Estábamos emocionadxs y festivxs, llorábamos en medio de una alegría desatada por ese estar juntxs. La gente, en Saladillo, después en Villa Manuelita y luego en el centro, se paraba, hacía la V de la victoria, desde los balcones, amontonada en las escaleras de los Fonavi, con banderas, y se sumaba, también, por momentos bajo la lluvia, a una especie de celebración colectiva que se había armado en “una ciudad que –según la Colectiva Mixta de Culturas– gobierna la gestión socialista desde hace treinta años, la cual silenció y desperonizó, paulatinamente, toda una historia que, sin embargo, ahí retornaba, en esos gestos, en esas sonrisas, en esos gritos que lxs ciudadanxs tramaban colectivamente con motivo del cumpleaños número cien de Eva Perón.”

La Evita deseada

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Todo había comenzado cuando en el histórico Monumento a Evita, de Saladillo, descendieron más de cien mujeres caracterizadas como Eva Perón, aunque mejor sería decir, sacando de sí mismas la Evita que querían o deseaban ser. Eran Evitas de todas las corporalidades, multiplicadas en todos los aspectos físicos imaginados, Evitas mujeres cis y trans y putxs, Evitas que diversificaban las identidades sexuales, así como las posibilidades de que cada mujer o disidencia sexual encuentre en sí, a la Evita que imaginaba al tiempo que esta devenía en ellxs.

Entonces, las Evitas corrían para escapar de la represión en uno de los barrios icónicos de la resistencia peronista a la dictadura y a la Revolución fusiladora. La gente que se amontonaba en el monumento, al principio, no comprendía cuál de todas era Eva, la buscaba, o por lo menos, dudaban, hasta que ellas comenzaron a ser salvadas tiesas como el monumento por las Leonor Tomé que las rescataba y las llevaba a su casa. Allí, se hizo un silencio denso, pesado, que habilitó un tiempo que regresaba para reponer una historia. En ese momento, comenzó el homenaje a una militante icónica del peronismo: Leonor Tomé, y una emoción desbordada se desató para desplegarse en una tarde de gestos y reactualizaciones de una historia escondida en espacios claves de la ciudad. Leonor había salvado el monumento a Evita de su destrucción, en su propia casa, cuando comenzó la larga proscripción del peronismo, y hasta fue amenazada por el comisario para bajar de la pared de su casa un cuadro a Evita a punta de pistola sobre sus hijxs. La respuesta no se hizo esperar: “Lo voy a sacar de la pared, pero de mí corazón jamás”, contó el músico Daniel Tolosa. El nieto de Leonor, mi amigo Juan Manuel Formente, a quien descubrí como su nieto pocos días antes, nos contó que ella era una militante que hacía de abuela y en un poema escrito a su hija Ana, “Anita”, imaginó la escena de Leonor hablándole a la nena de buenos y malos, peronistas y gorilas, Perón, Evita, Néstor y Cristina, como un gesto que la haría feliz, él lo sabía “por experiencia”.

Ahí vienen

Después arrancó la caravana. En el auto de Juan con su familia, llegamos a Villa Manuelita, en la Plaza de la Resistencia, donde nos esperaba un grupo de vecinos y las Cien Evitas comenzaron a bajarse del tranvía y a correr, gritando “Ahí vienen”. Mientras se aceleraban en el espacio, hacían un stop y abriéndose la camisa, mostrando sus pechos, gritaban “¡Tiren!”. Ese había sido el gesto que las mujeres peronistas hicieron cuando se enfrentaron al ejército para defender a Perón. Un gesto de la resistencia que se reactualizaba con una potencia enorme, mientras una de ellas, se emplazaba en el centro de la plaza, sosteniendo un busto pequeño de Evita, rodeada por estas mujeres que le recordaban a sus compañeras de lucha. Todas eran Evita. Ella también. La Evita esa que tenía y abrazaba y que seguía viva en cada unx.

El tranvía siguió hasta el Cristo del Cementerio El Salvador, ahí, a unos pasos del Parque Independencia. Las nubes cargaron de llovizna algún momento, pero una multitud se amuchó en el espacio. Ahí, en los 70, se encontraban lxs compañerxs peronistas de la resistencia para compartir gestos, nomeolvides y saludos que les permitían saber quiénes eran los sobrevivientes a una tragedia alimentada por el odio de clase y el terror militar. Las Cien Evitas bajaron, cruzaron las calles unas, otras se perdieron en el parque, luego se encontraron en el cemento y allí, danzaron, en giros, en leves roces de las manos, con nomeolvides que se portaban e intercambiando miradas de reencuentros que hicieron del espacio un sitio donde la historia muerta volvía a la vida en un movimiento sincronizado de los cuerpos. Carla Saccani, una de las directoras de la performance, lloraba desconsolada de emoción. Nos abrazamos, mientras las Evitas volvían a los tranvías y el silencio de los cementerios había mutado en un silencio vivo, doloroso, pero vivo.

Gigantografía

El otro punto de la caravana fue la Gobernación, enfrente de la Plaza San Martín, donde se montó durante el último gobierno peronista en Santa Fe una gigantografía que recordaba la visita de Evita a Rosario, que luego la administración de Hermes Binner hizo retirar. Las Evitas bajaron y en cuadrícula comenzaron a gritar “yo estuve aquí, yo estoy aquí”, visibilizando lo invisible: la desaparición que incluso los gobiernos progresistas siguen realizando de Evita y del peronismo en Rosario. Fue el momento en que se desencadenaron los discursos de las Evitas que luego se reproducirían en procesión por calle Córdoba hasta San Martín y, desde allí, a Plaza Montenegro. Discursos que se cargaron de contenido feminista y de reivindicación social, apoyados por una multitud de Evitas que se convertían en pueblo, al tiempo que desde ellas, cada tanto, una Evita se convertía en Eva en las esquinas y tomaba la palabra, se hacía cargo del discurso. Evita era la multitud y esta se convertía en Evita, desarticulando y reponiendo una significativa comunidad fuera de los roles asignados y de las lecturas más peyorativas que ponen una distancia entre Evita y la multitud, como la escena de la conocida performance de Nicola Constantino en la que, mirando a través de la ventana a una multitud que grita en la plaza, repone una distancia con Eva Perón detrás de su lujoso cortinado, algo que la performance de las Cien Evitas desbarató en la calle. Por otro lado, justamente, lejos de una mirada “susanagimenezca” de valoración de Eva por su esteticismo, la performance, con la multiplicación de cuerpos, vestuarios y disidencias sexuales, recuperaba una potencia político-estética que corría a la imagen de Evita de una excesiva y pura estetización unívoca.

Fue en ese momento que la intervención de la caravana terminó y se trasladó al teatro El Círculo. Allí, luego de que las Cien Evitas, a sala llena, subieran al escenario y cantaran “Evita Capitana” con los espectadores, se corrió el telón y Miguel Ángel Estrella comenzó a brindar un homenaje en piano. Entre el anecdotario peronista personal y la interpretación de las piezas favoritas de Eva, que Miguel Ángel Estrella realiza siempre en su cumpleaños por diversos lugares del mundo, la música se ganó el escenario que se convirtió en el espacio imaginario donde diversos aspectos e historias sobre Evita escritos por más de 35 autorxs rosarinxs se representaron. Fueron cinco horas en dos actos de una Evita que se presentaba en los conflictos sindicales ferroviarios emblemáticos, en sus conflictividades con la Iglesia, con las damas de beneficencia, dando acalorados discursos, promoviendo derechos y luchando por sus proyectos, una que se solidarizaba con las disidencias sexuales de Paco Jamandreu o de Miguel de Molina, pero también una Evita que era deglutida caníbalmente por el odio de clase pos golpe del ’55, festejada por su cáncer, o una que se descongelaba en el futuro en un cuerpo trans con un embarazo descomunal en medio de un ataque zombi para hacer la revolución, o una que amamantaba a la “Niña peronista” violada en un gesto próximo al “Niño proletario” de Osvaldo Lamborghini, o una que se enfurecía y hacía de la rabia un modo tenaz de lucha incluso con sus afectos más íntimos en la proximidad de la muerte. Una Evita que, como sostenía el epílogo, se brindaba al uso de los artistas para seguir viviendo en el pueblo no ya como mito, sino como una potencia político-artística transtemporal que se reactualiza de manera insistente.

Alto pueblo

Lo que impactaba de esa puesta teatral, además, era que se generaba, en un teatro icónico de alta cultura como El Círculo, un clima de intercambio popular. El público participaba de la escena, le gritaba a lxs actores, aplaudían y cortaban las interpretaciones, generando un clima que excedía la mera puesta teatral que se convirtió en una especie de fusión con un acto político. Y de eso se trató esa apuesta de La Colectiva Mixta de Culturas, una articulación entre política y arte, un artivismo, que sacaba de sí a ambas prácticas, y que generó una resistencia corporal de 12 horas de extensión en que la imaginación evitista se puso a prueba, con todo su riesgo y con toda su potencia. El riesgo, puesto que así como las Cien Evitas no eran convencionales y multiplicaban las corporalidades, fuera de cualquier esteticismo común y autoritario, el despliegue en escena retomaba las reivindicaciones peronistas actualizándolas y ligándolas a nuevos problemas no doctrinarios. En ambos casos, el riesgo era que una propuesta de homenaje peronista no fuera recibida correctamente por un público que idealizaba tanto la figura como las ideas de Eva. El riesgo superó cualquier expectativa en esos intercambios, en esas complicidades, en los aplausos y los gritos que generaron una comunidad entre escena y espectadorxs. Por otro lado, en la extensión y en la articulación de arte y política, el otro riesgo era la resistencia. Pero lejos de convertirse en un problema, los espectadores se levantaban solos, caminaban o se retiraban como si se tratara de un acto político; o se quedaban hasta el final, como si no se pudiera renunciar a ver la obra completa. Entre esos dos tiempos, el riesgo se cursó solo, entre el acto político y la obra teatral, los espectadores resolvieron cada uno a su manera cómo manejarse con la extensión.

Termino de escribir esta crónica, mientras un programa de televisión levanta como segmento la performance de las Cien Evitas en el Obelisco porteño. Un desprendimiento en simultáneo que se trabajó desde la Colectiva Mixta de Culturas de Rosario, con diversos lugares del país y, en ese caso en particular, con integrantes del Instituto Patria. Que una sola vez, un acontecimiento político-cultural se propague desde Rosario al país y no visceversa, es, sin dudas, un efecto político de resistencia que da vuelta, también, una historia de enfrentamientos y hegemonías entre Buenos Aires y el resto de las provincias. Se generó un espacio transversal de intervención que hizo de la extensión temporal, de la multiplicación de las Evitas y de las historias en los diferentes espacios de la ciudad y del país un modo que desbarata las lógicas instituidas al tiempo que reactualiza una larga historia ya que sigue re-escribiéndose en el presente.

la ciudad está en obra
Sobre el autor:

Acerca de Cristian Molina

Cristian Molina nació en Leones, Córdoba, en 1981. Es escritor, performer, docente universitario e investigador de Conicet. Le encanta participar de Festivales, ciclos de lectura y experimentos editoriales. Es inconstante y desparejo en todo. Imprevisible cuando le sale. Publicó los libros: Blog, Un pequeño mundo enfermo, «Sus bellos ojos que tanto odiaré» y «Machos de […]

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