El Centro de Investigaciones Adolfo Prieto –en la Facultad de Humanidades y Arte de Rosario– es un homenaje a este profesor de literatura argentina, quien fuera decano de la institución entre 1959 y 1964, el mejor ciclo académico que conociera la facultad en toda su historia.

El centro que lleva el nombre de Prieto se inauguró en Humanidades el 9 de abril pasado con palabras del decano, José Goity, a las que siguió la bienvenida de Agustina Prieto, quien recordó la alegría de su padre al encontrarse en la biblioteca Lehman en Alemania mientras preparaba el libro El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna. En las primeras filas, junto con su mujer, viejos colegas como Elida Sonzogni, Marta Bonaudo, Carlos Saltzmann y, más atrás, muchos docentes de la escuela de Letras pero, como es habitual en nuestra facultad, muy pocos alumnos. La presentación breve y medida marcó, como hubiera querido Adolfo, el clima de felicidad tranquila, sin sobresaltos, que tuvo ese homenaje.

Adolfo Prieto nació en San Juan en 1928 y murió en Rosario en 2016. Ingresó en 1946 a la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires donde se doctoró en 1953, allí integró el comité editorial de proyectos como Centro y luego Contorno, revista emblemática de la cultura argentina. Algunos de aquellos jóvenes de la generación denuncialista iniciaron sus carreras académicas viajando a Rosario, entre ellos León Rozitchner y Tulio Halperin Donghi. Es este último quien invitó a Prieto a concursar la cátedra de literatura argentina de la entonces Facultad de Filosofía y Letras. Así llegó Adolfo a Rosario en 1958, donde meses más tarde fue electo decano con la anuencia del Centro de Estudiantes dirigido entonces por Gladys Rimini.

Ese ciclo se extendió hasta 1964. Prieto renunció tras el golpe de 1966 y volvió a Humanidades brevemente durante los años setenta. Expulsado nuevamente en 1976, se radicó en Estados Unidos, desde donde regresaría a su misma casa en Rosario hacia 1996.

Edad de oro

Con precisión de archivista, la moderadora de la mesa, Nora Avaro, señaló en detalle los logros de la gestión de Adolfo Prieto en aquellos años. Reseño solo algunos: desde el instituto de Letras promovió cantidad de investigaciones y editó el Boletín de Literaturas Hispánicas y los Cuadernos del Instituto, dictó seminarios pioneros que con el tiempo alcanzaron celebridad como Proyección del rosismo en la literatura argentina, publicó una inédita Encuesta: la crítica literaria en la Argentina (en la que participaron, entre otros, Héctor Agosti, Juan Carlos Portantiero, Noé Jitrik, Oscar Massotta), al tiempo que se profesionalizaban los institutos de investigaciones de todas las escuelas de la Facultad. Entre los proyectos colectivos más destacados de la época se cuenta la investigación en torno al valle de Santa María en la provincia de Catamarca. Inicialmente un proyecto arqueológico dirigido por un sabio, Alberto Rex González, que devino rápidamente interdisciplinario e involucró a los institutos de investigaciones históricas, a sociología, letras y psicología. De allí surgieron informes geográficos, ecológicos, demográficos, ocupacionales, comunitarios, electorales, institucionales, económicos, productivos –una enorme cantidad de datos que más tarde la facultad editaría.

Ese verdadero taladreo de concreciones y sueños a los que nos expuso Avaro hizo inevitable el contraste de aquel pasado con nuestro vacuo presente gobernado por la Franja Morada y sus infinitas clientelas. En efecto, si dirigimos nuestra mirada al pasado reciente de nuestra Facultad de Humanidades y Artes habrá que decir que, transcurrido el primer período normalizador postdictadura, hemos vivido la administración de la nada: una misma gestión que ya lleva treinta años cuyos logros más salientes han sido el pulido de los pisos del salón de actos, la colocación de un ascensor y el nuevo edificio de calle Corrientes –regalo desarrollista del gobierno de los Kirchner, que fue noticia cuando la caída de un vidrio estuvo a punto de costarle la vida a una alumna.

Altamirano y Sarlo

Sigamos con el homenaje del 9 de abril: después de Avaro hablarían los dos invitados de la noche Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, lo que no dejaba de provocarme cierta intranquilidad. Pero, sagaz, Avaro estaba decidida a cumplir con su rol de guía de lo que, a no dudar, era también su propio homenaje a Adolfo, y así nos convocó a todos hacia el pasado que es lo que interesaba de ambos invitados, lejos, bien lejos de los días que corren. Decisión prudente para evitarnos eventuales derivas mass mediáticas de Beatriz Sarlo quien, como sabemos, funge de intelectual orgánica de la derecha argentina. No fue, para suerte de todos, la Sarlo-Novaresio-Fantino la que habló sino aquella Beatriz que escribía fascículos para el Centro editor de América Latina y que hacia 1978 fundaba Punto de Vista, una revista que jugó una influencia decisiva en todos aquellos que comenzábamos la carrera universitaria hacia finales de la dictadura militar, al punto que no sería exagerado decir que aquellas lecturas enhebraron las formas primitivas de nuestro entendimiento.

Por su parte, Carlos Altamirano, amable y medido como siempre, se plegó de buen grado al clima de un homenaje emotivo pero pausado, envuelto en la nostalgia.

Entonces Sarlo y Altamirano supieron recordarnos la proverbial discreción de Prieto –quien contrastaba ciertamente con el hecho de haber escrito el libro más bardero de aquellos jóvenes, Borges y la nueva generación, de 1954 en la que bajo inspiración sartreana denunciaba la “combustión aristocrática del ocio” que marcaría a ese escritor, “un literato sin literatura”. De aquellas tesis, Prieto sabría tomar prudente distancia con el paso de los años. Pero si fueron señaladas en esta ocasión es porque expresan de manera acabada el espíritu del mundo evocado. Rescatar algo de aquella experiencia nos obliga a dejar por un momento el relato de este homenaje y apelar a algunos pasajes de la compilación de la obra de Prieto, Conocimiento de la Argentina, libro prologado por la misma Avaro.

Veamos un fragmento de la sesión del Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía y Letras, taquigrafiada por la secretaria Maria Luisa Arocena, el 14 de abril de 1959, en el que, con la “presencia del Decano Adolfo Prieto, y de entre otros consejeros Ramón Alcalde, Eduardo Prieto, Ángel Capeletti, Oreste Frattoni, el estudiante Ovide Menin, los graduados Élida Sonzogni y Clara Passafari de Gutierrez, se discutió un variado temario: renovación de designaciones, la situación del alumno Rafael Ielpi (retirada del orden del día); y el contrato del profesor David Viñas para el seminario de Literatura argentina en el primer semestre del año en curso”.

La nominación de David Viñas encontraba férrea oposición de parte de la consejera Passafari de Gutiérrez, (a la sazón madre de la periodista Mónica Gutiérrez, aquella que empezara su carrera en ATC durante la dictadura militar y hoy ameniza nuestras tardes desde América Noticias):

“La señora Gutiérrez manifiesta en nombre de su delegación que, ‘vista la situación imperante en el ámbito universitario y la imprescindible necesidad de aunar esfuerzos para no quebrar la convivencia relativa existente, esta Delegación, teniendo en cuenta lo antedicho y considerando que la temática y el enfoque del seminario y la personalidad del profesor Viñas son excesivamente polémicas estima totalmente inadecuada e inoportuna esa designación’”.

Y entonces responde Adolfo Prieto: “El Señor Decano Prieto responde que asume la defensa del candidato porque lo ha propuesto precisamente por las razones contrarias a las que la Señora Gutiérrez indica, dado que nuestro ambiente necesita de una temática polémica y de un escritor y de un investigador polémico”.

El contrato de David Viñas se aprobó por mayoría, y a raíz de una intervención de Alcalde, se subieron sus honorarios de diez a quince mil pesos. La coalición denuncialista, afirma Avaro, “se cierra acá en tres de sus nombres: Prieto y Alcalde sostienen, con renta incluida, la tarea intelectual del discutido Viñas, valorando didáctica y políticamente su talante polémico”.

Agreguemos entonces que en este seminario que dictó David Viñas está el origen del libro publicado en 1961, Literatura argentina y realidad política, uno de los grandes clásicos de la crítica argentina. Un año más tarde Prieto editaba La literatura autobiográfica argentina, libro que ejercería influencia decisiva en su trayectoria pero también en las preocupaciones de un autor como Tulio Halperin Donghi, quien todavía lo recordaba como un texto pionero en el prólogo a Letrados y pensadores, el perfilamiento del intelectual latinoamericano en el siglo XIX, publicado en 2013. Recordemos que Halperin lo había precedido en el decanato de esa misma facultad a fines de la década del cincuenta, ciclo en el que había redactado los primeros capítulos de su monumental Una nación para el desierto argentino.

Modos del futuro

He aquí Humanidades en los primeros años sesenta. Años que para muchos fueron una edad de oro en lo que atañe a la producción académica, marcados asimismo por cofradías intelectuales como la que se tejía en torno a Aldo Oliva y Daniel Wagner, revistas como setecientosmonos, estudiantes como Josefina Ludmer, Maria Teresa Gramuglio , Juan José Saer. Años, en fin, que convendría recordar, pero no bajo la nostalgia sino como fuente de inspiración para imaginar de otros modos el futuro de la Universidad y el destino de las humanidades.

Dar el nombre de Adolfo Prieto al instituto de investigaciones de la Facultad de Humanidades y Artes de Rosario es un acto encomiable y auspicioso, sobre todo si tenemos en cuenta que tiempo atrás, a mediados de los noventa, cuando ya gobernaba la misma configuración política que lo hace ahora, la presentación del libro Los viajeros inglesesy la emergencia de la literatura argentina no encontró lugar en el ámbito de esa casa de estudios por una burocrática “falta de espacio” y terminó por realizarse en la vieja librería Homo Sapiens.

Por otro lado, este homenaje a Prieto puede acercarse a muchos otros que se han hecho a aquellos intelectuales de los cincuenta en estas últimas décadas. Porque la revista Contorno no solo fue referencia y mito de origen para la generación de Punto de Vista, ligada a la mentada transición alfonsinista, también lo ha sido más recientemente para colectivos como el grupo editorial de revistas El río sin orillas o El ojo Mocho expresamente ubicados en el casillero nacional popular, cercanos al kirchnerismo –hechos que muestran que en el campo intelectual se evidencian no solo divergencias sino consensos manifiestos.

Volvamos entonces al mundo académico. Si aquellas universidad de los 60 quería convertirse para bien o para mal en vanguardia de la sociedad, no caben dudas que la Universidad de este ciclo democrático ha sido más bien su retaguardia. Todo eso vuelve más urgente que nunca la pregunta que importa –¿cómo recuperar aquel pasado mítico bajo otro registro que no sea el de la nostalgia, el museo y, ahora, el del marketing progresista? El desafío es el de siempre: se trata de inventar las formas nuevas de antiguas convicciones. Imaginar otro modo de comprender la autonomía universitaria, otra ética respecto a lo que significa la docencia, otro perfil del graduado, otros planes de estudio, otra manera de entender el vínculo de la Universidad con la sociedad.

Gestiones como las de Adolfo Prieto en los lejanos sesenta constituyen un legado ineludible para quien intente responder a esas y otras tantas cuestiones. Se trata en buena medida de tesoros que con precaución pueden ayudarnos a leer las claves del presente, pero tesoros que exigen una tarea de subversión para convertirlos en instrumento de nuevos pensamientos. Nada de ello parece evidente si observamos los agrupamientos que dominan la escena de la Facultad de Humanidades y Artes. Por esa razón se hace imprescindible promover allí la emergencia de otra generación, una que en los tiempos aciagos que nos tocan sea capaz de “hacer pasar dramática, turbiamente lo que somos a la realidad, destruir la sorda represión ajena que termina hablando dentro de nosotros mismos con nuestra propia voz”, como proponía León Rozitchner en abril de 1959 desde las páginas, otra vez, de Contorno.

Terminó la jornada y bajamos por los ascensores del nuevo edificio, que ya son ascensores viejos. Al final, saliendo por calle Corrientes, Sarlo se prendió urgente un pucho y pensé que hay cosas que no se abandonan nunca: el cigarrillo y el gorilismo. Pero ese gesto impoliticamente correcto me pareció casi un último resabio de pasadas resistencias: “Chau Beatriz –le dijo mi amigo Sebastián–, gracias por haber venido a Rosario”.

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Sobre el autor:

Acerca de Alejandro Moreira

Profesor de Teoría Política

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