En el peor año que se recuerde para la industria editorial argentina, Cometierra alcanzó cuatro ediciones. La primera novela de Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978) fue el gran suceso entre los libros de ficción publicados durante 2019 y lo seguirá siendo en 2020: después de salir en España, se encuentra en proceso de traducción para ser editado en otros países de Europa y en EEUU.
Activista de izquierda, feminista y madre de siete hijos, Dolores Reyes estudió Letras Clásicas en la UBA y trabaja desde muy joven como docente en la zona oeste del conurbano. A las seis de la tarde, llega al bar La Ópera, en pleno microcentro porteño, desde Pablo Podestá, donde vive. Viene de dar clase en una escuela secundaria y va a dar clase, también, pero en su taller literario.
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El suceso de Cometierra, publicado por Sigilo, puede tener varias explicaciones, pero la primera y fundamental es que se trata de una novela extraordinaria, donde cuentan tanto la singularidad de la protagonista (una chica que tiene visiones al comer tierra de un cementerio) como la potencia de su lenguaje, a la vez poético y cargado de realismo. “Es el resultado de un trabajo y de una búsqueda, de probar y volver, de corregir, de ir viendo cómo quedaba la escritura. Quería que el libro tuviera ese tono poético y que no cansara al lector”, dice la autora.
–¿Cómo apareció el personaje de la novela?
—Es una vidente que aparece en una visión, si se quiere. Hice taller con Selva Almada y con Julián López y escribía cuentos a consigna en Enjambre, el centro cultural. Con el tiempo cada uno llevó sus propios proyectos de escritura y en los encuentros nos leíamos esos proyectos. Una vez Marcelo Carnero llevó un texto muy breve que terminaba en tierra de cementerio. Al escucharlo, con los ojos cerrados, vi a una nena de pelo largo, de espaldas, mientras hacía el gesto de comer tierra. Fue una imagen muy fuerte. Dejé lo que estaba haciendo y para el encuentro siguiente quise armar lo que había visto. ¿Qué es lo que puede pasar con esta pibita come tierra?, pensé. Ahí surgió la idea, ella cierra los ojos y puede ver qué pasó con un cuerpo que está en principio en un cementerio. Siempre me gustaron las palabras para despedir a los muertos, con Selva leímos, por ejemplo, los epitafios de Edgar Lee Masters. Es una obsesión que tengo, me gustan mucho los cementerios y las palabras que usa la gente para despedir a los muertos y a la vez pensar qué es lo que pasa cuando eso se corta, qué pasa cuando irrumpe una violencia tan fuerte que ni siquiera es posible esa instancia de despedida.
—¿Ese personaje te permitió ordenar cosas previas? Por ejemplo, la percepción del ambiente del conurbano, el lugar en el que está la protagonista.
—Sí, totalmente. Todo articulado más que nada en torno a esos pibes tan jóvenes, con tanto potencial, con tanta fuerza, con tanta belleza, a los que la sociedad no tiene nada para ofrecer y que quedan atravesados por la violencia, por la precariedad de la vida y de las relaciones, la precariedad de las construcciones familiares que por momentos los sostienen y por momentos no, la precariedad de lo que se llama justicia. Esos pibes están casi siempre del otro lado, el lado de los que vamos a responsabilizar por muchas cosas, y ellos atraviesan situaciones donde son violentados todo el tiempo, no tienen a quién recurrir. Desde ahí se construye la novela, desde los sentimientos y el lenguaje de esos pibes, de cómo articulan sus pequeños núcleos de hermanos, de amigos o de relación maestro-alumno que tiene el personaje
–La novela está dedicada a Araceli Ramos y a Melina Romero, víctimas de femicidios. ¿Por qué?
–Araceli Ramos vivía con su mamá en Pablo Podestá, donde yo trabajo. Salió a presentarse a un laburo y llegó a la casa de un femicida que había usurpado una vivienda y la mató. Los dos casos son emblemáticos de los femicidios, a la vez que me tocaron y me conmovieron, fueron muy cercanos para mí, sobre todo el de Melina Romero. Cuando la policía hacía rastrillajes, cuando buscaban el cuerpo de Melina, mis alumnos me adelantaban lo que después iba a salir en la prensa. Muchos de mis alumnos viven contra el arroyo donde encontraron el cuerpo, sabían por dónde pesquisaba la policía, qué hacía el pai umbanda que estuvo acusado, dónde paraba, algunos le grafitearon la puerta de la casa. Era tan cercano que me motivó a problematizarme, a escribir por ese lado. Después la justicia fue descartando pruebas, descartando sospechosos, como si al final no hubiera pasado nada, y al día de hoy están todos libres y ella muerta. Para que algo quede, para que el nombre y el reclamo permanezcan, me parecía más que lícito dedicarles el libro.
—Cometierra toca algo central de la época. No solo la violencia inmediata, visible en las relaciones sociales y en el crimen, sino también la violencia naturalizada, la que se ejerce contra los cuerpos de las víctimas cuando son descartados, desaparecidos. El tratamiento de que se hace objeto a los cuerpos, ahí tocás algo central de la época. No solo los femicidios.
—Los femicidios son una parte de la cuestión con el cuerpo que recorre la novela. Yo también pienso en el conurbano como un lugar donde los pibes descubren y viven su sexualidad. La sexualidad les atraviesa el cuerpo de una forma muy festiva, muy vital, con los colores, los boliches, las luces, la noche, las polleras cortas. Por un lado hay una fiesta sensorial y por otro aparece este mundo, el mundo heredado y podrido de los adultos, no el que los jóvenes construyen entre sí. Generalmente cuando ocurren los femicidios los responsables son adultos, mayores de 40 años, o hay un líder que tiene más de 40. Es una violencia que, en la mayoría de los casos, a los pibes les viene de otro lado, no de sus pares. El personaje de la novela se conecta con los cuerpos de los que faltan, los que están secuestrados, los que murieron, y a la vez está atravesada por esa vitalidad, la cuestión sensorial de una adolescencia que empieza. Ella es un personaje metido adentro de su casa, de su pequeño núcleo, entonces las relaciones son súper limitadas. Hay una relación que le quedó con la maestra de la infancia, de la escuela que abandonó, y es muy fuerte, porque a la vez esa maestra, la seño Ana, tampoco la suelta a ella.
—Es un mundo donde no hay padres, o donde los padres están lejos, un mundo sin instituciones ni lugares de contención. Una excepción puede ser la figura de la mae, a la que Cometierra consulta en un momento de la historia.
—Claro, es un momento importante. Ella reconoce que tiene un don, una capacidad de videncia, pero está en un límite ante el caso que se presenta, el de una chica que murió en el río. La persona consultante sabe que la chica se ahogó y quiere recuperar ese cuerpo. Entonces la cuestión es cómo negociar con el río, cómo se recupera ese cuerpo y el hermano le dice por qué no consultás a esta persona, donde van a consultar todos. Es el lugar de referencia barrial, y ella reconoce que hay una jerarquía, incluso en el mirarse, reconoce una potencia mayor en esa capacidad para albergar un poder tan fuerte.
—¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela, después de esa primera versión en el taller?
—El tiempo total fueron cinco años. Iba al taller y escribía cuentos como una actividad, pero no pensaba publicar, ni mucho menos. En algún punto también surgió que el texto ya no era un cuento sino que exigía un desarrollo mayor. Tuve la suerte de estar con personas que respetaban el tiempo de trabajo que necesita un texto y no forzarlo, de escribir desde un lugar absolutamente genuino: la búsqueda propia de la escritura, sin preocuparse demasiado por nada más. Se escribe en ese marco, respetando eso que sale, con la cabeza bien metida ahí. Después habrá otras instancias, encontrarte con un editor o lo que sea. Y cuando me encontré con mis editores, además, hubo otro período de muchísimo laburo, fueron un año y cuatro meses. Aprendí una dinámica que es muy personal, qué es lo que le funciona a uno para escribir, desde dónde. A mí leer me emociona y entonces cuando estoy con un libro busco algo que me sacuda completamente, que sea una experiencia de lectura y no algo que pasa como si nada. Yo quería que esa fuera también la experiencia de los lectores de Cometierra y bueno, eso es trabajo de escritura. Algunos capítulos llevaron meses y meses, después fue dejarlos y volver a trabajar. Todo el libro tuvo ese ritmo. Tampoco pensaba que pudiera armarlo con principio, absoluto desarrollo y final. Al principio me centraba mucho en los casos. Como estaba acostumbrada a escribir cuentos, la estructura que podía abrir, mantener y cerrar con una tensión y con un hilo era más pequeña que la de una novela. Después pude ver un todo, y siempre volver a lo que había escrito. Algo que sigo haciendo: avanzo en un texto y vuelvo, agrego, modifico, saco, me gusta lo que queda después de ese trabajo con la escritura.
—¿Hay referencias a casos reales en la novela?
—La mayoría de las veces, no. En el caso de Ian, el nene que está al comienzo, que tiene un leve retraso madurativo, pensaba en Natalia Fraticelli. Algo me toca mucho de esa historia, y en general utilizo lo que me genera angustia, tristeza, conmoción, trato de llevarlo a la escritura.
—¿La escritura es una forma de conjurar la angustia?
—No, más que conjurarlo, trato de reproducir eso que estoy sintiendo en la escritura. Por ejemplo, el capítulo de la Florensia, cuando ella decide que le va a mentir a la mamá de Florensia, porque esa chica está muerta y ella no ve nada que pueda aportar, me causaba tristeza, pero yo trataba de que esa tristeza quedara en el texto. Ella dice que por primera vez lloró con los ojos cerrados y a pesar de eso se levanta y le dice otra cosa a la mamá. Se plantea de un modo tan simple como la desidia de esa propuesta de “Dios te ama” en un papel que lee Cometierra y arrastra el viento, tan lejano a lo que está aconteciendo, tan indiferente. Quería que esas sensaciones fueran lo más comprimidas posible. Eso muchas veces lo puede hacer la poesía. Esa capacidad de concentración de sentidos de la poesía me fascina, pero nunca me planteo escribir poesía, claramente voy por el lado de la narrativa y ahí me quedo.
—Pero el trabajo con el lenguaje tiene un registro poético y a la vez se notó un oído especial para las formas de la conversación.
—El material del lenguaje que recojo es bien identificable, bien acotado. No es que sea una lengua ya dada, pero sí tomo los elementos para escribir desde ese lugar, trato de nunca salirme de registro, de construir bien una voz y sostenerla, que el personaje tenga su propia inteligencia, su forma de operar, de relacionarse. En un momento aparece ese tono en la escritura de Cometierra. Tenía otro comienzo, lo dejé y empecé de cero. Era una obsesión también, pensaba en cómo hablan los pibes que están atravesados por el dolor, por las pérdidas. Tienen al mundo en su contra y están enojados, es entendible y a la vez es difícil relacionarse con ellos, están metidos para adentro, hablan poco, lo justo y con una potencia muy fuerte. Quería que eso se escuchara en la voz de los personajes, y a la vez que tuvieran su encanto cada uno: Walter, Hernán, Miseria, tienen su gracia, sus maneras, y a la vez un destello de algo muy lindo, pero efímero y violentado.
—¿En la literatura que leés te interesan esas mismas cuestiones?
—Leo mucha poesía. También leo mucho a Saer, Di Benedetto, Sara Gallardo, Libertad Demitrópulos. Ahora estoy con Camila Sosa Villada. Terminé de leer Las malas y lo empecé a leer de nuevo, y después voy a seguir con El viaje inútil.
—¿Cómo observás la repercusión de la novela?
—Bueno, se publicó en España y salió recomendada en Babelia, va a salir en inglés por Harper Collins, con tres ediciones, en Inglaterra, EEUU y Australia. También en Holanda, Polonia, Francia, Italia, está en proceso de traducciones. Nunca pensé en esta repercusión, para nada. Tampoco pensé que me llamara tanta gente de colegios secundarios, de profesorados, de universidades. Eso me encanta, sobre todo que la pueda leer el pibe de secundario. También me escriben muchos lectores. El espectro es muy amplio: hay gente que me dice que el libro la movilizó, que lo pudieron leer en uno o dos días, lectores con training y otros que llevaban tiempo sin leer un libro.
—¿Qué expectativas tienen en los colegios?
—Voy a encontrarme con grupos de secundarios. Son los intercambios más lindos. Los pibes leen la novela y la hacen circular. Generalmente la leen en cuarto y quinto año, también en algún tercero. Trabajando tanto tiempo con pibes en distintos contextos, yo sé que a ellos les gusta mucho leer, a pesar de los prejuicios o del facilismo de decir que no tienen motivaciones. Pablo Podestá no tiene librerías, pero hay gente que lee. Esta mañana me fui a sacar sangre a dos cuadras de mi casa y la chica que hacía la extracción me esperaba con el libro, me contó que participa en un club de lectura donde le llegó Cometierra. En la escuela donde van mis hijos la gente lo leyó y me invitaron para hablar en el secundario. No está articulado, no hay un nucleamiento, un circuito como puede haber en Capital, pero los lectores están.
—¿Tenés militancia feminista?
—Sí. Empecé a los 14 años como militante estudiantil orgánica, en la UJS (Unión de Juventudes por el Socialismo). Fui militante en La Matanza. Siempre viví en el conurbano y conozco muy bien las realidades de la zona oeste, La Matanza, 3 de Febrero, Morón. Después empecé a nuclearme en la militancia por el aborto que comenzamos en el oeste en los 90 y en un punto tiene una continuidad en la ebullición de estos años. Sigo participando hasta el día de hoy en discusiones, en la elaboración de protocolos, en ver cómo se puede intervenir políticamente.
—¿Desde ese lugar también te reclaman para hablar de la novela?
—Desde el feminismo se puede hacer una lectura de Cometierra, pero desde el policial también. Me invitaron al Barcelona negro en febrero y a fines de enero voy a ir al Hay Festival, en Colombia. También me invitan clubes de chicas súper jóvenes que leen solo terror. No digo que sea una novela feminista o de terror o un policial pero sé que tiene elementos y pueden articular lecturas desde esas miradas tan distintas.
—Incluso el personaje de la vidente podría ser relacionado con el género fantástico.
—También. Pero el fantástico, la ciencia ficción se ve desde este lado, desde Capital, desde la civilización (se ríe). En el oeste, ninguna compañera o par del entorno ha visto algo fantástico en la novela: la vidente, usar ruda, curar el empacho, no les llama la atención, son cosas de todos los días. Identifican los lugares, la problemática, el lenguaje, los factores sociales, el material social. También pasan cosas que son y no son graciosas: dos o tres veces por semana me escriben personas preguntándome si tengo el don de la videncia. ¿Cómo pueden entender eso?, me pregunto. Me dicen “tengo tal problemática”, entonces contesto que soy solamente una escritora. Cometierra tiene un nivel de interpretación dentro de la realidad que ni siquiera yo había pensado.