La imagen parte desde la cancha de fútbol de Villa Moreno, atraviesa la ciudad de Rosario y termina su recorrido en las torres Dolfinas, para estampar sobre ese fondo, bien grande, el título de la película: Triple crimen. El documental de Rubén Plataneo sobre los asesinatos de Jeremías Trasante, Claudio Suárez y Adrián Rodríguez enlaza así, desde un principio, los signos de la violencia y los del supuesto progreso económico. Una clave no solo del suceso puntual que indaga sino de la historia reciente de Rosario, la estela de sangre que llega en estos días hasta el crimen de Eduardo Trasante.

El documental de Plataneo, estrenado en 2018, tiene otras referencias para pensar el presente. Una de ellas proviene del abogado Carlos Varela, una interpretación de la violencia condensada en un par de líneas de diálogo: los que antes eran los custodios de los negocios sucios descubrieron el poder que tenían en sus manos y tomaron el control; la combinación de “personas violentas capaces de cualquier cosa”, el armamento disponible y el flujo permanente de dinero conforma el poder real en las calles de Rosario. “Es como un agua que arrasa con todo”, dice Varela en la película, y el gesto que hace con las manos indica el paso de una fuerza incontenible.

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El triple crimen de Villa Moreno se produjo por equivocación. Los asesinos querían vengar un ataque previo. Ojo por ojo. Pero por error mataron a tres chicos que estaban en su barrio y se habían reunido para festejar el comienzo del año 2012. En ese sentido no fue un caso excepcional: Mercedes Delgado salió a buscar a su hijo, en Ludueña, y murió al quedar en un tiroteo entre bandas; Enrique Encino quería fumar un cigarrillo en un patio al aire libre del casino City Center cuando un tira tiros le asestó un disparo en la cabeza, entre tantas personas que murieron en Rosario no por encontrarse en el lugar equivocado, como se dice, sino porque la ciudad en la que viven les pertenece a quienes tienen las armas, el dinero y, como destaca el abogado Varela, la decisión para hacer cualquier cosa.

El triple crimen fue, también, un efecto en espiral de violencia. La muerte que sigue a otra muerte y que es anuncio de la muerte por venir es el factor multiplicador en la tasa de homicidios que registra Rosario. La venganza es la forma en que las bandas resuelven su puja por el manejo de la calle y la competencia en el mercado de la droga. Nunca, por supuesto, se les ocurriría denunciar un asesinato ante la justicia porque ellas ejercen lo que entienden como reparación de los ataques que reciben o como compensación por los perjuicios económicos que atribuyen a sus enemigos.

El documental de Plataneo registra el momento en que se pronuncia el veredicto por el triple crimen. Los acusados no muestran ninguna reacción. Tampoco declaran en el curso del proceso. No les interesa lo que le diga la justicia, pero tratan de asegurar su impunidad.

El 22 de julio se presentó un joven de 22 años para declarar por el crimen de Eduardo Trasante. Dijo que el asesino era uno de los detenidos por la compra del auto que se utilizó en el hecho. El 12 de agosto, en una nueva declaración, se rectificó y confesó que lo habían amenazado. Pero no solo se trató de un intento de cerrar la causa; lo siniestro es que esa maniobra hizo presente algo que el triple crimen, se suponía, había desterrado.

El triple crimen de Villa Moreno no fue el ajuste de cuentas del que habló la policía por boca de la prensa. Si algo demostró el proceso de movilización y de reclamo de justicia por los asesinatos fue que los ajustes de cuentas no existen, así como no existen los crímenes pasionales. Y la declaración del presunto testigo removía ese argumento para la muerte de Trasante.

Los “ajustes de cuentas” y los “crímenes pasionales”, sin embargo, son estereotipos de la retórica policial que apuntan a obturar las investigaciones en base a sobreentendidos del sentido común más reaccionario. Romper la fórmula fue la condición de posibilidad para que el trasfondo del triple crimen surgiera a la luz y, como muestra el documental de Plataneo, observar que el reguero de sangre corre desde la cancha de Villa Moreno hasta las torres que se levantan frente al río.

En Triple crimen, la voz en off reflexiona sobre la justicia, la ciudad que es escenario de los hechos y se cobra una cuota cotidiana de víctimas (“el crimen sistemático es sobre los pobres y marginados, ¿será que el asesinato es una institución?”) y el mismo documental. La inseguridad, plantea la película, es lo que relaciona la violencia delictiva con la economía, no como un factor anómalo, como un funcionamiento irregular, sino como condición misma de la reproducción del sistema, como fórmula de ganancia. “Si no cortás el flujo de dinero no hay chances de victoria”, apunta Carlos Varela. Quién iba a decir que la utopía de Rosario correría por cuenta del abogado de los Monos.

La otra mejilla

Triple crimen incluye una entrevista con Eduardo Trasante. El pastor del Ministerio Vida para tu vida cuenta su historia personal y la de Jeremías y la forma en que se implicó en el reclamo de justicia. A partir de su muerte, la impronta que él creyó dejar en la historia, su forma de enfrentar a la violencia, tiene un cariz trágico: al margen de la sentencia judicial, él tuvo en cuenta otra justicia, la de Dios, y perdonó a los asesinos de su hijo. Pero del otro lado no respondieron con el mismo gesto: dar la otra mejilla significó para él ofrecer la vida.

La violencia no fue un descubrimiento para el pastor esa madrugada del 1° de enero de 2012 en que, como decía, golpeó a su puerta. Por el contrario, según su propio relato, lo acompañó desde la infancia en la villa de Gaboto y Beruti. Nació en una familia sumida en la pobreza y sufrió la violencia literalmente en carne propia, a manos de un padre explotado en el puerto, que hombreaba bolsas y al volver a su casa la emprendía a golpes y palizas contra su esposa y sus hijos; un padre feroz, al que el encuentro con la religión, decía Trasante, cambió en el acto.

Trasante contaba su vida en los términos del discurso pentecostal: los cambios que puede obrar la oración y la imposición de manos, las escenas de liberación, los llamados de atención de Dios. En su primer acercamiento, encuentra en la religión una respuesta a la indigencia material y al mismo tiempo la pobreza espiritual en que vive su familia: lleva tres días sin comer cuando llega a un templo de la Iglesia de los Hermanos, en Tablada, donde además presencia la transformación del padre golpeador en mensajero de la palabra divina.

El pastor comprendió desde esa misma perspectiva la muerte de Jeremías: era un llamado de Dios para quien estaba demasiado abstraído en la propia misión; en Triple crimen dice incluso que tuvo la visión del crimen. Pero al mismo tiempo entendió que debía asumir el legado de su hijo en la militancia social y así se produjo su acercamiento a la política. Jeremías y su otro hijo Jairo, asesinado en 2014 después de una discusión en un bar céntrico, eran semillas, decía Trasante; pero la cosecha de justicia, como dice el pasaje bíblico del sembrador, todavía no se ha producido.

Trasante no solo carecía de vínculos con la política sino que observaba con recelo la actividad de Jeremías en el Movimiento 26 de Junio. El proceso que culminó con su candidatura a concejal de Ciudad Futura en 2017 fue una especie de entendimiento entre la religión y la política, que pareció sobreponerse a las diferencias y a las tensiones: el pastor se oponía a la legalización del aborto, pero eso no lo llevó a una ruptura con su partido; en 2018, denunciado por acoso, renunció al cargo, asumió el protocolo de Ciudad Futura –esta vez, sin apelación al discurso religioso– y volvió al territorio.

El crimen de Eduardo Trasante está rodeado de silencio. Pero no podría esperarse otra cosa de quienes lo asesinaron. Es el mismo silencio con que los asesinos de su hijo escucharon la sentencia judicial sin que se les moviera un músculo. Es el silencio que sigue a las balaceras contra edificios de la Justicia o domicilios particulares, apenas quebrado por lo estrictamente necesario: frases como “pagá”, o “con la mafia no se jode”.

Los que mataron a Trasante tienen las armas, el dinero –hubo un ofrecimiento de 500 mil pesos por el crimen– y la decisión de hacer cualquier cosa. Y tienen también el silencio. El silencio es la clave para la diseminación del temor que inspiran las bandas narcocriminales. Por eso el crimen del pastor tiene que ser rodeado de palabras, de preguntas, de explicaciones, para deshacer aquello en que la violencia afirma su poder.

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Sobre el autor:

Acerca de Osvaldo Aguirre

Nació en Colón. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Rosario. Es periodista, poeta y escritor. Ha publicado poesía, crónica, novela y ensayo, entre los que destacan: Las vueltas del camino (1992), Al fuego (1994), El General (2000), Ningún nombre (2005), Lengua natal (2007), Tierra en el aire (2010) y Campo Albornoz (2010), y reunió sus tres primeros libros en El campo (2014). Fue editor de la sección Cultura del diario La Capital de Rosario.

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