“No tengo respuestas definitivas –es lo primero que nos dice Mariana Enríquez–. En general, creo que un escritor de ficción, sobre todo, se mueve por un terreno, un camino que no es certero, que no es tan claro, donde tiene intuiciones y a partir de esas intuiciones sintoniza con su antena una especie de vibración que después termina siendo lenguaje, pero no tengo clarísimo por qué escribo ciertas cosas, o por qué tengo ciertas obsesiones”.

Uno está tentado a pensar que Mariana Enríquez es una de las escritoras de ficción más extraordinarias de Argentina, que sus cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego o la novela breve Este es el mar abrevan tanto en Stephen King o Ray Bradbury como en Silvina Ocampo. Pero Enríquez es también autora y editora de uno de los espacios de crítica más importantes de Argentina, el suplemento Radar, donde escribe sobre autores, series de televisión, películas, todo aquello que se nos ofrezca como ficción, o narrativa. Mariana Enríquez escribe los relatos góticos más fecundos y, a la vez, abona como crítica ese territorio donde mejor prenden los oscuros genes de su imaginación, los lectores.

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En esta breve entrevista Mariana Enríquez no sólo es la escritora que nos tuvo en vilo con sus ficciones, también es la crítica que nos llevó a multiplicar la biblioteca y a ir a buscar a alguna plataforma digital una serie como True Detective o una película.  

Las imágenes de Maximiliano Conforti fueron hechas en la presentación de Mariana Enríquez y Juan Pablo Dabove en Oliva Libros, el 15 de junio pasado.

Niños

Hay mucho de la infancia en sus textos, alguna vez Enríquez dijo que “es en la infancia donde el terror se tatúa”, la infancia o cierta sombra sobre la niñez, como en “El chico sucio”, “El patio del vecino” (cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego) o las cosas que recoge de la biografía de Silvina Ocampo en La hermana menor. Mientras crecía, en su infancia –contó–, la misma Argentina era toda una historia de terror. Le preguntamos: ¿Creés que, si antes hubo una “intriga cultural” que podía sintetizarse en la muerte del padre, hoy se sintetiza en la muerte del hijo? Formulada así la pregunta puede sonar ampulosa, pero no dejamos de pensar que en sus ficciones, cuando hay niños, hijos, se da siempre esa devastación sobre el futuro que esos niños representan.  

“Vamos a ver: los niños –dice Enríquez–. Los niños aparecen mucho en mis cuentos. Primero, en el nivel más básico, porque los niños son una especie de clásico dentro del horror. Desde la prehistoria del cuento de terror, que pueden ser los cuentos de hadas, que en su grandísima mayoría están protagonizados por niños. Y segundo, porque hay algo profundamente horrible en las dos posibilidades: primero en arruinar la inocencia y luego, en la posibilidad de que la supuesta inocencia de los niños no exista. O sea que realmente sea apenas una etapa de la vida con la misma posibilidad de perversión y de maldad que la adultez, solo que con menos desarrollo, por decirlo de alguna manera».

“Después, hay algo que me irrita profundamente en el discurso de la infancia que es el discurso absolutista acerca de la infancia como el momento feliz o el que debería ser feliz, los niños como reyes, como esos a quienes tenemos que cuidar, los niños que te cambian la vida, los niños que es lo mejor que te puede pasar, etcétera. Primero, me parece hipócrita. En nuestros países hay de hecho cantidad de niños viviendo en situaciones de extrema vulnerabilidad económica, sexual, lo que quieras, y si fuera cierto esto de que el niño es lo que más amamos, lo más importante, lo más sagrado, no estarían viviendo así. Si permitimos que vivan así es porque ese discurso es profundamente hipócrita y el único niño que nos interesa es nuestro niño. Yo no tengo niños, no tengo hijos, nunca quise tener, ya es tarde para que tenga y no me arrepiento en absoluto de mi decisión. Soy muy feliz sin hijos».

«En cuanto a la muerte del hijo: hay toda una teoría del filicidio en la Argentina. No lo tengo tan claro como para enunciarlo de esa manera y puedo pensar ejemplos a favor y en contra. Lo que sí me pasa es que no me parece un límite o un tabú hablar del niño dañado. Me parece que, recordando mi propia infancia y conociendo la infancia de muchos otros, hay algo muy poderoso en la infancia dañada –tampoco es que yo lo haya pasado pésimo, pero una infancia en dictadura y con ciertos rollos personales en mi caso es nada, muy de cicatriz, digamos– y siempre me pareció un terreno literario muy fértil; imaginativamente, porque es un período imaginativo muy confuso, entonces es eso. Pero no lo pienso tanto en ese sentido de ‘la muerte del hijo’, al contrario, últimamente estoy viendo una exaltación del hijo».  

Política

Hay casi siempre un contexto político en sus cuentos y opera como un marco de referencia que el mismo relato invierte o transfigura. Un caso ejemplar: “Los años intoxicados” (en Las cosas que perdimos en el fuego) comienza en 1989 con unas chicas que se mofan de la estupidez de sus padres, atraviesan los 90 y terminan de algún modo vampirizándose en pos de una suerte de anemia ideológica que recorre las decadas. O el contexto del gatillo fácil en “Bajo el agua negra”, que culmina en una especie de ritual monstruoso con aires lovecraftianos. ¿Cómo trabaja esa relación con lo histórico-político en el relato?

Dice: «En cuanto al contexto político y social, a mí me resulta inseparable en tanto y en cuanto la literatura argentina, o una parte de esa literatura que a mí me interesa mucho, tiene una tradición política muy importante –quizá a veces demasiado para mí, por eso me interesa mezclarla con el género. Pero en general las historias vienen todas juntas, no le veo una distinción tan clara. También tiene que ver con un efecto de lectura propio, cuando yo leo género hago una lectura política del género y el terror tiene claramente una lectura política y social –la ciencia ficción lo tiene acaso todavía más: casi toda la ciencia ficción es una pregunta sobre el poder; el terror, a veces. Es más, el terror es una pregunta sobre la realidad, a veces. Pero en general viene todo junto y es, creo, un efecto de lectura. De todos modos esa es una elección que yo aprendí de Stephen King, de leer textos que tienen que ver con políticas de género tipo It –el personaje de Beverly es una chica claramente abusada, luego una mujer maltratada y, después, los otros chicos sufrieron bullying, o sea, una cosa de microagresión, micromachismo muy clara–, después, Carrie es una novela política: la cruza de fanatismo religioso y masacre escolar, etcétera. Los policías nefastos de King, esos policías corruptos y horribles, es una lección de él, creo que es uno de los escritores que usa el género y la política de manera más inteligente y popular, que es algo que me interesa mucho».

Neoliberalismo

Cuando estuvo en Rosario, Enríquez mencionó una definición del escritor colombiano Juan Cárdenas sobre la tendencia autobiográfica en cierta literatura y su vínculo con el neoliberalismo, como si no hubiera otra alternativa que contar la propia vida.

«Creo que Juan Cárdenas –dice ella– plantea el menor espacio o la vuelta de la “minorización” de los géneros, que es donde se piensa la utopía y donde se piensa la pregunta sobre el poder, etcétera, y la preeminencia de la literatura del yo como algo absolutamente individualista, en algún sentido, como una tendencia en la literatura que tiene que ver con el individualismo neoliberal, porque además, la mayoría de los textos de la literatura del yo, si nos ponemos a pensarlo, son problemas muy burgueses. En algunos casos para mí, muy interesantes, y son un trabajo literario que a mí me resulta fascinante, pero hay un ombliguismo, para decirlo de modo sencillo, que resiente ese espacio comunitario que es el de la literatura de la imaginación, que es muchísimo más amplio. Así que es una postura política que como todas me parece que está en debate y en la que hay que pensar mucho, porque también el yo y la autoficción es casi la narrativa de nuestro tiempo, la primera persona, y no siempre tiene que ser narcisista. Pero creo que Cárdenas se refiere a una tendencia más general de esta obsesiòn por la vida propia y la posesión y lo que a uno le pasa por sobre las narrativas de la imaginación que, en general, se volvieron a despreciar».

Acaso influidos por sus narraciones y el universo que despliega alrededor (los libros de Luciano Lamberti, de Samanta Schweblin, de Mariano Quirós o Diego Muzzio, entre otros argentinos) nos parece que cada vez hay más relatos góticos. Y no sólo literatura, también series de televisión, por ejemplo, Sharp Objects una novela gótica y a la vez, un relato sobre el sur profundo de Estados Unidos. Lo mismo que True Detective –que ella mejor que nadie desentrañó en una nota en Radar en 2014. Si cada época tiene su género, qué ofrece el gótico que lo hace un género de esta época?

El género y la época

«No sé si hay cada vez hay más relatos góticos –dice Enríquez–, por cada Sharp Objects puedo nombrar cincuenta Mad Men o Breaking Bad, o cosas de mala calidad como The Haunting of Hill House. Creo que lo que más hay es distopía, no gótico. Una clara vuelta de la distopía en general. Me parece que la distopía es el género del momento, una especie de histeria con respecto al futuro. Mientras que el gótico es un género decadente donde el futuro ya ocurrió. El gótico es una especie de proceso que no necesariamente termina en la muerte pero está marcado por la muerte, es un género mucho más macabro y cerrado, que tiene más que ver con la enfermedad mental, con el aislamiento, más con el encierro. A mí me gusta en particular porque me gusta el gótico sureño y, en ese sentido, no es contradictorio que Sharp Objects sea una historia del sur profundo porque es una obra de gótico sureño, como género en sí mismo –tiene un final muy malo la serie pero está muy bien, aparte es una de las primeras novelas, que yo leí por lo menos, donde se habla de la autolesión femenina, que es un tema que me interesa. Pero no veo tanto gótico como distopía. Me parece que en el gótico y en la ficción rara, la “weird fiction” es donde mejor se está haciendo mucha de la literatura más interesante, como Laird Barron y Thomas Ligotti, pero a lo mejor eso tiene que ver con un gusto personal y no con una lectura más o menos seria de lo que está siendo masivo». 

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Acerca de Pablo Makovsky

Periodista, escritor, crítico

"Nada que valga la pena aprender puede ser enseñado."

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