El ejercicio que María Luque propone en Corazón geométrico (Editorial Sigilo) no es una novela, ni un diario de viajes, ni una crónica autobiográfica, sino las tres cosas juntas exploradas con rigor y agudeza cromática. María es dibujante, ilustradora editorial y escritora. No para de moverse. Ha publicado La mano del pintor (Sigilo, 2016), Casa transparente (Sexto Piso, 2017, ganadora del Primer Premio de Novela Gráfica Ciudades Iberoamericanas), Espuma (Galería, 2018) y Noticias de pintores (Sigilo, 2019).
Llego al nuevo libro de María Luque gracias a la trabajadora gráfica Lucía Seisas, quien me recomienda este tierno tesoro. La paleta que empuña María, absorbiendo los fenómenos que la circundan, se traduce en un mundo con paisajes ancestrales, personas de otros tiempos, músicas tradicionales y clásicas, espacios íntimos que rayan lo cándido y lo amargo.
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La protagonista de estos devenires, Josefina, pasa por distintos estados. Su corazón diamantino la ve moverse. Ante las inclemencias del tiempo, o el avasallamiento de otros, se relaciona con una angustia breve, para ágilmente volver a disfrutar de su curiosidad. Ella, colorida, toma nota, deja una huella andariega y sensible. Los acontecimientos van sucediendo en territorio romano y tienen eco en Argentina: el coro y la opinión de una madre y unas tías, quienes desde el Cono Sur van emanando mandatos graciosos o recomendaciones puramente instrumentales. Así, a lo largo de la historia, se conforman diversas velocidades con “una geometría fractal que hipnotiza”, que homologa las temperaturas de Rosario y Roma.
También, en la vida de un vecindario, se muestra la familiaridad sonora que existe entre Italia y Argentina. Los gritos, las entonaciones, las conversaciones nos transportan a un departamento diminuto en el que Josefina se siente algo incómoda al principio. Se lleva por delante las puntas de los muebles, se le hacen pequeños moretones en las piernas. Convive con extranjeros, artistas, viajeros del centro de Europa. Su ordenada, austera y educadísima rutina se confronta con el desmadre que le propician sus roommates, pero con los días se acostumbra y disfruta. Examina, aprende y se conmueve. Descubre su torpeza con el idioma italiano, así todo se lanza a conversar. De golpe se encuentra nadando en lagunas de falta de léxico, o utilizando como latiguillo entusiasta: Bello! O Bella! Amore, baciami, certo, certo. Se marea con los tiempos verbales, mientras pretende confraternizar con una monja en el curso de italiano.
A lo largo del texto, silba bajito una biografía amorosa y pintoresca de Puccini. María hace una especie de autobiografía ficcionada en escenarios “puccinezcos” o “puccineanos”. Las escenas discurren en una naturaleza calurosa típica del Ferragosto romano, con ciertos elementos del momento Dolce Vita en el país transalpino. La autora también hace aparecer versos de D’Annunzio, soltados al aire, así se pierde en el parque de Villa Borghese, casi anocheciendo, resolviendo escenas del cine de Pasolini. Los acuerdos se desintegran con la caída del sol en entornos imperiales. Se percibe a Josefina enamorada y cautelosa, o más bien permeable amorosa, atenta al vértigo, a los cambios fisiológicos de las temperaturas ambientales. En una torción indiscreta, cita un vals de Musetta:
Así, el efluvio del deseo,
toda me envuelve,
¡y me siento feliz!
Repertorios, talleres, encuentros, residencias, festivales, bailarinas preferidas como Maya Plisétskaya, ídolos como Fito Páez, Charly García, Xuxa y sus animadas canciones en cassette, se despliegan en los ritmos turísticos, entre el Museo de Arte Etrusco, la Tumba de los Leopardos, el Museo de Tarquinia, Via del Corso o Via Torino, el Palazzo Altemps, el Teatro de la Ópera, la Piazza Cavour o de las Quattro Fontane, siempre con la sed calmada por el agua de las fontanas y el helado de la Gelateria Gambella, padeciendo cada tanto cinetosis, o mal del desembarco. Josefina investiga y deambula, se tiñe, va apropiándose de los panoramas. Su piel tersa se abruma por las lluvias inesperadas, los sopores, el roce con alimañas insólitas. Saborea “la pizza de la longevidad”. ¡Está dispuesta a todo!