Escribo desde la ignorancia. Desde ese territorio de incertidumbre sobre el que vamos construyendo los días.

Hace cuatro años, cuando Trump resultó electo, no pude dormir.  Acosté a mi hijo y pasé la noche mirando el techo.  Llorando por momentos. Me preguntaba cómo iba a enfrentar la vida, en un país donde se decidía elegir como presidente a un hombre que ostentaba el discurso del odio.  La discriminación por los inmigrantes, los negros, los homosexuales, las mujeres y los discapacitados, entre otras banderas de fanatismo, llenaban las gargantas de los desposeídos con ilusiones de revanchas. Una lucha social que en vez de resolverse se agudizaba desde la ignorancia y el resentimiento. Tuve miedo. Recordé esos años oscuros de silencio y complicidad en la época de la dictadura militar argentina.

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Un apocalipsis semanal

En los asesinatos masivos y frecuentes de EEUU cristaliza una disolución de los vínculos sociales. Los femicidas argentinos no son menos prolíficos, aunque actúan en la privacidad.

Nunca se deja de ser una migrante. Más allá de los años vividos en el nuevo territorio, una nunca termina de pertenecer del todo. Hay una vida que sigue en el suelo donde la vida joven echó raíces.  Ese suelo donde una  hubiera deseado sentirse propia para no haber tomado la decisión de partir. Elecciones de vida que nos marcan. Desde ese lugar,  la militancia por la vida es algo constante y cotidiano. Cada acto cuenta, cada palabra, cada gesto agrega desde este lugar construido de mujer migrante y madre de un hijo con autismo. Esa diferencia que la sociedad llama discapacidad. Esa diferencia, que Trump usó para burlarse de un periodista con discapacidad motriz que lo entrevistó durante su primera campaña presidencial.  La humorada en vez de desbancarlo, le valió más votos y popularidad. Ahí entendimos que la enfermedad social era mucho más grave de lo que pensábamos. ¿Cómo no tener miedo, hasta de salir a la calle?

Igual salimos a las calles. Con miedo, con carteles que decían “Vamos a resistir”. El día que asumió la presidencia Trump, nos paramos en las esquinas. Éramos un grupo de maestras sosteniendo carteles hechos con cartulinas que decían “vamos a resistir”. Desde los autos nos insultaron. Allí nos quedamos durante todo el tiempo que duró nuestro recreo de almuerzo, después volvimos a trabajar.

El domingo posterior a las elecciones, la convocatoria fue en Oakland. Grupos políticos, culturales, religiosos progresistas, grupos LGTB, familias e inmigrantes nos congregamos alrededor del Lago Merrill. Allí, donde todos los años se conmemora el nacimiento de Martin Luther King, se hizo una cadena humana rodeando el lago.  Al grito de RESISTIR, alzamos las manos unidas a la de la persona que teníamos al lado.  Consolidamos esa energía necesaria para enfrentar lo que vendría. Al dispersarnos, antes de tomar el subterráneo, mujeres que nunca había visto antes, me abrazaron y me dijeron “cuídate mucho”.

Make America great again

Una consigna de guerra, una vuelta a los años de Elvis, al mundo blanco, a las banderas del KKK.  El predominio de la religión cristiana borrando el pensamiento científico. Una vuelta a la ignorancia, sostenida desde el poder.

Es una condición humana y natural, la negación,  motivada por el miedo o por la excesiva  esperanza. Cuando en los años de Clinton, las milicias comenzaron a organizarse promovidas entre otros por Fox Noticias y el programa radial diario liderado por el comentarista político, Rush Limbaugh, todo parecía un juego de chicos ricos y caprichosos, enojados con el progreso. El Silicon Valley arrasaba con la tecnología.  Una nueva riqueza como en los años de la fiebre del oro, se hacía dueña del Norte de California.  Atrás quedaron las poblaciones rezagadas, los desocupados de las fábricas obsoletas, el interior de los Estados Unidos, donde el agua potable pasó a ser un lujo y vivir en un trailer la única manera de tener un techo. “Make America Great again” es, para ese sector de la población, un canto de esperanza.  Desde los púlpitos de las iglesias evangelistas se instiga a las madres a ser las maestras de sus hijos para educarlos en la pureza del hogar.  Se defiende el derecho a la propiedad privada y para eso la población debe estar armada. El Estado es un intruso en la libertad de los ciudadanos. Trump, el presidente salvador.

Una cruzada religiosa, un fanatismo basado en la prepotencia y en las armas. Una lucha para recobrar un pasado blanco y glorioso, concentrado en la figura obscena y demagógica de Donald Trump. Por eso la ideología del trumpismo antecede a la figura de su líder y hoy mucha gente que ya no apoya a Trump igual lo vota sosteniendo la esperanza de que Estados Unidos sea siempre la potencia número del mundo.

El  huevo de la serpiente

Esa mañana llegué a la casa donde trabajaba de niñera. La nena de tres años que cuidaba estaba absorta, sentada en el piso, mirando un programa infantil. Un número escalofriante de pistolas y rifles de repetición, rodeaba su pequeño cuerpo. Me apoyé en el marco de la puerta para no caerme. El padre que se estaba afeitando, se asomó desde el baño y me aclaró muy amablemente “no tenés que preocuparte, estuve limpiando pero yo me encargo de ponerlas de nuevo en su lugar”. “Su lugar” era una enorme caja fuerte en la biblioteca de la casa. En las paredes de esa biblioteca de ese dueño de casa que nunca había finalizado sus estudios secundarios, colgaba un diploma, el de la National Rifle Association.

Los fines de semana, iban a practicar tiro a las montañas de Russian River. Eran un grupo de hombres que se preparaban para luchar contra el comunismo de Bill Clinton.  Eran los años 90 y nadie imaginaba que el fascismo se convertiría en un partido político, cuando Hollywood le daba el Oscar a Spielberg por La lista de Schindler.

Para pasar el examen de ciudadanía americana es necesario contestar NO a las preguntas: ¿“Ha pertenecido o pertenece a alguna organización Nazi o Fascista?”  Bajo este criterio, hoy después de las elecciones, 67 millones de ciudadanos americanos podrían ver revocada su condición. Sin embargo desfilan en las calles con banderas haciendo alarde de su nacionalismo. Trump les dio protagonismo y entidad a un enorme grupo de personas que durante años fueron desplazadas por ese lema de mercado llamado “políticamente correcto”.  Una especie de censura para ocultar el sentimiento de un país que abolió la esclavitud hace sólo 155 años atrás derivando ese racismo en organizaciones como el  KKK y las milicias neo-nazis organizadas con  furor durante la presidencia de Barak Obama.  Hoy son parte de los 67 millones que apoyaron a Donald Trump para ganar su reelección.  Son parte de esos 67 millones que esperan un recuento de los votos, en esta espera larga y silenciosa donde el respeto a la democracia se confunde con el miedo y los pronósticos de violencia

El odio está organizado y aunque Trump pierda las elecciones, esa cultura de la violencia no desaparecerá, todo lo contrario. Sobre esas bases tambalea hoy la democracia americana, la universal veedora de las democracias mundiales en occidente.

Trump perdió la reelección

Suenan los teléfonos, entran mensajes de las amigas emocionadas, diciendo “te abrazo, te abrazo”.  La alegría es enorme. Son las 8.40 de la mañana del día sábado 7 de noviembre.  Casi cuatro días de espera y de especulaciones. “Irá a la Corte y negará el resultado”. “Saldrán las milicias y tendremos una guerra civil”.  Siempre el miedo y la violencia verbal o física como castigo. Sin embargo las calles están calmas. Sólo el día de las elecciones, en San Mateo, una caravana de Trump, de no más de cinco autos y tres motos, con enormes banderas salieron a tocar bocina. Un policía se acercó y les hizo una boleta por obstruir el tráfico. Yo lo observé desde mi auto y lo interpreté como un signo de buen augurio.

Y de pronto lo que tanto esperábamos, llegó. La derrota de la arrogancia, de la prepotencia, de la discriminación extrema y desembozada, el daño planificado y la intención de perpetuarlo como forma de vida.

Sabemos que la fórmula Biden-Harris es la alianza conservadora del Partido Demócrata. Sabemos que lejos estamos de los sueños de Sanders rodeados de jóvenes que aspiraban a la revolución social en los Estados Unidos. Pero no podemos desconocer el horror de los 545 niños huérfanos encerrados en campos de detención sin sus padres en el borde de Texas, ni el llanto de las mujeres esterilizadas sin sus consentimientos en Georgia. La bestialidad a la que Trump y sus secuaces han sido capaz de llegar merece la cárcel porque son crímenes de lesa humanidad. Esa será otra larga lucha pero es una enorme esperanza saber que no fueron premiados con el voto popular aunque haya tantos votantes que los siguen apoyando.

Faltan 74 días hasta ese 20 de enero en que el nuevo gobierno tomará el poder de sus funciones. Las especulaciones de violencia y terrorismo siguen flotando en el aire como una enorme nube de invierno, pero los funcionarios de Trump deberán irse de sus funciones.

Mañana lunes, cuando salude a mis alumnos podré mirarlos a la cara sabiendo que Betsy De Vos, la Secretaría de Educación que relegó los derechos de los estudiantes con necesidades especiales y trabajó para dejar sin fondos a la educación pública, ya no estará manejando sus destinos.

Serán años difíciles y complejos porque la destrucción es mucha y la consolidación del odio no ha desaparecido, pero al menos tenemos la esperanza de saber que hay valores y hay una ética de vida que se sostiene.

Perdió Trump, es una pequeña derrota al fascismo y por eso festejamos. Ahí encontramos nuestra grandeza y en honrar la memoria de todes los que ya no están. De George Floyd y todas esas gargantas que murieron de asfixia para que nosotros hoy podamos respirar un poco mejor.

logros
Sobre el autor:

Acerca de Adriana Briff

Nació en la ciudad de Rosario.  Egresada de la Facultad de Comunicación Social de Rosario. Trabajó  en el diario Democracia a fines de los años 80. Emigró a San Mateo, California en 1989.   Colectora de palabras, publicó sus escritos en la Revista Brando del diario La Nación, en Urbanave, revista de contracultura de la ciudad de Boedo. En […]

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