En un focus group del Grupo de Estudios Críticos sobre Ideología y Democracia (Gecid) con personas de 30 años se preguntó a los participantes qué entendían por justicia social. La respuesta fue que significaba justicia del pueblo, la justicia que hace la sociedad cuando el Poder Judicial no actúa, por ejemplo en la calle frente a un delito común. “Era el linchamiento, no dicho con esa palabra, pero se aludía a eso. La respuesta muestra bien el desmembramiento de una idea de seguridad social en una idea de seguridad punitiva”, dice Gisela Catanzaro, integrante del Gecid.

La demanda de mano dura no es nueva, pero se recicla hoy con los argumentos de los discursos de odio. “Ese discurso promovido desde arriba ha penetrado socialmente, sin duda, pero hay también elementos preexistentes que consiguieron expresarse en él. Hay un discurso político que interpretó y no solo creó este punitivismo”, advierte Catanzaro, socióloga y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, investigadora del Instituto Gino Germani y del Conicet y profesora en las carreras de Ciencia Política y Sociología de la UBA.

Al situar al castigo, “como cuestión central en las relaciones intersubjetivas”, el nuevo autoritarismo “supone estigmatizaciones, rechazos, inferiorizaciones, como paso previo a señalar a aquellos que deben ser castigados”, sostiene Catanzaro, quien reflexiona sobre los mecanismos de los discursos de odio, las estrategias retóricas del neoliberalismo macrista y el modo en que se sitúa el movimiento de mujeres ante la reacción de los antiderechos.

—¿Cómo se articulan los discursos de odio en la propagación del punitivismo?

—Creo que deben ser pensados como un fenómeno complejo, en tres niveles sobre los que debería operar una crítica y una transformación política. Primero, si bien los discursos de odio son promovidos por políticas concretas y por discursos gubernamentales, también interpretan esos discursos en el sentido de que captan y le dan materialidad a una sensibilidad más difusa preexistente. Por otro lado está la estigmatización. Los discursos de odio funcionan sobre-representando a los otros: los estigmatizan, los reducen a una representación de una sola dimensión. Esas muchas cosas que es el otro son reducidas así a una sola característica, por ejemplo: el pibe chorro. Esa característica permite la discriminación, leer rápido al otro como una figura amenazante para saber qué conducta debés tener si te lo encontrás en la calle. Pero también opera el fenómeno contrario, una sub-representación de ciertos otros en ciertas percepciones sociales. La vida del otro aparece entonces como un puro caos. Slavoj Zizek da una imagen al respecto en relación al modo occidental de representarse los Balcanes como un caos incomprensible, confuso. Es imposible empatizar con un otro que aparece como una cosa absolutamente ajena, inimaginable.

—Hubo una cobertura mediática particularmente significativa en ese sentido. Los medios cubrieron –o más bien, utilizaron videos de celulares subidos a las redes sociales– el sepelio de un chico de 16 años que había sido muerto por un médico que aparentemente se defendió de un robo reiterando una y otra vez una filmación donde tres jóvenes hacían disparos al aire. Como consecuencia, el gobierno ordenó un operativo de Gendarmería en la villa. Las imágenes de la Gendarmería parecían las de un ejército de ocupación en territorio enemigo.

—En esa sub-representación, las villas suelen aparecer como espacios que no tienen  perfiles aprensibles. La imagen típica de la vida en un barrio popular es que la gente vive en forma promiscua, caótica, y entonces es fácil, por ejemplo, que un padre viole a las hijas. Ahí desaparece un otro que tal vez compartiría ciertos rasgos conmigo, un otro más imaginable como ser humano y al que tal vez sería más difícil considerar como otro cuya vida no vale nada y que, por lo tanto, puede ser eliminado. Con la sobre-representación el otro es reducido al estigma, una vida con múltiples aristas se coagula en un único rasgo negativo; con la sub-representación el otro se vuelve inimaginable, su vida se disuelve en un magma indiferenciado, pura confusión ajena a mí.

–¿Cuál sería el tercer nivel para tener en cuenta en los discursos de odio?

—El aspecto agresivo. Los discursos de odio tienden a señalar y a legitimar las pulsiones violentas de la población. Se supone que cada uno tiene derecho a dejar de ser políticamente correcto y a descargar sus pulsiones violentas sobre los otros. En ese sentido se legitima la agresión. A la vez, hay algo que parece lo contrario pero no lo es. Ese discurso de la agresión es también un discurso de la sumisión. Ante el rey de España, el 9 de julio de 2016, Macri dice algo así como: “Querido rey, trato de imaginarme qué sintieron los que declararon la independencia … tienen que haber sentido mucha angustia al separarse de España”. Ese discurso es de sumisión y también pretende serlo de la normalidad, en el sentido de que, nos dice, nosotros tendríamos que reubicarnos en la posición que nos corresponde dentro de la distribución internacional del poder, sin alentar falsas expectativas que nos confundieron. Los argentinos, entonces, somos los que tenemos la culpa por habernos creído más, y más vale que nos reubiquemos en la posición de subordinación que  nos corresponde. La agresión y la sumisión son dos facetas imbricadas en el discurso autoritario, aunque en general la segunda se pasa por alto. En este caso podría asociarse a ciertas características neocoloniales del discurso gubernamental que nos diferencian de un nacionalismo agresivo como pregonaría Bolsonaro en Brasil. En el neoliberalismo macrista hay un discurso xenófobo, agresivo, que está imbricado con un discurso de la sumisión, que no se traduce en un nacionalismo agresivo sino en un neocolonialismo sumiso. Macri nos pide que  nos sacrifiquemos y dice que el sacrificio nos libera de las falsas ilusiones a las que habríamos estado sometidos en una época de corrupción moral. Pedir sacrificios es pedir sumisión, que nos sintamos moralmente superiores por ajustarnos el cinturón.

—Macri habla de un sinceramiento, en nombre de la verdad.

—Sí, como si saliéramos de un estado de falsa conciencia o de mentira en que habríamos estado inmersos.

—A la vez el macrismo plantea que el discurso del odio es en cierta forma el de la oposición. Pasó con el caso de una pareja de comerciantes de Escobar, a la que Macri visitó en su negocio. A raíz de los comentarios en contra, Macri llamó a “aislar socialmente” a los que difunden odio. Por otra parte se comentó que la visita era otro montaje, como el de los viajes de Macri en colectivo o cualquiera de las imágenes que lo muestran en contacto con gente, ya que la pareja de Escobar sería militante del PRO.

—Paradójicamente, esa gente acababa de abrir una pizzería y Macri les dijo que eran valientes. Se condice muy bien con el razonamiento punitivo que es a la vez sacrificial: lo que finalmente les decía es que ellos eran moralmente dignos por el hecho de emprender aun sabiendo que  eso iba a ir en contra de su auto-subsistencia. El discurso del sacrificio que sostiene el gobierno va en contra incluso de la auto-conservación: sos más digno moralmente cuando dejás de preguntarte si vas a poder vivir. En comparación con el menemismo, y con el sujeto interesado que decía “yo voy por mi propio lado y no me importa nada”, el discurso actual es cruel más que cínico. Es cruel en tanto pide que  renunciemos a nuestro instinto de auto-conservación. Macri está diciendo que el emprendimiento implica sacrificios, incluso morir en el intento, y el sacrificio es digno en sí mismo porque nos pone por encima del afán de auto-conservación. En otro plano, sin embargo, exalta esa dimensión instrumental cuando propone al emprendedor como un ser astuto que sabe aprovechar las oportunidades. Hay entonces un discurso severo y moralista de Macri cuando dice hay que abandonar la viveza criolla, pero a la vez se plantea que el emprendedor tiene que aprovechar las ventajas que puedan surgir incluso engañando a los otros.

—¿El neoliberalismo macrista redefine entonces lo que ya apareció con  el menemismo?

—Es una vuelta de tuerca en el discurso instrumental. El esfuerzo que reclama este emprendedorismo es ilimitado. No hay horarios, los edificios de coworking alquilan oficinas o espacios para los emprendedores y uno puede alquilar un piso, un cuarto o un escritorio. Esos edificios brindan café, sillones donde descansar y están abiertos las 24 horas, los 7 días de la semana y la idea que promueven es un trabajo que no tiene límite. Esa misma ilimitación es la que se descarga en la furia punitiva. Así como uno puede sacrificarse y someterse sin límite también puede castigar sin límite.

—Al margen del gobierno, hay ONGs, como Usina de justicia, que sostienen un discurso contra el garantismo, entendido como la protección que dispensarían leyes benignas y funcionarios negligentes o venales a quienes delinquen. ¿Cómo observás ese movimiento?

—El discurso anti-garantista finalmente es compatible con la exacerbación de la vida familiar que hace el macrismo. Uno de sus eslogans clásicos es la idea de proximidad, según la cual las relaciones inmediatas son más auténticas, menos “artificiosas” que las mediaciones institucionales ligadas a lo público, la política y la organización social. En esta mirada el garantismo aparece como algo artificial, institucional, que pretende legislar lo que podría estar librado a las pasiones más “naturales” de “la gente”, como ellos dicen. O sea, esas “mediaciones artificiosas” traerían regulaciones políticas a algo que se daría mucho mejor en las relaciones domésticas, cara a cara, las relaciones supuestamente más inmediatas entre individuos. Entonces, si bien el anti-garantismo tiene un objetivo político explícito que es imponer la lógica punitiva sin las limitaciones establecidas por las leyes y la Constitución, en un sentido ideológico más profundo no se agota en la legitimación de la violencia sino que se enlaza con una privatización del espacio público típicamente neoliberal y que, a diferencia del punitivismo, parecería no tener nada de violenta. No me refiero sólo a la privatización neoliberal de los bienes públicos, sino a la idea neoliberal de que lo público estaría mejor llevado si siguiera la lógica de la proximidad de las relaciones íntimas sin las mediaciaciones institucionales de la esfera política, que a su vez aparecen como violentando la vida individual. Este discurso, claramente neoliberal, procura quitar las regulaciones políticas y sociales para restituir la supuesta inmediatez de la vida privada “libre”. Como hace la “alt right”, la derecha alternativa en EEUU cuando se plantea como libertaria, es decir, asociada a una emancipación de “lo vital” individual que lo público habría avasallado. Para el neoliberalismo lo social en tanto tal es violento. No es casual que Macri y su gobierno sustituyan la historia nacional por la fauna en los billetes aun cuando simultáneamente levantan emblemas caros a la historia de la oligarquía argentina. Esteban Bullrich dijo que hay que hacer una segunda campaña del desierto, discurso punitivo si los hay. Al mismo tiempo, no obstante, este discurso deshistoriza: no borra solo a Evita de los billetes sino también a Roca, y esa deshistorización es una manera de eliminar los conflictos políticos, considerándolos superfluos, y poner como esfera verdadera de los intereses vitales la esfera en que hablamos de nuestros hijos y subimos fotos de cumpleaños a Instagram. “Sincerarnos” también quiere decir eso, “hagámonos cargo de que lo que finalmente nos importa es la esfera de las relaciones familiares y todo lo otro es una superestructura añadida que viene como un bozal para limitarnos”. Pero este es un gesto autoritario, que pretende limitar el sentido del interés vital del individuo a su vida privada figurada en el afecto por los hijos y las mascotas. Como hace Macri con su hija y con el perro al que sentó en el sillón de Rivadavia.

—El discurso macrista tiene una retórica hiperinclusiva, con consignas como “en todo estás vos”. ¿Cómo se concilia esa retórica con los pensamientos estigmatizadores que alienta al mismo tiempo?

—El discurso emprendedorista es la parte luminosa del discurso macrista, la que tiende a mostrarse. Sin embargo supone simultáneamente una hiper-responsabilización del invididuo y una culpabilización de aquellos que no aceptan esa responsabilidad totalmente individualizada y siguen reclamando derechos sociales. Emprendedorismo y culpabilización están articulados desde el vamos aunque no lo parezca: son todos bienvenidos, la comunidad de emprendedores es ilimitada, pero aquellos que fracasen o persistan en reclamar derechos sociales, son culpables y eventualmente van a ser merecedores de su propia inanición. Hay un discurso de la exclusión implícito en el discurso emprendedorista. El discurso del emprendedor dice que cada uno es responsable de su destino y el que no asume esa responsabilidad es un vago, un desertor, un cómodo, finalmente un estafador, forma parte de la comunidad de la corrupción, puede ser juzgado y castigado. El discurso del emprendedorismo es un enlace subyacente al discurso del castigo.

—Parecía algo oculto en un gobierno que asumió en nombre de la alegría.

—La faceta más punitiva del macrismo salió a la luz bastante después de ganar las elecciones, por ejemplo en la represión feroz de las protestas contra la reforma del sistema previsional. Pero sería un error suponer que primero fueron inclusivos y luego empezaron a mostrar la faceta represiva, porque esa faceta estaba subyacente en el discurso de “vengan todos a la comunidad de los emprendedores”; aunque se muestra como ilimitada esa es una comunidad culpabilizadora y castigadora de aquel que no consigue tener éxito. La responsabilidad individual y absoluta, y la culpa, están presupuestas en el llamado a emprender.

—¿Cómo se pueden desbaratar los discursos de odio?

—Necesitamos conjugaciones del discurso de la libertad y de la autonomía con el discurso de la justicia social. Hay críticas que suponen que el neoliberalismo solo atenta contra la justicia social, como si no afectara también a la autonomía de los sujetos. La idea de autonomía es un ideologema del discurso neoliberal: el sujeto emprendedor es un sujeto supuestamente autónomo, que se las arregla solo, pero esa es una autonomía reducida a la autosuficiencia. Sin embargo, el neoliberalismo socava también la autonomía porque destruye las condiciones de la agencia subjetiva, las condiciones de posibilidad de una vida autónoma. Lo más inteligente por parte de las rearticulaciones políticas no es encolumnarse en uno de los dos bandos sino practicar alianzas entre ambos. Las luchas por la solidaridad social y por los derechos tienen que articularse en la lucha por esa autonomía que el neoliberalismo hace imposible, y hace imposible no solo porque cada vez muestra más su perfil autoritario sino porque socava las condiciones económicas que harían posible una vida autónoma.

—El movimiento de mujeres impulsó entre otros fenómenos una mayor conciencia sobre la violencia de género y puso en discusión el aborto, entre otros temas. A la vez surgió una fuerte reacción con el voto celeste, la Iglesia y personajes mediáticos. ¿Cómo observás esa relación de fuerzas?

—El movimiento de mujeres forma parte de la sociedad, y en la sociedad hoy es hegemónico un discurso autoritario. Parte de la fuerza del movimiento de mujeres es evitar que el discurso punitivista hegemonice la lucha del propio movimiento. Si eso sucediera se conseguiría desvincular los reclamos por una autonomía de las mujeres de los reclamos por derechos laborales y mejores condiciones de trabajo. Las reivindicaciones de las mujeres quedarían confinadas en un pedido de aumento de las condenas para los perpetradores de la violencia, como si esa violencia fuera simple y meramente identificable con los actos de los femicidas y los violadores. Por un lado, efectivamente la lucha del movimiento de mujeres produjo una fuerte reacción en la sociedad. Por otro, participa de la sociedad y da una lucha en su interior por el sentido en que se interpreta la violencia. Ese movimiento es hoy el que mejor expresa la alianza entre autonomía y justicia social y estaría muy bien que la sociedad se sintiera comprometida en la discusión. A la vez, las mujeres nos las tenemos que arreglar contra las mujeres que dicen que las trans no tienen que aparecer en las asambleas de mujeres porque no son tales, es decir, contra un discurso biologicista que, justamente, sustrae la discusión de qué son las mujeres y cuáles son las injusticias contra las mujeres del debate público, porque sostiene un concepto preestablecido de qué son las mujeres y en qué consiste la violencia. Pero, en realidad, esa no es solo una discusión del movimiento de mujeres. Es un problema político que nos compete a todos: que no prime la declinación punitivista en la crítica de la violencia de género. En el discurso punitivista la idea de la ideología de género funciona como un estigma, por ejemplo para que se elimine la educación sexual integral de la currícula educativa. Ahí se ve cómo el rechazo del debate y de la reflexión colectiva se enlaza con una acción autoritaria.

—Los argumentos de odio prevalecen ante cualquier discusión.

—Los que dicen que la ESI es ideología de género no quieren entender cuáles son las determinaciones que están en juego, ni quieren entender las razones de quienes sostenemos que debe haber educación sexual en las escuelas. Lo utilizan como un epíteto para estigmatizar al otro, y su conclusión es que quienes sostienen esa ideología deben ser excluidos de la discusión. Tienen una política del apartheid, de la separación total y de la privatización de lo social, bien expresada en la consigna “no te metas con mis hijos”, que se difundió muchísimo a propósito del debate sobre la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Esa consigna da por supuesto que los padres tienen a sus hijos en propiedad y que la libertad consiste en que sus valores sean perpetuados, lo cual se consigue evitando su “corrupción” por el debate público, sustrayendo la educación de los niños de los temas que pueden ser objeto del conflicto social. Los niños pasan a ser entonces propiedad de los padres y pueden ser educados en los valores familiares de los padres. Parece que la escena de la familia fuera anterior a todo conflicto y a toda violencia y que va a preservar en el estado de máxima salud a las criaturas, cuando está claro que no es así, como queda expuesto en las violaciones o en los femicidios que tienen lugar al interior del supuestamente inmaculado recinto de lo familiar.

—¿Qué efectos sociales tienen esas concepciones de la familia?

—En general la idea de preservar los valores familiares ha funcionado como una forma de garantizar que el conservadurismo cultural que una sociedad tiende a reproducir no sea molestado por las intervenciones de leyes que fueron el producto de luchas sociales, como si fuera inmunizarse frente a la posibilidad de que esas leyes interrumpan los aspectos conservadores que la familia reproduce.

Dengue
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Acerca de Osvaldo Aguirre

Nació en Colón. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Rosario. Es periodista, poeta y escritor. Ha publicado poesía, crónica, novela y ensayo, entre los que destacan: Las vueltas del camino (1992), Al fuego (1994), El General (2000), Ningún nombre (2005), Lengua natal (2007), Tierra en el aire (2010) y Campo Albornoz (2010), y reunió sus tres primeros libros en El campo (2014). Fue editor de la sección Cultura del diario La Capital de Rosario.

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