Eleonor Faur

Hasta hace unos pocos años atrás la palabra cuidado sólo formaba parte de la agenda feminista. Hoy, pandemia mediante, se metió en la vida pública de manera intempestiva y hasta es una de las claves de un proyecto de ley que apunta a regular el teletrabajo en tiempos de covid-19, feminismos y cuarentena.

“Eso que llaman amor es trabajo no pago”: la frase podría sonar remanida –porque las feministas la repetimos hasta el cansancio– si no fuera porque Silvia Federici la toma como eje central de gran parte de su producción. Antes que una remera que diga: “Why is unpaid housework ‘women’s work’?”, se trata de la politización del cuidado, porque con o sin amor la tarea debe ser remunerada.

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Rosario parecía hecha para el afuera. Quizás con la pandemia estemos a las puertas de lo social post-urbano: una sustracción de los cuerpos del espacio público.

Si en el siglo XX había un varón proveedor y una mujer ama de casa, en el siglo XXI ya se sabe que las mujeres participan del mercado laboral. En los hogares y familias que cada vez son más diversos –no están compuestos de la misma forma, no se constituyen en primeras nupcias, no son para toda la vida, no son heterosexuales, aunque esa sea una opción muchas veces mayoritaria֪– existe una doble provisión pero los cuidados siguen siendo femeninos. Entonces las mujeres ya no son amas de casa en el formato del siglo pasado, son malabaristas.

Cuando la doctora en Ciencias Sociales –una pionera en el estudio de los sistemas de cuidado desde una perspectiva de género– Eleonor Faur escribía la tesis que luego se convirtió en el libro El cuidado infantil en el siglo XXI. Mujeres malabaristas en una sociedad desigual su ex marido vivía en otro país mientras ella criaba en Argentina a una hija pequeña que iba a la escuela primaria, al mismo tiempo que trabajaba y estudiaba. Así que fue sólo mirarse al espejo para que la metáfora saliera sola: malabaristas. Y dice que no sólo vio eso en ella, también en muchas otras compañeras de su edad que vivían del mismo modo. Recuerda que un día una colega con la que estaba investigando le dijo: “Eleonor, siempre pensé que era un problema mío, que era yo la que no se podía organizar”. Así que, además de tener que hacer equilibrio entre tesinas, trabajos rentados, mamaderas, cuadernos escolares, vajilla y ropa sucia; con la frase de esa compañera Faur también confirmó que había que lidiar con la culpa, acaso una carga invisible pero más pesada que cualquier otra. Y que el alivio a todo eso –aunque no la solución– era saber que el de los cuidados era toda una organización social que se profundizó con la pandemia del covid-19, pero sobre todo con el aislamiento social, preventivo y obligatorio. Porque aquellos espacios que hacen que la red de cuidados funcione quedaron detenidos sin previo aviso. Y si algo puso al descubierto esta emergencia es que cuando la economía monetaria se frenó los cuidados no se suspendieron. Muy por el contrario, se intensificaron.

¿Qué entendemos por cuidado?

Para empezar, los cuidados tienen que ver con la dignidad humana y con las condiciones favorables para el desarrollo de las personas. Entendemos por cuidado un elemento central e indispensable del bienestar del ser humano, no hay nadie que haya sobrevivido sin haber sido cuidado con más o menos intensidad en algún momento de su vida. Estas tareas que son tan esenciales para la vida humana requieren de cuidados materiales o físicos, pero también emocionales. Como dice Joan Tronto: “Cuando un niño se cae de una bicicleta el cuidado no es solo mirar la cicatriz sino ayudar a que se sienta más seguro en el entorno”. Los físicos son los cuidados obvios que podemos contabilizar con las encuestas de medida del tiempo. Porque para el cuidado hacen falta alimentos y condiciones materiales, pero para que eso sea posible se necesitan otra serie de actividades que hacen al trabajo doméstico no remunerado. Hay que haber hecho las compras, lavar los platos, comprar la comida y toda una serie de cosas que se realizan dentro de un marco, en contacto con otras instituciones o con la familia ampliada.

—¿Cómo se organizaba antes y cómo se organiza ahora, en tiempos de pandemia, el sistema de cuidados?

—Hay diferentes situaciones en la organización social del cuidado. Desde siempre las familias tienen un peso central y las mujeres, mucho más. Antes de la pandemia participaban otras instituciones además de la familia, había otros vínculos cercanos, las escuelas, por ejemplo. Cuando las políticas de aislamiento nos confinan a las paredes de nuestra casa, todas las actividades se empiezan a producir dentro de nuestro hogar y esas redes de contención que pueden estar desarrollándose se vuelven más virtuales.  Claramente en esa parte, como mujeres, nos hemos especializado más –porque no hay una disposición biológica natural sino disposiciones aprendidas que se van perfeccionando a medida que se ejercen–, estamos hoy dando mayor contención emocional, lo que no quiere decir que no necesitemos nosotras mismas de esos cuidados emocionales. Por eso genera mucha angustia. No somos súper heroínas. Somos mujeres que hacemos estas tareas de cuidado.

—Las encuestas acerca del uso del tiempo siguen marcando que las mujeres tenemos una carga de trabajo mayor que la de los varones si contamos las tareas de cuidado. Pero en este contexto de pandemia surge que hay un compromiso mayor por parte de ellos. Aunque cuando se indaga en las tareas que realizan aparece que se involucran más en las compras o parte de la limpieza que en la crianza. ¿Es así? ¿Participan más en cuarentena? ¿Mito o realidad?

—Hay encuestas, ninguna representativa, que establecen que cuando todo se superpone en el espacio del hogar, como ahora, a todes nos ha aumentado la tarea de lo no remunerado. Porque cuando estamos en casa todo se ensucia más, hay que limpiar más y además hay que hacer las compras. Después del estallido feminista, es mucho más visible justificar que sean las mujeres las que hacen todo y los varones no, lo que muestra esa encuesta que circuló –que es la de Grow. Género y Trabajo– es que la participación de los varones (en los hogares donde hay parejas heterosexuales conviviendo se ve que hay una suerte de especialización de las tareas) es en las compras, pero que en las tareas escolares las que acompañan son las mujeres. A pesar del enorme incremento del trabajo no remunerado de los varones, lo que se ve es el fuerte aumento de las tareas de las mujeres donde sigue habiendo una brecha de género. Sobre todo en aquellas que viven con hijos menores de 12 años. Las mujeres tienen una hora menos de sueño, mientras que los varones hacen una hora más de ejercicio físico o recreación. Antes, aquellas malabaristas de las que hablo en mi libro tenían una expansión territorial diferente y ahora podríamos decir que están cada vez más superpuestas las capas de los malabares.

—Desde que comenzó la cuarentena el hogar se convirtió, además del lugar de lo doméstico, en oficina y en escuela. Con las plataformas virtuales nos reunimos en el mismo sitio donde más tarde cenamos o donde antes hubo una clase escolar. Recuerdo aquel video que se hizo viral donde el profesor Robert Kelly salía al aire por la BBC desde su escritorio y, detrás, aparecían su hija pequeña, su bebé en andador y, luego, la esposa corriendo para sacarlos de la imagen. Eso es algo que hoy nos podría pasar tranquilamente a cualquiera de nosotres. Lo llamativo es que luego de ese video apareció otro parodiando la situación pero con una protagonista. Con la pregunta: ¿Y si el profesor hubiera sido una mujer? Entonces, en la versión femenina del profesor, mientras ella hacía la columna televisiva le daba la mamadera a la hija, le alcanzaba un sonajero para calmar al bebé, sacaba un pollo del horno, planchaba una camisa y, por último, como si todo eso fuera poco, desactivaba una bomba. Todo sin dejar de hablar a cámara. Pareciera que hay dos trampas para las mujeres de hoy: una (la de siempre) ese ideal maternalista de ser las mejores cuidadoras y otra, la de ser las super women respondiendo 7 x 24 al trabajo de afuera y a la demanda dentro del hogar.

—Hace falta dejar de glorificar la maternidad y eso de que las mujeres somos multitasking como si se tratara de algo re-cool, como tener un chip adicional. No, no tenemos un chip adicional, sino que fuimos entrenadas en una habilidad porque nos tocó eso a nivel histórico. Y es una enorme trampa que contribuimos a reproducir con la manera en que pensamos hombres, mujeres, diversidades; estamos insertos en esa glorificación de la maternidad que nos hace sentir que somos grandes heroínas. Hay una metáfora de esta mega empresa que se llama Pixar en la película de Los increíbles donde el personaje de Elastichica es la perfecta metáfora. Porque no generaron una heroína o héroe aislado sino una familia de héroes. El señor Increíble tenía la fuerza, una característica bastante estereotipada en los personajes masculinos, y a la mujer la convirtieron en una mujer elástica, que podía extender su brazo desde la lustraaspiradora, mientras daba una charla virtual, o que sus piernas podían ser un paracaídas para atajar a sus niños cuando se caían al vacío y esa metáfora de las mujeres es la elasticidad de los tiempos de las mujeres. Bueno, los tiempos de las mujeres no son elásticos, tienen 24 horas como cualquier otro y hay ahí una trampa cuando nos empezamos a sentir orgullosas de ese pseudotalento. Se trata de redistribuir un poco más. Bien entrenado, todo el mundo es capaz de hacer esas tareas, hasta Mr. Increíble.

—Y esta glorificación de la maternidad va más allá de que las mujeres seamos madres o no. Muchas veces se espera ese cuidado de nosotras más allá de la maternidad. ¿Es lo que llamás la maternalización de las mujeres?

—La maternalización de las mujeres es el supuesto por el cual todas las mujeres queremos ser madres. Glorificarlo es la zanahoria perfecta para que nos sintamos unas reinas y no unas agotadas. Es importante mostrar que es un trabajo, más allá del amor, en el sentido de la productividad social y de la cantidad del tiempo que estas tareas nos llevan. No hay manera de sostener la sociedad, ni la economía remunerada, ni ningún tipo de bienestar sin cuidados.

—¿Y cómo es el cuidado en lo comunitario? Por ejemplo, hace poco tuvimos que lamentar la muerte de Ramona Medina, una referenta de la Villa 31, uno de los lugares hoy más afectados por el avance del covid-19.

—Hace un tiempo escuchaba a una serie de líderes y lideresas comunitarias que decían que no hace mucho se defenestraba a las organizaciones sociales, que en realidad suman mucho con esa energía social y de cuidados comunitarios. Muchísima gente no hubiera sobrevivido hace rato sino fuera por los cuidados comunitarios. Es notable cómo aumentó la labor de los comedores –que es una práctica que en nuestro país tiene una historia de hace décadas–, no sólo ahora, con el covid-19, sino el año pasado, cuando ya se mostraba un crecimiento de las personas que iban a los comedores en un 60 o 70% respecto de años anteriores. Y todos esos comedores que alimentan a buena parte del barrio son gestionados y llevados adelante por mujeres que muchas veces permanecen invisibles. A veces se glorificaba la tarea y se decía qué bien por las voluntarias, pero eso es un trabajo, no un voluntariado. Ahora ese compromiso se empezó a ver  mucho más, si antes se miraba a quiénes iban, ahora se mira a quiénes están trabajando. No solo la demanda social importa, sino quién está proveyendo esa tarea. Y son las mujeres las que están trabajando.

—Una piensa que esta pandemia llega en un momento en que hay una mesa interministerial, donde hay espacios que intentan dar respuestas o soluciones aún en medio de este contexto tan complejo. ¿Cuál es el rol de Estado en esto?

—Cada vez está más claro que el rol del Estado es clave. Un gobierno como el de Alberto Fernández que es, podemos decir, heredero del feminismo, del Ni Una Menos que cumplió cinco años, puso en la agenda el feminismo porque lo pusimos nosotras y nosotres. Gracias a eso, un gobierno popular como el que asumió a fin del año pasado forma un Ministerio de las Mujeres, la Igualdad y los Géneros que impulsa una agenda y al mismo tiempo se arma una Dirección de Economía y Género en el Ministerio de Economía y un área de Economía Social en el Ministerio de Desarrollo Social. En distintos organismos gubernamentales, además del Ministerio de las Mujeres, la Igualdad y Géneros se dan estos movimientos, incluso en el de Trabajo. Y todo eso dio lugar por ejemplo a licencias que se pudieron aplicar desde el comienzo de la cuarentena. Eso era un tema que quizás no se hubiera pensado hace cinco años atrás. Los chicos se quedaban sin clases y nadie le daba licencia a nadie. En cambio, ahora se cortaron las clases, después se decretó la cuarentena y se armó un engranaje de personas que están pensando estas políticas. Pero hay que tener mucha claridad para poder salir de la cuarentena y sostenerlas y profundizarlas. Porque las políticas de bienestar necesitan ser sostenidas a lo largo de muchos años, no son políticas de fuegos artificiales, requieren de profesionalizar a cuidadores, transformar la cultura de la feminización de los cuidados, tiene que ver con el empleo, con la educación, la participación multisectorial y muchos compromisos colectivos. Aunque el gran inversor y gestor tiene que ser el Estado. El compromiso es grande y el desafío también.

—Hablamos de cuidar, de los barrios, de lo que sucede más allá del centro de las ciudades. Hubo y hay un lema que es el “quedate en casa”. Pero no es para todes igual el quedarnos en casa. ¿Cómo cuida la policía en la ciudad y como controla la policía en los barrios?

—Con la antropóloga María Pita, que es una estudiosa de la violencia institucional, empezamos a escuchar demasiados discursos que decían que la policía nos estaba cuidando y conversando con ella hicimos un cruce de nuestras disciplinas, o de los temas que investiga cada una, y lo escribimos para una nota en revista Anfibia. Hay un tema donde el concepto de cuidado se empieza a banalizar y cobra la connotación de un significante vacío. Ahora el cuidado está como de moda. Aunque suene banal uno dice «cuidado» y parece que está diciendo lo que tiene que decir, como cuando se utilizaba la expresión «perspectiva de género». El Estado delega el control a la policía y de alguna manera hay una legitimidad del uso de la fuerza. Entonces nos preguntamos: ¿Qué pasaría si se incluyera a las policías dentro de políticas de cuidado articuladas? ¿Cuál sería el rol de una policía de cuidados? Todavía no había pasado lo de Ramona y lo de Villa 31 pero sabíamos que en las villas faltaba el agua y que era difícil juntarse en los comedores. Si la policía, mientas controla que no haya circulación, ayuda a una mujer que vive sola con sus hijos y le acerca la vianda, pensar cómo puede participar de otra manera para no banalizar el concepto de cuidado y para no usar sobre todo la fuerza con los sectores populares bajo la idea de cuidado.

—Otro aspecto que dejó al descubierto esta emergencia fue el del empleo doméstico. Al comienzo de la cuarentena vimos cómo algunas personalidades famosas se aislaban con su personal doméstico y otras se quejaban de estar pagando tres sueldos pero estar haciendo la tarea. En un país que no hace mucho implementó políticas para registrar a esas trabajadoras ¿te parece que con esto se desnuda aún más la desigualdad o acaso se valora más esa tarea?

—Es notable que es una tarea difícil y dura, pero al mismo tiempo ahí hay otro tipo de pilares y basamentos que tienen mucho que ver cuál es el nivel de desigualdad social que nuestra sociedad está dispuesta a tolerar. La proliferación del trabajo doméstico remunerado en casas particulares es algo naturalizado en América Latina, pero en los países del norte no está tan naturalizado, no es tan obvio que si uno puede y tiene los medios pague a una empleada doméstica. Ahí hay un tema de desigualdad muy grande, porque son salarios mucho más bajos en promedio que el resto y también tiene que ver con la desvalorización de las tareas de cuidado y domésticas, pero que se intersecta con la desvalorización de las tareas que realizan los sectores populares. Porque hay otras tareas de cuidados remuneradas que son mejor pagadas como es el caso de las trabajadoras de la educación, de la salud, que también realizan tareas de cuidado, pero no son del mismo nivel de desvalorización. Ahí hay otra capa de tolerancia, demasiado aguda a la desigualdad social, y por eso esas perlitas de las divas con sus empleadas domésticas instagrameando la foto.

—Pensando en el futuro postpandemia. ¿Cómo lo imaginás en materia de cuidados? Desde el rol del Estado, los mercados, las corporaciones, al papel a ocupar por parte de los varones.

—Esta es una experiencia inédita e inimaginable y la pregunta es si vamos a ser capaces de recordar. Ojalá algún día sea una sombra del pasado y podamos recordar que las familias y las mujeres no pueden solas y que los cuidados son esenciales. Que la centralidad y vitalidad del cuidado sea vigente, que sea posible redistribuirlo no sólo entre géneros sino entre instituciones, mercado de trabajo, Estado. Que exista una dinamización más importante para que no sean las familias la variable de ajuste, con un Estado decidido que tenga cierta claridad sobre la centralidad de un sistema de bienestar. Un estado progresista, feminista, con una mirada social, porque cuando esto depende de los mercados hay pobreza, desigualdad, mayores muertes. Estamos ante un enorme desafío, ojalá tengamos memoria y no volvamos pronto a una pseudonormalidad, a seguir explotando el planeta. Que esta supuesta nueva normalidad alivie más la vida y permita sostenerla de una manera más vivible.

Entrevista realizada en el marco del Foro La Usina de las Mujeres, en mayo de 2020 en Usina Social.
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Sobre el autor:

Acerca de Virginia Giacosa

Periodista y Comunicadora Social

Nació en Rosario. Es Comunicadora Social por la Universidad Nacional de Rosario. Trabajó en el diario El Ciudadano, en el semanario Notiexpress y en el diario digital Rosario3.com. Colaboró en Cruz del Sur, Crítica de Santa Fe y el suplemento de cultura del diario La Capital. Los viernes co-conduce Juana en el Arco (de 20 a 21 en Radio Universidad 103.3). Como productora audiovisual trabajó en cine, televisión y en el ciclo Color Natal de Señal Santa Fe. Cree que todos deberíamos ser feministas. De lo que hace, dice que lo que mejor le sale es conectar a unas personas con otras.

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