Con Testosterona* estamos ante la esperada obra del autor que ha escrito perdido en ciudades frenéticas. Ha narrado la nube de la soledad en medio de la multitud. Cristian Alarcón, el cronista, organiza un periplo de siglos para finalmente entregarse a las escenas vertebradas por escrituras edénicas de los astros celestes, las fisiologías vegetales, las brechas subjetivas y las atrocidades más espantosas. Hace brotar una escritura performática con luces prístinas, renacentistas en los paisajes, barrocas en los interiores y violentas en los fluidos íntimos de una niñez en el exilio. El escenario se vuelve una retícula pictórica.

Las fricciones lúbricas puestas en palabras se descubren en plena actividad escénica. Los tiempos verbales, en la inminencia, se comprimen y propagan más allá de los minutos esparcidos sobre el escenario de Testosterona. Acontecimiento puro y memoria ancestral se reúnen en un repertorio plástico tremendo. Alarcón nos arrasa con otras lenguas, con su relato anfibio y pagano, y nos guía sabiamente en el fin del mundo, rumbo al comienzo de una fiesta. Qué fortuna ser testiga de sus nociones novedosas e insurrectas que, desde la platea del teatro, perforan nuestros músculos como esquirlas.

Te puede interesar:

Lo que sueñan las máquinas

¿Qué belleza crea una máquina, qué mundos habilita si se subvierte su uso convencional? Preguntas que provocó la artista Ainelén Bertotti Burket con sus grúas danzantes en la muestra “Rascacielos”.

Alarcón opera entre la escritura y la performance. Descubre el emoliente sin escisión entre ambas tareas. Podemos encontrar ciertos hitos en su trabajo que definen la matriz de preparación para Testosterona:

  1. El poema “Olor a diablo” publicado en el libro Cuerpo de Anfibia-UNSAM Edita, en el que se recupera la subjetividad de un niño no binario. En estos versos cuenta cómo sus padres lo hormonizaron con el objetivo de frenar al niño que usaba vestidos vaporosos, que era una exageración para sus congéneres y hacía goles en contra:

No quería tener ese cuerpo.

Vivía lejos de los juegos infantiles.

Me la pasaba en los libros.

Rechazaba la vil materia.

  1. El ensayo “Nuestro futuro” con las expresiones de una madre que, ante cada falla o advenimiento del terremoto, vaticina “el fin del mundo”. También se disponen escenas de intimidad y apego. Reza en una elegía testimonial:

A mi lado un hombre hermoso tiene pesadillas. ¿Sueña con monstruos? ¿Sueña con un abismo en el que cae? Cuando está por llegar a lo profundo de su sueño, cuando su cuerpo largo y huesudo, labrado de tatuajes, está por caer en las rocas finales del precipicio que imagino, se despierta de un sobresalto y es tan cercano el temor que puedo olerlo. La mirada fuera de sí, los ojos en un brillo espectral, las sienes húmedas. Es un niño. Lo abrazo, lo tranquilizo, le digo que todo está bien, que no hay nada que temer, que duerma, que duerma, que duerma. Y lo hace, regresa a su sueño.

Quisiera detenerme a evocar una obra tierna e histórica, así como biográfica, de un poeta que ha habitado las prácticas artísticas con tanta intensidad política como Alarcón: el enorme poema “Canto a mí mismo” de Walt Whitman, quien a sus 36 años resume la llegada al paraíso, mientras alcanza con sus brazos “el corazón de todos los hombres” que le implora: “Quédate conmigo, vive conmigo un día y una noche”.

Alarcón configura experiencias limítrofes. Salta de la evidencia objetiva a la ficción autobiográfica y de la ficción a la acción. Propone un estímulo para la exploración multisitual. En su narrativa íntima y comunitaria, construye sucesiones líricas. Invoca a Henry Pulling y el trabajo que conlleva varearse por un jardín con las cenizas de la madre muerta. Las pinturas narran valles húmedos, matorrales en las sombras, nieblas sobre el llano, la zoología de un puma austral o de jabalíes, la fantasía de las infancias, el cariño floribundo de los jardines, los refugios y las intemperies. Es un autorretrato del autor en la floresta de la tierra latinoamericana. Polímata en Daglipulli, Alarcón navega el lenguaje con maestría, en homenaje a “los deudos transidos de dolor”, munido de herramientas tan simbólicas como fácticas.

Sabemos que no hay un Alarcón, sino duales, múltiples, varios, distintos. El nombre y el cuerpo se desdoblan sagaces cubiertos por un sobretodo walsheano, empuñando la pluma de Genet y ofreciendo su piel al éxtasis.

En Testosterona, con dirección de la genial Lorena Vega, se sostiene un recorrido fisiológico del cuerpo campal, en un movimiento ondulatorio. La escritura se desmadra. La lectura y la investigación se vigorizan como destrezas performáticas mientras el trabajo de Alarcón y Vega crea un nuevo locus nativo.

Esa es la dramaturgia a la que nos invita Alarcón para lanzarnos al revoltijo vital de sus ideas y su arte en acción. Nos imparte amor y conocimiento por igual. Imagina un jardín con un nuevo tiempo sin prospectiva. Así observamos la genealogía del paisaje, la genealogía de la brutalidad y el dolor, la genealogía de la ternura, de la bonanza, de los oficios, del desarraigo, del exilio y del regreso.

Estamos ante un fenómeno: el gesto de la escritura se ve subvertido por un recorrido que se expande en la diáspora. La extensión elástica de voces nuevas y palabras ancestrales alimentan una lengua forastera. Esa mirada encendida y oblicua se evidencia no solo en su escritura, sino también en el modo de circular y situarse en sus proyectos. Sus prácticas artísticas habilitan la arena del roce, de la homeostasis en fruición, del rugido vivaz de nuestros cuerpos, puestos a leer y rumbo a bailar. Así, reflexionamos cooptados por la voz y los recursos plásticos, cromáticos, lumínicos y sonoros de Testosterona.

Alarcón nos convoca a su prolífica deriva, en la que nos invita a una nueva narrativa del movimiento. Viajamos desde la ficción, el ensueño y el mito a una infancia de tratamientos crueles, una juventud de recorridos urbanos y de trabajos colectivos. Como naturalistas y expedicionarios saltamos de nuestras butacas a abrazar al periodista, al escritor, al actor, al bailador, al recitador y al nuevo lenguaje escénico.

Alarcón en acción trasviste y transfigura los registros para habilitar un mordisco sensorial de pieles erizadas. A ese goce desconsolado, nos convoca como anfitrión de su obra, que ya es nuestra obra. La performance Testosterona condensa esa respiración colectiva. ¡Vayan a verla!

 

*Testosterona. Se presenta en Plataforma Lavardén. Dirigida por la actriz y directora Lorena Vega. El 2 de noviembre en Mendoza 1085
Dengue
Sobre el autor:

Acerca de Lila Siegrist

Nació en Rosario en 1976. Es artista visual, editora, productora cultural. Actualmente es Asesora Experta en Análisis de Gestión Cultural, Jefatura de Gabinete de Ministros, Presidencia de la Nación. Se ha desempeñado como Subsecretaria de Industrias Culturales y Creativas, Municipalidad de Rosario (2015-2018), como Directora Provincial de Comunicación Estratégica, Gobierno de la Provincia de Santa Fe (2018-2019). […]

Ver más