todo, me recordó el final de “La muralla y los libros“: la “inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético”. 

Así que le escribí por wasap a Galliano. Un farragoso mensaje que incluía la pregunta: ¿Pensaste algo en torno a lo que podríamos llamar la “estetización” del futuro o no-futuro?

Imagen de contacto de wasap de Alejandro Galliano.

Con una solvente humildad, Galliano respondió: “De Estética sé muy poco, pero para tratar de seguir tu razonamiento sobre una posible estetización del capitalismo y una posible estetización del no-futuro, respondo en dos partes. El capitalismo está estetizado, especialmente el capitalismo 3.0, lo que llamamos mal y pronto neoliberalismo, el capitalismo que viene desde el 78 para acá, o por lo menos hasta la crisis de 2008. Ese capitalismo, como lo explicó (Fredric) Jameson: está estetizado no sólo porque mercantilizó imágenes y otros bienes simbólicos a un nivel que no lo había hecho el anterior, sino porque en gran medida se justificó a partir de la estetización de esa velocidad. Y un poco el aceleracionsimo (el de izquierda y el de derecha) son resultado de esa estetización: (Gilles) Deleuze, (Jean-François) Lyotard, el cyberpunk, son formas de estetización de la velocidad. Lo que ahí no hay es una idea de final inminente, es más como dice Jameson: la idea de un cambio constante sin variación, o sea, algo que va tan rápido que parece que está quieto. Es sobre todo la impresión que había en la década del 90 y el 2000, la idea de un capitalismo financiero y cibernético que va a toda velocidad pero que no admite pensar ningún modelo alternativo. Ahí habría una estetización, pero que se opone a la idea de no-futuro”.

“La segunda estetización que uno puede ver es la que ya sí se hace sobre la idea de no-futuro y que tiene que ver con este furor de películas apocalípticas que hubo a fines de los 90, 12 monos, La carretera, 2012, El día después de mañana películas de catástrofe y otras que eran más futuristas, que imaginaban futuros distópicos o directamente el fin de la humanidad, o un reseteo fuerte de la humanidad. Ahí sí hay una estetización de la idea de no futuro –eso lo toco en el libro, incluso está en el mismo capítulo donde está el fragmento que publicó Crisis– y lo que generó son dos cosas muy nocivas. Primero, lo que decís, la percepción de que no hay futuro, de que ya está, no podemos hacer nada, siempre la solución es trascendente: una nave espacial que nos venga a rescatar o algo más o menos religioso, como la barca que aparece en Niños del hombre… Y en segundo lugar, la contraria, descalificar cualquier pensamiento crítico como catastrofismo. Como si dijera: ustedes piensan así porque vieron esa película, pero en realidad los datos indican que está todo bien. Yo creo que un antídoto para todo eso es un pensamiento pos-apocalíptico: asumir que estamos ante un final, y en ese sentido combatir el negacionismo pero también ser capaces de pensarnos después de ese final. Y me parece que son muy útiles ciertos pensadores del realismo especulativo como Ray Brassier, Timothy Morton, Quentin Meillassoux, personas que consideran que puede haber mundo aunque no haya representación de ese mundo, es una manera extrema de concebir un mundo pos-apocalíptico. U otros pensadores de la rama más heideggeriana, como Michaël Foessel, para quien el mundo como representación se acabó con la modernidad, entonces “¿cómo podemos vivir sin mundo?” Ya no es el mundo material, es el mundo como concepto, como lenguaje. Pero se plantea un mundo después del fin del mundo. Creo que esa es una manera de combatir el efecto políticamente nocivo que tuvo la estética del no-futuro típica de la vuelta del siglo, y que se asentó después de la crisis de 2008”.

Pero incluso pensé también –a propósito de la estética y las representaciones del mundo– en los argumentos de Los espantos, de Silvia Schwarzböck, su idea de que la posdictadura establece la vida de derecha, una vida “estetizada”, en la que si bien la dictadura y sus horrores tienen una representación, desapareció la representación del “pueblo”. 

“Me parece que Schwarzböck –me dice Galliano por wasap– trabaja en la clave benjaminiana: la izquierda politiza la estética y la derecha estetiza la política. Me parece que es una dicotomía que fue muy útil para entender el fascismo y para plantear un programa en esa época pero hoy ya no sé si es tan útil. Terry Eagleton, que es un buen lector de Benjamin, tiene un libro que se llama La estética como ideología en el que detecta que la estética forma parte de cualquier construcción ideológica. Incluso estoy leyendo un libro de William Davies (que hace poco lo tradujo Sexto Piso), que se llama Estados nerviosos. Cómo las emociones se han adueñado de la sociedad, donde afirma que desde hace un tiempo se hace política con las emociones en contra de la razón y los datos. Él lo usa para explicar los populismos de derecha y la conclusión a la que llega es que los planteos progresistas tienen que jugar también ese partido, el de las emociones, no pueden cerrarse en la racionalidad porque van a salir perdiendo y porque también forma parte de la democracia incluir las emociones. Y en ese sentido creo que “estetizar” también tiene que formar parte de un programa transformador de izquierda. No podemos decir que la derecha estetiza y nosotros tenemos la razón porque, la verdad, no la tenemos, no la tenemos al cien por ciento. Tenemos un poco de razón y el resto son emociones. Creo que la mejor manera de ser racionalista es saber qué hacer con las emociones y no descartarlas ni despreciarlas, y por eso tener un plan estético, además de un plan político.”

Que “el capitalismo pueda soñar y nosotros no”, como titula Galliano su libro, desmonta el célebre argumento borgeano: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar no sabía si era Chuang Tzu el que había soñado que era una mariposa o si una mariposa soñaba que era Chuang Tzu”. Ni la mariposa ni Chuang Tzu sueñan ahora. Sólo suspendieron su interacción en redes sociales.

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Sobre el autor:

Acerca de Pablo Makovsky

Periodista, escritor, crítico

"Nada que valga la pena aprender puede ser enseñado."

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