La música, ese lúcido modo de relacionarnos con el tiempo es, quizás, de las artes, la que más se parece al pensamiento, por su capacidad de abstraernos, pero también de hacernos viajar contraviniendo cualquier presagio en toda dirección.
Hace 20 años escuché por primera vez una canción que nunca se alejó del todo. Era Juani Favre, comenzando a construir su máquina del tiempo. Junto a Maru Conti y al mismo piano que me acompaña hasta el día de hoy, inaugurábamos nuestra primera fecha en el Museo Arte Bar.
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Cuando una antigua sorpresa vuelve a ser emoción, los reproductores esperan. Hay un salto al vacío entre el minuto 3:23 y el 4:24, que ha convencido a la música de querer quedarse, sabiendo transformarnos en su viaje genuino, inolvidable.